Los lienzos confunden a los desprevenidos. Sobre la Avenida Divisadero, a la altura de Urraca, entre el ingreso a Cariló y los árboles que encierran al centro comercial, Gustavo Rovira pinta. Sus lienzos, con los pajaritos como testigos, ubicados como una continuidad del paisaje, lejos de percibirse como una distracción generan asombro entre los pocos que caminan por la calle de tierra y los cientos que transitan a bordo de sus vehículos por una de las esquinas más emblemáticas del bosque encantado.
El artista, oriundo del barrio porteño de Villa Devoto, lleva 20 años -entre idas y venidas- enamorado de Cariló. Hace cuatro veranos que lo visita sin peros. Con sus telas, las paletas de madera, el atril, los pinceles y una inspiración que se repite: la avenida por las que tantos pasan y él contempla de una manera especial.
“El año pasado fueron los 100 años de Cariló y pinté varias obras en su homenaje. Trabajo en muchos lugares y vivo en Málaga durante una buena parte del año. Acá vengo desde hace cuatro temporadas a pintar el escenario más lindo. Y los vendo acá, o los llevo a las galerías en Buenos Aires y me los compran”, contó el hombre de 58 años.
Padre de Abril (21), Macarena (19) y Amir (6), recordó que a los 7 años comenzó su camino en el arte y que a los 24 dio el gran paso de su vida, cuando viajó a Los Ángeles, sitio en el que se perfeccionó en el uso de técnicas de acuarela. A partir del año 1995 realizó en Buenos Aires diversos talleres con pintores de la talla de Marcos Borio, Gabriel Allerbon y Jose Marchi.
“Toda mi vida estuvo dedicada al arte y mi vida transcurre entre Buenos Aires y Málaga. Me voy el 7 de abril para allá a trabajar durante 6 meses. Pero acá en Cariló todo es diferente. Vengo a las 8 de la mañana y me voy a las 8 de la noche. Estoy 12 horas pintando, que es lo que amo. ¿Si me aburro? ¡Cómo me voy a aburrir si estoy retratando este bosque precioso!”, aseguró.
Sus cuadros representan su fantasía tangible: la avenida en la que pasa sus días, bajo la sombra de algunas hojas de árbol, mientras sus hijas le acercan el almuerzo para que pueda tomar un descanso y continuar con el trabajo. “Este cuadro tiene 48 horas y me va a llevar una semana más terminarlo. Le falta bastante, el follaje, las luces, el camino. El año pasado vendí uno similar en USD 12 mil. Pero no lo vendo acá, lo venden en las galerías para las que trabajo. Este año calculo que saldrá entre USD 6 mil y USD 8 mil”, continuó.
Y agregó: “Me puede pasar que pare un auto y me quiera comprar uno, pero no es que baja acá con USD 10 mil. Eso si: a la tarde se arman colas porque la gente baja, me consultan, me sacan fotos a mí y a los cuadros. Y me gusta hablar con todos".
Rovira elige tal esquina por una razón: “Es la más ancha de Cariló. Es la esquina más bella, tiene mucho oxígeno. Y yo acá estoy sólo durante el día. Paro a comer un ratito y sigo... Y todos me conocen porque soy respetuoso, ecologista, trabajo con el medio ambiente y poseo la humildad suficiente para hablar con cualquiera".
“No hago cuadros por encargo. Si quieren una calle de Cariló la tengo que ver. Pero no tiene alma lo que me suelen pedir... Cuando tengo que hacer algo por encargo no siento ‘el alma’ de ello. Ahora, si me gusta, no hay ningún problema. Por ejemplo, si una familia me pide un retrato le digo que no. Es difícil, hay que estar parado mucho tiempo, yo no soy un artista social”, reveló.
Sus trabajos se exhiben durante el año en Espacio Arroyo Galería de Arte (Retiro), en el apart hotel Ville Saint Germain de Cariló y en Moscatelli Art. “Por ahí no vendo ninguno acá y en abril me llama uno que me dice que lo vio y que lo quiere”, explicó Rovira, quien en 2019 fue nombrado el pintor de los 100 años de Cariló.
“Tengo una vida cristalina, bella y honesta, con las puertas abiertas porque es lo único que vale. Siempre dije que el día que no esté más quiero que mi velatorio dure una semana. Con amigos, música, rica bebida... Porque al final de todo mi di cuenta que lo único que vale es que mis hijos me amen. Y trabajo pensando en lo mínimo: me da lo mismo tener un BMW o tomarme un colectivo. La vida es otra cosa. Compartir con amigos el arte con quienes tienen menos recursos para poder ayudarlos”, completó.
Fotos: Diego Medina
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