“Trump es un chirolita”, dijo Diego Maradona, en enero de 2018, cuando le pidieron una opinión del presidente de los Estados Unidos. No podía ser un elogio. “No puede gobernar ni una calesita, ni un circo”, agregó y ayudó al entendimiento de los medios internacionales que levantaron la noticia.
Vincularon al neologismo, hijo del lunfardo y de la cultura porteña, con la idea de “títere”, una persona sin autenticidad, vulnerada, forzado a repetir las palabras de otro. La definición de Maradona obligó, en la cobertura periodística de los diarios del mundo, la reseña del primer Chirolita.
Hablaron de Ricardo Gamero de su personaje y de su creación, de su alter ego. Decían valoraciones generales: que Mr. Chasman y Chirolita había sido una dupla muy popular en las décadas del 70 y 80 en Argentina. Una descripción cierta e indolente.
Mr. Chasman y Chirolita, acreditan los nostálgicos, fue una de las expresiones más perfectas y armónicas de un ventrílocuo y un muñeco. Un artista de la escena que mezclaba dos personalidades en una misma voz: la posición de un señor culto y serio con la desinhibición de un niño travieso y extrovertido. Había códigos. Los diálogos tenían conflictos, reniegos, lecciones. No se reproducían insultos, golpes, no había discordia de política, religión o fútbol.
Era un dúo de humor sin estridencias. Los chistes eran recursos para visibilizar un talento. “Chirolita podía recitar el abecedario y vos te quedabas deslumbrado mirándolo”, dijo Alejandro Maly, autor del documental ¿Dónde estás, Negro? que relata la aventura de hallar los “restos” del muñeco y el universo, bizarro y tierno, de la ventriloquía. Maly habla de algo magnético, adherido también a los recuerdos de su infancia, un sentimiento que lo incentivó a dirigir un producto homenaje.
Chasman murió con Gamero de un paro cardiorrespiratorio a los 61 años el 20 de mayo de 1999. Su cuerpo descansa en el cementerio de la Chacarita.
Su obra, de papel de diario, harina, agua, madera y pelos artificiales rubios, pudo haber sido enterrado con él o disgregada, la cabeza por un lado y el cuerpo por otro, para confundir a los profanadores. La leyenda también lo multiplicó: hay quienes dicen que hay varios Chirolitas en el éter.
El mito pierde con la realidad. Ni bajo tierra ni fragmentado ni repetido: Chirolita, todo y original, espera su devenir apretado en la bóveda de un banco. Al menos, ésa es la versión oficial.
“Lo primero que pude saber es que la familia lo tenía en la bóveda de un banco -relató Maly, el director del documental-. Obviamente me comuniqué con ellos porque quería filmarlo a Chirolita, pero no quisieron ser parte del proyecto. Para el fin de mi película y por lo que quería contar podía prescindir de las cuestiones familiares. Entendí que no iba a ser posible. En el film hay también diferentes versiones de personajes como Silvio Soldán o Santiago Bal o de distintos ventrílocuos que creen que a Chirolita lo enterraron con Chasman o que hay más de uno. A fin de cuentas, a mí me interesaba retratar más lo enigmático. Ya solo la idea de imaginar que un muñeco que ha estado brillando en los escenarios y en la televisión ahora esté en la caja de un banco a oscuras y que cada tanto sacan para airearlo y peinarlo me parecía suficiente”.
Antes de morir, Chasman registró el nombre y la imagen del muñeco para cedérselo a su familia. Noemí Farías, viuda de Ricardo Gamero, le confesó al periodista Emilio Fernández Cicco el paradero de Chirolita: “Está perfectamente vestido. Yo no lo pienso tocar. Lo saco a tomar aire una vez al mes. Tiene la cara gastada, el pelito desacomodado. Así es cómo está y cómo va a quedar”.
La crónica El silencio de un muñeco se publicó en 2007 en la revista Gatopardo y es la última declaración periodística de los herederos del muñeco más famoso de la escena argentina.
René Gamero, hijo de Noemí y Chasman, reprodujo la consigna de su padre en ese fabuloso artículo. “El día que me muera acuérdense que adentro de la valija hay una herramienta de trabajo. Gracias a él comimos durante cuarenta años”.
A Chirolita nunca se lo vio solo sin su creador. El deseo periodístico y el de los fanáticos de volver a apreciar al muñeco quedó restringido por la familia. Todos los ruegos apelan a la buena voluntad, a la gratuidad del gesto, sin rédito económico para los dueños sucesores.
