A su hijo lo mataron a golpes en el boliche La Casona de Lanús en el 2006: “Cuando me enteré de lo del chico de Gesell sentí el mismo dolor”

Oscar Castellucci es el papá de Martín, el joven de 20 años que murió asesinado por un patovica que era boxeador. El hombre fue condenado, pero ya está libre. Como en el caso de Fernando Báez Sosa, su crimen conmovió a la opinión pública

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Desde su departamento en el
Desde su departamento en el Barrio Norte, Oscar Castellucci recuerda a su hijo Martín, asesinado en un boliche de Lanús en 2006 por un patovica (Foto / Franco Fafasuli).

Cuando sonó el teléfono, en la madrugada del 3 de diciembre de 2006, Oscar Castellucci y su mujer, Ana María Herrera, dormían en su departamento de Barrio Norte. No recuerda con precisión la hora (“eran las tres o las cuatro de la madrugada”, recuerda). Lo que sí persiste en su memoria es el viaje cargado de dudas hasta el Hospital Evita, donde habían trasladado de urgencia a su hijo, Martín. El joven de 20 años, estudiante de Veterinaria en la Universidad de Buenos Aires (UBA), salió a bailar y discutió con un patovica en la puerta del boliche “La Casona” de Lanús, porque no dejó entrar a uno de sus amigos. Recibió un golpe fulminante. Cuatro días después, Martín murió.

Una madrugada de verano, la puerta de un boliche y una golpiza fatal, que quedó registrada por las cámaras de seguridad. El paralelismo con el caso de Fernando, asesinado por una patota de rugbiers el pasado 18 de enero en Villa Gesell, es inevitable. Además de una tragedia, a los Castellucci y a los Báez Sosa también los une la geografía: viven a dos cuadras de distancia. “Cuando me enteré de la noticia sentí, una vez más, el mismo dolor. Todavía no fui a ver a los padres de Fernando: no quiero abrumar. Los primeros días son muy terribles. Voy a ir a visitarlos para llevarles mi solidaridad y transmitirles mi experiencia”, aseguró Oscar Castellucci desde el living de su casa, donde recibió a Infobae.

A metros de la puerta,
A metros de la puerta, sobre una cómoda, Castellucci tiene varios portarretratos con fotos familiares. En la mayoría de ellas está Martín (Fotos / Franco Fafasuli).

El departamento, ubicado en un tercer piso, tiene techos altos y es luminoso. A metros de la puerta, sobre una cómoda, hay unos diez portarretratos con fotos familiares. En la mayoría de ellas está Martín: junto a sus hermanos Mariano, Pablo y Laura; con su novia, Georgia; con sus padres, Oscar y Ana María; y hasta con un cachorrito que encontró en la calle. La que más llama la atención -sin embargo- tiene como protagonista a Oscar y está en blanco y negro. Se la tomó el fotógrafo Pablo Tesoriere en 2013, durante una sesión a familiares de víctimas. El hombre mira a cámara y sostiene una foto de su hijo, que este año cumpliría 34 años.

Oscar sostiene una foto de
Oscar sostiene una foto de su hijo Martín, que este año cumpliría 34 años (Foto / Franco Fafasuli).

–¿Cómo se sobrepone un padre al asesinato de un hijo?

–La pérdida de un hijo es una situación muy excepcional. No te sobreponés nunca. Es un dolor terrible, inmenso, perpetuo. No te quedan muchas opciones: o te quedás de pie o te caés. Si te caés, te pasan por arriba. Después de la muerte de Martín descubrí un mundo que desconocía y empecé a relacionarme con muchos familiares de víctimas que perdieron seres queridos, predominantemente, hijos.

–Vincularse con personas que atravesaron una situación similar, ¿ayuda?

–Muchísimo. Una de las claves para afrontar la partida de un hijo es no quedarse solo. No encerrarte en el dolor, que es muy destructivo. Para que el dolor te sirva para construir, tenés que hacer un proceso. Si no te destruye y te corroe. Otra de las claves es no anclarse en el Poder Judicial. Lo peor que te puede pasar después de perder un hijo es meterte en ese laberinto.

–¿Por qué?

–Es muy frustrante. Entrás en un mundo donde en el 99 % de los casos no te dan bola. Todo tiene que ver con los recursos, no solo materiales, que tenés. Y no lo digo solamente por mi experiencia, sino también por la de otros familiares de víctimas. Cuando pertenecés a sectores muy vulnerables, no existís. Hay gente muy humilde que, para empezar, no tiene ni para pagar un abogado. Dentro de la estructura del Poder Judicial, cuando vos matás a alguien el Estado te ofrece un Defensor. Si a vos te matan a alguien, el Estado no te da nada. Quedás en una situación de indefensión absoluta.

