El 19 de diciembre de 2018, Mario Fendrich murió en un momento feliz de su vida. Un día soñado, durante un paseo en La Habana, Cuba, la ciudad que añoraba conocer antes de morir. Allí, donde más quería vivir, los sorprendió la muerte. Primero un desmayo, luego el diagnóstico de un ACV y un infarto que se lo llevó a él y a sus secretos. El principal: cómo el empleado bancario ejemplar el 23 de septiembre de 1994 cometió un hecho impensado en su vida honesta. Robó 3.187.000 dólares del tesoro del banco Nación de Santa Fe y huyó con su joven amante.
Por esos días, Mario César Fendrich, el imposible empleado infiel, fue recordado por amigos y familiares como un gran hombre al que lo traicionaron las malas amistadas. Hasta sus más íntimos no pudieron, aun, desentrañar sus secretos.
-El juró hasta sus últimos días que no le quedaba un centavo. Que lo instigaron y hasta presionaron para que se llevara ese dinero. Gente que no era pesada pero tenía influencias.
Eso dice uno de los amigos que lo acompañó toda la vida. En Cuba, Fendrich habló de proyectos, disfrutó sin saber que eran sus últimos días. Hasta se metió en la pileta y de noche comió mariscos. Después del ACV había perdido el habla y estaba inconsciente. Su vida se fue apagando de la misma manera que cometió el robo: sin escándalos, silenciosamente, solo.
Su llegada a La Habana, junto a un amigo, había coincidido con el Festival de Cine de Cuba. Fendrich no era amante del cine, aunque su caso inspiró una película, Tesoro Mío, dos emisiones de los unitarios televisivos Sin Condena y Botines. Hasta Marcelo Tinelli envió a Miguel de Sel como emisario para que convenciera al ex tesorero para autorizar una película sobre el caso. La respuesta de Fendrich no tardó: “Ni por todo el oro del mundo vendo este anonimato, esta intimidad”.
Hasta un mes antes de su fallecimiento, Fendrich atendía un local de quinielas y regalos en Santa Fe capital. Hasta había probado vender artesanías y cosechar frutillas. “Era un gran padre. En la quiniela era cordial y hasta pasaba algún pálpito, pero rogaba que de su local no saliera un ganador porque mediáticamente lo iban a volver loco. De hecho, fue compañero de escuela de mi padre y siempre lo definió como un buen tipo”, dice a Infobae una actriz rosarina que pidió la reserva de su identidad.
La fiscal Griselda Tessio, que trabajó en el caso, recibió la llamada en su despacho. Del otro lado del teléfono había un hombre ansioso. Y preso.
-Doctora, soy Mario Fendrich. Necesito verla. Le voy a decir dónde está la plata.Pero pasaron más de 20 años y hay dos versiones sobre secreto. Que su esposa y sus dos hijas saben toda la verdad. La otra versión es que no lo sabe nadie.
“Su familia y sus amigos siempre creyeron su versión, que lo apretaron para que se llevara la plata. No se saben, y creo que no se sabrán, muchas cosas. Algunos de los que se quedaron con ese dinero pasaron unas Fiestas muy tranquilos. No tienen la grandeza y honestidad de decir la verdad”, dijo un amigo de Fendrich a Infobae.
La aventura del subtesorero duró 109 días. ¿Qué hizo durante el tiempo que estuvo prófugo? Aún es un misterio. Pero hubo cientos de versiones.
Se dijo que estuvo en Paraguay, en un campo en Funes cerca de Rosario, que apostó parte del dinero en el casino, que compró propiedades. O que paseó con su amante mucho más joven por las playas de Brasil, donde hasta el mismísimo Ronald Biggs, el ladró del siglo inglés, dijo haberlo visto. También se rumoreó que había comprado estancias, que un grupo de amigos lo había estafado y que un desconocido le sacó el dinero para invertir en la Bolsa. Hasta se creyó que el botín había sido enterado en el cementerio privado cuyo dueño era un amigo que fue juzgado y absuelto, sospechado de haber sido uno de sus cómplices. Y se analizó la posibilidad de rastrearlo abriendo tumbas.
