La amante de Mussolini que terminó perseguida por ser judía y se exilió en la Argentina

Margarita Sarfatti lo conoció antes de la Primera Guerra Mundial, cuando ambos eran socialistas, y más tarde lo acompañó en la fundación del fascismo. Crítica de arte y escritora, fue propagandista del régimen en todo el mundo y amante del Duce durante años. En 1938, cuando Mussolini estableció leyes discriminatorias contra los judíos similares a la de la Alemania nazi, tuvo que huir de Italia

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Margherita Sarfatti había conocido a Mussolini en Milán en 1912, cuando lo designaron director del periódico socialista Avanti, del que ella era crítica de arte. Tenía 32 años y él, 29. En 1913 comenzaron a ser amantes, a pesar de que Mussolini ya convivía con quien sería su única esposa, Rachele Guidi (Shutterstock y Mart Museum)
Margherita Sarfatti había conocido a Mussolini en Milán en 1912, cuando lo designaron director del periódico socialista Avanti, del que ella era crítica de arte. Tenía 32 años y él, 29. En 1913 comenzaron a ser amantes, a pesar de que Mussolini ya convivía con quien sería su única esposa, Rachele Guidi (Shutterstock y Mart Museum)

Margherita Sarfatti visitó Buenos Aires por primera vez en 1930. Crítica de arte y escritora italiana con fama internacional, llegó para presentar una exposición de pintura del movimiento Novecento, que tendría lugar en la Asociación Amigos del Arte, de la calle Florida al 600.

El viaje, sin embargo, tenía una finalidad más política que cultural. Ya en el catálogo, Sarfatti advertía que se trataba de “una muestra de artistas jóvenes y fascistas”. Como si eso no alcanzara, había traído a la Argentina un gigantesco busto en mármol de Benito Mussolini.

Esta obra generó un conflicto, cuando el pintor argentino Emilio Petorutti -a quien Margherita le había pedido que organizara el evento- la excluyó de la muestra. Petorutti tomó esa decisión “no solamente por ser Mussolini, sino por ser un trabajo repulsivo, pretencioso, glaciar, que desentonaba con el resto de lo expuesto”, según contaría en su autobiografía.

Cuando Margherita llegó a la Asociación Amigos del Arte, un rato antes de la inauguración oficial, no podía creer la novedad. “La escena que se produjo –recordaría Petorutti- fue dramática. Donna Margherita, fuera de sí, exclamaba: ‘¡Il Duce, il mio Duce!’”.

Aunque Margherita amenazó con llevarse todo en el acto, con esfuerzo consiguieron calmarla. Finalmente la muestra se abrió al público en la fecha prevista, que por cierto, era muy propicia en la Argentina: 13 de septiembre de 1930, apenas una semana después del golpe militar filo-fascista que derrocó al presidente Hipólito Yrigoyen.

La relación de la Sarfatti con Mussolini era más que política, como casi todo el mundo sabía en Italia: ellos habían sido amantes desde mucho antes que él se convirtiera en el Duce o conductor. En Argentina, el diario La Razón lo deslizó con recato, cuando habló del “especial aprecio que el jefe de gobierno italiano profesa a la escritora”.

Primero atea y luego católica, pero siempre judía

Diez años más tarde, en agosto de 1940, Sarfatti llegó a Buenos Aires por segunda vez, pero esta vez para quedarse y en circunstancias muy distintas. Se había convertido en una perseguida del fascismo: una mujer judía víctima de las leyes raciales que Mussolini había instaurado en Italia en 1938, debido a su alianza con la Alemania nazi.

Margherita había nacido en 1880 en una familia judía rica de Venecia. Su padre era un abogado y empresario que iba con regularidad a la sinagoga y observaba el shabbat. Ella, por su lado, se había casado a los 18 años con un activista sionista, del que enviudó en 1924. Pero nunca le había prestado atención a sus raíces y de hecho le había dado un gran disgusto a su padre cuando se negó a circuncidar a sus dos hijos varones.

