David Galante tiene 94 años, un tatuaje en el brazo izquierdo, y una historia que calló durante 50 años.
El 27 de enero de 1945 fue liberado del campo de concentración de Auschwitz. Los alemanes lo capturaron junto a su familia en la isla griega de Rodas y los llevaron en un viaje de 27 días hasta Polonia. Cuando entró, tenía 18 años. Cuando salió ya había cumplido 19 y se había quedado solo: el resto de su familia fue asesinada por los nazis.
David decidió viajar a la Argentina y rearmar su vida. Lo logró, y durante medio siglo no dijo palabra de lo que había vivido, no explicó el tatuaje en su brazo (B7328, un número de registro que le impusieron los nazis), ni buscó a otros sobrevivientes. No habló de su madre, de su padre, de su hermano… Pero un día, conversando con un rabino amigo, pudo contar. Desde entonces comenzó otra vida.
-¿Cuándo fue la primera vez que contó su historia?
-Los primeros 50 años no se podía hablar, uno tenía miedo. Creía que era una vergüenza haber estado en el campo. Y después con el tiempo me fui valorando y empecé a sacar de a poquito todo lo que tenía adentro. La primera vez fue con un rabino que era amigo. Él me ayudó a que yo pudiera seguir contando y me hizo bien poder decirlo porque hablar las cosas te libera.
-Usted nació en una isla en Grecia, ¿cierto?
-Sí, en la isla de Rodas. En el año 1944 nos llevaron a los campos. Donde había judíos, los nazis los atrapaban y los llevaban. Rodas era una isla que tenía muchos judíos, y ellos se enteraron y actuaron de acuerdo a sus métodos. Y me llevaron con toda mi familia: mi padre, mi madre, y tres de cinco hermanos.
-¿Cómo fue?
-Un día vinieron con los barcos, nos cargaron a todos y nos llevaron primero a Atenas, y de allá en tren a Auschwitz. Fue un viaje muy fuerte, murió mucha gente. No aguantaban. O por el hambre, o por la sed, o por todo… La famosa marcha de la muerte fue muy brava. Fueron 27 días de viaje entre tren, camiones, barcazas y caminata. Y cuando llegamos ya gran parte había desaparecido.
-¿Recuerda si entendía lo que estaba sucediendo?
-No entendíamos nada, no. Porque ellos te engañaban: te decían que te llevaban a trabajar y te llevaban al crematorio. Ese era el método de ellos, nunca decir la verdad.
-¿Cuándo se dio cuenta de lo que verdaderamente sucedía en los campos?
-Y… una vez que entramos a los campos. Ya adentro no podíamos salir más, y éramos prisioneros y trabajábamos permanentemente. Un trabajo muy duro, muy fuerte. Pero la suerte hizo que pudiera salvarme. Me ayudó mucho la suerte y yo mismo también.
-¿Cómo?
-Me escondía. Una vez íbamos en caravana todos y pasamos debajo de un túnel y corrí y me tiré debajo del túnel. Eso me ayudó a salvarme.
-¿Qué pasó con los otros que iban en la caravana?
-¿Qué pasó? Nadie sabe lo que pasó. Pero vivir no vivieron… Si ese día yo no me escondía no hubiera vivido. Había que rebuscársela siempre.
-¿De su familia lo separaron muy rápido?
-Enseguida. En cuanto llegamos al campo.
-¿No los volvió a ver?
-No. Pusieron hombres por un lado, mujeres por el otro, criaturas por otro lado. Usaban únicamente a los hombres que eran aptos para el trabajo. A los otros los iban eliminando.
-¿Cuándo supo el destino de sus padres?
-Se supo pronto porque ya se sabía que no iban a aguantar esa vida, sobre todo las mujeres mayores. Pero el tiempo ayudó a que algunos nos salváramos. Pero me quedé solo. Fui el único de mi familia que sobrevivió al campo. Ellos no alcanzaron a ir a la cámara de gas porque los llevaron antes. A la gente que no era “útil” se los llevaban, los ponían en fila y…
-¿Quedó con relación con gente del campo?
-No, porque éramos amigos pero después cada uno tomó su camino. Uno era de Polonia, otro de Rumania, otro de Rusia… Entonces no.