Fendrich dio más de una versión sobre el robo al tesoro del banco. En un programa de la televisión de su ciudad dijo que le había mentido al tribunal. “Fui presionado para hacer lo que hice, luego manejé hasta Rosario, repartiendo el dinero en distintas casas de amigos y no amigos. Me dijeron que me escondiera y que me iban a avisar cuando podía entregarme, que iba a estar poco tiempo preso por hurto simple. Fui engañado. No me quedé con nada”.
Su presunta amante nunca apareció.
Robo y mensaje
Fendrich era el primero en llegar a su trabajo y el último en irse. Sus compañeros del Banco Nación de Santa Fe lo respetaban y sus jefes confiaban en él. Pero el subtesorero no llegó a la tapa de los diarios por ser un empleado ejemplar y rutinario.
El viernes 23 de septiembre de 1994, Fendrich le dijo a su esposa que después del trabajo se iba a pescar con sus amigos. Pero el plan era otro. Sin que nadie lo viera, robó una fortuna del banco y se convirtió en el prófugo más buscado del país. Antes de escapar, no pudo con su prolijidad de bancario y le dejó una nota a su superior, Juan José Sagardía:
-Gallego, me llevé tres millones de pesos del tesoro y 187 mil dólares de la caja.
¿Fue un arrebato inconsciente, el último intento de salvación de un desesperado o un golpe calculado milimétricamente? Para los investigadores, Fendrich planeó el robo hasta el último detalle.
El viernes en que se convirtió en un audaz ladrón, abrió el tesoro con una copia de la llave del gerente. Desconectó las alarmas, guardó la plata en una caja de madera y programó el reloj trigonométrico de la puerta de la bóveda para que se abriera 4 días después, el martes por la mañana. Por último, se fugó en su Fiat Regatta rojo.
El lunes 26, el tesorero Juan Sagardía no pudo abrir el tesoro. Pensó que Fendrich había cometido un error de cálculos, algo que podía pasar. Pero hubo una primera señal de que algo andaba mal: la ausencia del subtesorero, que siempre llegaba a horario y ese día aún no se había presentado a su trabajo. Por eso llamaron a su casa. “Estoy por hacer la denuncia porque todavía no volvió de pescar”, dijo angustiada su esposa.
Las autoridades del banco y la Policía intentaron abrir la puerta del tesoro, pero fue imposible. Hubo que esperar un día para que se develara el secreto. ¿Dónde estaba Fendrich?¿El dinero seguía en la bóveda? El martes, el misterio llegó a su fin: Fendrich se había llevado 3.200.000 pesos (o dólares, porque era la época del uno a uno). Había dos cajas intactas que contenían otros 2.000.000 de pesos, pero el subtesorero las había dejado. Fendrich se llevó 30 mil billetes de 100 pesos. Con su sueldo de 1200 pesos tendría que haber trabajado 222 años para ganar el dinero que robó de un día para el otro.
Para algunos un ídolo, para otros un villano
El caso generó comentarios de todo tipo. Para algunos, la acción de Fendrich era injustificable. Para otros, el hombre representaba una clase media postergada que hacía malabares para llegar a fin de mes. Un hombre gris que estaba cansado de cumplir órdenes. Un empleado preso de su rutina, sin porvenir. ¿Cómo no iba a tentarse con varios fajos de billetes?
Cuando lo llevaban a declarar, le pedían autógrafos, vitoreaban su nombre, lo aplaudían, le gritaban “ídolo”. Fendrich no decía nada. Su popularidad llevó a que en los diarios y revistas se hicieran sonedos de opinión en los que no eran pocos los que lo consideraban alguien admirable. Hasta Carlos Menem bromeó y dijo que lo llevaría de compañero de fórmula en las elecciones presidenciales de 1995.
En su momento, el diario Página/12 publicó una encuesta en la que el 20% de los entrevistados consideraba a Fendrich un personaje “simpático”. En un sondeo de opinión de la revista Noticias, el 32,5% de los consultados opinó que el subtesorero era un ídolo. Para el 56% era un ladrón. El 11,5% contestó “no sé”.
“Mario era honesto, pero se convirtió en delincuente con todas las letras. Hizo lo peor que una persona puede hacer: manchó su apellido para siempre”, dijo Sagardía, el tesorero que recibió la nota de Fendrich. El robo lo dejó sin trabajo: los directivos del Banco Nación lo echaron por “negligente”. El hombre contó su verdad en un libro: El robo nacional.
