-Mamá, me voy a inglés - avisó Norma.
-¿Seguro que querés ir, Pipi? Hace mucho frío y no hay colectivos – le preguntó Clara Breitman.
-No importa. Voy igual, mamá.
-Bueno, nena, pero abrigate.
Faltaban unos quince minutos para las 7 de la tarde del martes 29 de mayo de 1962 cuando Norma Mirtha Penjerek (Pipi), de 16 años, salió de su casa, en la avenida Juan Bautista Alberdi 3252 del barrio de Floresta, rumbo a la casa de su profesora particular de inglés, a menos de veinte cuadras, en Boyacá 420.
Norma vestía un blazer azul, pollera gris tableada, camisa y medias blancas -el mismo uniforme que utilizaba para ir al Liceo de Señoritas N°12, donde cursaba quinto año- cuando salió de su casa. A último momento, se anudó al cuello un pañuelo que le había regalado su prima y lo reforzó con una bufanda para contrarrestar un poco el frío. A la mañana la temperatura había estado bajo cero y, aunque después había subido unos pocos grados, con la caída de la tarde volvía a bajar. Además, soplaba un viento helado.
En condiciones normales, Norma habría tomado el colectivo 76 en la esquina de su casa, pero ese martes la CGT había llamado a un paro parcial que incluía al transporte, de modo que caminó unos 20 minutos para llegar a la clase. En la Argentina gobernaba José María Guido después del golpe que había derrocado al presidente Arturo Frondizi y, más allá de las restricciones a la actividad política, Buenos Aires era una ciudad segura para una chica de 16 años. Cuando Norma salió de su casa, a su madre sólo la preocuparon el frío y la caminata, ninguna otra cosa. Jamás imaginó que no la volvería a ver.
Norma tomó su clase de inglés entre las 19.10 y las 19.45. A esa hora se despidió para volver a su casa. Perla Stazauer de Priellitansky, su profesora, fue la última persona que pudo dar testimonio de haberla visto.
Así comenzó uno de los casos policiales más misteriosos de la historia argentina, que incluiría lo que en esa época se llamaba “trata de blancas”, un cadáver nunca fehacientemente identificado, acusaciones falsas, detenciones de inocentes, una verdadera revolución periodística y hasta una línea de investigación que conectaría la desaparición de Norma con la operación israelí para secuestrar en la Argentina al criminal de guerra Adolf Eichmann ocurrida dos años antes.
La desaparición
Cuando Enrique Penjerek, empleado municipal y padre de Norma, entró a su casa cerca de las ocho y media de la noche de ese 29 de mayo, su hija no había llegado. En un primer momento, ni él ni su mujer se preocuparon. Obligada a caminar por el paro de colectivos, no era extraño que se retrasara.
A las nueve de la noche empezaron a llamar por teléfono. La profesora de inglés les dijo que había salido de su casa antes de las ocho; su mejor amiga, Aída Robles, no la había visto; las pocas compañeras de colegio de Norma a las que pudieron llamar en esos tiempos de teléfonos escasos, tampoco.
Una hora más tarde habían agotado todas las posibilidades y Norma seguía sin aparecer. Un muy preocupado Enrique Penjerek fue a la Comisaría 40 para pedir ayuda. Un oficial le tomó la denuncia y el comisario trató de tranquilizarlo: a veces los chicos de esa edad hacían alguna travesura, seguro que cuando el señor Penjerek volviera a su casa la encontraría, esperándolo con miedo a que la retara.
Sin embargo, no fue así.
Al día siguiente Norma no había regresado y la policía la buscó en hospitales y clínicas, ante la posibilidad de que hubiera sufrido un accidente, sin obtener resultados.
Diez días después ya había una investigación judicial en curso y la policía, después de interrogar a familiares y amigos, no tenía ninguna pista. Una solicitada con la foto de Norma publicada por los padres tampoco dio resultados.
Los diarios casi no se ocupaban del tema, hasta que todo cambió cuando apareció un cadáver en Llavallol.
¿Es o no es Norma?
El domingo 15 de julio de 1962 -45 días después de la desaparición de Norma Penjerek-, el perro de uno de los guardianes del Instituto Fitotécnico de la Universidad Nacional de La Plata, en Llavallol, una localidad del sur del Gran Buenos Aires, olfateó algo semienterrado en los potreros que se utilizaban para experimentar cultivos. Cuando el hombre vio de qué se trataba pegó un grito: del barro afloraban los dedos de una mano.
Menos de una hora después, la policía desenterraba el cadáver muy descompuesto de una mujer; tenía la cara irreconocible y estaba desnuda, pero a su alrededor encontraron un pullover marrón, una enagua celeste y un corpiño.
La policía trabajó mal: no acordonó el lugar, permitió que se caminara alrededor, con lo cual se perdió toda posibilidad de encontrar huellas. Nadie interrogó oficialmente al guardián que había hecho el hallazgo.