Desde muy joven, cuando era socialista, Margherita se había declarado atea. Y luego de 1929 -cuando Mussolini firmó con El Vaticano los célebres Pactos de Letrán- se había convertido al catolicismo, convenientemente. Todo eso no impidió que se la considerara judía y que desde 1938 sus libros fueran retirados de circulación y que se le impidiera trabajar, contratar empleados o hablar en público en Italia.(Dominio público)
Desde muy joven, cuando era socialista, Margherita se había declarado atea. Y luego de 1929 -cuando Mussolini firmó con El Vaticano los célebres Pactos de Letrán- se había convertido al catolicismo, convenientemente. Todo eso no impidió que se la considerara judía y que desde 1938 sus libros fueran retirados de circulación y que se le impidiera trabajar, contratar empleados o hablar en público en Italia.(Dominio público)

Desde muy joven, cuando era socialista, Margherita se había declarado atea. Y luego de 1929 -cuando Mussolini firmó con El Vaticano los célebres Pactos de Letrán- se había convertido al catolicismo, convenientemente. Todo eso no impidió que se la considerara judía y que desde 1938 sus libros fueran retirados de circulación y que se le impidiera trabajar, contratar empleados o hablar en público en Italia.

La Sarfatti no estaba dispuesta a soportarlo. Enseguida salió clandestinamente del país para instalarse primero en París. Más tarde, en agosto de 1939, escapó de Europa en uno de los últimos barcos de pasajeros que partieron antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial hacia Sudamérica. Allí, su primer destino fue Montevideo, donde ya estaba viviendo su hijo, despedido en 1938 por ser judío de su puesto como director del Banco Comercial Italiano en Turín. Sin embargo, meses más tarde, decepcionada con la escasa vida cultural de entonces en la capital uruguaya, Sarfatti se mudó a la Argentina.

En Buenos Aires se instaló en el elegante hotel Continental, de la avenida Diagonal Norte. Parecía que no le iba a ser fácil adaptarse a una ciudad donde el ambiente político e intelectual se había polarizado por la Segunda Guerra Mundial. Ella, después de todo, era considerada una propagandista fascista por los proaliados y era vista como una refugiada judía por los simpatizantes del Eje.

“Una belleza que no se borra jamás de la retina”

“Margarita Sarfatti, la ex amiga de Mussolini, ha llegado a Buenos Aires” anunció la tapa del vespertino Noticias Gráficas el 27 de agosto de 1940.

Lo de “amiga” (en el texto se agregaba el adjetivo “íntima”) era, por supuesto, un eufemismo que los lectores de Noticias Gráficas sabrían interpretar. Aunque Margherita tenía ya 60 años, conservaba “rasgos de una admirada belleza, que no se borran jamás de la retina”, según el periodista que la entrevistó. En aquella nota ella dijo: “Mussolini no es el mismo ¡Qué lejos está de aquellos días en que un grupo de italianos tomamos el poder!”.

No exageraba cuando decía formar parte del grupo fundacional del fascismo. Había conocido a Mussolini en Milán en 1912, cuando lo designaron director del periódico socialista Avanti, del que ella era crítica de arte. Tenía 32 años y él, 29. En 1913 comenzaron a ser amantes, a pesar de que Mussolini ya convivía con quien sería su única esposa, Rachele Guidi. A diferencia de Guidi -entonces una joven de 22 años de origen campesino y escasa educación- la Sarfatti se había criado en los ambientes más refinados de Venecia y hablaba varios idiomas.

Benito Mussolini, su esposa Rachele y su familia. Il Duce tuvo muchas amantes, pero Margherita fue un gran amor que mantuvo durante casi 25 años  (Shutterstock)
Benito Mussolini, su esposa Rachele y su familia. Il Duce tuvo muchas amantes, pero Margherita fue un gran amor que mantuvo durante casi 25 años (Shutterstock)

Durante la Primera Guerra Mundial, Margherita estuvo al lado de Mussolini, cuando éste se alejó de Avanti y fundó un nuevo periódico, Il Poppolo d’Italia, junto a un grupo de socialistas que estaban a favor de la entrada de Italia en combate. También permaneció a su lado una vez que la guerra terminó y nació un pequeño movimiento llamado fascismo, que sorpresivamente llegaría al gobierno en 1922.