Además Fendrich entró en el libro Guinness de los récords por ser el autor del mayor robo individual e incruento de la historia. Años después, un grupo de jóvenes creó en Facebook el grupo “Admiradores de Mario Fendrich”. En Santa Fe, hasta hace 12 años, una agencia turística incluía en un tour por la ciudad un paseo por el barrio de Fendrich. En un artículo titulado “Los héroes nunca se rinden”, publicado por Página/12, Osvaldo Soriano escribió que “Fendrich pasó de ser un genio a un vulgar delincuente. Resultó un mal mentiroso con esa historia según la cual se llevó la plata apretado por la mafia. Si hubiera dicho que perdidamente enamorado de una princesa tuvo que robar para indemnizar a su familia. O que robaba para la corona…”.
El 9 de enero de 1995, un día después de la trágica muerte de Carlos Monzón, Fendrich se presentó ante la Justicia de Santa Fe. Su estrategia fue entregarse ese día porque pensó que el entierro de Monzón iba a opacarlo. Pero la noticia de su reaparición compartió espacio con la despedida de los restos del ex campéon mundial de boxeo.
El aspecto del ex subtesorero no parecía la de un prófugo perturbado: estaba teñido de pelirrojo, se lo veía más gordo, tenía barba, lucía un bronceado envidiable, camisa sport y sandalias franciscanas. Su apariencia dejaba en claro que no había estado oculto bajo tierra.
Ante la Justicia, el bancario ensayó una coartada inverosímil: dijo que lo habían secuestrado y que los delincuentes se habían llevado todo el dinero. Nadie le creyó. Los millones nunca aparecieron. “Era un trabajo poco grato. La rutina a uno lo absorbe, lo atrapa y lo lleva. Nunca debí haber trabajado en un banco. Ahora soy más libre”, le confesó Fendrich al periodista Eduardo Parise pocos años después del robo.
En el juicio oral declararon 33 testigos. Sus amigos y ex compañeros seguían sorprendidos por el mal paso del subtesorero. “Es un pingazo. Cuando íbamos a pescar, no quería que habláramos de política y de trabajo”, declaró uno de ellos. Las autoridades del Banco Nación pidieron una dura condena, para darle el ejemplo a los empleados honestos.
El 12 de noviembre de 1996, el Tribunal Oral Federal de Santa Fe lo condenó a 8 años, 2 meses y 15 días de prisión por el delito de peculado. Además lo inhabilitaba de por vida para ejercer cargos públicos. Para Fendrich, ese castigo era un alivio. Un amigo suyo, Rogelio Picazo, fue absuelto: estaba acusado de ser uno de los ideólogos del robo. La Justicia estuvo a punto de excavar las tumbas del cementerio privado administrado por Picazo, “Parque de la eternidad”, porque sospechaba que el botín estaba enterrado ahí.
En la cárcel de Las Flores, en Santa Fe, el ex empleado bancario tuvo una conducta excelente. Ni en prisión logró salir de la rutina de oficinista: le encomendaron tareas administrativas en un aula del penal. Después de 4 años, 9 meses y 20 días de encierro, salió en libertad condicional. La Justicia le puso varios términos que debía cumplir durante poco más de 2 años: vivir con su familia, trabajar y no tomar alcohol. Pero hubo un requisito insólito: si aparecía la plata robada, Fendrich debía llamar a los investigadores para devolverla. La plata nunca apareció. Lo único que recuperó la Justicia son los 72.000 pesos que pagó el condenado por una multa que le impusieron.
A Fendrich, su paso por la prisión lo hizo reflexionar: “Acá adentro hay más códigos que afuera”, aseguró. Ya en libertad abrió una pequeña fábrica de placas de yeso para cielorrasos y de fibra de vidrio para lanchas. Luego vendió objetos de bazar.
Tiempo después, en una entrevista televisiva reconoció que el robo fue planeado con un grupo de amigos en la mesa de un café. Primero comenzó con una broma. Pero al final se ejecutó el golpe. ¿Esos amigos lo engañaron y se quedaron con el dinero? Nunca se supo. Hace 5 años al medio Aires de Santa Fe, afirmó enigmático: “Me obligaron a robar”.
El reposo de un jubilado
El subtesorero más famoso de la historia criminal argentina llegó a formar parte de una colección dirigida por Jorge Lanata para la Revista 23, en la que había sido elegido entre los 200 personajes de la historia argentina: el hombrecito gris largó una carcajada al enterarse.