La primera autopsia, a cargo del forense Carlos Garay, determinó que se trataba de una mujer de unos 20 años y de 1.65 de estatura. Según el médico, había sido estrangulada con un alambre y le habían cortado la vena cava superior con un instrumento cortante. Con un margen de error de 48 horas, fijó como fecha de la muerte el 6 de julio. Sin embargo, el avanzado estado de descomposición del cuerpo al ser hallado desmentía esa fecha.
La muerta era varios años mayor que Norma y medía diez centímetros más. La ropa que se encontró alrededor del cadáver no era la que estaba descripta en la desaparición de la joven. A pesar de todo eso, la policía bonaerense llamó a los padres de Norma para que identificaran el cadáver en la morgue.
Ni Clara ni Enrique Penjerek pudieron reconocerla. Declararon que ésa no era su hija.
No obstante, una segunda autopsia, ahora a cargo del médico Antonio Lara, rescató una huella dactilar -la única posible- y la comparó con la ficha dactiloscópica de Norma. Tenía 18 puntos en común con la de un dedo de la adolescente. Convocado por los peritos, el odontólogo que atendía a la joven identificó la dentadura como la de Norma.
A pesar de que los padres no la habían reconocido y las discordancias en la estatura y la edad, el juez a cargo de la instrucción, Alberto Garganta, dictaminó que se trataba de Norma.
Sin estar seguros de que se trataba de ella, los padres la enterraron en el Cementerio Judío de La Tablada el 25 de agosto de 1962. En los meses que siguieron, el caso pasó al olvido.
La prostituta y el zapatero
La investigación de supuesto asesinato de Norma Mirtha Penjerek quedó empantanada. Durante un año no hubo novedades, ni tampoco los medios se ocuparon del caso. Todo cambió el 15 de julio de 1963, cuando una mujer detenida en la Estación Constitución del Ferrocarril Roca por la Brigada de Moralidad de la Policía Federal, de nombre María Sisti, hizo estallar la bomba:
-Yo sé quién mató a la chica Penjerek – dijo a la policía sin que nadie le hubiera preguntado sobre el tema.
Sisti, de 23 años, era una vieja conocida de la policía, que la había detenido en varias ocasiones por “ejercicio de la prostitución”.
Interrogada por el comisario Jorge Colotto -que muchos años después sería acusado de pertenecer a la Triple A-, la mujer señaló al culpable: Pedro Vecchio, de 47 años, propietario de una zapatería cercana a la Estación Florencio Varela y concejal electo por el partido Unión Vecinal, uno de los tantos sellos utilizados por el peronismo proscripto para participar en las elecciones.
En su reconstrucción del Caso Penjerek, el escritor Álvaro Abos recupera la declaración que la mujer hizo a la policía: “Según Sisti, Vecchio era la cabeza de una red de prostitución y pornografía que se especializaba en proveer ‘carne fresca’ para orgías con gente adinerada y políticos influyentes -cuenta-. Según la declaración, Vecchio y cinco o seis cómplices reclutaban menores a quienes corrompían con drogas. Vecchio no actuaba solo; lo secundaba una tal Laura Muzzio de Villano, dueña de una boutique situada a pocos metros de la zapatería de Vecchio. Sisti (declaró que) había visto a Norma Mirta en el escenario de las fiestas negras, el chalet Los Eucaliptos, situado en otra localidad del sur bonaerense: Bosques”.
Sisti aseguró que la tarde del 29 de mayo de 1962 Vecchio y algunos cómplices secuestraron a la joven y la subieron al Kaiser Carabela verde del zapatero, que la drogaron, la llevaron a la quinta Los Eucaliptos y allí le sacaron fotos y después la mataron porque se resistió a participar de una orgía. Que Vecchio había ocultado el cadáver en el sótano de la casa hasta que el olor producido por la descomposición hizo que lo sacaran de allí para tirarlo e los terrenos de Llavallol.
La policía detuvo a Laura Muzzio de Villano -acusada de ser cómplice de Vecchio- y a otras tres prostitutas. A las cuatro las torturaron hasta que confesaron, palabra por palabra, la declaración de Sisti.
A Vecchio no lo encontraron en la zapatería ni tampoco en su casa. Lo declararon prófugo. Finalmente, el hombre se presentó el 23 de septiembre de 1963.
-No tengo nada que ver con todo esto. Nunca en mi vida vi a esa chica – dijo.
El boom periodístico
Las detenciones de los supuestos culpables y la “historia oficial” que hizo correr la policía a partir de las declaraciones obtenidas bajo tortura llevaron el Caso Penjerek -como se lo empezó a llamar- a las tapas de los diarios. Los vespertinos La Razón y Crónica competían con titulares catástrofe, y las revistas Ahora y Así peleaban por las primicias.
Crónica había salido a la calle apenas unos meses antes, de la mano de Héctor Ricardo García. Al principio, el diario -de formato por entonces moderno, con profusión de fotos en la tapa- no lograba competir que la tradición instalada por La Razón. Apenas si superaba los 20 mil ejemplares, un volumen de venta muy bajo para la época, cuando la prensa gráfica era el principal medio de información.
