“Fueron cuarenta años de joda”, asegura Miguel Rodríguez, de 62, sentado en una silla de ruedas en su habitación compartida del Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, de Monte Castro. Relata cómo fue el ACV que sufrió en febrero de 2015, cuando “ya había bajado el ritmo y manejaba un taxi”. Con una lucidez sorprendente, el habla intacta y un sentido del humor admirable, ríe al compartir anécdotas de su época dorada como disk jockey en la noche porteña… Los ochenta y los noventa vuelven a su memoria como un disco que nunca dejó de sonar.
“Estoy enamorado de mi psicóloga. Le encanta cuando le hago los cuentos de mi vida como disc jockey”, afirma con una carcajada. Porque Miguel no solo abrió y tocó en boliches como Mau Mau, Figalle, La City, Trumps y El Cielo, sino que además musicalizó los grandes casamientos de la época.
Sus bandejas giraron en las bodas de Maradona con Claudia (1984), Susana con Roviralta (1988), Daniel Scioli con Karina Rabolini (1991), Mauricio Macri con Isabel Menditeguy (1994) y Valeria Mazza y Alejandro Gravier (1998), por nombrar algunos.
Nació en 1957 y creció en un departamento de la calle Bustamante y Las Heras, en pleno Barrio Norte. “Empecé a los 14 años cargando baffles para Alejandro Pont Lezica y Rafael Sarmiento. No tenía plata y lo hacía para entrar gratis a las fiestas. Los frecuentaba cuando me rateaba de la escuela… En esa época nos conocíamos todos. Yo iba a un Colegio Industrial, entonces sabia de luces y electricidad. Mientras colgaba los tachos pispeaba los discos y pensaba ‘esto no puede ser tan difícil’. Eran dos bandejas comunes, con una púa común y una consola de madera”, recuerda.
Entonces cuenta que el otro día comentaba con el mismísimo Pont Lezica aquella primera vez en la que tuvo una fiesta a cargo. “Me dejó en Lisandro, Arenales 1412, porque tenía que repartirse entre varias fiestas que tenía esa noche. Me anotó una lista de temas y me encargó los discos. ‘¿Te animas a ponerlos?’, me dijo. ‘Obvio’, le respondí. Cuando se fue no le di ni pelota. Pasé lo que quise. Volvió y todo el mundo estaba bailando. Ahí empecé a hacer fiestas por mi lado”, relata.
¿Carnavales? Incontables. Pero se acuerda muy bien de una noche con Sandro y Rafaela Carrá. “Fue en Vélez Sarsfield, ante 12 mil personas. Yo tenia dos custodios para tocar sin que la gente se nos tirara encima. Sandro me cagaba a pedos porque no tenia buen retorno. Y a Rafaela Carrá no se le entendía nada”, cuenta el hombre que por entonces era casi un chico. Y que en tiempos de dictadura militar fue detenido más de una vez, entre otras cosas, por tener un disco de Eric Clapton con el tema Cocaine.
“Pasé música en el casamiento de Bernardo Neustadt con Claudia Cordero Biedma. No sabes lo que fue eso… Aburrido. Toda gente grande. Nadie bailaba. Les ponía Frank Sinatra o rock de antes y ¡nada! ¡Lo que me costó! En cambio el de Scioli y Karina en New York City fue un fiestón. Como el de Susana con Roviralta. El Alvear estaba a full. Lo genial es que ese mismo día Guillermo Coppola consiguió de canje el ultimo piso del hotel, porque su hija Natalia cumplía 15 años. Así que yo, con mi gente, iba de un piso a otro a pasar música”, relata, y se agita de la risa.
Entonces cuenta que inauguró New York City con The Police en 1980. “Sí, con el mismísimo Sting. Al día siguiente tocaban en el Estadio Obras. ¡Qué época! ¡Venían todos!”, añora. Y se jacta de otro hito: “Musicalicé el primer desfile de Giordano en Pinamar, en las escalinatas del viejo casino. Karina Rabolini era una muñequita. Ella sí que nunca me dio bola”, se lamenta con picardía, y le brillan los ojos celestes.
Entonces, consultado por sus novias famosas de aquel entonces, asegura: “Fueron muchas pero no puedo nombrarlas… ¡La mayoría estaban casadas! Algunas todavía hoy me escriben por Facebook”. Cuenta que estuvo siete años en Música total, programa de televisión ícono de los años ochenta. “Tenía un club de admiradoras. Todavía conservo cartas. La tele empezaba a ser a color y se me veían los ojos claros”, apunta con un guiño.
