“La idea es tratar de encontrar ese justo medio entre la sacralización y la banalización que se da a la sexualidad últimamente”, propone Mariana Noé (29), que experimentó la abstinencia sexual por elección y publicó una crónica sobre su celibato que compartió en su twitter @InsomniosAticos. Allí, en esa especie de diario íntimo virtual proponía “Basta de coger” e invitaba a probar la experiencia aunque fuera por unos días.
Aunque se recibió de Licenciada en Filosofía en la UBA está realizando un doctorado en la Universidad de Columbia sobre filosofía antigua con especialización en filosofía de las emociones, gracias a la beca que ganó hace cinco años para estudiar en la prestigiosa universidad.
La primera vez que abrió un libro siendo muy pequeña supo qué quería estudiar: “Me encantó la idea de hacerse preguntas sobre lo que parece obvio”.
“Estamos siempre atravesados por las emociones y nunca nadie les presta demasiada atención. Son algo que nos viene y nos pasa por arriba como si fuera un vendaval. Los griegos se dieron cuenta de que ahí hay un poder que tenemos que mantener más o menos controlado porque si no vamos a perder autoridad sobre nuestras propias decisiones”, manifiesta la argentina que ganó en 2018 el Presidential Award for Outstanding Teaching by a Graduate Student, el premio más importante al trabajo docente que otorga la universidad.
“Los investigadores de las emociones no podemos hacer ningún tipo de experimentación en personas por motivos éticos, así que estamos todo el tiempo investigando con nosotros mismos”, afirma Noé, que tras siete años en pareja y un año y medio soltera decidió iniciar un celibato y escribir acerca de las ventajas que logró al alejarse del sexo.
–¿Habías disfrutado de esa soltería o algo desagradable sucedió para que decidieras dejar el sexo?
—No. Seguramente estaba enceguecida en el sentido de: “Este es mi momento”. Esta idea de que la soltería es disfrutar la mayor cantidad de experiencias, llevarme al extremo de los sentimientos y exponerme a todo. El cuerpo intentaba seguirle el trote a la mente y claro, fue el primero en pasarme factura.
—¿Hay una presión social en tener que disfrutar la soltería?
—Un montón. Como si esa fuera la única manera de marcar la libertad. La libertad se ejerce teniendo sexo con cualquiera. Como si esa fuese la única apertura que hay. Hay mucha presión. Y sobre todo después de cortar, cuando uno termina una relación. Esa idea de: “Te vas a sobreponer conociendo otras personas” o “cuando empieces a tener sexo...”. Y ahí hacemos como que estás sobrepuesta a la pareja.
—Es interesante, porque estamos acostumbrados a hablar de los mandatos sobre el casamiento y la maternidad y no los que exigen diversión vinculándola al sexo cuando estás soltera.
—Exacto. La única manera de conseguir intimidad sería con otro. O la única manera de relajarse es con otro. Cuando uno empieza a no encontrarlo por equis razón empiezan estas angustias. No solo estoy angustiada porque me acabo de separar sino además porque no puedo ejercer mi libertad acostándome con cualquiera. Es como una bola de tensión. Una se entrega a cualquier cosa, se hace daño. Te exponés a situaciones que no querrías. Y eso termina en algún punto lastimándote a vos misma.
—En tu blog hablás de cuál es el tiempo en el que después de una cita se espera que llegue el sexo, como si fuera lo que inevitablemente debe suceder.
—Ya esa pregunta era básicamente lo único que quería lograr, que varones y mujeres dijeran: “Bueno, ¿por qué está supuesto que esto tiene que ser así?”, que una conexión aparece al cabo de la primera, segunda cita. Y dije incluso tercera, porque en Estados Unidos es muy común que uno espere tres citas. No sé si la intimidad va tan rápido. No creo que haya un ideal, pero seguro estamos intentando apurarlo todo más allá de las consecuencias, más allá de nuestra comodidad.
