“Una vez le pregunté al Flaco: Si no estuvieras haciendo esto, o sea guerrillereando, ¿qué te gustaría hacer? Y él me respondió: ‘Formar una banda de rock con mis hermanos’. Habrá sido por 1973 o 1974, no existía ningún grupo. Pasados los años y después de todo lo que sucedió, aquello me parece clarividente. Muchas veces, desde entonces, me lo imaginé al Flaco tocando algo en Virus, con sus hermanos”, dice Perla Diez.
El “Flaco” del que habla era Jorge Moura, su compañero y padre de sus dos hijas. Y, además, el hermano mayor de Federico, Marcelo y Julio Moura, los tres músicos platenses que en 1980 -junto con Mario Serra y Enrique Mugetti– formaron Virus, uno de los grupos que ya es parte de la historia grande del rock nacional.
Para entonces, cuando la banda empezó a sonar desde los escenarios con “Wadu Wadu”, Jorge Moura llevaba tres años desaparecido. Más precisamente desde el 8 de marzo de 1977, cuando un grupo de tareas de la dictadura lo secuestró en la casa de sus padres en City Bell, cerca de La Plata.
La respuesta de Jorge a la pregunta de Perla bien podría haber sido su destino en otro contexto político de la Argentina, porque la música ocupaba un lugar central en la casa de los Moura. La madre, Velia, tocaba el piano, y casi todos los hijos cantaban y ejecutaban algún instrumento.
“Él también era amante de la música, sólo que entonces sus convicciones le hacían ver la música extranjera como una imposición del imperialismo. Por entonces, muchas veces agarraba la guitarra y cantábamos zambas. Recuerdo especialmente un tema de Jaime Dávalos por la hermosura de su letra: ‘Pídele al viento firmeza y al río que vuelva atrás, no me pidas que me quede, si toda mi vida contigo se irá’. Vuelvo a ella siempre que lo extraño. Pero luego tuvo una segunda etapa musical, en la que sólo cantaba canciones con un claro mensaje político”, lo evocaría muchos años después su hermano Marcelo.
“Tocaba folklore y rock nacional. A mí me encantaba escucharlo cantar ‘Muchacha’, de Spinetta, y también los boleros con que hacía bailar a Clarisa, nuestra hija mayor, cuando apenas estaba aprendiendo a caminar”, le cuenta Perla a Infobae.
Música, rugby y pacifismo
Jorge Horacio Moura nació en La Plata el 10 de enero de 1949. Era el segundo de los hijos de Jorge Federico Moura, un reconocido abogado de la ciudad, y de Velia Oliva. Creció en un ambiente típico de la clase media profesional platense, donde la vida de los pibes giraba alrededor del estudio con destino universitario, el deporte y alguna disciplina artística. En la casa de los Moura, hablar de arte era hablar de música, y además, tocarla.
A los 9 años empezó a jugar al rugby en La Plata Rugby Club, uno de los clubes emblemáticos de la ciudad. Jugaba de apertura y pronto fue capitán en las divisiones en que le tocó participar. “Jorge fue el que más sintió el deporte ovalado, fue el primero que empezó a ir al club. Tenía muchas amistades y compañeros ahí y además era un deportista innato. De a poco, el resto de nosotros empezamos a ir a verlo y nos fuimos enganchando hasta que terminamos jugando todos. El era apertura, siempre fue capitán y pateador”, recordaba su hermano Julio en una entrevista de una revista especializada.
Jorge jugó al rugby hasta los 17 años, junto a una camada de deportistas de La Plata Rugby Club donde muchos de sus integrantes empezaron, a fines de los ‘60 y principios de los ’70, a sumarse a la militancia política. Veinte de los integrantes de esa institución deportiva figuran hoy entre las víctimas del terrorismo de Estado.
Sus amigos de finales de los ’60 recuerdan que en su caso, el camino empezó por el pacifismo. “Jorge era más bueno que la leche, un pacifista ultra. Andaba en un grupo que estaba cerca de Silo, me acuerdo que hacían manifestaciones donde soltaban sapos con cartelitos que decían ‘estos son los políticos’. Nosotros compartíamos un grupo de estudio de teatro y fui varias veces a su casa, donde conocí a sus hermanos, los que después hicieron Virus, que eran más chicos que él”, le revela Raúl Argemí a Infobae.
