El coronel Gustavo Bohn, jefe de la custodia presidencial de Adolfo Rodríguez Saá, entró presuroso al salón del chalet de Chapadmalal donde el mandatario estaba reunido con los pocos gobernadores que habían acudido a la cita. El hombre se veía agitado y sin siquiera pedir disculpas por la interrupción le dijo:
-Presidente, está llegando gente, mucha gente. No sabemos qué hacer. Están golpeando la puerta y es un portón de madera, nada más. Si quieren romperlo somos pocos, hay poca policía. ¿Pedimos refuerzos? ¿Qué hacemos?
-No, no, yo me vuelvo a la provincia – respondió, demudado, el presidente.
Ese domingo, 30 de diciembre de 2001, había empezado mal para Rodríguez Saá, que llevaba apenas 7 días en la presidencia de la República después de la renuncia del radical Fernando De la Rúa.
Había convocado a los 14 gobernadores peronistas a una reunión en el Complejo Turístico de Chapadmalal para que le dieran su apoyo pero sólo habían concurrido 6: el bonaerense Carlos Ruckauf, el riojano Ángel Maza, el formoseño Gildo Insfrán, el salteño Juan Carlos Romero, el misionero Carlos Rovira y la puntana María Alicia Lemme. También estaba el presidente provisional del Senado, Ramón Puerta. El gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner, había enviado a su vice, Sergio Acevedo, y el cordobés José Manuel De la Sota le había dicho –en una áspera conversación telefónica– que no contara con él. El resto ni siquiera le había contestado.
Apagón y realismo mágico
Era una suerte que entrara buena luz por los ventanales del salón porque hacía horas que el complejo estaba sin suministro eléctrico, en un corte cuyas razones nadie le había podido o querido explicar al Presidente. Hacía apenas un rato que Rodríguez Saá había puesto sobre la mesa un documento –una declaración de apoyo a su gestión- para que lo firmaran.
-¡Yo en 7 días he cambiado al país! Mi gobierno incluyó a los excluidos, a los aborígenes también, y creó un millón de puestos de trabajo. Pacifiqué el país abriendo un diálogo con los piqueteros, con las Madres de Plaza de Mayo, con los sindicalistas; hablé con todos los líderes mundiales, que nos apoyan, como Bush. Pero, para continuar, necesito apoyo político.
La frase, para un hombre con tantos años en la política y con solo una semana a cargo del país, es casi increíble. Al decir (mi gobierno) “creó un millón de puestos de trabajo” quizá quiso transmitir que se proponía simplemente crearlos.
Esas fueron sus palabras, improvisadas, al mostrarles el documento al puñado de gobernadores que estaban sin electricidad allí presentes. Después de una pausa, dramática, había agregado:
-Y no voy a ser forro de nadie, consíganse otro De la Rúa. Si no me apoyan y no firman esto, yo renuncio.
Eran las cuatro y media de la tarde cuando terminó de decir eso y entró el coronel Bohn.
Una semana vertiginosa
“El Adolfo”, como se lo conoce popularmente de San Luis, su provincia, había asumido la presidencia de la Nación, elegido por la Asamblea Legislativa, el 23 de diciembre, tras la caída de Fernando De la Rúa y el interinato de apenas unas horas de Ramón Puerta.
Lo habían elegido para que convocara a elecciones en 60 días –debían realizarse el 3 de marzo de 2002-, pero apenas entró a la Casa Rosada el puntano tomó medidas que hicieron pensar que quería quedarse a completar el mandato de De la Rúa, que vencía el 10 de diciembre de 2003.
En la semana que llevaba en la Casa Rosada había declarado la suspensión de pagos de la deuda externa con acreedores privados, la creación de una nueva moneda –el “argentino”, que nunca llegó a acuñarse-, el otorgamiento de más de 100 mil subsidios, y aumentos a estatales y jubilados.