—¿Cómo nació la idea de pasar un tiempo sin tener relaciones sexuales?
—Me di cuenta de que no lo estaba manejando bien. Viste cuando decís: “Bueno, acá hay claramente algo que estoy usando como una herramienta para tapar otras cosas”.
—Estabas usando el sexo para tapar otras cosas.
—Sí, la ansiedad sobre todo. O incluso una suerte de soledad. Una necesidad tan básica de intimidad. Que uno cree que la intimidad es algo que solamente aparece después del sexo, si no no hay manera. Mientras estuve sin sexo, me junté con amigos contándoles la experiencia: “Tal vez necesito que nos veamos una película, nos abracemos, ¿tenés ganas de hacer eso?”. “Sí, total”. Y fui encontrando amigos varones, ex parejas, ex parejas sexuales, que me decían como sí, dale, nos juntamos a ver una peli y ya está. Trae cerveza, trae un helado y ya.
—¿Nadie te trató de convencer?
—Nadie me trató de convencer. Créase o no.
—¿Cuando nace la experiencia vos ya sabías que era por un tiempo acotado, que no era para siempre? ¿O no lo tenías decidido?
—No lo tenía decidido. Supuse que iba a ser un ejercicio de autoconocimiento y que iba a llegar al punto de encontrar lo que quería encontrar. Así que nunca lo pensé como ad eternum. Porque disfruto el sexo en general, no es algo que tenga un estigma. Pero tampoco quería cargar de presión el momento del final. No hay que sacralizar ahora el fin del celibato. Justamente, la idea es cómo tratar de encontrar ese justo medio entre la sacralización y la banalización que se da de la sexualidad últimamente. Es como: te guardás o con todos. No, pará.
—¿Cómo te sentiste cuando empezaste?
—Primero muy tensa. Creía que se me iba a caer el mundo encima. Porque pensaba que era muy valioso, creía que me iba a poner histérica y agresiva, le avisé a todos: "Chicos si me ven histérica me avisan; si ven que estoy irritable, lo que fuere, depresiva, triste”. “Bueno, perfecto”. Todos asustados como intentando contener un huracán. Y de repente no pasó nada. Estaba cómoda. Los primeros días no eran tan cómodos, pero después me empecé a relajar y estoy encontrando mucha más energía, atención que canalizo en otras cosas, salidas que hice, citas conmigo misma... empecé a salir, ir al cine o al teatro sola. Fue como empezar a generar una intimidad conmigo misma que antes delegaba en los demás: como vos me vas a ver desnuda, vas a tener que ver qué es lo que hay, descubrirme.
—¿Masturbación sí valía durante ese período?
—Sí, sí, sí.
—¿Tuviste citas con gente nueva en ese tiempo?
—Sí, lo dejé para el final porque quería primero establecerme en el celibato. Pero al final tuve citas en las cuales me encontré como si hubiera vuelto a ganar una cierta confianza respecto a mis decisiones y sobre si quiero o no quiero acostarme con la otra persona. Fui a citas no habiéndole dicho nada a nadie: “Tengo un celibato”. No quería tener una agenda, pero sí fui y me di cuenta de que estaba mucho más consciente respecto de que es un paso extra ir al ámbito sexual, íntimo con alguien, no es algo que esté totalmente entregado.
—¿Y cuándo llegaba el momento de la intimidad, contabas lo que estabas haciendo o simplemente decías que no tenías ganas?
—Nunca llegó.
—No llegaste a tener ganas de estar con esas personas directamente y te permitiste escuchar que no querías hacerlo.
—Exacto. Y creo que eso fue único. En otros casos hubiera estado más dudosa para ver qué equivalía tener dos citas, dos citas y media, cuál era la regla. Estaba más segura de que tenía que tener una urgencia de querer compartir algo con esa persona para poder ir a ese paso.
—¿Hace cuánto empezaste?
—Desde fines de agosto.
—¿Qué aprendiste? ¿cuál es la ganancia de este proceso?