García le encargó a uno de sus cronistas, Ricardo Gangeme, que se ocupara del caso. Con estrechas vinculaciones policiales, Gangeme empezó a conseguir “primicias”, algunas realmente increíbles, como que Vecchio practicaba el vampirismo.
El punto más alto lo alcanzó cuando obtuvo una serie de fotos del chalet Los Eucaliptos y de las supuestas orgías que se realizaban allí. En ninguna de esas fotos estaba Norma Mirtha Penjerek; en realidad no se reconocía a nadie.
En pocos días, con las “revelaciones” que Gangeme obtenía sobre Caso Penjerek en la tapa, Crónica pasó a vender 100 mil ejemplares diarios.
-Con lo de Penjerek me lo gané a García – solía jactarse Gangeme años después, ya apoltronado en el sillón de director del vespertino.
Paradójicamente, la muerte de Ricardo Gangeme es también un caso no resuelto. Distanciado de García por diferencias económicas, se radicó en Trelew, donde fundó El Informador Chubutense, un medio más dedicado a las operaciones políticas que a la información. La madrugada del 13 de mayo de 1999 detuvo el auto en una esquina céntrica de esa ciudad y un desconocido lo asesinó de un balazo. Jamás se encontró al culpable.
El “caso” se derrumba
Cuando la desaparición y supuesto asesinato de Norma Penjerek parecía resuelta, la teoría policial se cayó pedazos: la acusación a Vecchio y muchas de las “pruebas” que lo incriminaban eran en realidad resultado de una maniobra motivada por la venganza. Las declaraciones obtenidas bajo tortura no tenían ningún valor.
El fotógrafo José Luis Fernández, vecino de Vecchio en Florencio Varela, cultivaba una oscura inquina contra el zapatero, desde que éste había dado alojamiento a su hija Ángela -amiga de las dos hijas de Vecchio- cuando ésta tuvo una fuerte pelea con su padre y le pidió refugio en su casa.
Fernández aprovechó el Caso Penjerek para tomarse una cruel revancha. Ideó la historia de que Vecchio era “tratante de blancas”, había secuestrado a Norma y la había matado en el chalet. María Sisti terminó confesando ante el juez que Fernández le había pagado 50.000 pesos para que relatara la historia a la policía y también incriminara a Lura Muzzio como cómplice en la red de trata.
Fue también Fernández el que hizo llegar a Ricardo Gangeme las fotos de las supuestas orgías que Vecchio organizaba en el chalet Los Eucaliptos. Terminó detenido y procesado por “extorsión”
El 5 de abril de 1965, la Cámara del Crimen de Capital Federal dictó el sobreseimiento de Vecchio. El zapatero volvió a sus zapatos y nunca quiso hablar del tema. Murió a los 94 años en Florencio Varela, en su casa de siempre.
La Pista Eichmann”
Mientras Crónica y La Razón centraban su cobertura del Caso Penjerek en la organización de “trata de blancas” supuestamente capitaneada por el zapatero Vecchio, desde el diario El Mundo Bernardo Neustadt hacía correr otra versión: que el secuestro de Norma Mirtha Penjerek era una venganza contra su padre, que sería un agente de inteligencia israelí radicado en la Argentina que había participado en los preparativos previos al secuestro del criminal de guerra nazi Adolf Eichmann.
La hipótesis se basaba en dos hechos endebles: que Enrique Penjerek era judío y que su hija había sido secuestrada dos días antes de la ejecución de Eichmann en Israel.
A partir de ahí, se tejieron dos versiones posibles: la primera apuntaba al secuestro y asesinato por venganza; la segunda sostenía que el secuestro de la adolescente había sido en realidad una maniobra de la Mossad para preservarla de una posible venganza y que Norma había sido llevada a Israel, donde vivía bajo una identidad falsa.
No había hechos que sostuvieran ninguna de las dos hipótesis.
Sin embargo, al cumplirse 50 año de la desaparición de Norma, un familiar de los Penjerek abonó la posibilidad de la segunda.
En una entrevista con el periodista Hugo Gambini, el hombre-a quién el periodista identifica sólo como Chacho Penjerek, primo de Norma- dijo que lo del traslado encubierto a Israel era una historia que se contaba en voz baja dentro de la familia.
Para reforzar esta teoría, Chacho sostenía que los padres de Norma -que nunca habían viajado antes a Israel- empezaron a hacerlo habitualmente después de la desaparición de su hija, y que en cada viaje se quedaban varios meses allá. Según él, Norma murió en la década de los 90 en Haifa, de una enfermedad. Nada de eso se pudo comprobar.
Enrique Penjerek murió en 1985; su mujer, Clara Breitman, tres años después.
Nunca dieron una entrevista para hablar sobre la desaparición de su hija.
Más de 57 años después de ocurrida, la desaparición de Norma Mirtha Penjerek sigue siendo un misterio insondable.
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