Lucrecia no recuerda el sonido de los disparos. Para ella, aquella noche del 31 de diciembre de 2015 se transformó en una película muda. La secuencia es más o menos así: el pensamiento la lleva a un foso donde yace inmóvil con dos tiros en su pie izquierdo y uno en el derecho. Todo transcurre en su cabeza con imagen pero sin sonido, como si monitoreara la situación desde una cámara de seguridad.
Su compañero Fernando se desangra al lado suyo, “me muero Colo”, le dice, mientras ella lo alienta: “Pensá ¡Vos podés…!”. Y ahí es cuando vuelve el audio: “Nuestras charlas sí las recuerdo, lo que se me borró fue el ruido de los disparos. Ni siquiera lo sentí cuando me dieron. Pero cuando me miré el pie no tenía el talón, el disparo me lo había arrancado…”.
Vamos en presente, 1460 días hacia atrás. Son las 3:45 AM del año que se va, hace unos días asumieron el presidente Mauricio Macri y la gobernadora María Eugenia Vidal. Es una madrugada calurosa cuando la sargento Lucrecia Yudati (entonces, 33) y el oficial Fernando Pengsawath (21) controlan los autos que toman la ruta 20 sobre la localidad de General Paz.
“Paramos el último y empezamos a juntar para irnos”, le dice el oficial a su compañera cuando ve que una camioneta se dirige hacia ellos (en dirección a Chascomús) a toda velocidad. “Les hice señas con la linterna para que pararan pero no lo hicieron. Cuando cruzaron por delante mio vi que uno intenta sacar una escopeta por el vidrio pero no le dio el giro. En un segundo frenaron y se bajaron a los tiros. Cuando quise sacar el arma siento el impacto en el abdomen. Entonces me muevo hacia Lucrecia que estaba herida, le habían dado en los pies. Caímos en la zanja y me quedé boca arriba, haciendo presión para que no se me salieran los intestinos, esperando que volvieran a darnos el tiro de gracia”, recuerda Pengsawath mientras le muestra a Infobae el lugar de los hechos, cuatro años después.
La historia es más que conocida: aquella madrugada los hombres que bajaron de la Ford Ranger en la ruta que une General Paz (popularmente conocida como Ranchos) con Chascomús no eran otros que los autores materiales del Triple Crimen de General Rodríguez (donde murieron Sebastián Forza, Damián Ferrón y Leopoldo Bina).
Los hermanos Christian y Martín Lanatta más Víctor Schillaci se habían escapado del penal de General Alvear y la búsqueda se transmitía en cadena nacional. Lo que nadie hubiera pensado fue que aparecerían en este pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires a 120 kilómetros de la Capital.
Las cámaras de seguridad que monitoreaban el control policial demostraron que aquella noche todo ocurrió en siete segundos: Martín Lanatta, pelado y de pantalón claro, y su hermano Christian, se bajaron de la camioneta y tiraron a matar.
Pengsawath recibió 3 tiros, dos le atravesaron el abdomen y uno le agujereó el empeine. Los siguientes 23 días estuvo en coma al borde de la muerte y, como consecuencia de este brutal ataque, debió pasar 36 veces por el quirófano. “El doctor Dos Santos, que me salvó cuando me estaba desangrando, me dijo que mi panza era un puré”, recuerda Fernando que en esas horas sufrió la amputación de un cuarto de su hígado, una colostomía y perdió 20 centímetros de intestino.
A Yudati le dispararon con un arma de guerra, tanto que el proyectil le arrancó el talón y el tobillo izquierdo. Eso le demandó más de 6 meses de internación, 55 entradas al quirófano y una rehabilitación que, a 4 años de los hechos, aún no tiene el alta.
Unos días antes del Año Nuevo 2020, cuando reciben a Infobae en el barrio Buenos Aires de General Paz, Yudati y Pengsawath ya son sargento y oficial retirados. No es casualidad que vivan a tres casas de distancia: “Cuando tuvimos el alta médica nos recibió la gobernadora Vidal en su despacho y le comentamos que nos gustaría entrar en alguno de los planes de la provincia para comprar una vivienda. Entonces agarró el teléfono y preguntó si había dos casas disponibles del plan Buenos Aires Hogar para Yudati y Pengsawath. ´La provincia se va a hacer cargo, es lo menos que podemos hacer´, nos dijo”.
Hoy, Lucrecia tiene 37 años y Fernando 25. Con diferentes tiempos, los dos intentaron volver a servicio. Un año después del ataque, Pensa (como le dicen sus amigos) contaba que quería perfeccionarse y formar parte de un cuerpo de elite. Pero cuando regresó a la Bonaerense las cosas no fueron como esperaba. Primero, se le desprendió la malla que le habían colocado en el abdomen y volvió al quirófano. Aquella, fue la número 36. Y un tiempo después empezó a sufrir ataques de pánico y pesadillas: “Soñaba con los Lanatta. Me empecé a encerrar, no quería salir de mi casa. Cuando escuchaba un ruido me volvía loco: en Año Nuevo, cuando estallaban los fuegos artificiales, me pensaba que me estaban tiroteando. Un tiempo después, una junta médica me dijo que no estaba apto psicológicamente para seguir en la fuerza y me dio el retiro”.