—Básicamente conocer el timing. Cuánto tiempo necesita mi deseo para aparecer. Porque hubiera pensado que era algo instantáneo, que uno ve a alguien y ya está, termina rápidamente en sexo. No, tarda un tiempo. Y es más, a veces se da con algunas personas, a veces no se da, a veces uno dice: “bueno, esta persona físicamente es todo lo que quiero”. Básicamente conocí un poco mejor los tiempos de mi deseo. Y también la amplitud, porque a veces es simplemente: “A ver qué quiero, necesito un abrazo”.
—¿Está bien afirmar que te conociste más a vos misma?
—Sí. Incluso creo que es algo que puede sentir cualquiera persona que suspenda el sexo aunque sea dos días, tres días. Y ahí ver qué cosas pasan. Volver la atención sobre uno mismo es un proceso de ganancia.
—¿Qué pasa con la ansiedad?
—El gran problema, la gran emoción que no tienen los griegos y sí tenemos nosotros. La ansiedad es algo que uno tiene que empezar a trabajar. Obviamente depende de cada uno. Yo la trabajé intentando hacer ejercicio, mantenerme bien físicamente, tener cosas para pensar. Pero sobre todo no intentar canalizarla solamente por el lado del sexo.
—¿Qué respuestas encontraste al publicarlo?
—El texto generó muchas respuestas, recibí muchos mensajes, hay muchas personas que me dicen: “Me sentía presionada, me sentía como que era lo único que tenía que hacer, me llevé a límites que no quería”. Varones y mujeres. Solteros, casados, viudos, gente de 20, 21, 22 años, que uno creía que iban a estar más relajados, pero no, muchas chicas y chicos diciéndome: “Mis amigos me presionan a que salga, a que suba nudes a las redes sociales”. Y me sorprendió, creía que ellos lo tenían más claro que nosotros. Pero no, si ninguno de nosotros hizo el trabajo de empezar a pensar si los estamos exponiendo de una manera no tan sana a la sexualidad, ¿por qué ellos vendrían a trabajar lo que nosotros ni siquiera criticamos nunca? Nos hemos llevado a creer, con justa razón, después de tanta censura que cuando de repente nos dan libertades significa “bueno, ahora lo quiero todo”. Y en realidad podemos no quererlo todo también. Podemos ir con cautela, ir con tiempo, elegir con cuidado. En la intimidad uno se vuelve muy vulnerable. Está bueno si me voy a compartir plenamente que sea con alguien que confío. Nos pueden hacer mucho daño las relaciones nocivas en el aspecto íntimo.
—No estás diciendo que el sexo por sexo en sí mismo no es válido.
—No, total, es re válido si uno lo hace con conciencia. De hecho, a veces hay problemas de autoestima, o incluso de tristeza. Bueno, entregate, pero entregate con conciencia, como se dice en inglés, en la mindfulness. Hacelo, pero teniendo en cuenta que lo estás haciendo tal vez para dejar algo que querés tratar después más adelante.
—¿Te sirvió para entender que hay relaciones que tuviste que no hubieras tenido?
—Totalmente. Y también que, por esta idea de la voracidad, podría haberme relajado y haber conocido más a personas que sí fueron interesantes en ese camino. Pero con esto de “hay que probarlo todo, por qué voy a estar más de dos veces, tres veces con la misma persona”, también dejé de lado. Entonces había que parar la moto en varios sentidos y creo que me sirvió muchísimo.
—Más allá del propio deseo, esto sirve para restarle presión al otro o a su rechazo.
—Exacto, cuando uno deja de poner tanto peso en cómo se ve sexualmente, cómo se desempeña, también dejás de poner ese peso en los otros y entendés que puede pasar que uno no tenga ganas, o que uno simplemente quiera explorar otro ámbito de la intimidad. A veces es mucho más íntimo que alguien te haga una sopita y te la lleve a la cama cuando estás enfermo, que el momento sexual en sí.
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