“Yo no tengo la habilidad para manejarlo y tampoco quiero que digan que robo de la carrera de mi papá. Mi viejo cantaba ‘Granada’ al unísono con Chirola y no lo podías creer. Pero bueno, si tu papá es remisero, te deja el auto. A nosotros nos dejó el muñeco. Hay todo un mito de que vamos a rematar a Chirola. Es mentira. Aún no sabemos cuál será su último hogar”, narró René hace trece años.
Su hogar sigue siendo un banco. Cuando sale de la bóveda a desperezarse, lo hace con custodia.
En sus años dorados, tenía póliza de seguro. Cuando viajaba -Chasman paseó su éxito por México, Chile, Perú, Paraguay, Bolivia, Uruguay, Ecuador y España- no despachaba la valija. La llevaba consigo, unida a una tarjetita con sus datos personales en caso de extravío.
Dos veces se robaron al muñeco en dos restaurantes distintos de Buenos Aires, a principios de la década del 70. Un grupo comando que secuestró a Chirolita y pautó las condiciones del rescate por teléfono. “'Queremos el dinero en una valija envuelta en nylon, arrójela en la Fuente de los Españoles'. ‘¿Y Chirola?’. ‘Lo encontrará en la fuente’. ‘Por favor, señor, cuídelo y que no le entre agua. Yo trabajo de esto’. Chasman llenó la valija con papel de diario y cubrió la superficie con billetes auténticos. Condujo hasta la fuente sin dar aviso a la policía, arrojó la valija al agua, tomó a Chirola y partió sin mirar atrás”, reseñó Cicco.
El otro robo, un vagabundo que se arrepintió y que así recrea la crónica: “'Chasman perdón, me equivoqué. Tengo a Chirolita'. Gamero lo encontró en la calle y lo quiso recompensar con dinero. El hombre sacudió la cabeza y por poco se larga a llorar. ‘No, Chasman, haber tenido a Chirolita conmigo es más que una recompensa. Yo estoy en deuda eterna con usted’”.
En el documental de Maly, Silvio Soldán narró un tercer episodio o la verdad revelada de uno de estos dos casos: “Ha llegado a tenerle fastidio al muñeco. Tal es así que se hizo un autorrobo. Le habían robado la valija con Chirolita. Y no era cierto, era para que la gente se ocupara más de él y menos del muñeco”.
Chasman nació como Ricardo Gamero en Zárate el 25 de mayo de 1938. Hijo de José, un linopetista del diario Crítica, rápidamente incursionó en la desobediencia. Su infancia es una fantasía. La coincidencia de quienes desmenuzan su historia reside en un punto del Parque Retiro, donde mamó el arte del engaño: la magia y la ventriloquía.
La mitología del dúo dice que había un ventrílocuo que murió y que el dueño del stand le encomendó la tarea de aprender el oficio de hacer hablar a un muñeco con la boca cerrada. Hay versiones encontradas: el mismo Gamero decía que lo había creado él con sus propias manos. O que primero fue un mono, o que en verdad era una tarea del colegio. Las leyendas no se cuestionan. “Chasman, que no era ventrílocuo, se fue encariñando con el arte. La primera vez que lo agarró sintió algo, una sensación muy especial, se lo quedó y ahí empezó su carrera. Nunca más se pudo despegar de él”, certificó Maly.
Nacían Mister Chasman, un nombre inventado que connotaba distinción, y Chirolita, la monedita del lunfardo argentino, un metal de poco valor, un homenaje a lo que le pagaban por sus primeros shows en la calle.
Se convirtieron en estrellas del varieté. Sábados circulares, Domingos para la juventud, Grandes valores del tango y el mismo El mundo de Chirolita, emitido en Canal Once durante 1974. Se subió a todos los escenarios, recurrió todos los programas de televisión, de radio, los teatros de revistas, grabó dos discos, participó de la remake de Los chicos crecen, dirigida por Enrique Carreras en 1976. Chasman cenaba con Alberto Olmedo y Javier Portales, trababa amistad con Silvio Soldán y Santiago Bal, jugaba al billar con Daniel Ravinobich, de Les Luthiers. La comedia era su hábitat.
Su éxito se medía en décadas. Los 70 y los 80 fueron de esplendor. Los 90 lo destronó. El humor había cambiado. Lentamente lo fueron desplazando: los productores de espectáculos y su deteriorada salud.
Miguel Ángel Lembo, presidente del Círculo Ventrílocuos Argentinos (CIVEAR), lo conoció por aquellos años de gloria en los pasillos de un canal de televisión en la entrega de los premios Radio Nacional. Quedó obnubilado por su destreza. Chasman era un artista dedicado. Estuvo 18 meses para aprender a encender su cigarrillo con una caja de fósforo mientras charlaba con Chirolita. La ventriloquía es también eso: el arte de disponer de una mano. En cada encuentro del CIVEAR -el próximo será el primer lunes de marzo a las 19 horas en el Teatro Contemporáneo- solo se cena empanadas: es lo único que se puede comer con una mano.