¿Y Maradona? “No te imaginas el movimiento en las habitaciones del Hotel Alvear unos días antes del casamiento… ¡Qué despedida de soltero!”, arranca y se contiene. “Estuvimos los tres días previos recibiendo jugadores que venían de Italia y España. Las chicas se querían comer a Batistuta”, apunta y cuenta que musicalizar esa fiesta fue increíble.
“Pero con Diego hay más. Fue el último en dejar de bailar en el casamiento de Valeria Mazza en el Hipódromo de Palermo. Eran las siete de la mañana y un encargado del lugar me dijo que tenía que cortar la música, porque los caballos tenían que salir a la pista. ‘Ves ese que está ahí bailando. Bajalo si podés. Yo no se la puedo cortar’, le contesté, y nos dieron quince minutos más hasta que cortaron el grupo electrógeno”, recuerda.
Entonces cuenta que con Alejandro Gravier en su juventud había hecho un retiro espiritual “cuando todavía era bueno”. Y que, de todas maneras, volvió a hacer otro el año pasado y que hasta el cura que lo presidía se reía cómplice con su presencia.
Esa fiesta que no podía ser para siempre
“Laburé de DJ hasta los 54. A esa altura, además de trabajar los viernes y sábados, los días de la semana repartía vinos de una gran bodega entre mis amigos famosos de la radio y la tele para que le hicieran publicidad. Hasta que en el 2010 me compré un Fiat, lo hice taxi y me puse a manejar”, cuenta y contesta que no fue por que necesitara la plata, que con el vino le iba bien, sino “porque tenía tiempo libre”.
“Me fue bien y me divertía arriba del auto. Al principio me daba vergüenza… De hecho, una vuelta me paró una chica que había salido conmigo. La vi, pero seguí. Llovía y me arrepentí. Di marcha atrás y la subí. ‘¿Miguel Rodríguez?, me pregunta. ‘No, Rolando Rivas’, le contesté y me reí. Todavía somos amigos. Me va a venir a visitar”, agrega.
Así estuvo cinco años hasta que en febrero del 2015 tuvo el ACV que le cobró los años de excesos. “Estaba mirando tele, me paré para abrir la heladera y me caí de costado. Alcancé el celular y llamé al encargado de mi edificio: ‘Che, boludo, estoy en el piso y no me puedo mover’. Me bajaron en la silla de la computadora y me llevaron al Fernández, dónde me compensaron”, relata y agrega que en ese entonces ya no tenía más cobertura médica prepaga.
Cuenta que estuvo un año en el mismo lugar que está ahora, que se rehabilitó muy bien y que salió caminando para volver a su hogar. Pero entonces tuvo una recaída y pasó un tiempo en el Hospital Tornú. Cuando volvió a su casa, todo fue peor.
“No hacía la gimnasia que me habían indicado, y me pasaba todo el día mirando televisión y con el celular. Además, fallecieron mi madrina y mi mamá. Entonces dejé de cuidarme. Bebía alcohol, comía cualquier cosa y las pastillas… a veces las tomaba y a veces no. Entonces tuve otra recaída y mis amigos me cagaron a pedos”, relata sobre como volvió al centro de rehabilitación dónde hoy lo visita Infobae.
“Acá llegué el 15 de abril del año pasado. Estoy mejor y muy bien de ánimo, pero ya no puedo vivir solo. Si salen bien los últimos estudios, me voy a ir al Hogar San Martín, que tiene habitaciones compartidas, pero con mamparas. Ahí voy a poder tener una tele para ver los Premios Grammy”, se ilusiona.
Entonces cuenta que ni bien tuvo el ACV, todo el lado izquierdo del cuerpo se le paralizó. Que balbuceaba y que tenía que tomar agua con una pajita. Que con rehabilitación recobró muchísimo, pero que con la última caída ya no puede caminar, ni apoyar el talón. Tal vez le pongan una valva. Mientras habla, un amigo que lo acompaña y se define como “de los últimos mohicanos” agrega que Miguel tiene que bajar de peso y seguir haciendo gimnasia. Para irse al hogar debe lograr la mayor autonomía posible.
“Cuando estaba en el Fernández, poco después del ACV, la neuróloga me preguntó por mi vida. ‘Me drogué. Me chupé todo. Tuve sexo todos los días… Fueron demasiados años de joda’, le contesté. Y bueno… Acá estoy. Con ganas de seguir mejorando. Porque me gusta que me visiten. Muchos me saludan por Facebook. Antes no le quería contar a nadie que estaba internado. Me daba vergüenza. Ahora estoy más suelto. Me hace bien ver a los amigos de la juventud”, confía y los ojos le vuelven a brillar como entonces.
Seguir leyendo: