Sucede en un chat de amigas, la más joven, 33, la mayor, 45. El tema es que una de ellas y su marido, casados hace casi una década, decidieron “abrir la relación”, es decir, poner fin a la exclusividad sexual y habilitar la posibilidad de tener relaciones sexuales con otros y otras.
Todas intentan colaborar con sus dudas, no sobre si “está bien” o “está mal” sino sobre el cómo: “¿Contar o no contar detalles cuando se vuelve a casa?”, “¿el límite es siempre volver a dormir a casa?”, “¿tiene sentido poner límites si la idea es terminar con los límites de la monogamia?”. Durante ese debate una menciona la palabra “infidelidad” y otra piensa en lo que repiten los críticos del llamado poliamor: “Infidelidad blanqueada”, “cornudos conscientes”. Todas siguen en el debate pero una frena en seco:
“Basta de decir infidelidad, dejemos de usar esa palabra que no sirve para nada”. Varias -cada una en un punto bien distinto del mapa- nos hicimos una pregunta antes de decirle que estábamos de acuerdo con su observación: consensuar tener sexo con otras personas, ¿anula la lealtad (esa es la definición de “fidelidad” según la RAE) hacia la pareja? ¿y si no se acordó? ¿siempre que se busca placer sexual afuera se le pone una bomba al amor y a la lealtad adentro?
Durante ese debate una menciona la palabra “infidelidad” y otra piensa en lo que repiten los críticos del llamado poliamor: “Infidelidad blanqueada”, “cornudos conscientes”. Todas siguen pero una frena en seco: “Basta de decir infidelidad”.
El tema siguió, y no solo “el tema picante”, sino el otro, el de poner la lupa sobre algunas palabras y frases que usamos. “Consolador” dijo una. “Se hizo señorita”, escribió otra. “Me la re baja”, anotó otra, sobre una forma que incorporamos algunas mujeres para contar que algo no nos excita nada. “La puta que te parió”, pensó otra, y enumeró mentalmente todos los insultos que tienen la marca de las mujeres de la familia: la concha de tu abuela, de tu tía, de tu hermana.
La carga de las palabras
Sandra Chaher -comunicadora feminista, consultora en comunicación y géneros y directora de Comunicar igualdad- ve dos líneas: por un lado, palabras o expresiones que son explícitamente sexistas; por otro, frases o palabras cuya interpretación social y política las vuelve sexistas. En las más evidentes pone, por ejemplo, a “se hizo señorita” y “perdió la virginidad”.
“¿Qué quiere decir que ‘se hizo señorita’? El hecho concreto es que empezó a menstruar pero la interpretación social es que, a partir de ese momento, puede ser madre. Dejaría de ser ‘nena’ para ser ‘señorita’, no ‘señora’ porque no está casada. Ahí hay una interpretación sexista bien específica trasladada al lenguaje”, explica Chaher. Un buen ejercicio para notar la diferencia puede ser pensarlo al revés: a ningún hombre se le pregunta si es “señor o señorito”.
La mayor del chat de amigas coincide con lo de la carga que tiene la frase y cuenta que, cuando “le vino” por primera vez, primero la felicitaron y luego su mamá la apartó de la familia y le advirtió: “Ahora los hombres te van a querer embarazar”.
Esto de “ser virgen” -cree Chaher- va por el mismo carril. “¿Por qué la imagen femenina más poderosa del cristianismo no tiene que tener sexo? Podría perfectamente tener sexo y además ser una imagen femenina poderosa”. A la idea de virginidad hay que sumarle otra palabra: “perder”.
Hay distintas miradas sobre el sentido de algunas expresiones o palabras. Chaher hace referencia a la palabra “consolador”. “En el caso de estas palabras sobre las que estamos reflexionando, hay una interpretación sexista por parte de la sociedad que tiene que ver, justamente, con que la utilización que hacemos del lenguaje es patriarcal. Pensemos en los juguetes sexuales. ¿Por qué se les dice ‘consoladores’? ¿Y por qué cuando se usa esta palabra se piensa en juguetes con forma de pene? Porque la idea sexista que hay detrás, la violencia simbólica que se ejerce a través de este término, es que las mujeres necesitamos ser sexualmente ‘consoladas’".
Dice, luego, que "no se habla del goce de las mujeres (es un tema tabú, sino recordemos la tapa de la revista Noticias ‘El goce de Cristina’) sino de consolarnos de algún malestar, como el estereotipo de la mujer ‘ninfómana’. Cuando se piensa en juguetes sexuales para varones, que hay muchísimos, no se habla de ‘consoladores’”.
Otra palabra que no tiene sexo es “infidelidad”, sin embargo, “hay valores positivos y negativos asociados a las palabras y el valor asociado a la palabra infidelidad es muy peyorativo, sobre todo si quien carga con la palabra infiel es una mujer. Mi pregunta es por qué ser fiel está asociado a la fidelidad sexual. Bueno, que las mujeres tuviéramos que ser fieles sexualmente a los varones es una característica del patriarcado”, responde Chaher.
