“Abría la puerta del cuarto cuando yo estaba durmiendo y se quedaba mirándome un buen rato”, recuerda Constanza Gilabert sobre “este tipo” -así lo llama-, en referencia a Carlos Antonio Ríos, un bioquímico concordiense hasta hace poco prestigioso y muy respetado.
Habla, ni más ni menos, que de su tío político, el marido de la hermana de su padre. A quien hoy llevó hasta la Suprema Corte de Justicia de la Nación, acusado por un delito aberrante: abuso sexual en la infancia.
Con 32 años y mientras la causa que impulsa junto a una de sus hermanas está en el máximo tribunal Constanza –Coty o Cotán para sus seres queridos– comparte con Infobae los detalles, sensaciones y secuelas de haber sido abusada desde los 5 –“o desde que tengo noción”– hasta los 12 años.
Criada en Concordia, Entre Ríos, es la cuarta de cinco hermanos: dos varones y tres mujeres, de las cuales las dos menores sufrieron los abusos. “Vivíamos a una cuadra de este tipo, que tenía una hija de mi edad. Crecimos juntas. Mi tía era mi madrina. Y como mi papá tenía cáncer y viajaba a Buenos Aires por las operaciones, yo me quedaba con ellos”, cuenta Cotán, mientras apunta que su papá falleció a los 41 años, cuando ella tenía sólo diez.
“Me cuesta establecer la línea temporal de lo que sufrí. Tengo recuerdos en una quinta… Hay un hecho que pudo haber sido la primera vez… Y está anulada la presencia de mi prima en esos momentos. Sé que a veces la mandaba a hacer compras. También recuerdo que yo me escondía debajo de la cama cuando me llamaba con un grito”, relata Constanza. Y agrega que después de abusar de ella le decía: “No lo contés”. Entonces se sentía ahogada. “Era como estar entre la espada y la pared. Sabía que eso no estaba bien. Era un secreto con una carga emocional demasiado grande”, asegura.
Ultrajada y aterrorizada, no hablaba con nadie. “Me descargaba de noche, cuando iba a dormir. Ahí lloraba y lloraba... Algunos piensan que soy fría. Y es simplemente que sólo me sale llorar cuando nadie me ve. Juan Manuel, que es mi pareja hace nueve años, apenas me vio lagrimear un par de veces”, revela.
Los abusos cesaron cuando Constanza se hizo muy amiga de una compañera y pudo dejar de frecuentar la casa de su tío.
“Lloraba para no quedarme en lo de mi prima: decía que nos peleábamos. No contaba lo que en verdad me estaba pasando. Mi tía y mi prima se ofendían. Estaban totalmente ajenas a esta situación”, agrega. Y recuerda que un día, cuando tenía cerca de 10 años, le relató los abusos a esta gran amiga, con lujo de detalles. “Se paralizó tanto que me dio vergüenza y me retracté”, suspira. “Éramos muy chiquitas”, concede.
En su adolescencia los abusos habían terminado, pero lo vivido era insoportable. “Fue muy difícil. Tuve anorexia y me aislaba. El secreto me estaba comiendo viva. Mi gran salida fue la lectura. Leía la novela que encontraba. Mi abuelo materno tenía una biblioteca gigante. Yo solo quería distraerme y pensar en otra cosa. Me carcomía pensar que este tipo podía estar abusando de alguien más. Me sentía culpable por no hablar”, admite.
Además, cuando tenía 13 años, su tía falleció de cáncer. Entonces Constanza se deprimió más que nunca al sentir que jamás podría hablar: su tío era el padre de sus primos, que se habían quedado sin mamá. Sin embargo, al año se lo dijo a una monja de la escuela quien, en lugar de contenerla, le aconsejó no decir nada “porque nadie te va a creer”.
En ese entonces, Ríos era una figura carismática, compradora y admirada en la ciudad. “¡Tu tío es un genio! Qué groso ser su sobrina”, le decían a Cotán por la calle sin imaginar el monstruo que se escondía en el bioquímico.
“Sin querer, me hacían sentir que nadie me iba a creer. Además, ya lo había comprobado: no era fácil decir ‘Sabés que, el otro día me pasó esto, esto y esto’. En ese entonces no se hablaba de abuso como se habla ahora”, reflexiona.
Una carta con la verdad
Fue a los 16 años cuando finalmente alguien escuchó su verdad. “Escribí una carta para mi mamá en la que contaba todo. ‘Me ponía a upa y me manoseaba’. Lo que me hacía hacer y lo que me hacía a mi… Todo. Pero no se la entregué a ella. La hice a modo de descarga, para mí. Sin embargo, mi hermana –que también sufrió los abusos– la encontró y se la dio a mi madre”, relata Constanza.
