No hay foto ni filmaciones. No hay registro en las actas del hotel. No hay ningún documento histórico. Y, sin embargo, el mito sigue vivo: todavía se cree que, a fines de 1940, Adolf Hitler visitó Miramar, Córdoba, en la región de Ansenuza.
Pero, más allá del mito, la simbología del Gran Hotel Viena, un gigante erigido en la punta del pueblo del Mirador, está íntimamente ligada al nazismo: desde la insignia de su águila –que es el escudo de la ciudad de Viena- a la vajilla con la cruz esvástica que desapareció con la caída del nazismo, pasando por su construcción higiénica ligada a la eugenesia –no hay camas matrimoniales, por ejemplo- y de apariencia de rehabilitación clínica y de refugio para criminales de guerra.
Hoy, el Viena es un punto turístico de Miramar, que no es la costa bonaerense sino la segunda laguna más grande de agua salada de Sudamérica y una alternativa de paseo en la provincia a la clásica visita a las sierras.
Hace unos años, en el top 10 de los lugares “más oscuros del mundo”, una revista puso al Viena como el primero en Sudamérica. Aún sin haber sido corroborada por la evidencia fáctica, los testimonios surgidos de la memoria oral y la investigación de algunos periodistas e historiadores sostienen la hipótesis de que el Führer se alojó en el VIP del majestuoso Gran Hotel Viena, construido por alemanes simpatizantes del nacional socialismo.
Hoy, los visitantes que pasan por Miramar recorren sus ruinas plagada de secretos y misterios y se fascinan con la leyenda: pensar que Hitler puso los pies en el mármol de este gigante de 6.800 metros cuadrados lo convierte en un punto incómodo para los habitantes -hartos de que su lugar quede asociado al nazismo, aunque beneficiados en cierto modo por ello- y en una curiosidad ineludible para el turista ocasional. Porque, claro está, el mal atrae mucho más que el bien.
Una de las investigaciones más rigurosas es la de Jorge Camarasa, periodista que publicó Odessa al Sur. La Argentina como refugio de nazis y criminales de guerra. Camarasa asegura que al final de la Segunda Mundial, América del Sur se convirtió en albergue y hogar para decenas de miles de alemanes, austríacos y croatas que huían de la Europa arrasada. La Argentina, en efecto, fue para la mayor parte de ellos puerto de llegada y, también, destino privilegiado. Bariloche y Córdoba, además de Buenos Aires, fueron los lugares más elegidos.
Así como habitaron Villa General Belgrano o La Falda -con la construcción del Hotel El Edén como estandarte-, alemanes simpatizantes del nazismo y criminales de guerra se instalaron en Miramar. Uno de ellos fue Antonio Elez, que fue propietario del Hotel Las Vegas, otro mobiliario asociado al nacionalsocialismo. Croata, había sido teniente del Ejército, destinado en Berlín y en el frente ruso, y uno de los principales responsables de la muerte de miles de prisioneros en los campos de concentración de Jasenovac, entre 1941 y 1945, cuando entonces era el Estado Independiente de Croacia, aliado al régimen nazi de Adolf Hitler.
Pero sin dudas el mayor misterio de Miramar está en la presunta visita del mismísimo Adolf Hitler. Allí hay un periodista e historiador, Abel Basti, que asegura, tras una investigación de años para su libro Tras los pasos de Hitler, que el Führer no se suicidó y, por el contrario, arribó a Argentina tras cruzar el Atlántico en 1945.
La muerte del Führer, en rigor, sigue siendo un misterio histórico. Si bien la versión oficial dice que se suicidó en su búnker de Berlín, acorralado por el ejército rojo de la Unión Soviética, jamás se encontró su cuerpo no pocos aseguran haberlo visto en diferentes lugares del mundo después de 1945. Esto generó la sospecha que Hitler se escapó de Alemania y que viajó rumbo a América del Sur. El mito dice que eligió Argentina, y más precisamente, que vivió entre Bariloche y Córdoba.
“Se calcula que al terminar la guerra, entre 1945 y 1955 –Juan Domingo Perón asumió como presidente constitucional en 1946- ingresaron legalmente a Argentina unos 80.000 alemanes y austríacos. A ese número –que no contempla la gran cantidad de croatas ustashis, italianos fascistas ni colaboracionistas provenientes de distintos países europeos- habría que agregar miles más que lo hicieron en forma fugitiva, con documentación falsa. Entre estos últimos, había criminales de guerra y fanáticos nazis, que fueron recibidos con los brazos abiertos por el gobierno de Buenos Aires, que impulsaba la inmigración alemana”, dice Abel Basti en un capítulo de su libro.