“¿Es una joda? ¿Voy a estar entre San Martín, Gardel, Perón y Maradona? La diferencia es que ellos hicieron cosas buenas. A mí no me ponen por cruzar los Andes o por ganar un Mundial. En realidad no quiero aparecer ni en una tapita de gaseosa. Hasta me cambiaría el apellido. Quiero olvidarme de lo que pasó. Todo lo que se dijo es bolazo. Quiero estar tranquilo con mi familia. Escriban lo que quieran de mí. Total, ya se dijo tanto. Mi vida no tiene nada de interesante: soy un pobre jubilado. Nunca volveré a dar una nota porque se lo prometí a mi familia”, dijo en 2009 al autor de esta nota antes de cortar la llamada.
Fendrich vivía en un barrio de clase media frente al Parque Sur de la ciudad de Santa Fe, en la calle Jujuy al 2800. Su casa era doble piso de chalet, con barandas y ventanas marrones. Según algunos vecinos, Fendrich “era una persona normal, que no se metía con nadie”.
“Cumplió su pena y era un ciudadano más que había logrado reconstruir su vida. El hecho ha quedado guardado en la memoria colectiva de la ciudad y por 3 o 4 años la comunidad lo recordó y hasta incluso algunos lo veían por la calle y le decían ‘ídolo’. Fue el robo más importante de la Argentina, porque no se disparó ni un solo tiro y una sola persona se quedó con una cifra considerable de dinero, sin lastimar a nadie”, dice su ex abogado y amigo, Antonio Ciarro.
Hincha fanático de Colón, se lo podía ver en la cancha donde alentaba a su equipo de fútbol predilecto con el bronceado que daba señal de que su pasión por la pesca seguía vigente. Además participaba de los torneos que organizaba el club de Colastiné y recorría el río Paraná en lancha.
En unas de sus charlas con su amigo y ex abogado, le confesó que estaba arrepentido del robo: “Ni muerto vuelvo a hacer lo que hice. Sufrí mucho e hice mucho mal a mi familia”.
Ciaurro sostiene hasta hoy que a su ex defendido lo obligaron a cometer el robo: "Estuvo bajo amenaza”. La ex fiscal Tessio sigue convencida de que el robo fue voluntario, pero en algo coincide con el defensor: “Fendrich no actuó solo. Tuvo socios que nunca aparecieron, y no lo pudimos probar. Quizá repartió el dinero, lo invirtió o lo gastó en la clandestinidad o en sus abogados”.
El letrado está convencido de que Fendrich era inocente. “Todo esto, según él, comenzó en una peña a la que asistía. Ahí un grupo de personas lo presionaron y le dijeron: ‘Tenés que hacerlo’. Todo empezó como un juego que se transformó en algo perverso. Eran personas comunes y corrientes y algún político. Eran cuatro. Pero no voy a decir más que esto. Dejémoslo ahí. Uno está muerto. Hasta circuló una grabación que nunca se judicializó y de la cual no puedo dar detalles. Lo cierto es que seguro que se quedaron con el 90% del dinero. Mario dejó varias pistas como para dar a entender que él no había sido. El mensaje, las llaves, los cuatro millones de dólares en una saca. Hasta dio una nota televisiva dando mensajes que no puedo decir”. Además dijo que Fendrich no los denunció por temor a que se vengaran de su familia.
Fendrich nunca más pasó por la puerta del banco, ese edificio colonial construido en 1891 en la esquina de Tucumán y la peatonal San Martín. El ex subtesorero extrañaba salir a la calle sin ser observado, ir a la cancha sin que lo saludaran o le pidieran autógrafos, pasear por una plaza, ir a una peña folclórica o pescar en el río Paraná sin que nadie le preguntara dónde había escondido la plata.
Pero lo tranquilizaba no tener que levantarse temprano, afeitarse prolijamente, ponerse el nudo de la corbata y salir de su casa para ir al banco a comportarse “como un autómata que cumplía órdenes”. Haber enterrado esa rutina para siempre -una rutina que cada vez lo asfixiaba más- lo aliviaba. Aunque haya sido de la peor manera: convirtiéndose en un delincuente.
Antes de su final, planeaba volver a Santa Fe para pasar Navidad junto a su familia. Y al otro día ir a pescar al río. En silencio, con una mirada melancólica y tratando de huir de su leyenda.
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