La oficina de Marcos Folgar (48) en el puerto de Mar del Plata no es grande. Está lejos de un despacho ostentoso, es más un cubículo de paneles delgados, desde donde se escucha el murmullo de la sala de espera y las consultas que llegan a la mesa de entrada. Sobre el escritorio, un teclado, un monitor apagado, un termo, un mate y una radio. No hay nada que no se use, nada que sobre o distraiga.
Folgar, el primer funcionario ciego en 147 años de historia marplatense, tiene las manos sobre la mesa y todo a su alcance. Cada tanto su celular suena y una voz metálica lee notificaciones. Poco después un ringtone diferente interrumpe la charla casual y él, con tres golpes en la pantalla, lo atiende. Sonríe al escuchar la voz del otro lado y pide hablar después.
“Dentro de nosotros existe algo que no tiene nombre y eso es lo que realmente somos”, escribió en 1995 el escritor portugués José Saramago en su “Ensayo para la ceguera”. Apenas un año más tarde, ajeno al texto y al autor, a la trama y al argumento, en un país lejano, Argentina, en una ciudad con mar, Mar del Plata, un joven Marcos Folgar estaba sin embargo a punto de empezar a descubrirlo.
Marcos nació en Salazar, un pueblo bonaerense en el partido de Daireaux, una de tantas localidades “expulsivas” de la provincia de Buenos Aires, explica, porque apenas se termina la secundaria hay que irse si se quiere seguir estudiando. Fue así que en 1989, con 17 años, llegó a Mar del Plata para estudiar Turismo. En 1995 terminó la carrera y con ahorros que tenía decidió hacer un viaje con dos amigos a Europa.
“Cuando decidimos viajar muchos de mis amigos me decían ‘¿Por qué no te compraste un auto?’ o ‘¿Por qué no te compraste un terreno?’. Y mi respuesta era: ‘Yo voy ahora, qué se yo que me va a pasar el año que viene’. Pero no como una cosa trágica, podía ser que me enamorara y me pusiera de novio, podía ser que consiguiera un laburo y no tuviera más de una semana o dos de vacaciones, cualquier cosa”, le cuenta a Infobae, y sin decirlo, habla de la trampa de creer que hay tiempo.
En 1996, para complementar su título en Turismo, Marcos había empezado a estudiar la licenciatura en Geografía. Vivía junto a un amigo en un departamento en Mar del Plata, y todos los sábados, sin falta, se juntaba a jugar al fútbol en Parque Camet. Y ahí estaba, peloteando, cuando notó que la “mosquita” que desde la noche anterior le molestaba en la vista, hacía que le costara cada vez más controlar la pelota.
“Entonces dije ‘no voy a jugar porque estoy viendo poco’. Pero la cabeza no me había hecho el click. Me quedé en el auto de un amigo, y cuando terminaron me llevó a mi casa. Y mirá cómo la cabeza te maneja todo... porque entré al edificio, abrí la puerta del ascensor, entré al departamento y ahí ya estaba ciego. Te juro que estaba ciego y nunca me había dado cuenta”, le describe a Infobae una escena de hace 23 años.
Y sigue: “Una vez adentro del departamento voy a llamar al oftalmólogo, con el que yo me controlaba cada tanto, y agarré la agenda... Y es ahí cuando me di cuenta de que no veía el número. Y me cayó la ficha. Yo estaba solo y me puse a llorar. Marqué de memoria el teléfono de un un primo que me ayudó, fui al médico y cuando me vio me dijo que tenía que viajar para Buenos Aires cuanto antes, ni siquiera en colectivo, en avión”.
Marcos padecía un glaucoma congénito, como se denomina a la presión ocular, y por eso lo habían operado varias veces de la vista. Una de esas intervenciones dejó pequeñas heridas al descubierto y la aparición de un orzuelo ese agosto del ’96, le provocó una infección. Cuarenta días después volvió ciego a Mar del Plata. En ese momento tenía 25 años.
Hay una diferencia que a veces marcan los ciegos. La distancia entre el que nació con la limitación y no conoce otra cosa, y el que sufre la angustia de perder la visión. “Estaba jugando al fútbol y dejé de ver”, resume Marcos cuando lo cuenta, y la frase tiene más de drama que de cronológica. Porque es imposible no tener miedo, en ese instante en que un hachazo desordena la vida y la cambia para siempre.
