“Yo los domingos no puedo dar vueltas por el pueblo”, dice Manuel Morello, cordobés de nacimiento y pinamarense por adopción. La explicación del dueño del célebre y bizarro boliche La Luna de Pinamar es insólita: “Este es el paraíso de los divorciados: se separan y automáticamente vienen acá. Entonces claro, de repente tienen una vida nueva, llega el sábado y gastan toda la plata acá. Y siempre hay uno del otro bando que me quiere matar. Por eso no salgo los domingos”.
La Luna es el último bastión nocturno de los bolicheros locales. Abierto cada viernes y sábado del año, ratifica su popularidad durante las temporadas de verano, cuando la capacidad de la disco alcanza su tope producto del turismo frenético, que busca caminar por un puente blanco de madera y así adentrarse en un sitio que recrea emociones.
“Lo alquilan para fiestas privadas o marcas, gente que cumple años. Yo no hago nada para menores, no quiero saber nada con los menores. Quiero que tomen alcohol a partir de los 18. ¿Sabés las veces que me ofrecieron hacer fiestas de 15 acá? Y no quiero, me ofrecen cualquier cantidad de dinero y digo que no”, contó Morello, quien llegó a Pinamar en 2003, año en el que conoció a Cecilia Pardo, su mujer.
“Año 2002, quiebra el país. Y mientras todo el mundo se iba a Miami a ganar dólares, yo dije: ‘No, no me quiero ir de mi país’. Viví el cacerolazo en Marcelo T. de Alvear y Libertad. Yo nací en Villa María, Córdoba, y a los 18 años me fui a la capital provincial. Pero a los 23 vine a Buenos Aires. Y a los 28 recuerdo que trabajaba con un amigo y me dijo que tenía que venir a Pinamar a vender una casa. Yo no conocía Pinamar. Y vine”, recordó.
“¡Guau, chabón!”, fueron las primeras palabras que Morello le dijo a su amigo, a quien le ofreció usar Pinamar como un cable a tierra que los obligara a escapar del caos que se vivía en la ciudad de Buenos Aires: “En abril de 2003 conocí La Luna. Yo vine a tomar una cerveza y al otro día era el Día del Amigo. ‘No querés que te ayude de camarero’, le dije a la dueña del lugar. Y ella empezó a llamar a gente y nadie quería trabajar. Me dijo ‘bueno dale, vení vos’. Yo no le cobré nada, sólo un par de tragos. Y bueno... Sobre el final de la noche pintó un piquito. Y ese piquito tiene 17 años, porque aquella chica hoy es mi mujer. Y nos casamos en La Luna, fue el primer y único casamiento que se hizo acá”.
Cecilia, quien dejó en manos de Manuel su creación, le puso La Luna -según el hombre- porque el lugar “es todo redondo. Espacios y techos redondos. Ella quiso abrir el boliche porque la gente se iba a bailar a Mar del Plata y a Villa Gesell. Nosotros vivíamos acá, literalmente arriba, en una casita pequeña".
Y agregó: "Ella trabajó seis años hasta que fue mamá. Nos fuimos a vivir a otro lado, y después lo agarré yo. Recuerdo que ella lo abría como pub. Estaba embarazada y dejaba la panza abajo de la barra para no abandonar La Luna”.
Manuel, a su modo, hizo lo que quiso. “En la parte de atrás realizamos un programa que se llamaba ‘El Asadito’. Me comí 300 asados acá. Un día hicimos un programa con un guardavidas y tomó mucho. Entonces empezó a decir cualquier cosa. Y yo le pedí a la gente del canal que editara todo, que sacara esa parte. Y no lo hicieron: salió todo tal cual y al otro día lo echaron”, contó Morello, quien junto a Cecilia son padres de Bruno (10) y Ciro (8).
Ante el contacto de Infobae y el pedido de la entrevista, el hombre de 45 años extendió la misma a una cena “para conocernos mejor”. A través de un audio de WhatsApp mostró su impronta: "¿Qué quieren comer? Los invito a comer. ¿Quieren carne? ¿O pescado? Hacemos pescado”, lanzó, en un mismo audio, sin respuesta alguna.
La comida fue en “La Lunita”, un pequeño sitio que reformó al lado del boliche, el cual posee una mesa alta, redonda, con una parrilla detrás y un televisor imponente. “Esto también lo alquilo”, expresó el hombre, quien se jacta de no vender mercadería berreta y de no controlar cuántas medidas se venden por cada botella. “Confío en mis empleados”, manifestó.
Y continuó: “Pero si alguien me roba tragos tengo 36 cámaras y 10 buchones. No me molesta que inviten, pero que lo anoten y me lo cuenten. Porque si invitás y no me lo decís, eso es robar. Y ahí ya me enojé”.
“Una vez había una comitiva de personas no videntes de Noruega. Fui al hotel y le pedí a su acompañante que los trajera. Tomaron cerveza toda la noche, bailaron, estaban locos. No sé por qué habían venido, creo que era un torneo o algo así... Lo que sí recuerdo es que se iban de acá y se persignaban. La Luna pasó a ser un lugar de culto para ellos”, reveló Morello.
La Luna sólo responde a algunos estereotipos de los boliches tradicionales. Hay muchas barras, un piso superior para “eventos privados”, un sector al aire para fumadores, un grupo de seguridad que no discrimina, guardarropas, precios razonables y una tarima con un caño a la que Morello se sube cada noche para darle la bienvenida a la gente. También para presentar a Hollywood, la drag queen estrella de la disco, oriunda de Santa Fe, quien al igual que su jefe aclaró: “Acá no se admiten los excesos. No hay sexo ni drogas ni cosas raras. Es un lugar familiar”.
Y para Morello, a quien la tonada lo delata, la familia es todo. Al punto de sentir un profundo arraigo por una ciudad que no lo vio nacer ni crecer, pero si cobijó sus experiencias y vivencias más transformadoras. Y allí, sus hijos, su mujer, su familia y Pinamar, a quien recorre los días de lluvia para levantar un poste que está caído o atraviesa en bicicleta, para encontrar baches que él mismo tapará.
—¿No te gustaría meterte en política?
—No me metería en política porque voy a vivir toda la vida acá. Y mis hijos también. Yo me preocupo nada más que por Pinamar. Quiero que haya cámaras, que los empleados municipales estén contentos, que juguemos fuerte. Pero yo no, yo no juego en política. Y no es porque tenga miedo de decepcionarme. El pueblo la pasó tan mal que no va a volver a elegir mal. Yo sólo quiero dejar mi impronta acá: que mis hijos se queden a vivir para siempre y sean felices.
Fotos: Diego Medina
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