A los 61 años, Fernando Aguerre es quizás el hombre más importante del surf en el mundo y uno de los grandes responsables de que en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, el deporte forme parte de la élite que compite por una medalla dorada. Pero antes de toda esa historia, hubo sólo una tienda de surf, una de las primeras de Mar del Plata: Ala Moana.
“Lo más lindo después de surfear es verte surfear”, le decía un año atrás en Honu Beach Fernando a Infobae, con una sonrisa en la cara, mientras veía en la orilla el video que acababa de registrar su última ola. En el mar todavía estaban en sus tablas Jakue Fernando Kahanamoku Aguerre, uno de sus hijos, y Florencia Gomez Gerbi, su esposa.
Este verano 2020, sin embargo, lo encuentra lejos de las tablas, irónicamente por culpa de una de ellas. Hace un mes tuvo un accidente haciendo skate, estuvo varias semanas sin poder caminar y hoy se está rehabilitando. “Mentalmente estoy muy bien, pienso en lo peor que me podría haber pasado y me siento afortunado”, dice él, optimista por naturaleza, restándole importancia al asunto.
En 1978, Fernando organizó la primera Asociación de Surf. “Está prohibido me dijeron y yo dije ‘no me importa, hagamos una Asociación de hecho’”, recuerda. Un año más tarde convenció a un reportero de La Nación de Mar del Plata para que lo sacara en la contratapa del diario, en plena dictadura, con el deporte prohibido en las playas, con un encabezado contra la marea: “Mar del Plata tiene un nuevo título: capital del surf”.
Con la llegada de los campeonatos de la Asociación y negociaciones con las autoridades municipales de turno, la práctica fue liberada en el año 1979 y se establecieron zonas de surf en varias playas de Mar del Plata. Para ese momento, Fernando y su hermano tenían segmentos de este deporte en radio, televisión y en una revista. Pero estaban a punto de dar su paso más importante.
En octubre del ’79 inauguraron Ala Moana y para su primer verano al frente del local, el de 1980, eran un éxito. “Éramos un chico de 19, otro de 20 y una madre de 39, ella con una incipiente carrera de abogada, que no teníamos plata”, repasa Fernando la realidad familiar de aquel momento.
“Hicimos una sociedad, mi madre nos dio cheques a 120 o 130 días, plata que ella no tenía, para que pudiéramos empezar a producir”, cuenta Aguerre. “No teníamos ningún plan escrito de nada, queríamos un lugar cool, donde la gente se sintiera cómoda”, dice él a la distancia y pone en palabras la que fue la fórmula del éxito.
Con menos de 20 años arriesgaron a un mundo no explorado por las marcas nacionales, porque el surf era para entonces un lugar desconocido por la mayoría de las empresas, y ganaron. “Hicimos dos cosas, logramos satisfacer una demanda pequeña que había y creamos una demanda más grande. Los primeros trajes de baño que hicimos los trajimos de Brasil y los copiamos. El primer año vendimos 5 mil”, asegura.
“Después Todo lo que fabricábamos lo vendíamos", sigue, antes de describir una escena cotidiana. "Íbamos con mi hermano en unas motos Kawasaki que teníamos a hacer la recorrida por las costureras, volvíamos con los trajes de baño, todos hechos acá, copiados de modelos americanos, telas con flores, camisas hawaianas y, cuando llegábamos al local, ya había cola de gente esperando para comprarlos”.
Este jueves a la noche, Ala Moana, el surfshop más antiguo del país, celebró sus 40 veranos. Para Fernando, ese riesgo que corrió hace cuatro décadas fue el primero de muchos que vendrían, que lo harían terminar abriendo un local en California, fundando la marca Reef, convirtiéndose en autoridad mundial de la disciplina, y teniendo un rol protagonista para que el surf se convierta en deporte olímpico.
“Lo lindo de la historia es que a pesar de todos los vientos y las mareas que vienen en contra, se puede encontrar la forma de avanzar. Yo jamás imaginé que todo esto iba a pasar. Vos no corrés para ganarle al de al lado, lo hacés para llegar”, explica. "No somos un deporte, somos la cultura de la playa”, dice, esbozando las bases de una filosofía de la que está convencido.
A sus 61 años, sostiene que a los 20 se pensaba para siempre en su ciudad natal. Sin embargo, aunque vuelva constantemente, hace ya más de la mitad de su vida que vive en California. De fundador de una asociación clandestina en Mar del Plata, cuatro décadas después es el presidente de la International Surffing Association (ISA). O sea, máxima autoridad del surf a nivel mundial.
“Trabajo en la ISA hace 24 años y no cobro salario. Todos mis empleados tienen, pero yo lo que tengo es amor y nunca le voy a terminar de pagar al surf lo que me dio”, comparte. Este año el surf debutará como deporte olímpico, iniciativa que impulsó como las primeras brazadas de un sueño y que, según imaginó, serían otros los que lo verían realizado.
“'Del Torreón a Tokio podría ser el título", se ríe Fernando cuando sale el tema e intenta hacer creer que no es para tanto. Y agrega: “Al principio nadie lo pensaba, el Duke (Kahanamoku) lo pidió hace 100 años, trabajamos 100 años para lograrlo, nos dijeron que era imposible, seguimos trabajando y lo convertimos en inevitable. Es exactamente lo mismo que pasó acá hace 40 años, hicimos al surf inevitable”.
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