A poco más de un año de haber asumido como presidente de la Nación, Mauricio Macri enfrentaba el primer paro nacional. Era abril de 2017 y, en solo tres meses, el desempleo había crecido del 7,6% al 9,2%. Mientras en las portadas de los diarios estallaba la cara del Patón Bauza porque ya no era más el DT de la Selección nacional de fútbol y un tal Jorge Sampaoli aparecía como su reemplazante, en un pequeño departamento del barrio porteño de Boedo una mujer revisaba las alacenas de su cocina. Todas las puertas le dieron la misma respuesta:
— No tenía un carajo para comer. Me dije: “Nunca más me va a faltar comida”. Voy a laburar de puta.
Natalia Canteros tenía entonces 30 años y hacía diez que había llegado a Buenos Aires desde Formosa, la provincia en la que nació. La hija de una docente y un empleado público, la menor de tres hermanos, un abogado y una licenciada en Sistemas, antes de recibirse de periodista deportiva y trabajar en el diario Olé, lo hizo en salones de belleza –pies, manos, peluquería- y en decenas de call centers. Al mismo tiempo, militaba y ayudaba en las villas 31, en la Rodrigo Bueno y en la 21-24.
Pocos días antes de la alacena desierta, Natalia había pensado en militar por los derechos de las prostitutas. "Pero además de empezar a militar por cuestiones de género, necesitaba llenar la alacena. Le conté a una amiga y ella me pasó contactos de trabajadoras sexuales para que me informara, para que no empezara en pelotas y bueno, lo hice”, cuenta.
El 7 de mayo de 2017 publicó un aviso en la página que le recomendaron. El 2 de junio marchó (“encapuchada, porque tenía miedo que me viera alguien de la oficina”) por el Día Internacional de las Trabajadoras Sexuales. Un día después, el 3, fue a la de “Ni una menos”, pero por primera vez marchó allí junto a las prostitutas.
— Esa noche tuve mis primeros clientes, que además fue el primer trío de la vida (ríe).
— ¿Sabías cómo manejarte con los clientes?
— No. Mis compañeras me agregaron a un grupo de Facebook donde les hacía mis preguntas. No tenía ni la más pálida idea. Pero fui al trío, fui súper tranquila porque era una pareja recomendada por una compañera que no había podido ese día y la cubrí. Pensé: “Voy a hacer de cuenta que soy yo la protagonista del trío y la que contrata el servicio y voy a flashear por el lado de qué me gustaría que me hagan a mí”. La piloteé súper bien. De hecho creyeron que laburaba desde hacía años. Nunca les dije que era mi primera vez.
No tenía un carajo para comer. Me dije: ‘Nunca más me va a faltar comida’. Voy a laburar de puta.
— ¿Qué pasó esa noche, al volver a tu casa?
— Me cagaba de risa. Iba a tomarme un Uber porque era tarde pero necesité caminar para bajar la adrenalina. No podía creer lo que había pasado. Pero la pasé bien, ¿qué voy a hacer? ¿Caretearla? Al otro día tuve otro cliente, lo vi a solas. Cero onda tuvimos. No hubo buena química. Pero después fui al supermercado y llené la alacena. No había vueltas que darle.
— ¿Alguien intentó convencerte de cambiar de trabajo?
— Por ahí te tiran el comentario de “Ay, vos que sos tan inteligente, te podrías dedicar a otra cosa”. Yo los miro y les digo: justamente por eso elegí ser puta.
Para un sector del feminismo la prostitución es explotación y no puede considerarse un trabajo. Para otro, en el que está Nina junto a sus compañeras de AMMAR (Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina), sí lo es y luchan para que sea reconocido. Ellas insisten con no confundir a la trata de personas, el proxenetismo o la prostitución infantil con el trabajo sexual que una persona mayor de 18 años decidió ejercer.
— ¿Por qué se cree que una prostituta no tiene orgasmos?