En cambio, de la convocatoria a elecciones que había acordado con los gobernadores peronistas en la negociación previa a su designación, aquella tarde no dijo una sola palabra. Y eso había causado malestar entre algunos de ellos, que tenían aspiraciones presidenciales y la mira puesta en las elecciones del 3 de marzo: uno de ellos era el cordobés De la Sota, otro era el gobernador de Buenos Aires, Carlos Ruckauf, y se descontaba la participación en esa compulsa electoral de Eduardo Duhalde, el único hombre por entonces capaz de lograr el consenso de todo el peronismo.
A los gobernadores y a Duhalde se les estaba agotando la paciencia con Rodríguez Saá. A su vez, el puntano veía cómo el apoyo que había soñado tener se le escurría como agua entre las manos. Su última jugada, desesperada, había sido convocarlos a Chapadmalal. Los resultados los tenía a la vista.
La presencia de Ruckauf
De los pocos que habían ido, llamaba la atención la presencia de Ruckauf, porque era manifiesto que no tenía intención de apoyar a “El Adolfo” en su proyecto de continuidad.
“El tema fue así. La idea de Ruckauf era ir pero no para darle expresamente apoyo sino para no quitárselo a los ojos de la sociedad, porque si el gobernador de Buenos Aires no iba, la culpa de que Rodríguez Saá cayera iba a ser de él. Pero Rodriguez Saá estaba liquidado desde antes. El principio del fin fue cuando los gobernadores se dieron cuenta de que pensaba quedarse. Como sentía que le estaba yendo bien, tenía apoyo popular, sacaron a correr que no iba a llamar a elecciones y se quedaba a completar el mandato. A partir de ese momento tuvo las horas contadas”, relata a Infobae un colaborador cercano de Ruckauf, que prefiere mantener en reserva su identidad y estuvo presente en la reunión de Chapadmalal.
-¿Ruckauf tenía realmente aspiraciones presidenciales? – le pregunta Infobae.
-Claro que las tenía, pero no hay que olvidar que el jefe de Ruckauf era Duhalde. Mi impresión es que, desde incluso antes de la caída de De la Rúa, estaba todo armado para que Duhalde fuera presidente y De la Sota su continuador. Rodríguez Saá lo único que tenía que hacer era llamar a elecciones, pero quiso patear el tablero.
“Me voy a San Luis”
El aire del salón donde se desarrollaba la reunión se podía cortar con un cuchillo cuando el coronel Gustavo Bohn hizo su intempestiva entrada y le dijo a Rodríguez Saá que una multitud se estaba reuniendo en la puerta y que venían muchos más, que así no se podía garantizar la seguridad del Presidente.
-Preparen el auto que me voy al aeropuerto – le dijo Rodríguez Saá al jefe de su custodia.
Todos se quedaron en silencio, hasta que el Presidente volvió a hablar:
-No, no, yo no me voy a bancar esto, yo me voy a San Luis, después veo qué hago – les dijo a los gobernadores, se despidió de ellos y se fue a otra habitación.
Años más tarde, en una entrevista que concedió a un diario español, aunque no estuvo presente, Eduardo Duhalde contaría que Rodríguez Saá tuvo en ese momento un ataque de pánico.
“Estaba hablando muy verborrágico en Chapadmalal pero cuando vio que había gente afuera haciendo ruido, subió al primer piso, se puso en posición fetal y decía ‘me quieren matar, me quieren matar’, pero afuera solo estaban los trabajadores de hoteles que querían hablar con Daniel Scioli, que era el secretario de Turismo”, relató con una anécdota fulminante para el puntano.
“Cuando salió del salón, me acuerdo como si fuera hoy, salió con cara de asustado, como alguien que piensa que lo van a matar. Era exagerado, no tenía sentido”, corrobora a Infobae el colaborador de Ruckauf que presenció la reunión.
