Modesta tenía 17 años cuando entró a la iglesia del brazo de Pedro, un albañil de 19. Ni su papá ni su mamá están en las fotos en blanco y negro del día de su casamiento: los dos habían muerto un tiempo antes, en un accidente de tránsito feroz. La tragedia, sin embargo, no se había dado por satisfecha con dejarla huérfana. Poco después de esa foto, de ese velo y de ese vestido de novia, Modesta tuvo a su primera hija. Cuando faltaba un mes para el nacimiento de la segunda, no sólo se enteró de que tenía cáncer: la enfermedad ya había colonizado el útero y las mamas.
Tenía 21 años y un embarazo de 8 meses cuando los médicos le comunicaron que le quedaban, como máximo, dos meses de vida. Modesta Urtado murió cuando Lucy, la bebé que llevaba en el vientre en el momento en que le dictaron la sentencia, tenía 2 meses. Juana -la más grande de sus hijas, la hermana mayor de esa bebé- tenía 2 años.
Fue en 1979, inmediatamente después de la muerte de su mamá, que las hermanas fueron separadas y enviadas a distintas ciudades de Paraguay, donde el matrimonio vivía. “Mi papá dejó a mi hermanita con un tío en Encarnación y a mí me llevó a la casa de mi abuela, en la capital. De grande, cuando le pregunté por qué había hecho eso me dijo que era muy joven cuando pasó todo, que lo hizo por desesperación”, cuenta Juana Maldonado a Infobae, la mayor de esas dos nenas.
Después, el padre de las hermanas se mudó a Buenos Aires. Dijo que necesitaba trabajar para pagar las deudas que había contraído para pagar el tratamiento de Modesta y en Buenos Aires formó una nueva familia. Siguió viendo a Juana esporádicamente porque había quedado a cargo de su rama familiar, pero nunca volvió a ver a la pequeña Lucy, que había quedado a cargo de la familia materna.
“Así nos criamos: separadas, separadísimas”, sigue Juana, que ya tiene 42 años y es repostera. Quedaron a una distancia que hoy, con asfalto, demanda seis horas de viaje en auto.
“Yo siempre supe que tenía una hermana. Y cada vez que mi papá volvía a Paraguay le preguntaba: ‘¿Cuando me traés a mi hermanita?’. Lo veía una vez al año como mucho y sólo lo esperaba para preguntarle eso: ‘¿Y mi hermanita?’, ‘¿fuiste a buscarla?, re densa”, se ríe ahora Juana, mientras termina en su casa de La Plata una torta para entregar.
Cuando cumplió los 15, Juana esperó a su papá y le repitió: “Yo no quiero un regalo ni una fiesta ni nada, quiero que me traigas a mi hermana”. “Ya no puedo”, le contestó él. Fue así que se enteró de que la familia con la que había dejado a la beba se había mudado y nadie sabía a dónde.
“Cada vez que veía a mi papá le preguntaba lo mismo: ‘¿Cuando me traés a mi hermanita?’”.
“Perdí todas las esperanzas ese día”, cuenta. Las esperanzas de encontrarla y la ilusión de lo que creyó que había sucedido "porque ese día me di cuenta de que él nunca la había buscado. Pero al mismo tiempo me dije: ‘si no es él voy a ser yo. Yo la voy a buscar, yo la voy a encontrar'. Crecí con esa responsabilidad sobre la espalda: yo era la hermana mayor, yo tenía que encontrarla”.
A los 16 años Juana se presentó sola en el edificio de “Identificaciones”, en Asunción, armada de lo único que tenía: un nombre completo -Lucy Antonia Maldonado Urtado- y un certificado de nacimiento. “Me mandaron de un lugar a otro pero me terminaron diciendo que era menor de edad y que no podía buscarla sola”. Mientras tanto, crecía la duda: “¿Sabrá Lucy que yo existo?, ¿le habrán dicho la verdad?”.
Lucy también sabía que tenía una hermana mayor pero su vida había sido más compleja de lo que Juana hubiera podido imaginar. “A ella la habían dejado con un tío materno, pero el tío era alcohólico y al final también la abandonó. Dos veces fue abandonada mi hermana. Por suerte él estaba en pareja con una mujer que no la dejó y la crió como si fuera su hija”.
De niñas a adultas
Pasaron décadas y hace 15 años Juana emigró a Buenos Aires en busca de trabajo. Se instaló en La Plata con la convicción de que se había alejado todavía más de su hermana perdida. No lo sabía pero estaba equivocada, porque Lucy también vivía en Argentina.
Ya en Buenos Aires empezó a buscar por dos vías: interrogó a su papá, le pidió más nombres, volvió a pedirle a su abuela que le contara su historia y habló con tías que habían quedado en Encarnación por si la habían conocido. Después, puso su nombre y apellido en Facebook: “Había medio millón de personas con apellido Maldonado”, se ríe Juana otra vez.