LA MUERTE REGISTRADA Y LA FURIA POPULAR

La pelea callejera protagonizada por los rugbiers violentos que asesinaron a golpes a Fernando Báez Sosa, a la salida del boliche “Le Brique”, quedó registrada por las cámaras de seguridad geselinas y las imágenes fueron utilizadas por los fiscales de la causa para identificar a los agresores, que luego fueron sometidos a una rueda de reconocimiento por distintos testigos del hecho.

En el caso de Martín Castellucci, las filmaciones también funcionaron como prueba clave para dar con el homicida. “Eran cámaras rotativas que grababan cada diez segundos. No se quedó registrado el momento puntual en que le pegan a Martín, pero se lo veía mientras esperaba en la puerta del boliche y la secuencia posterior. Tuvimos que mirar la secuencia millones de veces para identificar a los personajes. Yo pensaba en lo terrible que debe ser para la familia de Fernando porque, en ese momento, solo nosotros podíamos ver lo que pasaba. Ahora los medios replican los videos a toda hora”, reflexionó Oscar.

El patovica que mató a Martín, José Segundo Lienqueo Catalán, fue condenado el 14 de abril de 2009 por homicidio con dolo eventual (por su condición de boxeador) a 11 años y 9 meses de prisión, pero fue liberado luego de cumplir las dos terceras partes de la pena. “Habíamos pedido 18 años. Igualmente, para nosotros la responsabilidad absoluta era del dueño de La Casona, Atilio Amado. Su único castigo fue no poder volver a abrir el boliche”, lamentó Castellucci.

Tiempo después, a una cuadra del boliche, en el Complejo Cultural “Leonardo Favio”, colocaron una placa con el rostro de Martín a modo de homenaje. “Por él, por todos los pibes”, se lee a un costado.

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A una cuadra de La Casona, en el Complejo Cultural “Leonardo Favio”, colocaron una placa con el rostro de Martín Castellucci a modo de homenaje (Foto / Gentileza de Oscar Castellucci).

Al igual que ocurrió en la puerta de “Le Brique” en Villa Gesell luego del asesinato de Fernando Báez Sosa, tras la muerte de Martín Castellucci, los vecinos se autoconvocaron para protestar en la entrada de “La Casona”. Oscar se enteró por los medios y decidió asistir junto a su familia. “Lo que verificamos fue la bronca que tenían los pibes, porque el boliche discriminaba. Cuanto más te alejabas del target del lugar más cara te cobraban la entrada”, contó.

Después del asesinato de Martín
Después del asesinato de Martín Castellucci, el boliche "La Casona" de Lanús no volvió a abrir sus puertas (Foto / Captura pantalla).

¿Cómo está el boliche hoy? No reabrió sus puertas pero, según Castellucci, sigue funcionando. “Adelante construyeron cinco negocios que tapan la fachada. Atrás mantiene la estructura íntegra del boliche, donde suelen hacerse reuniones privadas. Lo sé porque hace poco terminamos de filmar un documental sobre la historia de Martín y accedimos a algunas tomas aéreas del lugar con un drone”, revela.

Así luce la fachada de
Así luce la fachada de "La Casona" hoy (Foto / Captura pantalla Google Maps).

Tres meses después de la muerte de su hijo, en marzo de 2007, Oscar Castellucci creó una Asociación Civil que lleva el nombre de Martín y que se dedica a luchar contra la discriminación, la violencia y por los derechos de los jóvenes. Su trabajo y perseverancia desembocaron en la sanción de la Ley 26.370 (2008), que regula el trabajo de los patovicas porque les exige hacer cursos de capacitación y anotarse en el Registro Nacional de Empresas y Trabajadores de Control de Admisión y Permanencia.

“Me propuse hacer algo todos los días para que lo que le pasó a mi hijo no se repita. Lo de Martín, al igual que lo de Fernando, no fue una desgracia. Pensar que fue una desgracia es imposibilitar superar la situación. Si yo hubiera pensado que el que mató a mi hijo fue el patovica, y que con su encarcelamiento se terminaba el problema, me hubiese engañado desde todo punto de vista y no hubiese hecho nada de lo que hice después. Los que mataron a Fernando son diez rugbiers, que habrá que condenar con toda la fuerza de la ley, pero si no lo entendemos en el marco de un proceso de violencia social no sirve. Los pibes son producto de la sociedad que construimos los adultos”, planteó Castellucci y aseguró que no siente rencor hacia el asesino de su hijo.