Su memoria también destapa una anécdota que le contó Moura en una de las reuniones del grupo teatral. En una manifestación, la policía lo detuvo junto a otros siloístas. Ya en la comisaría, un oficial les preguntó si practicaban yoga y uno de ellos contestó que sí. Entonces el policía se le acercó y le pegó sorpresivamente un puñetazo en el estómago que lo dejó doblado. “Parece que el yoga no te sirve para aguantar esto”, le dijo. “Los tuvieron unas horas y los soltaron, eran inofensivos”, dice.
Alberto Elizalde Leal había conocido a Jorge Moura en La Plata RC. “No éramos amigos, jugábamos en divisiones distintas, pero yo sabía que andaba cerca del siloísmo. Para principios de los ’70, mi compromiso político había virado hacia la participación en los prolegómenos de la formación de GEL (Guerrilla del Ejército de Liberación) y me sorprendí cuando Raúl Argemí me dijo que nos juntaríamos con Jorge para charlar con él sobre su eventual compromiso militante. En realidad, más que comprometerse políticamente, Jorge estaba buscando, como muchos en esa época, un norte, una utopía, un ‘símbolo de paz’ como diría Charly. En esa charla nos dijo que había decidido irse al Sur, a El Bolsón creo recordar, para pensar, para alejarse del gran ruido urbano y encontrar respuestas a sus inquietudes. Me sonó muy hippie su decisión, pero no teníamos demasiados argumentos para cuestionarla”, recuerda.
Poco después Raúl Argemí y Alberto Elizalde Leal se incorporaron al PRT-ERP. Lo que no imaginaron en ese momento es que aquel joven pacifista que quería irse al sur para “alejarse del ruido” también lo haría.
Trelew, Perla y el ERP
El 22 de agosto de 1972, oficiales de la Armada fusilaron a 19 presos políticos detenidos en el aeropuerto luego de una espectacular fuga del penal de Rawson. Sólo tres sobrevivieron.
Corrían los últimos tiempos de la dictadura encabezada por Alejandro Agustín Lanusse y, después de la fallida huida, las condiciones de detención de los presos políticos empeoraron en todo el país.
Los detenidos iniciaron huelgas de hambre en varias cárceles y rápidamente se organizaron acciones de apoyo y solidaridad en muchas ciudades. En La Plata, los familiares de los presos políticos y las organizaciones de apoyo se reunían en la Iglesia Luterana de la calle 10 entre 60 y 61. Allí estaba Perla Diez, que militaba en el Frente Legal del PRT, cuando un día vio llegar a un flaco en moto. Al rato supo que militaba en la misma organización y que iban a hacer tareas de apoyo juntos.
“Andábamos en la motito y nos encargábamos de conseguir dinero para una solicitada de apoyo a la huelga de hambre de los presos”, recuerda Perla para Infobae.
En poco tiempo, las tareas de la militancia los llevaron a vivir juntos en una casa operativa, como si fueran una pareja, aunque todavía no lo eran. El “Flaco” era Jorge Moura. “Él siempre trabajaba principalmente lo militar y yo trabajaba más lo legal, la Universidad y la lucha por los presos políticos. De todas maneras estaba mixturado, porque todos hacíamos acciones armadas y todos teníamos la obligación de hacer trabajo político”, cuenta.
En esa casa, Perla supo que Jorge estaba separado y que tenía un hijo, Federico, de dos años. También descubrió que Jorge Moura le interesaba.
“A mí me gustaba el Flaco, pero en la casa éramos señoritos ingleses. Los dos trabajábamos y cumplíamos con nuestras tareas de la militancia, aunque yo también trataba de darle un clima hogareño al lugar. Un poco por seguridad frente a los vecinos y otro poco porque siempre me gustó eso. Me volvía del trabajo al mediodía para cocinar, por ejemplo. Pero, la verdad, aún no sabía si a Jorge le gustaba o no”, dice.
Amor y militancia
Pasó algún tiempo –Perla no puede calcular exactamente cuánto– para que el “Flaco” se lo hiciera saber. “Un día me planteó que me quería, que quería estar conmigo… y bueno, a mí me gustaba de antes. Jorge tenía muy buena pinta, y era además un tipo bárbaro, de muy buen corazón, muy solidario, muy cariñoso, tierno. Era alegre, tenía un humor medio sarcástico, me cargaba bastante, cariñosamente. Tocaba la guitarra y cantaba canciones de Spinetta, eran canciones que en mi vida había escuchado, porque yo venía de otra onda, del folclore, del tango, de los clubes de barrio. En fin, nos enamoramos los dos”, cuenta.
