Desde hace tiempo que se lee o se escucha hablar en lenguaje inclusivo. Mayormente entre jóvenes, cada vez son más comunes palabras como “alumnes”, “chiques” o “diputades”. Es un cambio de apreciación que no es bien recibido por todos: las aguas se dividen entre la aceptación y el profundo rechazo, ya que como contraparte están los más acérrimos defensores del lenguaje “tradicional”.
La controversia tuvo en las redes sociales un canal para magnificarse. La discusión creció tanto que hasta llegó a la administración estatal y a universidades públicas, algunas de las cuales ya adoptaron la iniciativa de sustituir el masculino por el impersonal, la E (o, como prefieren algunos, la X).
Entre las opiniones a favor y en contra de la metodología, una se hizo viral en las últimas horas: un hombre, Severo Sosa, padre de un niño con autismo y hermano de una mujer ciega, decidió compartir en su perfil de Facebook su experiencia en un bar de Córdoba que afirmaba ser inclusivo, pero no contaba con ninguna opción para que sus familiares pudieran realizar un pedido por sí mismos.
En el texto, Sosa relata las preguntas que le fue haciendo a la empleada del local gastronómico que lo atendió y saludó a él y a una pareja amiga con un “¡Hola chiques!”. La recepción le dio curiosidad y se interesó por saber cómo serían recibidos clientes ciegos, con autismo y sordos, “tres casos de gente absolutamente excluidos del sistema”, según dice Sosa.
En consecuencia, le consultó a la empleada si tenían la carta en braille y con pictogramas, y si ella sabía lengua de señas. La respuesta, en medio de una indisimulable incomodidad, fue negativa.
“¿Querés ser inclusivo? Incluí a todos ellos, y a todos los que el sistema directamente no da lugar. Es difícil, sí, y mucho. Porque si yo digo que ayudo a los pobres porque le doy $50 por mes a un pobre, no estoy ayudando; estoy haciendo ayuda de cotillón, de maquillaje, esa que se ve linda, pero que sabemos que no sirve para nada mas que disfraz”, consideró el hombre en una carta que fue compartida cerca de 70 mil veces, tuvo hasta el momento más de 6 mil comentario y más de 30 mil reacciones.
“Me sorprendió la repercusión que tuvo, no me lo imaginaba en lo más mínimo. Fue escrito en un ratito, mientras esperaba en un café a alguien, hice una catarsis en mi Facebook personal que no lo tengo habilitado a todo público, y después se descontroló completamente”, dijo Sosa en diálogo con Infobae.
A continuación, la carta completa:
Inclusión de cotillón
Ayer me siento en un bar en Nueva Córdoba con un amigo y la señora. Llega la encargada de atendernos, nos saluda con una sonrisa y se da el siguiente diálogo que me trajo un recuerdo de una charla con unos amigos:
- ¡Hola chiques!
- ¿Chiques? Le dije yo, también con una sonrisa.
- ¡Así es!, somos un bar inclusivo [orgullosamente lo decía].
- Mirá qué bien, me viene bárbaro entonces, porque en un ratito viene mi hermana que es ciega. Tienen la carta en braille?
- Ay no, eso no tenemos. Me dijo la verdad un poco preocupada.
- ¡Apa! Y no vas a creer, pero viene con mi hijo, que es autista. ¿Carta con pictogramas para la gente autista, tienen? Le pregunté.
- Y no, perdón… [me dijo visiblemente nerviosa].
- No te hagas drama, suele pasar. Pero la verdad me imagino que lenguaje de señas para los clientes sordos no deben saber.
- La verdad me estás matando [me contesto sonriendo nerviosa].
Ella ya no estaba cómoda, sonreía con vergüenza, un poco de culpa, y un poco de embole también. Y ahí le dije:
- No te hagas drama, suele pasar en todos los bares. Pero entonces lamento contarte que no son un bar inclusivo, son un bar progre de cotillón.
- ¡¿Por qué me decís eso?!
- Porque esos tres casos que te acabo de mencionar, son 3 grupos de gente absolutamente excluidos del sistema. En tu caso, acá en el bar, casi que no podrían pedir lo que quieren porque no podrían hacerte un pedido. Algo tan básico como comunicarse y pedir qué comer.
¿Querés ser inclusivo? Incluí a todos ellos, y a todos los que el sistema directamente no da lugar. Es difícil, sí, y mucho. Porque si yo digo que ayudo a los pobres porque le doy $50 por mes a un pobre, no estoy ayudando, estoy haciendo ayuda de cotillón, de maquillaje, esa que se ve linda, pero que sabemos que no sirve para nada mas que disfraz.
Después nos trajeron el pedido, incluida la cuenta, esa la tenían en el idioma que quieras.
Sosa puntualizó a este medio que sus palabras no estuvieron dirigidas exclusivamente a ese local gastronómico: “No es una cuestión de este bar, es una problemática de casi todos, de los edificios públicos, de las plazas, de los espacios verdes, de estadios, de teatros, de la estructura global en Argentina. Hay ciudades que lo padecen más y otras menos. En Córdoba, una persona con discapacidad tiene dificultades gigantescas si simplemente quiere circular en la vereda”.
Por otra parte, comentó su posición con respecto al uso del lenguaje inclusivo: “Si ayuda a gente a ser más incluido, bienvenido sea, que lo usen y me parece fantástico. Sin embargo, no considero que la gente que esté en contra del lenguaje de género, por cuestiones lingüisticas o por cualquier otro motivo, sea más ni menos inclusivo que nadie”.
“Cualquiera sea la razones por la que no estén de acuerdo, me parece suficiente como para que a quien esté en contra no se lo tenga que presionar ni juzgar como intolerantes, fachos o poco inclusivos porque me creo que la inclusión está en las acciones, en el trabajo cotidiano y no en la utilización o no del lenguaje”, finalizó.
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