-La puesta de sol aquí..¡es una maravilla!
Esa frase la habría dicho Hitler frente a la laguna Mar Chiquita, según el relato de uno de sus guardaespaldas. Según Basti, existen, además, fuertes versiones sobre presuntos encuentros entre el Hitler y Perón durante los años 40 en el Gran Hotel Viena. Cierta vez varios habitantes vieron llegar al pueblo unos Cadillac negros que se dirigieron rápidamente hacia el Viena. Ese día, el hotel misteriosamente cerró sus puertas al público. La leyenda cuenta que Hitler arribó al hotel bajo un fuerte operativo de seguridad y se alojó en el VIP, desde donde se habría fascinado con la puesta de sol del atardecer.
“El lugar, luego de un breve esplendor, fue abandonado tras la Segunda Guerra Mundial en una ciudad que fue tragada por el agua a fines de 1970. El rumor que circuló en el pueblo fue que cada vez más criminales de guerra daban vueltas buscando refugio. Y se fascinaban cuando veían un hotel de estilo racionalista, algo que quedó trunco con el paso del tiempo, porque el hotel quedó en ruinas y recién fue abierto al público hace unos años con visitas guiadas tanto diurnas como nocturnas”, cuenta el investigador local Fernando Soto Roland.
Hoy apenas se entra al hall del Viena, una guía reparte un folleto que reza: “Gran Hotel Viena. Un misterio frente al mar. Museo de Sitio. Quizás mucho se ha hablado o escrito sobre la historia de este Gran Hotel. Y lo cierto es que, en medio del esplendor y el ocaso que protagonizó, en la actualidad sobreviven entre sus ruinas misterios, belleza, lujos. Y, por sobre todo, asombro”.
-Son seres que pertenecieron a este mundo y que no han cumplido su misión o se han ido enojados. Como no encuentran la luz para irse, habitan en el hotel –dice Silvia María Fumero, una mujer cordobesa que jura haber visto fantasmas en el edificio.
-¿Y cómo son?
-No todos los pueden ver, pero sí están. Son fantasmas, deambulan y viven acá. De pronto, al caminar por los pisos, se ven sombras que pasan rápido por los pasillos.
Las paredes descaradas, la humedad que forma mil figuras distintas a la luz de la interna: el Viena también es el escenario perfecto para la imaginación espectral, reúne las herramientas narrativas para un relato típicamente gótico.
Entre la ficción y la realidad, el Viena tiene su propia historia. Todo comenzó en los albores de la Segunda Guerra Mundial. El hotel fue construido entre 1940 y 1945 con una tecnología de avanzada por la familia alemana Palkhe, accionistas de la compañía de acero Mannesmann –que durante la guerra fabricó los cañones de los tanques Panzer-, una de las más beneficiadas por el Tercer Reich.
Miramar, en ese entonces, tenía 1.600 habitantes y era furor por sus aguas curativas: los turistas la buscaban por sus propiedades de la sal y el barro de su espejo de agua salada de 6 mil kilómetros cuadrados: la quinta del mundo en extensión.
Ochenta y cuatro habitaciones, un ascensor, calefacción, aire acondicionado: elementos poco comunes para la época. Pero no sólo eso. El Viena era, verdaderamente, un pueblo dentro del pueblo. Se autoabastecía y prescindía del afuera: tenía banco, correo, central telefónica, lavandería, taller mecánico, una piscina, frigorífico, panadería y hasta servicios médicos.
El proyecto era colosal para esa zona y hasta parecía exagerado, dada la escasa cantidad de visitantes que llegaban a ese desolado y casi desconocido lugar de Argentina. En Colonia Muller, cerca de allí, se habilitó una pista de aterrizaje para avionetas y helicópteros.
“Era una cosa de otro mundo en un lugar perdido del noreste cordobés. La gente del pueblo siempre hablaba del allá y del aquí. Era una construcción lejana, distante. El hotel era una cosa aparte, siempre estuvo separado. Y además sólo era visitado por extranjeros: alemanes, austríacos, croatas”, dice Soto Roland.
De acuerdo a Abel Basti, los Palkhe invirtieron una cifra estimada en lo que hoy sería unos 25 millones de dólares para construir el hotel en ese alejado paraje, donde casualmente la familia Eichhorn –dueños del hotel El Edén y financistas de Hitler- también tenía propiedades. Se dice que esa cifra, en realidad, provenía de fondos del Tercer Reich especialmente destinados para dicha obra.
El jefe de seguridad, en efecto, también era alemán: Martín Kruegger, un hombre solitario que se paseaba entre los pisos de granito y los salones enormes. “Todos los que trabajaban en el Viena, cerca de 70 empleados, hablaban alemán o eran alemanas y justo en esa época, la Segunda Guerra Mundial. Es decir, el nexo con los nazis era evidente.”, dice Solo Roland.
