Hace treinta años el gobierno argentino atravesaba uno de sus momentos más difíciles. Había finalizado la gestión del grupo Bunge y Born al frente del Ministerio de Economía. Su primer titular Miguel Roig apenas duro una semana y tras su fallecimiento lo reemplazo Néstor Rapanelli. Hacia fin de 1989, Antonio Erman González tomó el timón del barco y lo llevó contra todas las tormentas hasta ponerlo en manos de Domingo Felipe Cavallo en 1991.
Al margen de esta cuestión central el equipo presidencial no terminaba de afiatarse y las internas entre los denominados “celestes” y “rojo punzó” eran feroces. Por último –aunque cuesta volver a recordarlo—la relación de la pareja presidencial hacía agua por todos los costados.
El miércoles 17 de enero de 1990 Amira Yoma, la Directora de Audiencias presidencial, relató en la intimidad que la costurera Elsa Serrano había observado una gigantesca pelea entre Carlos Menem y Zulema Yoma en donde la primera dama amenazaba con pedir un taxiflet para volverse al departamento de la calle Posadas.
El mismo 17 se realizo una cena ofrecida por el jefe del Estado Mayor Alberto Cáceres al Presidente y algunos de sus colaboradores en la sede del Regimiento de Granaderos a Caballo. Los concurrentes fueron pocos, entre otros, el senador Eduardo Menem, Raúl Granillo Ocampo (Secretario Legal y Técnico de la Presidencia), Julio Mera Figueroa (nuevo Ministro del Interior), el jefe del regimiento coronel Jorge Valenti Figueroa, el jefe de Inteligencia del Ejército el general de brigada Carlos Schilling y este periodista que en ese entonces era jefe de la SIDE.
Durante la conversación Cáceres planteó “la posibilidad” de incidentes sociales y que presumía que su Fuerza podría tener que salir a las calles. A renglón seguido, en medio del silencio presidencial, pidió un refuerzo de su arsenal.
Cuando la conversación se generalizó, comencé a hablar en voz baja con el jefe de Inteligencia del Ejército, el general Schilling. Tras unos minutos de conversación el Presidente pregunto en voz alta de qué estábamos hablando.
Alce la voz –todos escuchaban—y relaté: “Le estaba contando al general que el coronel Mohamed Alí Seineldín recibió en estas horas a un pequeño grupo de corresponsales extranjeros, en el que tuvo críticas muy duras hacia tu persona. En su oficina había un detalle no menor. Tenía un muñequito que te representaba colgado patas para arriba. Eso, como lo conozco, lleva la velocidad crucero de una futura sublevación.”
Cuando la cena terminó acompañé al Presidente hasta su residencia en Olivos y hablamos en el camino. Entre otras cosas me aventuró a pronosticar: “Mañana Lúder presenta su renuncia como Ministro de Defensa, él no se puede comer el faltazo”. Menem intentó minimizar su ausencia, pero Ítalo Lúder renunció.
Al día siguiente, por diferentes razones, varios funcionarios me buscaron. Raúl Granillo Ocampo para expresar el disgusto presidencial por la errónea información sobre Seineldín (la sublevación se realizó 8 meses más tarde); Julio Mera Figueroa llamaba con urgencia con un similar mensaje y otro asistente de extrema confianza con el presidente Menem hacía lo mismo y solicitaba como“influyente” una medida ejemplar. El viernes 19, entre los “celestes” que pedían mi cabeza como jefe de Inteligencia y la crisis desatada alrededor del Secretario de Información Pública, Jorge Rachid, se comenzó a escuchar que se hablaba de la “disolución de la SIDE”.
El miércoles 23 después de desayunar con Menem, su hermano Eduardo, Eduardo Bauza, Julio Mera Figueroa y Humberto Toledo, a las 10.20 de la mañana entré al despacho presidencial. Tras un diálogo amable con el Presidente, renuncié. Los términos de la conversación ya no tienen ninguna importancia y, por 9 años, Hugo Anzorreguy se convirtió en el titular de la Secretaría. Tras los cambios en el gabinete, el equipo presidencial acordó bajar la tensión interna en los próximos días.
El viernes 29 de enero de 1990, durante una entrevista con Radio Rivadavia, la Primera Dama revelo que había dejado la residencia presidencial “porque mi seguridad y la de mi familia corría peligro”. También dijo que sus llamadas telefónicas eran interceptadas.
El Secretario General de la Presidencia avaló las palabras de Zulema y agregó que también había espionaje en la Casa de Gobierno. Ignoraba, por cierto, que en los primeros días de la gestión presidencial -y con la mayor reserva- yo había “barrido” las oficinas de Menem en presencia de un oficial de la escolta de Granaderos a Caballo. En esta ocasión se encontraron pequeños micrófonos vetustos desconectados.