A cada Maldonado que encontraba le enviaba una solicitud de amistad. La intención no era preguntarle a cada una si buscaba a una hermana sino lograr que la aceptaran para revisarles las fotos hasta encontrar a una mujer que se pareciera a ella.
Hurgó en perfiles de mujeres de Paraguay, Uruguay, Argentina y Chile y se contactó con la municipalidad de Fram, una colonia de menonitas en Paraguay, donde se suponía que Lucy había ido a parar de bebé. “Me pidieron que les mandara fotos pero yo no tenía fotos de ella. Nada, no supieron decirme nada”.
Volvió a Paraguay y fue a la iglesia más importante de Encarnación a hablar con el sacerdote. “Pensé que si la habían bautizado, si había tomado la comunión ahí o si se había casado tal vez lo tenían registrado”. Nada. Se quedó otra vez en Paraguay, sin saber que había vuelto a alejarse de Lucy. Y hace dos años, volvió a La Plata.
Ya no tenía nada que perder cuando apareció una sugerencia de amistad en su perfil. Era de un grupo llamado “Donde estás?”, que tiene casi medio millón de miembros y en en el que gente común ayuda voluntariamente a otras personas a buscar gente. El 24 de noviembre Juana escribió su búsqueda formal y, sobre el final, le habló directamente a su hermana: “Por favor, me encantaría conocerte”.
Dos horas después le escribió Almudena León, una de las administradoras del grupo, y le dijo “yo te ayudo”. Enseguida, y tras una búsqueda en una base de datos, le pasó un número de DNI, una dirección y un teléfono de alguien que se llamaba exactamente igual que su hermana. Era el dato más concreto que Juana había tenido en décadas y llamó temblando. Del otro lado escuchó: “El número no pertenece a un abonado en servicio”.
Mientras pensaba cómo ir hasta Merlo a tocarle el timbre para ver si era, Almudena le envió un perfil de Facebook. “Y ahí, cuando vi la foto, casi me muero. Era yo, era mi cara. Antes de escribirle, empecé a llorar frente a la computadora”, se emociona Juana.
Le escribió un mensaje privado que decía: “Hola, como estás, disculpá que te moleste, quería saber si sos de Encarnación”. Mientras esperaba una respuesta, se quedó revisando su perfil y encontró otra coincidencia: sabía que su hermana había nacido un 13 de junio y el 13 de junio había decenas de saludos por su cumpleaños número 40.
Cuarenta y cinco minutos después, con todos los diques de la ansiedad quebrados, Juana volvió a escribirle y le dijo que estaba buscando a su hermana.
“Tiene que ser mentira esto”, contestó Lucy. Y pasó un rato largo sin creer: “Por favor, decime que no es una joda porque estoy que me agarra un infarto”, dice otro de los mensajes. Ya no vivía en Merlo sino en Belgrano, a 68 kilómetros de la casa de Juana. Le costó creerle, porque le pidió nombres, fotos de los documentos, foto de la partida de nacimiento, alguna prueba de la historia que contaba. Dudó hasta que le preguntó si tenía una foto de Modesta y Pedro, sus padres.
Las únicas fotos que Juana tenía eran aquellas en blanco y negro del día del casamiento. En una sus padres miraban al sacerdote en el altar, en otra su papá le ponía la alianza a su mamá. Lucy tenía una foto del mismo día: sus padres de frente, bailando el vals.
“Me temblaban las piernas, no podía parar de llorar. Hasta hoy no lo puedo creer”, dice Lucy, que trabaja en un geriátrico y ya es abuela. Como Juana no había perdido contacto con su papá, en ese mismo mensaje se enteró de que también iba a poder conocerlo.
Las hermanas arreglaron para verse una semana después. Fijaron como punto de encuentro la República de los Niños, en Gonnet, un poco para no perderse y otro poco para volver la línea de tiempo a la niñez. Dicen las dos que apenas pudieron dormir durante esos días. “Fue el abrazo más lindo de mi vida, lo necesité tanto y un día llegó”, se atraganta Lucy, y abraza a su hermana otra vez.
“Llorando en la República de los Niños -se ríe Juana-. La gente habrá dicho ‘¿qué les pasa a estas dos locas?’”. Después cuenta que, desde que es madre, ya no sólo piensa como hija o como hermana:
“Creo que las madres pensamos ‘si algún día me llega a pasar algo espero que mis hijos estén juntos’. Esto se lo debía a mamá, que seguro nos ayudó a encontrarnos desde donde esté. Eso fue lo primero que sentí, una especie de tranquilidad de poder decir: ‘Mamá, la encontré, cumplí, ya está, descansá en paz”. La semana que viene pasarán la primera Navidad de sus vidas juntas.
Fotos: Matías Arbotto
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