En marzo de 2007, Oscar
En marzo de 2007, Oscar Castellucci creó una Asociación Civil que lleva el nombre de Martín y que se dedica a luchar contra la discriminación, la violencia y por los derechos de los jóvenes (Foto / Gentileza de Oscar Castellucci).

– ¿Siempre te sentiste así o en algún momento tuviste bronca?

–Yo no soy Mahatma Gandhi. Soy un tipo muy calentón, pero hubo dos cosas de mí mismo que me sorprendieron. La primera fue entender que el tipo que mató a Martín era una víctima más del sistema. Lo mismo pienso de los rugbiers que mataron a Fernando Báez Sosa. Creo que son instrumentos de una sociedad violenta y deshumanizada que construimos entre todos. La segunda sucedió la primera vez que vi al asesino en la audiencia preliminar al juicio. Yo tenía expectativa de cuál iba a ser mi reacción y, cuando lo vi, no sentí odio. Lógicamente, quería que lo condenaran y que fuera preso, pero no le guardaba rencor.

–Pasaron casi 14 años del asesinato de Martín y con el caso de Fernando Báez Sosa, daría la sensación de que no cambió nada. ¿Avanzamos o retrocedimos?

Si nos quedamos en el hecho aislado, no aprendemos más. Tenemos que hacernos responsables. Cuando digo “hacernos” hablo de todas las partes involucradas. Me incluyo a mí como ciudadano, a la familia de los rugbiers, al boliche Le Brique, a los patovicas, a las fuerzas de seguridad, al Intendente y al Estado, que fracasó de manera total y absoluta.

Oscar Castellucci dice que no
Oscar Castellucci dice que no guarda rencor hacia el asesino de su hijo (Foto / Franco Fafasuli).

LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE

La primera (y única) vez que Martín Castellucci fue a votar lo acompañó su papá. Fue en las elecciones del 2005 y en el lugar había una mesa del INCUCAI. Mientras hacían la fila, padre e hijo hablaron del tema y el joven expuso su opinión con contundencia. “Cuando uno se muere, el cuerpo se transforma en un objeto. Hay que ser muy miserable para no dar un objeto para que otros vivan”, le confió.

Desde el living de su casa, Oscar repite con orgullo las palabras de su hijo y se permite una reflexión. “La vida a veces te castiga y a veces te da algunos ‘vueltos’. Donar los órganos de Martín fue un vuelto”, asegura. Lo inesperado: un mes después, una receptora se contactó con él y su mujer y fueron a verla al Hospital Británico, donde estaba internada. “Ella quería agradecernos. Nosotros no le pudimos decir nada. Le llevamos una foto de nuestro hijo y nos fuimos. Fue muy fuerte”, recuerda.

Antes de morir, Martin Castellucci
Antes de morir, Martin Castellucci había decidido ser donante de órganos (Foto / Franco Fafasuli),

En 2011, cinco años después del asesinato de su hijo, Oscar recibió un mensaje de Facebook que decía: “Yo soy el receptor del hígado de Martín”. Lo firmaba Julio, un tucumano que sintió la necesidad de conocer a la familia Castellucci.

“Con Julio nos vemos dos veces al año. Él se estaba por morir de una cirrosis, se recuperó y después del trasplante tuvo una hija. Fue increíble ver a la nena jugando acá en nuestro living con los juguetes de Martín”, cuenta Oscar mientras toma un trago largo agua, como si todavía necesitara digerir la anécdota. “Todo eso fue y sigue siendo muy reparador. A mí siempre me preguntaron: ‘¿Vos cuando lo ves a Julio lo ves a Martín?’. Mi respuesta es negativa. Yo lo veo a Julio vivo y es maravilloso, pero es él. Que tenga un pedazo de Martín es una posibilidad que le permitió vivir”, agrega.

–¿Qué recuerdo tenés de Martín?

–Lo recuerdo como era: no lo tengo idealizado. Es más, siempre digo que me hacía enojar. Sí me siento muy orgulloso de él, fundamentalmente porque aprendió algo que nunca le enseñamos, que fue ser solidario con un amigo a quien no dejaban entrar a un boliche por su aspecto. Para mí ese último gesto que tuvo lo pinta, al igual que la decisión de donar órganos: fue una elección de él.

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