El complejo turístico y la residencia presidencial de Chapadmalal, una localidad ubicada a sólo 25 kilómetros de la ciudad de Mar del Plata, fueron construidos en el año 1947 durante el gobierno de Juan Domingo Perón y en el marco del primer Plan Quinquenal.
Desde entonces fue utilizada por presidentes constitucionales y de facto por igual. De Jorge Rafael Videla a Raúl Alfonsín, pasando por Carlos Menem y hasta los llamados “retiros espirituales” de Mauricio Macri. Ayer domingo a dos días de cumplir un mes en el cargo, Alberto Fernández, llegó de sorpresa.
Los fotógrafos saben que la residencia presidencial de Chapadmalal es un lugar difícil. Por eso la mayoría hace muecas cuando alguien les comenta que un presidente llegó a la quinta o pasará ahí las fiestas, sabiendo de antemano lo difícil de obtener una buena imagen sin tener acceso.
No se permite a los periodistas acercarse al ingreso del predio o permanecer en las inmediaciones y mucho menos volar un drone en la zona, si es que se pretende volver con el equipo. Es una cuestión de seguridad nacional. Y sin embargo, en el año 1984, un actor disfrazado logró burlar ese hermetismo presidencial.
El 28 de diciembre de 1984, a poco más de un año de que Raúl Alfonsín había asumido como presidente de los argentinos, después de uno de los períodos más oscuros de la historia nacional, el radical convocó a una reunión de ministros en Chapadmalal.
Siendo el Día de los Inocentes, Mario Sapag, vio que en esa reunión él tenía una oportunidad de dar un golpe de efecto y demostrar por qué su programa Las mil y una de Sapag en Canal 9 tenía el rating que tenía. En el ciclo él imitaba a personajes tan variados como César Luis Menotti, Mario Baracus, Roberto Galán, Tita Merello y el propio Alfonsín.
Sapag tenía un aliado: el maquillador Nathan Solange, un maestro en el arte de moldear rostros. Algo más jugaba a su favor, los anteojos de marco exageradamente grueso, la nariz aguileña y los bigotes tupidos de Dante Caputo (llegaron a venderse como cotillón), entonces ministro de Relaciones Exteriores y Culto, ayudaban a ocultar sus facciones.
Sapag llegó sentado en el asiento de atrás de un automóvil negro, muy parecido a los que usaba entonces la flota presidencial, caracterizado como Caputo. En el primer puesto no necesitaron de una credencial, bastó un gesto para que abrieran la entrada y lo autorizaran a pasar.
El automóvil que lo llevaba se adentró en la quinta y avanzó hasta el segundo control. Sapag, envalentonado por haber flanqueado ya el ingreso al predio, se asomó y repitió el gesto. Y otra vez lo dejaron seguir camino a la reunión de gabinete de ministros. Se imoaginó encontrándose frente a frente con el propio Caputo.
Fue el personal de la custodia de Alfonsín el que lo descubrió detrás de los anteojos, la nariz de látex y el bigote falso. El cómico ya repasaba los chistes que tenía para el gabinete nacional, cuando se vio bloqueado a un paso de la hazaña. Pero no todo fue risas ese día. La impericia le valió los puestos a varios custodios que fueron apartados de sus funciones.
Antes de Alfonsín, Jorge Rafael Videla, había utilizado la residencia e inclusive ahí recibió en 1980 a un enviado del en presidente norteamericano James Carter, mandatario al que Videla había visitado en el Salón Oval de la Casa Blanca en 1977. Durante el ’77 y ’78, Carter y su secretaria de Derechos Humanos, Patricia Derian, presionaron a los militares para que pusieran fin al terrorismo de Estado en Argentina. Fue el único gobierno que hizo algo así.
Más de 20 años más tarde Eduardo Duhalde y Adolfo Rodríguez Saá, utilizaron la residencia para descasar en medio del agitado clima social que se vivía en Buenos Aires a fines del 2001 y comienzos del 2002. Periodo recordado por la profunda crisis y porque la Argentina tuvo cinco presidentes en 11 días. Rodríguez Saá fue el segundo de ellos y renunció tras una semana de mandato en San Luis, pero la decisión se tomó en Chapadmalal.
En medio de una situación delicada, con un malestar social que se hacía sentir a través de cacerolazos en Olivos, de corridas en el Congreso, de asambleas en barrios como Caballito o en Palermo, el sábado 29 de diciembre Rodríguez Saá convocó a los gobernadores peronistas en busca de apoyo en Chapadmalal.
Fueron solamente cinco de los 14 mandatarios provinciales. No estaban ni José Manuel De la Sota (Córdoba), ni Carlos Reutemann (Santa Fe), ni Néstor Kirchner (Santa Cruz), ni Rubén Marín (La Pampa). El de mayor peso, en la lista de los que estuvieron presentes ese día, era el gobernador bonaerense Carlos Ruckauf.
El puntano vio ceñirse sobre él el mismo vacío que el peronismo le había hecho al radical Fernando De la Rúa, el radical al que él había sucedido tras su renuncia y salida en helicóptero de la Casa Rosada, imagen que quedaría grabada a fuego en el imaginario colectivo. Pero no fue el único golpe de ese día.
Ese sábado le cortaron la luz en el complejo de Chapadmalal y una multitud de vecinos bloqueó la ruta y la entrada al predio. Empezaron a golpear sus cacerolas, la expresión popular del malestar social todavía caliente, que había tenido su clímax con De la Rúa. Dicen que en medio de la oscuridad Rodríguez Saá no lograba dar con su custodia, que esa noche decidió la renuncia. La presentó al día siguiente en San Luis.
Los gobiernos de Néstor Kirchner y de su esposa Cristina Fernández de Kirchner, casi no utilizaron el complejo. Preferían pasar sus vacaciones o sus días libres en El Calafate. Mauricio Macri sí lo utilizó junto a su familia e inclusive realizó allí con sus ministros los llamados “retiros espirituales”, instancias que el gobierno pasado utilizaba para analizar puertas adentro la gestión.
Ayer domingo, a poco más de un mes de asumir la presidencia de la Nación, Alberto Fernández estuvo en Chapadmalal. Junto a él estuvieron su esposa, Fabiola Yañez, el gobernador bonaerense, Axel Kicillof, el ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro y la de Desarrollo Social, Fernanda Raverta.
Con ellos estuvieron los productores teatrales Javier Faroni y Carlos Rottemberg, y los actores Juan Leyrado, Mauricio Dayub y Gonzalo Heredia. En las imágenes se vieron sonrisas, fotos, una visita que se da en el marco de una temporada teatral auspiciosa para Mar del Plata. Habrá que ver si la residencia costera será también de uso habitual de Fernández y qué capítulos sumará a su historia.
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