Pero lo que hizo conocida a Margherita Sarfatti fue la publicación dos años más tarde de Dux, una biografía laudatoria de Mussolini que tuvo 16 ediciones en Italia y fue traducida a 18 idiomas. En ese libro lo presentó como el hombre predestinado a conducir a Italia a recuperar la grandeza de la antigua Roma.

“Romano de alma y de rostro, Benito Mussolini es la resurrección del puro tipo itálico, que vuelve a florecer a través de los siglos”, escribió Margarita en Dux.

Luego de de ese libro, Sarfatti se convirtió en un ícono del fascismo reconocido internacionalmente. En su casa de Roma recibía a los más distinguidos visitantes extranjeros, como André Malraux y George Bernard Shaw. Y en el exterior se la esperaba como una referencia para entender a un movimiento político que era mirado con interés.

Lo que hizo conocida a Margherita Sarfatti fue la publicación dos años más tarde de Dux, una biografía laudatoria de Mussolini que tuvo 16 ediciones en Italia y fue traducida a 18 idiomas. En ese libro, lo presentó como el hombre predestinado a conducir a Italia a recuperar la grandeza de la antigua Roma (Muestra Museo del Novecento)
Lo que hizo conocida a Margherita Sarfatti fue la publicación dos años más tarde de Dux, una biografía laudatoria de Mussolini que tuvo 16 ediciones en Italia y fue traducida a 18 idiomas. En ese libro, lo presentó como el hombre predestinado a conducir a Italia a recuperar la grandeza de la antigua Roma (Muestra Museo del Novecento)

En 1934, cuando viajó a Estados Unidos, pasó un fin de semana en la mansión de San Simeón del mítico magnate de la prensa, William Randolph Hearst, y tomó el té en la Casa Blanca con el presidente Franklin Roosevelt y su esposa Eleanor.

En Nueva York, Margherita habló en fluido inglés por la cadena de radio NBC, que tenía millones de oyentes en todo el país, a quienes les explicó que Italia había quedado sumido en la anarquía y la debacle económica luego de la Primera Guerra Mundial y que sólo el fascismo, a través de sus programas sociales, había salvado al país de caer en el bolchevismo.

Sólo después de la alianza de Mussolini con Hitler, anunciada dos por los dictadores en la plaza del Duomo de Milán el 1º de noviembre de 1936, ella comenzó a alejarse del fascismo. Es probable que también la preferencia de Mussolini por amantes más jóvenes haya influido en el enfriamiento. De hecho, Claretta Pettaci, la mujer que sería fusilada junto al Duce en 1945, tenía nada menos que 32 años menos que Margherita.

“Los argentinos se consideran la primera nación en el mundo”

Victoria Ocampo, gran referente intelectual de la Argentina de la época, resultó clave para que la Sarfatti pudiera insertarse en el ambiente cultural. Aunque estaba fuertemente identificada con la causa aliada, Ocampo presentó a Margherita cuando ésta dio su primera conferencia literaria en Buenos Aires, en septiembre de 1940, en el Club de Amigos del Libro Americano, de la calle Carlos Pellegrini. Ese día Ocampo hizo una semblanza de la oradora en la que piadosamente omitió su vínculo con el fascismo.

Rápidamente Sarfatti consiguió escribir en Argentina Libre, el principal periódico antifascista de la época, al lado de políticos como Marcelo T. de Alvear y Mario Bravo e intelectuales como Mario Rosa Oliver y Alberto Gerchunoff. Y se integró al punto que se hizo amiga de Salvadora Medina Onrubia -la viuda de Natalio Botana, quien la invitaba a pasar tardes enteras a su casa- y participó en reuniones culturales en las que conoció a las figuras del mundo intelectual que visitaban Buenos Aires, como Pablo Neruda y José Ortega y Gasset.

Victoria Ocampo presentó a Margherita en el círculo intelectual de Buenos Aires (foto firmando libros en El Ateneo, 1967)
Victoria Ocampo presentó a Margherita en el círculo intelectual de Buenos Aires (foto firmando libros en El Ateneo, 1967)

Sus miradas ácidas sobre la Argentina y sobre los argentinos fueron volcadas en largas cartas que le enviaba a su amigo estadounidense Nicholas Murray Butler, rector de la Universidad de Columbia y ganador del Premio Nobel de la Paz en 1931.