Karina Felitti -doctora en Historia, investigadora del CONICET y autora del libro “La revolución de la píldora, sexualidad y política en la Argentina de los sesenta”- cree que “hay una policía feminista o de género con respecto a lo que se puede o no decir. Nadie está exento de usar expresiones que claramente puedan ser consideradas sexistas pero también hay reapropiaciones del lenguaje y palabras que fueron pensadas como insultos hoy son reapropiadas por movimientos sociales que las reivindican, como puede ser las palabras ‘puto’, ‘puta’ o ‘trava’”.
En esta línea y con respecto al uso de la palabra “consolador”, Felitti dice a Infobae: “Me parece que hay una lectura de que lo políticamente correcto es decir que no tiene que llamarse más así sino ‘dildo’ o ‘ juguete sexual’, pero cuando escuchás comentarios humorísticos, incluso por parte de feministas, hay una idea del juguete sexual como un consolador ante la imposibilidad de tener una pareja cis heterosexual satisfactoria. En el relato aparece como un consuelo, no necesariamente de forma explícita pero se está jugando con eso. Es decir, antes de llamar a un ex usar un juguete sexual, por lo que sí hay una idea compensatoria”.
Hay quienes ponen la lupa sobre la frase “estoy indispuesta” -”¿no dispuesta para qué, si no estoy enferma?”- y reivindican la frase “estoy menstruando”. “Pero hay otra lectura -contrasta Felitti-, que dice que ‘estar indispuesta’ es también reconocer que en ese momento de sangrado no se está dispuesta a algo, ya sea a tener un ritmo o una jornada laboral intensa, si hay posibilidades de descansar, hacerlo, o no salir si no tenés ganas. No necesariamente la contracara de entender la menstruación como un momento de enfermedad debería ser entenderla como un momento de híper productividad capitalista”.
Laura Velasco, educadora feminista, legisladora y especialista en Educación Sexual Integral (ESI), opina: “Cuando empezamos a transitar una mirada feminista hay cosas que nos empiezan a hacer ruido y sucede porque estamos desnaturalizando. Empezamos a ver en cuántos lugares no estamos y cuál es el lugar que tenemos las mujeres y las disidencias en esta sociedad, donde no solamente recibimos violencia física sino que también vivimos violencia simbólica, y eso pasa cotidianamente en el uso del lenguaje”.
Y menciona, entre otros ejemplos, los insultos: “Todos los insultos que usamos aluden a las mujeres, salvo ‘boludo’, qué se usa también en femenino aunque las mujeres no tengamos bolas. ‘Putear’ como sinónimo de insultar ya se refiere a las mujeres, porque lo asocia a las prostitutas o putas”, arranca.
Hijo de puta, la concha de tu madre, la puta que te parió. “Todos los que usamos cotidianamente aluden negativamente a las mujeres. Y esto tiene que ver con una denigración histórica, donde la mujer era o santa o prostituta, que nos asignó ese lugar y que venimos reproduciendo en este uso cultural", agrega Velasco. “Con el lenguaje no sólo decimos sino pensamos, imaginamos, construimos mundo. Cuando un pibe le dice a otro ‘marica’ le dice débil o cobarde porque lo asimila a un gay o a una mujer. Nos insulta también a nosotras”. Lo mismo si le dice que “es una nenita”.
Chaher coincide en que muchos insultos “están feminizados”. Y cuenta que ella decidió cambiar la forma en la que “puteaba” al aire cuando necesitaba descargar luego de reflexionar sobre otras expresiones que también las mujeres usamos: “Me chupa un huevo”, “tengo los huevos al plato”, “tengo los huevos rotos”.
“Tengo los ovarios al plato”, así lo dice desde que se dio cuenta de que “la frase ‘tengo los huevos al plato’ no me expresaba”. En esta línea hay otras que también usamos para decir que algo nos entusiasma o no: “Me la baja”, “me la re sube”, “qué bajagarcha”, “no me toquen los huevos”, “no me rompan las pelotas”.
Velasco destaca que los más jóvenes están teniendo una mirada crítica sobre el uso del lenguaje -el debate sobre el lenguaje inclusivo es una muestra de ello- y “que son muy importantes en el proceso de cambio cultural. Y cree que la Educación sexual integral (ESI) tiene que ocuparse de lo que no nos nombra, de cómo nos nombra lo que nos nombra y otras cuestiones que refuerzan estereotipos en el cotidiano.
“Por ejemplo, formarse en filas de varones y de mujeres, sabiendo que puede haber quienes no encuentren en ninguna de esas dos filas su lugar. O cuestiones que tienen que ver con los uniformes escolares. A las pibas se les cuestiona el uso de ropa corta, un short por ejemplo: los varones pueden usarlo y las chicas no. Así, se perpetúa la idea de que las chicas son las que se insinúan sexualmente usando determinada ropa corta y los varones no se pueden contener”.
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