De todas maneras, con la finalidad de diluir la noticia de la mudanza de la Primera Dama, se creo “un relato” que podría tener un alto impacto periodístico. La fuente principal provenía de un semanario que meses más tarde adelantaría el divorcio de la pareja presidencial.
Una primera pista informaba que un viejo funcionario de la Empresa Nacional de Teléfonos (ENTEL) se había presentado para denunciar a varios radicales que seguían en sus puestos. Habló de teléfonos pinchados y la ausencia de intimidad del Presidente. Como premio el denunciante fue nombrado como Asesor en Comunicaciones en el Ministerio del Interior. Como era de prever los radicales rechazaron la espectacular investigación y los anuncios de espionaje y hablaron de cuestiones íntimas de la residencia de Olivos. Aseguraban la veracidad de otros rumores, como ser las peleas de la pareja presidencial tras un desayuno Continental mal servido en el Hotel Alvear, el 21 de enero, al primer mandatario brasileño Fernando Color de Melo en el que faltaron “bollitos” de maicena. Al terminar el ágape la Primera Dame tuvo palabras duras para el canciller sin encontrar ninguna respuesta.
A pesar de la espesa neblina que se intentó crear alrededor de la pareja presidencial los esfuerzos fueron en vano porque por otros caminos se llegaba a la misma cuestión. El juez federal Alberto Piotti, tras recorrer los lugares denunciados donde se “hallaron” los micrófonos dijo que la cuestión “no era tan grave”.
Entonces llegó la hora que hablara el jefe de la Casa Militar, el brigadier Andrés Antonietti.
El lunes 29 de enero de 1990, con su uniforme de verano, “el Briga” enfrentó al periodismo con la confianza de tener en sus manos una “great story”. Mostrando fotos de enchufes y un conmutador telefónico dijo que había realizado una investigación con personal “muy especializado” que había encontrado aparatos de la “más alta tecnología” en Olivos y la Casa Rosada. Como no era fácil demostrar lo que se decía se puso la lupa en otra versión que hablaba de una “antena parabólica” instalada en Olivos desde donde se podían filtrar conversaciones telefónicas al exterior. Desconocían las fuentes que meses antes se había advertido al gabinete que las conversaciones a través de los nuevos Movicom podían ser tomadas.
Sobre los recientes micrófonos encontrados en los despachos presidenciales se dijo que funcionaban con pilas que debían cambiarse cada siete días. Por lo tanto la “organización clandestina” debía cambiarlas y supervisarlas semanalmente. Se llegó a especular que la trama transitoria había sido instalada para conocer las futuras decisiones del nuevo equipo del Ministro de Economía.
Para solucionar el presunto espionaje el jefe de la Casa Militar sugirió dar un salto tecnológico instalando criptógrafos que descomponían la voz humana. En realidad hablaba de los “Carola”, aparatos que se utilizaban en las embajadas para comunicarse con altos funcionarios en Buenos Aires, muy utilizados en la Guerra de Malvinas. La propuesta quedo en la nada.
“Advertida la gravedad del tema –dice el semanario que se hizo eco de las denuncias en su tapa- queda la última pregunta: ¿quiénes son los autores del espionaje? En la Casa Militar se descarta, por una serie de indicios, a la SIDE y a la Policía Federal de la lista de sospechosos. Cuando se desliza alguna presunción sobre determinados organismos de inteligencia militares el silencio es la respuesta que se recibe.”
Para ese momento, el brigadier Andrés Antonietti, convertido en una suerte de Julio Verne criollo, descartaba la posibilidad de algún “servicio” en el tema. En la cercanía del jefe aeronáutico se tuvo la osadía de advertir que “si Zulema no hubiera abierto la boca los hubiéramos agarrado con el tubo en la mano. Ahora todo va a costar el doble.”
Y agregó: “El presidente de la Nación ya estaba con anterioridad en conocimiento de este tema. Creo que a la cuarta o quinta reunión de gabinete que se realizó en el comedor presidencial empezó a advertir que algo raro ocurría”.
Algunos llegaron a decir que “todavía queda gente de antes” o de la Coordinadora, del alfonsinismo. Pero se olvidan de decir que luego de cada reunión de gabinete menemista algunos funcionarios hacían cola para relatar los sucesos a sus periodistas amigos.
Lo que se decía al público tuvo alguna que otra repercusión privada. Un delegado de Inteligencia de un importantes país europeo se mostró “muy molesto" por las cosas falsas que se decían en los medios sobre pinchaduras telefónicas en la residencia de Olivos: “El año pasado mi servicio y militares argentinos trabajaron (arreglaron) la central telefónica de Olivos y nada de lo que se dice es cierto”.
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