En el caso de Yudati, el impedimento fue físico y psicológico. “Cada tanto me sigo despertando con el mismo sueño: estoy tirada en la zanja con Fernando al lado que se desangra”. En marzo volvió a pasar por el quirófano, en su operación número 55, y aún hoy no puede estar parada por mucho tiempo, camina con dificultad y tiene que volver a viajar a la clínica Fitz Roy de la ciudad de Buenos Aires para seguir su rehabilitación: “A mí también me dieron el retiro, después de lo que viví y con los impedimentos físicos que tengo no estaba apta para trabajar en la policía”.
El juicio
Cuando los oficiales recuerdan todas las situaciones que aquella madrugada del 31 de diciembre los llevaron a cruzarse con los Lanatta, es difícil no creer en el destino: “Aquel día yo no tenía que ir a la guardia. Había pedido cambiar con un compañero para poder estar en el cumpleaños de mi sobrino”, dice Lucrecia en su casa, mientras ceba unos mates con una pava eléctrica. “Y yo podría haber faltado porque a la mañana siguiente me iba al operativo de la Costa, pero quería acompañarla a Lucre y quería dejar el destino bien porque después iba a querer volver”, completa Pengsawath que es descendiente de padre laosiano y madre tailandesa.
Pero hay más giros de la suerte. A las doce menos cuarto, Pensa pasó a buscar a su compañera por su casa. “Cuando nos reportamos nos dijeron que fuéramos a la ruta 29 primero, cuando siempre arrancábamos en la 20. Evidentemente, aquella madrugada, nosotros teníamos que estar ahí”, siguen.
En ese camino que terminó en tragedia, ambos ex policías juran que en algo tuvieron suerte: “Cuando quedamos tirados en el foso, al costado del camino, nos dimos cuenta que la radio para pedir ayuda estaba arriba del patrullero. Lucre tenía el pie destruido y a mí se me salían los intestinos. No quería mirar para no desmayarme. Hice fuerza y me paré como pude, trepé la pared de la zanja y llegué a los tumbos a modular mientras veía la luz de la Ranger que se alejaba”, recuerda el oficial. “Tuvimos suerte de que ese Handy no andaba nunca y esta vez pudo transmitir en el primer intento”, sigue Yudati. “Apoyo, apoyo acá en la 20… estamos gravemente heridos, ¡nos vamos a morir!”, fue el gritó que terminó por salvar la vida de Pengsawath que, en unos minutos más, hubiera empeorado gravemente su situación.
La detención de los Lanatta y Schillaci llegó unos días después cuando fueron encontrados en Cayastá, Santa Fe. La semana pasada, los fugados le contaron a Infobae que, si bien habían sido acorralados por 1000 policías, su peor enemigo en aquella fuga fue la sed.
Los tres delincuentes ya fueron condenados a perpetua por el Triple Crimen de General Rodríguez y en octubre recibieron 8 (Christian Lanatta y Schillaci) y 10 años (Martín Lanatta) más por balear a gendarmes en Santa Fe (entre otros delitos). Y el próximo 16 de marzo, empezará el juicio por el ataque que sufrieron Yudati y Pengsawath.
-¿Sienten que aquel 31 de diciembre los va a acompañar toda la vida?
Yudati: Y… el cuerpo te lo recuerda todo el tiempo. A mí me quedó el pie fijo, con una incapacidad, ya no puedo correr ni agacharme del todo. Tampoco puedo estar parada demasiado tiempo. Y para caminar me molesta, me quedó una renguera. Cuatro años después, me sigue doliendo y la doctora me dijo que ciertos dolores me van a acompañar toda la vida.
Pengsawath: A mí me quedaron secuelas abdominales que me hacían caminar encorvado, peor mejoré mucho. Y en cuanto al recuerdo, ahí está, nos persigue, pero queremos dejarlo atrás.
-¿Siendo que ya existe una condena a perpetua para los hermanos Lanatta y Schillaci, qué esperan de este juicio?
Pengsawath: Ya sabemos que no pueden tener más años de cárcel pero buscamos que también reciban una condena por lo que nos hicieron. Yo traté de seguir adelante, me recibí de guardavidas y ahora voy a estudiar kinesiología: me inspiró mucho todo lo que me ayudaron en mi rehabilitación en la clínica Fitz Roy.
Yudati: Cuando los condenen por lo que nos hicieron, para nosotros sería cerrar un círculo de una vez por todas. Después que los condenen vamos a poder dar vuelta la página y mirar para adelante. Y cuando me curé trataré de proyectar de nuevo mi vida.
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