Ha visto imágenes terribles que le cambiaron la vida. Niños incendiados, ancianos que pierden la vida y mucha gente herida. Pero asegura que sigue adelante por su pasión y las ganas de ayudar a la comunidad: hace 21 años que Julio Longo (43) es bombero profesional. Entró a los 17 años como voluntario y hoy trabaja en el cuerpo de Bomberos de la Ciudad de Buenos Aires.
Una jornada de trabajo para Julio arranca, en realidad, el día anterior. Son 24 horas de servicio por 48 horas franco. Por lo general sale de su casa a las 4 de la mañana y vuelve al día siguiente a las 20. El entrenamiento es constante, tanto la capacitación intelectual como la preparación física: sale a correr, hace abdominales y genera más aire para estar más preparado.
Sus dos hijas también son bomberos y eso, asegura, le da orgullo pero también miedo, como a cualquier padre. Pero no les quiere cortar las alas: hace un esfuerzo enorme por no angustiarse cada vez que ve el noticiero.
—¿Por qué querías ser bombero?
— Quería ayudar a la comunidad, al prójimo. Es un todo, es un cúmulo de cosas que te llevan a querer estar y participar. Muchas veces uno participa o ve acciones, o también ve la necesidad o que está faltando algo en la sociedad y quiere entrar para colaborar para cambiar eso que está faltando, o apuntar lo que se sabe que está bien.
— ¿Cómo fue tu primera experiencia en esta actividad?
— Mi primera intervención fue un arrollamiento en un tren que cruzaba Lanús. Y fue una de las imágenes más fuertes. La primera víctima nos tocó era una beba recién nacida arrollada en el tren. En las vías del tren. Vi esa imagen con 18 años recién cumplidos.
— ¿Viste esa imagen y qué te pasó?
— Ahí empieza en el ser humano la templanza y la preparación que le dieron anteriormente a eso para saber. Y ahí decidís si te gusta o no te gusta. Hay gente que vuelve, se baja del camión y se va a la casa, y otros decidimos continuar. Lo que te pasa por dentro es muy fuerte porque vos decís “bueno, vine para esto, me preparé y acá estoy”. Y pensás qué hay que hacer para superar y que no te cause un trauma y no llevar ese problema a tu casa. Siempre digo que hay que tener muchas ganas. Te tiene que gustar.
— Debe ser muy fuerte ver esas imágenes.
— Te toca las fibras. Uno siempre trata de echar las culpas a alguien. O se enoja. Tratás de canalizar las sensaciones.
— ¿En algún momento dijiste “este oficio no es para mí”?
— No, la verdad que no. Te ponés a prueba todos los días. Todos los días, cuando vos te ponés el uniforme, te preparás para salir de tu casa hablás con la familia. También la familia es un soporte, es un pilar en esto. Vos también tenés que preparar a la familia para que te acompañe cuando no estás y vas armando un rompecabezas en tu cabeza donde dejás cosas afuera para que no te duelan y cosas en las que no sos totalmente frío, porque si no te convertís en un robot y vas a trabajar mecanizado. El bombero tiene que ser esas cosas, tiene que ser humano, tiene que ser profesional, tiene que tener mucho para dar y para recibir.
— ¿Cómo hacés para que el miedo no te juegue en contra?
— No te puedo decir que no tengo miedo, yo tengo miedo en todas las intervenciones. Todos tenemos miedo. La persona que no tiene miedo sería un robot. La persona que no tiene miedo no tiene sentimientos, no sirve para una labor profesional prácticamente. Porque hay decisiones que se toman en frío, pero el miedo también te mantiene en alerta. El miedo te mantiene alerta sobre el fuego, sobre la temperatura, sobre una pared que se va a caer, sobre el ambiente. Así que se maneja, el miedo aprendés a manejarlo. Que no te domine, uno lo tiene que dominar.
— Tus hijas también son bomberos.
— Mi hija mayor se recibió de bombero de Policía Federal, ya está en primer año. Y mi hija adolescente estuvo también en los Bomberos Voluntarios de cadete hasta hace un tiempo.
— ¿Y no sentís miedo como papá?
— Sí, tal cual. Es eso que tenemos que aprender a manejar sin cortar las libertades del otro. Me pasa que mis hijas son todo. Entonces, pienso como papá y como profesional, ahí también se mezcla. Uno aprende a darles libertades, pero también a educarlas, a enseñarles cuál es el camino. Y a que hagan lo que les gusta. Hay miedos todos los días. Pero también podés salir a la calle y que te pise un coche. Entonces se trabaja sobre los miedos. El orgullo que yo tengo es que son felices haciendo esta tarea. Mi hija mayor es totalmente feliz.
— ¿Tu mujer cómo lo vive?
— Nos acompaña en todo esto. Es difícil. También aprendió a esperar a que vuelva. Y a ver el noticiero sin asustarse.
— ¿Qué aprendiste durante todos estos años en esta profesión?
—La verdad es que aprendí mucho. Aprendí a respetar, a agradecer. Aprendí que la vida siempre te da otra oportunidad. Que le da oportunidad a la gente. Que cuando pasan cosas malas los bomberos siempre están. Aprendí que de lo malo hay que buscar las cosas positivas de la vida. Porque han pasado muchas cosas a lo largo de tantos años de carrera, y uno tiene que rescatar lo que sirve y seguir adelante.
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