“Los argentinos -le escribió en junio de 1942- no tienen el menor sentido de la medida o la proporción. Se consideran a sí mismo como la primera nación en el mundo. ¿Por qué? Eso no lo sé yo ni ninguna otra persona en el mundo. Odian y desprecian en especial a Brasil. También le tienen odio y envidia a los Estados Unidos. No me digas que es la historia del perrito ladrándole al elefante. Lo sé”.

También tenía una visión fuertemente crítica de la distribución de los recursos en la Argentina. “La gente rica -relató- hizo sus fortunas con demasiada facilidad. Hasta 1880 o 1890, la señal de largada para cualquier amigo del partido en el poder era: toma toda la tierra que tu caballo pueda cubrir galopando en un día. Naturalmente, las estancias de muchos días de galope iban a los personajes más fuertes y a los jefes. Esas propiedades, que entonces no valían casi nada, han ido subiendo y subiendo en valor sin ningún esfuerzo o inversión”.

A mediados de 1943, el derrumbe de Italia en la guerra ya era evidente. Cuando las tropas aliadas desembarcaron en Sicilia y el Gran Consejo Fascista dispuso la destitución y arresto del Duce, Margherita fue tapa del diario Crítica. “Es la mejor noticia que en estas circunstancias podía salir de Italia”, celebró.

Sin embargo, en diciembre, con el norte de Italia ocupada por los nazis, recibió la tremenda noticia de la deportación a Auschwitz de su hermana Nella, quien vivía en Venecia. Ni ella ni su marido sobrevivirían.

A esa altura la Sarfatti ya había comenzado a escribir sus memorias. Soñaba con publicarlas en Estados Unidos, pero su nombre ya no despertaba allí el menor interés. Se tuvo que conformar con difundirlas a través Crítica en junio de 1945 (dos meses después del fusilamiento del líder fascista), a través de una serie de 14 artículos titulada Mussolini: Cómo lo conocí.

 La escritora Silvina Bullrich, por ejemplo, la mencionó durante una conferencia que dio en junio de 1977 en la Biblioteca Nacional, en la que reveló ella que se había animado a preguntarle por la intimidad de su relación con Mussolini. Según Bullrich, Margherita le hizo entonces una confesión: “Mussolini, como amante, no era gran cosa” (@mart_museum)
La escritora Silvina Bullrich, por ejemplo, la mencionó durante una conferencia que dio en junio de 1977 en la Biblioteca Nacional, en la que reveló ella que se había animado a preguntarle por la intimidad de su relación con Mussolini. Según Bullrich, Margherita le hizo entonces una confesión: “Mussolini, como amante, no era gran cosa” (@mart_museum)

Lejos de cualquier autocrítica, la Sarfatti escribió que el que había cambiado era el Duce, no ella. “Mussolini fue derrotado por haber traicionado su propia bandera y convertido al fascismo en una deformación grotesca”.

Cuatro meses después, creyó ver la reencarnación del fascismo en el advenimiento del peronismo. Desde el hotel Continental, a dos cuadras de la Plaza de Mayo, vivió el 17 de octubre de 1945 y quedó tan consternada que 3 días más tarde se tomó un barco y se refugió en Montevideo. “Fue horrible, horrible, horrible”, le escribió a su amigo Butler.

En julio de 1947, Margherita volvió definitivamente a Italia, en un avión de Aerolíneas Argentinas. Allí murió en 1961, a los 81 años.

En Buenos Aires, su paso quedó en el recuerdo de quienes la conocieron. La escritora Silvina Bullrich, por ejemplo, la mencionó durante una conferencia que dio en junio de 1977 en la Biblioteca Nacional, en la que reveló ella que se había animado a preguntarle por la intimidad de su relación con Mussolini. Según Bullrich, Margherita le hizo entonces una confesión: “Mussolini, como amante, no era gran cosa”.

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