-Vi que tiene una marca en el brazo izquierdo. ¿Es de aquellos años?
-Cuando llegabas al campo, te sacaban el nombre y te ponían un número. El mío era B7328. El nombre ya no existe más, desaparece y queda el número. Si te llaman, te llaman por número. Y es bravo porque vos no entendías el alemán. Yo no hablaba alemán, pero poco a poco te vas adaptando al sistema.
-¿Se acuerda cómo se dice su número en alemán?
-Sí, porque necesitabas saberlo. “B sieben drei zwei acht”. Así.
-¿Qué relación tiene hoy con ese número? ¿Cuándo recuperó su nombre?
-No, mi nombre es mi nombre. Estos son papeles de entonces… Pero mi nombre es mi nombre. En el campo entre nosotros nos llamábamos por el nombre.
-¿Nunca pensó sacarse el número que tiene tatuado?
-No. ¿Para qué sacarlo? Es un recuerdo. No que no es feliz, pero es un recuerdo. La vida es así, uno no sabe sus idas y vueltas.
-¿Sus hijos le preguntaban por ese tatuaje?
-Sí, hablamos de lo que pasó. Hay que contar, seguir contando. Para que se sepan las cosas y las comprendan ellos también. Cuando una criatura pregunta por el tatuaje a veces es difícil explicarle qué significa esto, pero con el tiempo uno va creciendo.
El 27 de enero de 1945 era uno de los pocos que quedaba aún en el campo. “Lo habían evacuado, y yo me había puesto en una fila para salir, pero como no me sentía bien volví a la enfermería, done había estado las últimas semanas porque me había quemado los pies”, recuerda. Dice que esa herida lo salvó, lo hizo quedarse a esperar y esquivar, esta vez por azar, un peor destino. “A los pocos días entraron los rusos. Cuando vieron las montañas de muertos se pusieron a llorar, se descomponían. A pesar de estar en la guerra y ver muerte constantemente, no aguantaron ver ese espectáculo”, dice.
Por ese entonces David pesaba apenas 38 kilos y no entendía nada, se sentía aturdido y enfermo. En sus palabras, había perdido el sentido del amor, la vida o la supervivencia. “Ya no importaba quien moría porque íbamos todos por el mismo camino”.
La liberación no fue inmediata. Primero lo llevaron a un hospital dentro del mismo campo ocupado finalmente por los rusos. Estuvo dos meses recuperándose. Cuando lo hizo, lo enlistaron en el ejército. “Nos dieron uniformes, armas, y al frente”, cuenta.
Pero ya en el epílogo de la guerra logró escaparse y empezó a deambular por Europa en busca de su país.
Cuando logró alcanzar Grecia, se enteró de que uno de sus hermanos -Moshé- había sobrevivido y estaba en Italia. Junto a él, decidieron irse a la Argentina.
“Nos fuimos de contrabando en un barco que viajó durante 50 días. No estaba permitido para los judíos, pero nos escondimos y vinimos”, cuenta. Unos años después la policía lo interrogó sobre su llegada y lo confinó a 15 días de prisión en la cárcel de Devoto. “Para mí era el paraíso, un hotel 5 estrellas”, dice de aquellos pocos días de encierro.
-Se cumple 75 años de ese día de la liberación ¿Recuerda cómo fue?
-Fue un día bastante glorioso. Y después seguimos trabajando. Nos ayudó mucho el trabajo que hacíamos. Estábamos en el campo y los alemanes se escapaban, y los rusos ocupaban los lugares. Entonces nos liberó el ejército ruso.
-¿Inmediatamente los empezaron a tratar mejor?
-Más o menos. Nos trataban igual. Los ejércitos tratan todos igual. Pero por el solo hecho de estar libres ya era un gran triunfo. La libertad es lo más valioso para uno. Es lo más valioso. Uno es capaz de hacer cualquier cosa estando libre.
-Si le pregunto qué aprendió de todo esto, o qué querría comunicar a los más jóvenes a través de su historia…
-Que hay que buscar la manera de crear un mundo mejor, con todo lo que pasa, buscar la manera de crear un mundo mejor. Esa es la base. Algún día lo tendremos. Algún día vamos a tener un mundo mejor.
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