“Yo creo que se siente miedo, pero también depende de la resiliencia de cada uno. Esta fuerza interior que todos tenemos cuando sucede algo. Y evidentemente yo tuve mucha resiliencia. Siempre digo lo mismo cuando sale el tema: yo me apoyé en un 50% celestial y en un 50% terrenal. Tengo y tenía muchísima fe, soy católico, pero lo que digo es que es importante creer en algo, no importa la religión. Creé en el árbol de la equina de tu casa, pero creé en algo. Y la otra parte fue mi entorno: mis amigos, mi novia de ese momento, Erica, que después fue mi esposa y la mamá de mis hijos", cuenta.
Marcos no pudo seguir con la carrera de Geografía, pero tuvo que aprender muchas otras cosas. A usar un bastón, leer en Braille, resignificar la computadora. Entre las primeras cosas que hizo fue convencer al dueño de un local de venta de tarjetas telefónicas para que le dejara cubrir las vacantes, los días y las horas en las que nadie quería trabajar, las tardes de verano y los fines de semana. “Me hizo sentir útil", dice él cuando lo recuerda.
Un día pensó que en los medios de comunicación podía tener una oportunidad. Amante de la radio, de la que asegura no cambia 5 minutos por todas las horas de aire televisivo que le ofrezcan, empezó a hacer una columna de turismo. Después logró tener su propio programa, Quo Vadis -A dónde vas en latín-, el que condujo por más de 20 años. Y un día decidió estudiar Periodismo y ponerle un título a la pasión.
Hizo más de 200 mil kilómetros viajando todos los días durante 8 años a La Plata, donde se recibió de Licenciado en Comunicación Social. En el medio nació su hija, Lourdes (16) y ocho años más tarde llegó Mateo (9). Comenzó entonces a hacer carrera en la tele, además de en la radio, conduciendo primero Quiero verte bien, que contó más de 300 historias de personas con discapacidad y ganó dos Martín Fierro. Después empezó con ADN, Ahora la Discapacidad es Noticia, todavía al aire.
Desde hace 10 años trabaja en la municipalidad y desde hacía tres lo hacía en la parte de prensa de la Dirección de Discapacidad. Hace un mes, el nuevo intendente Guillermo Montenegro, lo puso al frente de esa oficina. “Te sobran los dedos de una mano para recordar cuántas personas con discapacidad han sido funcionarios en toda la historia de Mar del Plata. Esto no es importante porque sea Marcos Folgar, es importante porque soy una persona con discapacidad y esto puede crear un precedente”, señala.
Sin embargo se apura a remarcar que no es la discapacidad la que lo puso ahí. “Tenemos que ser idóneos. Yo estoy acá y acepté porque creo que puedo estar acá, no porque quiero tener oficina, una secretaria y 48 personas a cargo como tengo”, subraya. E inclusive habla de algunas de las iniciativas con las que ya sueña, como un intérprete de lenguaje de señas para el municipio y la posibilidad de que se implemente una línea de WhatsApp para que las personas hipoacúsicas, puedan por ejemplo sacar un turno.
“Quiero que en cuatro años esta sea una ciudad más accesible, concientizar. Que la gente en vez de estacionar frente a una rampa busque otro lugar, entienda que le puede causar problemas a alguien”, proyecta su paso al frente de la Dirección a sólo un mes de haber asumido, pero teniendo claro a dónde va.
Hay algo más contra lo que Marcos pelea: la lástima. “Continuamente vivo luchando con esa cosa de que es noticia el avión que cae y no los 2000 que llegan. A la gente le queda en la cabeza la persona que pide en la peatonal, pero no ve los diez que están alrededor trabajando, que hacen deporte, que van a la facultad, que están vinculados al arte”, expone, sobre otras cegueras de todos los días.
A sus 48 años, media vida después de quedar ciego, Marcos no duda sobre la imagen que elegiría ver al menos una vez, si tuviera la oportunidad. Tanto lo gana la fantasía imposible, que los ojos ceniza le brillan por primera vez. “Podés tocarles las facciones como les toco. Como cualquier padre hacerte a la idea de su rostro. Pero sin dudas, si tuviera un minuto en el que me dijeran qué querés ver, diría las caras de mis hijos”.
Las paredes de la oficina de Marcos están desnudas, salvo por un detalle. Un pequeño cartel apoyado sobre una caja de luz con una frase del irlandés Bernard Shaw: “Hay hombres que miran la realidad tal cual es y se preguntan ¿Por qué?. Hay otros que la imaginan tal como debería ser y se dicen ¿Por qué no?”.
Fotos: Christian Heit
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