— Porque no se sentaron nunca a hablar con una puta. Y porque quienes estuvieron con alguna capaz que lo único que hicieron fue preocuparse de su propio placer y no entender que en realidad también el trabajo sexual es una posibilidad de que ambas personas o, si son más de dos, puedan llegar al orgasmo.
— No sabemos nada.
— Nada. También es creer que el orgasmo es todo. Para mí un orgasmo es verlos escribir a mis clientes. O sacarles un súper secreto que nadie sabe y me lo vomitaron a mí.
Desde mucho antes de su primer cliente, Natalia tomaba clases con el escritor Juan Sklar y fue ahí, en su taller literario, donde nacieron los textos eróticos. Pero no fluían, recuerda. Que eran tibios, dice. Que su cabeza quería contar historias pero lo hacía a medias.
Natalia tuvo su nombre clandestino antes de ser prostituta. Una noche de febrero de 2017, meses antes de su primer cliente, se transformó en Nina León.
— Estaba mal. Sentada en el sillón, sola. Me quedé mirándome súper incómoda en el reflejo del vidrio del balcón. ¿Qué me está diciendo ese cuerpo que estoy viendo? De repente, empezó a aflorar un texto erótico. Estoy sola, nadie me va a juzgar, voy a escribir solamente lo que mi cuerpo me dice. A los 15 minutos me estaba masturbando con la mano izquierda y escribiendo con la mano derecha todo lo que se me cruzaba por la cabeza. Al final escribí Nina León. Le di punto final, tiré el cuaderno y me acosté. Al otro día dije: “¡¿Qué carajo pasó anoche?!”. Fue un quiebre.
— Hacés “sexo literario” con tus clientes. ¿Escribís vos o escriben ambos? ¿Hay sexo antes, después, en el medio?
— Todo eso junto. A veces antes, a veces después, a veces durante, que es más complicado. Al principio quería crear demasiado adentro de un telo y a veces les decía a mis clientes “Che, ¿te puedo regalar 15 minutitos, pero me dejás escribir un segundo?”. Me miraban como diciendo “¿Estás cortando un polvo para ponerte a escribir?” ¡Sí! (Ríe) Algunos me piden que les mande el poema que me salió cuando estábamos juntos.
Nina escribe así:
Soy el fruto
que rompió cadenas.
La rebeldía erótica
que mi madre nunca
hubiera querido parir.
El pánico de mi hermana
ante su putez.
Mi padre
y mi hermano
jamás podrán contratar
mi placer.
Soy mi mutación
cuantas veces desee.
La historia
de mis propios labios.
Nina León.
Nací masturbándome
con la izquierda
mientras escribía con la derecha
lo que repetía mi cuerpo mojado:
escuchate,
escuchate.
Primero fue por necesidad económica, después porque podía ser su propia jefa y, sobre todo, por Cuba, su hija de cuatro años: “Yo no quería pasar 12 horas afuera de mi casa y tener que pagarle a una niñera que la conozca más a Cuba que yo. También había una búsqueda intensa en torno a lo sexual que ya traía en la escritura. Me genera mucha plenitud descubrirme desde la sexualidad y no sólo aliviarme a mí el alma, sino sentir que hago cosas para aliviar a un montón de personas que aparecen en mi vida, no solo en el trabajo sexual. Lo que voy conociendo mediante mi trabajo me da herramientas para poder hablarlas después con mis amigas, para abordarlas en el plano de la militancia. Tengo clientes fijos que me contratan más por psicóloga que por puta y eso me trae muchísima información.
Sin acceso a aportes jubilatorios ni derechos laborales, desde AMMAR pelean por un doble sinceramiento: el fiscal, que les permita facturar por su trabajo, y el de la sociedad: “No queremos estar categorizadas como tarotistas, peluqueras, masajistas. No queremos seguir mintiendo porque eso es avalar un discurso de una sociedad que mientras contrata nuestros servicios nos esconde debajo de la alfombrita como basura. Ni siquiera todos los clientes se quieren reconocer como clientes, menos los hombres, porque automáticamente la sociedad los apunta putañeros. Y sí, es putañero, pero aguante porque nos está dando de comer”.