“Mi mamá la leyó, habló conmigo y me protegió desde el primer momento. Quería denunciarlo. Pero yo me enojé con ella. Era adolescente. Sentía que me iba a morir si se sabía”, cuenta.
Entonces agrega que su madre encaró a “este tipo”, que él aceptó el hecho pero contestó: “Fue sólo un desliz de una vez”. “En realidad, habían sido años de abusos y, en todo caso, como si una vez no fuera suficiente….”
A partir de ese momento, Cotán supo que su hermana también lo había sufrido, las familias dejaron de verse y el rumor corrió por Concordia. Pero como no había una denuncia formal, mucha gente no le creyó y todo quedó en la nada.
Cuando Constanza terminó el colegio, se fue a estudiar a Buenos Aires con sus hermanos. “Empecé Psicología en la UBA, pero no estaba equilibrada para esa carrera. Después pasé a Terapia Ocupacional y finalmente me recibí de fonoaudióloga”, relata. Por esa época se enamoró de Juan Manuel, su actual pareja. “Le conté lo que me había pasado y me apoyó incondicionalmente. Él, mi familia y mis amistades son quienes me empujan a seguir adelante”, asegura.
Mientras tanto, en Concordia, Ríos se movía como si nada hubiera pasado. “Parecía una burla. Como si me estuviera diciendo: ‘Soy intocable’. Cada vez que yo volvía a mi ciudad, hacia de todo para no cruzármelo… Porque era un manipulador, pero también un cobarde. Un día, en una de esas visitas, yo estaba sola caminando por la calle y veo que me empieza a seguir despacio con el auto. Paró porque el semáforo se puso en rojo y me saqué. Le pegué al capot de auto y le dije: ‘¡¿Qué mierda querés?!’ Y salió rápido con el auto”, recuerda. Entonces concluye: “Me quería amedrentar para que siguiera callada”.
Dejar la mochila en tribunales
Dos hechos la impulsaron a hacer la denuncia judicial. Constanza vio una foto de Ríos en Facebook y algo en ella “se partió en mil pedazos”. Fue “un click interno: la cara de impunidad”. Además, estaba por terminar la carrera y con su novio, también concordiense, querían volver a vivir en su ciudad. Temía cargar con el cartel de abusada pero tampoco podía seguir así.
Acompañada por Juan Manuel, en febrero de 2015 se presentó en la ventanilla de los Tribunales de Concordia y dijo que quería hablar con el fiscal para hacer una denuncia.
“Fue una de las experiencias más duras y a la vez más liberadora que viví. Cargaba una mochila enorme que pude dejar en Tribunales”, asegura. Y cuenta que en la fiscalía siempre se portaron muy bien e hicieron un gran trabajo.
Unos meses después, su hermana también hizo la denuncia. Hoy llevan adelante una causa conjunta. Después de las pericias psiquiátricas y psicológicas, la causa avanzó, Ríos fue condenado en varias instancias, hasta que en Paraná el Tribunal Superior de Justicia de Entre Ríos dictaminó que la causa había prescripto. Ellas apelaron y desde abril del 2018 está en la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
Además, impulsada por el dolor y la catarsis que hicieron junto a su hermana, Constanza se decidió a contar su historia en los medios locales. “Necesitaba exponerlo públicamente. Finalmente, la gente de mi ciudad me creyó. Eso me fortaleció. Hoy tengo el triple de fuerzas que cuando hice la denuncia. Y cuando la hice, tenía el triple que en la adolescencia. Porque la clave es entender que para nosotros, los abusados, es un proceso largo y doloroso”, asegura. Desde entonces, cuenta, “este tipo” no está más en Concordia.
“Yo ya no me siento una víctima, pero lo fui. Dejé de serlo cuando me presenté en la Justicia. Pude salir adelante, pero no todos pueden. Me alivia sentir que se sabe: ‘No dejes a tu hijo con este tipo’. Me quité el secreto de encima. No quiero que se repita”, asegura con un suspiro que habla de los años de angustia.
“¿Culpables? Este tipo es el único culpable. Me saca cuando se acusa a los padres de la víctima. Mi mamá simplemente le confió su hija a alguien de la familia en el momento más vulnerable de su vida. El único hijo de puta es el abusador”, apunta. Y a un mes que la denuncia cumpla cinco años, aclara que si bien todavía le tiembla el pulso cuando habla del tema, hace unos años ni siquiera podía mencionarlo.
“Antes de hacer la denuncia yo sólo sentía odio y dolor. Ahora tomé el control de mi vida y se lo saqué a este tipo”, revela Constanza. Y con la absoluta certeza de haber hecho lo correcto, ruega Justicia: “Que pague por los delitos que cometió. Y que sea rápido. Porque mientras yo hablo, él puede estar haciendo de las suyas”.
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