El baño y el helicóptero
Los múltiples relatos de lo que sucedió a continuación cuentan una misma historia de diferentes maneras. La versión más impactante dice que cuando Rodríguez Saá anunció que se iría a San Luis, Ruckauf salió del salón con la excusa de que necesitaba ir al baño. En lugar de eso, pidió que el piloto del helicóptero pusiera motores en marcha para partir de inmediato sin avisar.
“Yo no lo recuerdo así –le dice a Infobae el mismo colaborador del ex gobernador bonaerense-. Cuando Rodríguez Saá dice que se va, Ruckauf le dice ‘bueno, yo también me voy’ y se despide. Es cierto que va al baño, pero no como una excusa para irse sin avisar. Ya se había despedido y quiso ir al baño antes de subirse al helicóptero. No volvió porque ya se había despedido. Ahí es donde Ramón Puerta le pidió si lo podía llevar en el helicóptero a Villa Gesell y Ruckauf le dijo que sí”.
La pueblada que no fue
Cuando el coronel Gustavo Bohn anunció que se venía una pueblada frente al Complejo de Chapadmalal y que no podía garantizar la seguridad del Presidente, Carlos Ruckauf le ordenó al jefe de su custodia que averiguara qué estaba pasando. El hombre fue caminando hasta la puerta al mismo tiempo que pidió por teléfono al jefe de la Policía de la Provincia que le diera un informe de la situación. Minutos después, un helicóptero policial estaba sobrevolando la zona.
“El jefe de la custodia de Ruckauf llegó corriendo cuando ya estábamos todos arriba del helicóptero de la gobernación, a punto de despegar. Subió y Ruckauf le preguntó si sabía lo que estaba pasando”, recuerda el colaborador del ex gobernador bonaerense. Y reproduce el contenido del diálogo.
-¿Cuánta gente hay? – le preguntó Ruckauf.
-Carlos, no hay casi nadie, debe haber 10 personas ahí afuera.
-¿Hay gente viniendo?
-No, el helicóptero de la Policía está sobrevolando la zona y me dicen que no viene nadie – respondió el jefe de la custodia.
“Nunca pude descubrir bien qué fue lo que pasó, pero el tema de la pueblada llegó a la mesa y todos le creyeron al jefe de la custodia presidencial. ¡Cómo no le iban a creer! Pero la verdad es que no había ninguna pueblada. Eran unos pocos tipos que estaban ahí, con cacerolas, puteando, golpeando la puerta, pero no había ninguna pueblada”, resume para Infobae el hombre de Ruckauf.
Renuncia en San Luis
El auto que llevaba a Adolfo Rodríguez Saá salió del complejo por otra puerta, donde no había nadie y lo dejó en el Aeropuerto de Mar del Plata, donde lo esperaba el avión presidencial que lo llevó hasta San Luis.
Esa misma noche, en conferencia de prensa, anunció su renuncia indeclinable. “Salvo los gobernadores de Formosa, Salta, San Luis, Buenos Aires, Misiones y La Rioja, los demás me han quitado el apoyo, sobre todo el gobernador de Córdoba, que priorizó la interna partidaria a los intereses de la patria. Esta actitud de mezquindad no me deja otro camino que presentar mi renuncia indeclinable ante la Asamblea Legislativa”, dijo.
Y agregó: “Todo lo he hecho en 7 días, de los cuales sólo 3 fueron hábiles. Hice un gran esfuerzo. Si ofendía a alguien, pido perdón. Lo hice todo con mi mejor sentimiento”.
Esa misma noche, el presidente provisional del Senado, primero en la sucesión presidencial, solicitó una licencia por enfermedad para no volver a asumir la presidencia, que quedó a cargo del titular de la Cámara de Diputados, Eduardo Camaño.
El 1° de enero de 2002, la Asamblea Legislativa designó a Eduardo Duhalde como presidente provisional para completar el período trunco de Fernando De la Rúa.
Pero eso ya es otra historia.
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