— ¿Tenés monotributo, obra social?
— Monotributo no, prepaga hasta hace poquito: me la pagaba un cliente. Pero está muy cara y yo no la voy a pagar.
— ¿Tu cliente no la paga más?
— No, porque cortamos vínculo porque se enamoró.
Recién a los seis meses Nina le contó a su mamá la verdad. Hasta ese momento, ella creía que daba talleres de escritura en un sindicato. Con su papá no habló, pero cree que sabe. Cuenta que sus hermanos lo aceptaron pero que aún no pudo contarles “cosas lindas que me pasan en torno al trabajo sexual o en torno a la militancia con mis compañeras. Me encantaría poder compartir mi vida con ellos, pero entiendo que hay que respetar los procesos. En algún momento lo aceptarán. O no.” El papá de Cuba también lo sabe.
— A las mamás del jardín de Cuba, ¿les dijiste de qué trabajás?
— Sí. Desde el día uno cuando me preguntaron. Al jardín también. En los papeles que completé puse: trabajadora sexual/escritora.
— ¿Hay un tarifario?
— Sí, tratamos de ponernos de acuerdo. Pero varía un montón de acuerdo a las modalidades y a las zonas. Al principio como no tenía recomendaciones y no era conocida en el ambiente puteril, puse un precio estándar. Igual cobro mucho menos de lo que podría.
— ¿Por qué cobrás menos?
— Porque mis clientes son laburantes y mis clientas también. En un contexto macrista contratar servicios sexuales es una cuestión de lujo, porque no es el morfi, no es el alquiler. No me manejo en ambientes como Puerto Madero porque no sé hacerlo. Tengo un prejuicio también. Me divierten más los trabajadores (ríe a carcajadas).
—¿Llegaste a sentir asco por un cliente?
— Sí, hay clientes que caen con olor. Puede pasar. Pasa dentro de las parejas y ni siquiera tenés la fucking posibilidad de mandarlos a bañar porque es una situación de amor romántico y sentís que hacerlo va a hacer que el otro se enoje. La mayoría de las mujeres han pasado por eso. En nuestras cabezas pensamos “Qué olor de mierda” y no lo podés mandar a bañarse. Las trabajadoras sexuales tenemos mucha más comunicación. Le decimos: “Loco, andá a pegarte un baño, te espero”.
—Hay un tabú: la sexualidad de las personas con discapacidad.
— Sí. Nos llaman madres de pibes y pibas, que obviamente son mayores de edad, y nos preguntan si hay trabajadoras que puedan atenderlos. “Yo no le quiero hacer la paja, pero siento que está con ganas de sentir placer de algún modo”. Hay compañeras que están exclusivamente trabajando con personas con diversidad funcional. Hay cosas que tenés que evaluar antes, como por ejemplo la fuerza y si tendrás ayuda: me ha pasado ir a un encuentro y no poder aguantar la silla de ruedas. También no aguantar el peso del cliente.
— No se tiene en cuenta la sexualidad en esos cuerpos.
—El discurso abolicionista que genera paranoia en la sociedad como si el cliente que nos contratara fuera solamente el macho violento que te viene a tirar dos mangos y que vos tenés que estar sometida haciendo lo que él quiera, deja por fuera a estos cuerpos. Ese discurso no solo nos violenta a nosotras idiotizándonos y desconociendo que consensuamos con el cliente, sino que también deja por fuera a las personas con diversidad funcional, que no forman parte de la estética hegemónica que te posibilita garchar en esta sociedad. Los gordos, los negros, los pobres. Yo sueño con el día en que el Estado nos reconozca como laburantes y que también dentro de las obras sociales de las personas con diversidad funcional exista un punto donde ellos puedan acceder a las trabajadoras sexuales. Tiene que ser una cuestión regulada por ley.
— ¿Tu familia leyó Puta poeta?
— Mi mamá.
— ¿Qué te dijo?
— Que le dieron ganas de salir a buscarse un candidato. Es el mejor halago que recibí en mi vida.
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