La odisea de una madre: su hijo desapareció en Perú y viaja para recorrer su mismo camino y encontrarlo

Francisco Ciarlantini es mochilero desde hace seis años, y a partir el 23 de diciembre del año pasado su familia no tiene noticias suyas. Aquí, antes de volar a Lima a buscarlo, Fabiana Benestante habla de cómo perdió contacto, de la vuelta fallida y de la frase que le dijo la última vez que se vieron y lo notó flaco y triste: “Me iba a dejar morir” . El caso que conmueve a la ciudad de Pigüé.

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Francisco cumplirá 25 años el
Francisco cumplirá 25 años el 2 de febrero.

“Quedate tranquila mamá. Estoy bien. Voy a pasar Año Nuevo con ustedes en Pigüé”, fue lo último que le dijo Francisco Ciarlantini a su madre, Fabiana. Fue el 23 de diciembre del año pasado y por teléfono. Desde entonces nadie sabe nada más de él. “El lunes a la noche voy a aterrizar en Lima para buscarlo. Viajo con Agustín, mi hijo mayor. Esta vez me lo traigo de vuelta”, asegura Fabiana Benestante horas antes de volar, mientras termina de coordinar su viaje a Perú.

Francisco cumplirá 25 años el 2 de febrero. En Pigüe, una ciudad al sudoeste de la provincia de Buenos Aires, lo esperarán sus dos hermanas menores y su padre, Marcelo, que tiene una empresa de trasportes. “Siempre fue un divino. Todo el mundo lo quiere. De chiquito decía que cuando fuera grande quería ser viajero. Con el padre nos reíamos. Nunca imaginamos esto”, rememora su mamá.

Cuenta que a los 19 años Francisco empezó su vida como mochilero. Vendió la moto y dejó un muy buen trabajo para viajar. “Nos costó aceptar que ser fuera. También nos dolió que dejara colgadas materias del secundario. Imaginate. Yo soy docente”, agrega Fabiana.

Cuando se perdió por primera
Cuando se perdió por primera vez a Francisco lo encontraron sus amigos mochileros.

Mar del Plata fue su primer destino, durante ocho meses. Brasil, el próximo. Después, Misiones. Y más tarde, Salta. Siempre con idas y vueltas a Pigüé. “A mediados del 2017, Fran vino para el entierro de mi mamá. Se quedó una semana. No volvió nunca más. Se fue a Bolivia y después a Perú”, cuenta.

“Los mochileros viven con la plata justa para la comida y el hostel. Andan sin celular. ¡No sé porqué! Mi hijo al principio tenía uno. Pero una vez le robaron todo. Hasta los documentos. Moví cielo y tierra para tramitárselo. Tardó tres meses en tenerlo de vuelta”, apunta, y detalla que cuando Francisco llegó a Ecuador estaba junto a cuatro compañeros de ruta: Alan, Lautaro, Kevin y Santiago. Dos de ellos, de Santa Fe.

La alarma sonó a fines del 2018. “Ma, voy a empezar a bajar porque estoy triste. Lo de la abuela me puso mal. Necesito estar con ustedes”, le dijo Francisco y se lanzó solo a desandar Latinoamérica hacia el sur. Cuando Fabiana le pidió coordenadas para mandarle plata para un pasaje en avión, él no le contestó.

En un mensaje le dijo
En un mensaje le dijo a su mamá que quería volver a Pigüé "porque estaba muy triste". Su familia sospecha que sufre de depresión y necesita ayuda.

“Empecé a vivir con el corazón en la boca. Durante todo el año pasado me escribía al menos una vez por semana. La comunicación era por el messenger de Facebook, desde algún locutorio. Pero le pedía fotos y no me mandaba. Hasta que, con mis hijas, lo vi etiquetado en la de un amigo: estaba muy flaco. Nos preocupamos mucho”, cuenta.

Las cosas no mejoraron. En agosto del año pasado Francisco empezó a sonar distante. Las comunicaciones eran espaciadas y el tono, triste. “Después supe que en octubre, en Tarapoto, Perú, le robaron todo una vez más. Vivía como un pordiosero. La policía lo sacó de una plaza donde estaba durmiendo. Pero todo eso lo supe después”, cuenta Fabiana y agrega que, a esa altura, ella ya estaba enojada. Que le mandó 10.000 pesos para que bajara más rápido. Y que en una de esas comunicaciones él le dijo que llegaría para Las Fiestas. Pero pasó un mes y no tuvo ni noticias.

“Hasta que recibí un mensaje de Alan y se me paralizó el corazón. Me dijo que él también estaba asustado porque se habían enterado que Fran estaba perdido. Que Kevin lo iba a ir a buscar. Alguien (porque los mochileros se conocen todos) le había dicho que estaba en Barranco, que es un pueblito cerca de Lima. Que ya no tenía sus elementos para hacer malabares. Que estaba limpiando vidrios. ¡Ni el documento conservaba!”, cuenta Fabiana y agrega que entonces hizo la denuncia policial en Pigüé, para poder pedir ayuda internacional.

LA VUELTA QUE NO FUE

Su mamá viajó a buscarlo
Su mamá viajó a buscarlo por primera vez en diciembre del año pasado.