El 25 de mayo de 1973, cuando Héctor J. Cámpora asumió la presidencia, los encontró juntos. Y juntos fueron a Ezeiza a recibir a los aviones que traían a los presos políticos de la cárcel de Rawson, y habían sido liberados por la amnistía del nuevo gobierno. Allí, en la pista del aeropuerto, Alberto Elizalde Leal, que había sido detenido en 1971 y volvía a Buenos Aires con los otros liberados, se llevó una verdadera sorpresa al descubrir que el flaco aquel que quería irse al sur para alejarse del ruido y encontrar respuestas se había transformado en un compañero de militancia.
“El avión donde yo iba fue el último que tocó tierra en Ezeiza. El paisaje era increíble, una enorme bandera del ERP cubría casi todo el frente del edificio principal y una multitud rodeó la aeronave ni bien se detuvo en la plataforma. Decidí salir por la puerta trasera del avión y en medio del gentío la vi a Perla Diez que me saludaba con una sonrisa enorme en la cara. Al lado, un flaco con campera verde tipo militar, jeans, una capucha o antifaz y un brazalete del ERP en su brazo izquierdo me saludó con el puño en alto. Perla dijo: ‘Te presento a mi compañero’ y el flaco, Jorge Moura, se sacó la capucha o antifaz. Nos miramos un segundo y sin decir nada nos abrazamos muy fuerte. Cambiamos algunas palabras nerviosas, emocionadas y previa promesa de encuentro posterior nos separamos, ellos a sus tareas organizativas, yo al micro que me llevaría a Buenos Aires. La promesa nunca se cumplió. Nunca más lo vi”, recuerda con tristeza.
Tiempos difíciles
Jorge Moura y Perla Diez siguieron viviendo juntos en la casa operativa de La Plata. Fuertemente comprometidos en la militancia, también trataban de llevar una vida lo más normal posible. El 1° de mayo de 1974 nació Clarisa, la primera hija de la pareja, y Federiquito venía todos los fines de semana a quedarse con ellos.
También visitaban a la madre de Perla y a los padres de Jorge. “Íbamos muy seguido a la casa de los Moura porque tenían televisión, ciertas comodidades, y nos recibían bien. En ese momento a Federico, el cantante, estaba poco porque vivía en la Capital. En cambio, veía con frecuencia a su mamá y su papá, así como a sus hermanos Julio, Marcelo y Estela. Esos tres vivían en la casa familiar de la calle 53, que era como una mansión céntrica. Federico tenía hasta una sala de ensayos toda acustizada. Ahí Jorge tocaba la guitarra, la mamá tocaba el piano, se escuchaba mucha música siempre”, dice Perla.
Para principios de 1975, las cosas se pusieron más difíciles. Rolo Diez, el hermano de Perla que también militante del PRT-ERP, estaba prófugo y en la clandestinidad. Reyna, su madre, que había sido decana de la Facultad de Humanidades, se había salvado por un pelo de ser secuestrada por un grupo parapolicial de ultraderecha, la CNU.
Por razones de seguridad, en febrero la organización decidió que se trasladaran a Mar del Plata. Primero lo haría Perla, y Jorge viajaría una semana después. Se despidieron en la terminal de micros de La Plata. Ella estaba nuevamente embarazada, aunque todavía no lo sabía. Una semana después, Perla fue detenida en Mar del Plata. La llevaron a la cárcel de Olmos, donde el 9 de noviembre nació Lucia, la segunda hija de la pareja. “Ese día, en la terminal de ómnibus, fue la última vez que nos vimos –dice Perla-. Por eso, incluso ahora, cuando voy a la terminal siempre tengo una sensación de despedida, una pequeña angustia, que después se me pasa”.
El sargento Manuel
Jorge Moura siguió militando, en el ERP se lo conocía como “El Sargento Manuel”. Por razones de seguridad no podía visitar a Perla en la cárcel y sólo en contadas ocasiones podía encontrarse con sus hijos.