“Hay algunas publicaciones que aseguran que el Viena no sólo era visitado por turistas extranjeros sino que hospedó a refugiados que buscaban rehabilitación tras los años de guerra”, dice la guía Patricia Zárate a lo que Soto Roland agrega: “Si se nota cuándo empezó a ser construido y cuándo se cerró, todo coincide, año a año, con la Segunda Guerra Mundial. De 1938 a 1943 se construye el VIP, es decir, esa es la época del poderío alemán, del Tercer Reich. Del 43 al 45 se construye el sector de clase media asociado con una clínica, justo el momento de la batalla de Stalingrado, donde los nazis ya saben que van a perder. Se comenta que en esa zona muchos oficiales nazis fueron alojados ya en el debacle de su poder. ¿Funcionó el Viena, entonces, como hospital encubierto?”.
En marzo de 1946, los dueños cerraron las persianas y se retiraron el lugar. Sólo quedó en el Viena el jefe de Seguridad. “Hay que imaginarse el lugar cerrado y a Martín Kruegger yendo y viniendo, solo -enfatiza Soto Roland-. El hombre quedó ahí y murió poco tiempo después, en una de las habitaciones. Fue por causas dudosas, incluso se habló de un envenenamiento”.
Se le atribuye -siempre sin evidencias contundentes- haber sido un nazi que se llevó a la tumba misteriosos secretos, como podrían ser las reuniones que habrían mantenido Perón y Hitler en ese lugar.
El Hotel Viena cerró oficialmente en 1947, luego reabrió en 1962 y a partir de allí tuvo aperturas parciales. De allí en más sufrió daños por robos, saqueos y por falta de mantenimiento. Pero lo que terminó de destruirlo fue la inundación de 1977, que tapó el 60 por ciento del pueblo y arruinó uno de los focos más importantes turísticos de la región. El Viena quedó en pie, en el mismo borde de la laguna. No fue devastado pero la fachada, por la erosión del agua, se derrumbó
Después de la inundación, familias del pueblo, con permiso del municipio, fueron a vivir en el Viena. Ellos empezaron a contar historias espectrales: por las noches sentían pasos, ruidos de llaves, como si alguien estuviera haciendo una guardia. Y se paraban en la habitación 106, donde está el sector de clase media. Allí, hasta el presente, se la conoce como el “cuarto del fantasma”.
Hoy, algunos visitantes se paran en el patio y le cuentan a las guías que ven niños u hombres con bigotes. Observan picaportes que se mueven solos y hasta la presencia aterradora de un sillón. “Turistas dicen que se sientan en el sillón, se sacan la foto y luego no están. No aparecen en la foto. Eso lo escuché varias veces”, dice la guía Patricia Zárate.
En la actualidad las guías recomiendan que cuando ocurre “un fenómeno fantasmagórico”, los visitantes registren el hecho con fotografías. “¿Te animás a recorrer el hotel a oscuras?”, pregunta Zárate al turista ocasional. Cierta vez -cuenta- un grupo de chicas quedó encerrada en una habitación: se les cerró la puerta de golpe. “No fue para nada preparado, se sintieron muy asustadas”, dice Zárate, que agrega que los visitantes suelen tener mareos y dolores de cabeza. “Hay que aceptar el Viena y convivir con lo que hay. El lugar mismo te invita a venir, por algo sigue en pie, tiene mucho para decir. Hay que estar predispuesto a la aventura de lo desconocido”.
Los cimientos del Viena siguen intactos. Las historias continúan circulando mientras un familiar de los antiguos dueños del hotel, un nieto de los Palkhe, reclama en la justicia la devolución de la propiedad. Ofendido por las leyendas que existen, suele mandar mails a quienes, según sus propias palabras, ensucian el honor de su familia con el mito nazi que está instalado en la zona desde hace años.
Hace poco tiempo un peculiar visitante llegó vestido de Adolf Hitler. Tenía hasta el bigote recortado. Eligió la visita nocturna y, al lado de él, una señora interrumpió el recorrido. Eran los únicos dos visitantes de una noche fría y húmeda.
-Me dijo que su familia había sido perseguida por los nazis, y no pudo tolerarlo -dice Patricia Zárate, con naturalidad-. El hombre se quedó silencioso, y al final soltó que su padre había sido oficial de las SS. Vino un par de veces más, se estacionaba frente al hotel en un auto y permanecía quieto. Una vez le pregunté y decía que quería estar cerca del espíritu de Adolf Hitler. Y después ya dejó de venir.
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