Unos días después, a principios de diciembre, Kevin encontró a Francisco. “Me avisó por mensaje y me dijo que estaba muy triste… Que le parecía bien que yo lo fuera a buscar. Saqué un pasaje de ida y dos de vuelta”, relata Fabiana, que el sábado 7 de diciembre voló a Lima por primera vez. “Me encomendé a Dios. El único dato que tenía era la calle Bajada de Baño con una numeración. Kevin no me escribía para no tener que ir al locutorio y dejarlo solo”, agrega.

Cuando llegó a Lima, Santiago la buscó por el aeropuerto para llevarla al hostel. “Entré y me dijeron que mi hijo estaba durmiendo. Me aclararon que no era el Fran que se había ido de casa. Que estaba flaco y sin bañar. Me contaron que la noche anterior le dijeron que yo iba a ir y que él apenas sonrió pensando que era un chiste”, relata Fabiana y se le eriza la piel.

Entonces cuenta cómo fue volver a ver a su hijo después de más de dos años. “Apareció caminando. Estaba flaco, sucio y con la ropa mal, pero estaba... Nos abrazamos y lloramos. Se sentó al lado mío. Bien pegado. Casi no hablaba. Dijo que tenia ganas de tomar mate cuando me vio con la matera. Se rió cuando le di la campera del Club Sarmiento porque hacía calor. No sacamos selfies para mandar a la familia”, cuenta Fabiana.

Esa noche fueron a comer en grupo y ellos dos se alojaron en un hostel mejor que el de los chicos. Sin que su mamá le dijera nada, Francisco se bañó. Además, de paseo por Barranco, le compró una piedrita. Todo en silencio.

Fabiana estuvo con su hijo
Fabiana estuvo con su hijo en Barranco, Perú, pero no pudo traerlo de vuelta.

Al día siguiente le anunció que quería cortarse el pelo y afeitarse, pero que quería ir solo. “‘La puta madre’, pensé. Se me va. Pero lo dejé ir. Trataba de mostrarme tranquila”, agrega. Su hijo apareció después de una hora. “Era mi Fran. Sin barba y con el corte de siempre. Hicimos una videollamada con mi marido, pero Marcelo se largó a llorar y tuvimos que cortar”, cuenta Fabiana.

Entonces madre e hijo hablaron del tema: la vuelta a Argentina. Francisco le dijo que iba a volver pero que no se iba a quedar. Su mamá le aseguró que lo entendía, pero que no podía seguir viajando de la misma manera. Y le preguntó cómo había llegado “a esto”. Su hijo fue muy claro: “La tristeza. Me fui perdiendo”. Le contó además que no toda la gente era buena como sus amigos. Que se sentía culpable. Y cuando su mamá le preguntó cómo pensaba seguir, también fue claro: ‘Me iba a dejar morir’. Fabiana le recordó que en su casa lo esperaba una familia dispuesta a llenarlo de amor.

Al día siguiente hicieron los trámites, prepararon los documentos y efectuaron los pagos para que Francisco viajara. Al salir de la embajada, se abrazaron y celebraron. Volaban el sábado, así que tuvieron unos días para pasear. Fran engordó. “Compramos un celular. Lo guardó en el bolso. Debe haber quedado en la bodega del avión”, lamenta Fabiana para anticipar el peor de sus lamentos.

El sábado 14 de diciembre llegaron al aeropuerto de Lima para volar a Buenos Aires. “Hicimos el check in, pero en migraciones ‘me lo retienen’. Me dicen que Fran no puede volar porque está pasado de días. Que tengo que pagar una multa de 800 dólares. Me quedaban sólo 300. No entendía nada y me desesperé”, cuenta Fabiana. “Fran me miró a los ojos y me dijo que me subiera al avión. Que él se volvía en colectivo. Estuvimos un rato ‘que si’, ‘que no’. Y me subí al avión… No lo tendría que haber hecho”, asegura con angustia.

Una de las imágenes de
Una de las imágenes de los volantes que usa Fabiana para buscar a su hijo.

Como habían pautado, el 17 Fabiana habló con su hijo y le mandó plata. Volvió a hacerlo el 23, sin imaginar que sería la última vez. “Me dijo que estaba en Perú y que al día siguiente cruzaba a Bolivia. Que estaba bien, que nos quería mucho y que el 31 estaría en Pigüé para terminar el año con nosotros. Pero nunca más, nada más”, llora Fabiana.

Entonces publicó la búsqueda de su hijo en Facebook, habló con los consulados de los dos países y la policía lo buscó en comisarias y hospitales. La apoya mucha gente, como el intendente de Pigüé, Gustavo Notararigo, y la diputada Marisol Merquel. Además, Santiago y Kevin llegaron a Lima para rastrillar la zona cuando Fabiana llegue con Agustín. Todo mientras ella asegura: “Voy a repartir volantes. Porque mi hijo está perdido, pero lo voy a encontrar. Y no es por problemas de drogas… Es que tiene una profunda tristeza. Necesita ayuda. Perdió el rumbo pero sabe que lo voy a encontrar. Soy la madre”.

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