El 23 de diciembre de 1975, cuando el ERP intentó copar el Batallón de Arsenales de Monte Chingolo, en el sur del Gran Buenos Aires, fue uno de los encargados de vencer la resistencia en la puerta del cuartel. En su investigación sobre esa operación, Gustavo Plis Steremberg reconstruye los hechos: “A las 18:50 el conscripto Bufalari estaba por cerrar el candado cuando el sargento Manuel del ERP giró el volante del Mercedes Benz hacia su izquierda llevándolo contra el portón. No logró tirarlo abajo, pero las dos hojas se abrieron violentamente… El portón semiabierto permitió el paso del camión y el resto de la columna guerrillera… sorprendido por la barrera de fuego, cuando las primeras balas se habían incrustado en el parabrisas, Manuel detuvo el Mercedes Benz.”
Avisados por un infiltrado en la organización, los militares esperaban el ataque y lo repelieron, causando muchas bajas en el combate, multiplicadas después en la represión que desataron por todo el barrio. Jorge Moura pudo retirarse ileso, sin ser capturado.
El secuestro
Jorge Horacio Moura fue secuestrado el 8 de marzo de 1977 por un grupo de tareas que lo esperaba en la casa que sus padres tenían en City Bell.
Muchos años después, su hermano Marcelo escribió cómo fue ese día: “Entre sueños sentí presión y frío en mi cabeza, y cuando abrí los ojos vi a un hombre con el uniforme de Segba (en esa época era la empresa de luz en La Plata) que tenía apoyado en mi sien un fusil. No tuve margen para pensar que era un sueño, era una realidad absolutamente nítida. Escuchaba gritos y ruidos por toda la enorme casa de City Bell. Me dijo: ‘Vestite rápido y bajá´. (En el living) vi a mi padre, mi madre y mis hermanos sentados en un sillón rodeados de una gran cantidad de hombres apuntándolos con ametralladoras. Eran las siete y cuarenta y cinco de la mañana (…) Vi entrar a Jorge por la puerta con absoluta tranquilidad, hasta que me vio rodeado de gente armada y clavó su mirada en la mía. Podría escribir un libro entero acerca de todo lo que decía esa mirada. Sé que cuando uno muere no se lleva nada, yo les puedo asegurar que aún después de muerto conservaré esa mirada. De atrás, un cobarde le dio un golpe con la culata del fusil y Jorge cayó al piso”.
La última despedida
El grupo que lo secuestró llevó a Jorge Moura al Centro Clandestino de Detención conocido como “La Cacha” (“Estás en La Cacha, por Cachavacha, la bruja que hace desaparecer gente”, decían los represores a todos los que eran llevados ahí), donde lo torturaron y lo mantuvieron encadenado y encapuchado durante alrededor de veinte días, hasta que lo trasladaron al campo de concentración del ejército en Campo de Mayo.
Antes de que lo trasladaran, su madre tuvo la oportunidad de verlo por última vez. “Unos días más tarde, un hombre apareció por casa y le propuso a mi madre ver a su hijo. Le dijo que en un par de días se comunicaría con ella. Esa visita fue motivo de un gran debate en la familia, ya que la mayoría pensaba que la iban a usar para que Jorge cantara, pero nadie pudo contra el amor de mamá. Efectivamente, se comunicaron y combinaron para pasarla a buscar. El día acordado la subieron a un auto, le vendaron los ojos y dieron vueltas un par de horas para despistarla. Cuando por fin detuvieron la marcha, la hicieron bajar, le sacaron las vendas y mi madre se encontró en el medio de un bosque”, relató Marcelo Moura al escribir sobre su hermano.
Velia le contó después ese encuentro a Perla Diez. Le contó que le dijeron que podía llevar a Clarisa y a Lucía – las dos hijas de Perla y Jorge– para que vieran a su padre. Las llevaron a algún lugar del Parque Pereyra, donde bajan a Jorge de otro vehículo, rodeado por hombres armados.
Pudieron hablar apenas un minuto.
-¿Dónde te tienen? – le preguntó Velia.
-En un pozo– dijo Jorge.
-¿Qué se puede hacer?
-Nada. Cuidame a las nenas – respondió Jorge antes de que volvieran a subirlo al vehículo.
Jorge Moura sigue desaparecido. El último lugar donde se lo vio con vida fue en Campo de Mayo.
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