“La técnica del ventrílocuo la podés aprender. Es lo que hace cualquier actor. Pero llegar al nivel de Chasman es prácticamente imposible. Cómo hablaba con él mientras fumaba es una técnica que requiere una combinación de respiración y movimiento muy compleja. Él no llamaba muñeco a Chirolita. Lo llamaba hijo. Y lo trataba de usted”, describió.
Fundaron una amistad que superó lo profesional. Lembo, por entonces policía, comenzó ventriloquía. “Empecé a ir a su casa y el tipo se maravillaba con lo que hacía yo. Era como una bendición para mí. Me habló técnicamente de lo que hacía en cuanto mantener la cadencia o el diálogo. Era un maestro”.
La veneración común del público es repartida hacia Chasman y Chirolita. La de Lembo es singular. “Para mí Chirolita no existe más -sentenció-. No busquen ninguna leyenda, mito o fantasía. Fue un muñeco al que le dio vida un buen actor con su declamación, nada más. Murió el actor y listo, el muñeco vuelve al escaparate. Cuando muere el ventrílocuo, muere el muñeco, solo queda su recuerdo y se guarda en el corazón, no en una caja de seguridad de un banco”.
Lembo, autor de Ventriloquía y humorismo, un manual de 160 páginas donde aborda el arte de darle vida a un muñeco, es profesor: dicta cursos virtuales a artistas extranjeros y presenciales a entusiastas locales. “Y justamente enseño eso: no se veneran muñecos, sino a quien con su habilidad le da vida”.
Fundó el segundo círculo de ventrílocuos más antiguo del mundo para honrar la trayectoria de Chasman. Era una sorpresa para su amigo. Pero su muerte los sorprendió antes. Desde entonces, su relación con la familia Gamero es nula. Al principio, intentó consensuar. “Estuve hablando con René más de una hora por teléfono. ‘¿Y Chirolita?’, le pregunté. ‘Está en la bóveda de un banco’, me dijo. Me llamó la atención. ‘Lo sacamos únicamente para hacerle un trabajo y con custodia’. ‘¡Qué boludo!’, pensé por dentro. Yo no venero a ningún muñeco, salvo al mío y porque soy yo”.
“Ahora me ignoran olímpicamente. No quieren saber nada con nadie y yo no voy a luchar contra un muro. No pude darle el nombre de Ricardo Gamero ni de Chasman al CIVEAR, ni poner una foto de mi amigo porque tengo miedo de que me metan un juicio. Creo que el muñeco ya debe estar hecho pelota”, lamentó.
En un momento, había pensado en que lo mejor para el muñeco era exhibirlo detrás de los cristales en un museo. Después se retractó. “Es una cuestión muy latina esa de tener algo a donde ir a llorar. Generalmente nuestros muñecos se queman cuando morimos, conservarlos sería como guardar una momia. Es triste y no sirve para nada”.
Miguel Ángel Lembo reconoce que la ventriloquía es una disciplina extraña. Como patentó el escritor Daniel Riera, autor del libro Ventrílocuos: “Gente grande que juega con muñecos”.
El presidente del círculo identificó el origen de esa rara pulsión en cada semáforo cuando comenzó a hablar consigo mismo. “En el intento de evitar la chifladura, imaginé que me comunicaba con un muñeco y le decía que ya nos íbamos a conocer. Hicimos un pacto en el que decidimos que nos íbamos a aceptar el uno al otro tal como fuéramos. Cuando al final abrí la caja y me miró, y me dijo ‘ya sé, no te gusto, pero vos tampoco sos Alain Delon’. Ahí surgió Pascualito”.
Pascualito come en la mesa durante las reuniones familiares y es hermano de sus hijos. “Muchos artistas se acostumbraron a pegarle al muñeco en sus actos. El muñeco sos vos, al muñeco no se le pega, no se presta, no lo toca nadie más que vos. Te aferrás a él, es algo que la vida no te dio y que te hace feliz”, dijo Lembo.
La misma sensación se refleja en la anécdota preferida de Alejandro Maly: “La contó Marcelo Bonetti, una especie de discípulo de Chasman. Dijo que una vez Chasman le prestó el muñeco y que cuando lo vio se emocionó hasta las lágrimas. Nunca lo había podido ver de lejos hablando porque, obviamente, siempre lo tenía encima”. Es el mismo sentimiento de admiración y orgullo de un padre viendo brillar a su hijo.
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