Las cenas son a carpeta abierta. Vuelven del colegio, se sientan en la mesa y aprovechan la situación para compartir y reforzar conceptos. “A veces le pedimos que nos explique todo de nuevo”, contó Pabla. A veces, también, hacen los deberes mientras cenan. Pabla de Coll, la madre, es buena en historia. Juan Manuel Micchia, el padre, es la referencia en física. Y Juan Pablo, el hijo, la fuente de consulta en matemática. Los tres cursan juntos la escuela secundaria nocturna en la EPET 36° del barrio Itaembe Miní en Posadas, Misiones. Los tres fueron protagonistas del acto de fin de año del colegio.
El hijo es el mejor alumno del curso: su promedio general asciende a 8,81. La madre tiene 8,44 de promedio y el padre, 8,19. El hijo de 18 años se consagró como abanderado. Sus padres fueron los escoltas en el traspaso de la bandera argentina de alumnos del tercer año de la modalidad EPJA (Educación Permanente para Jóvenes y Adultos) a estudiantes de segundo año. La familia recibió el honor de portar la insignia patria durante todo el ciclo lectivo 2020.
Alicia Gradenecker, la directora del establecimiento educativo, celebró la magia de las casualidades. Lo calificó de inédito y estremecedor. “En los libros anuales tenemos el procedimiento del marco normativo de acuerdo a las resoluciones -informó-. Se corrobora que no hayan tenido problemas de conducta, que no se hayan llevado materias, que no hayan tenido antecedentes de violencia, que cumplan con el código de convivencia. Y de lo cuantitativo salen los promedios: esta vez se dio la magnífica coincidencia de que hayan sido ellos los que llevaran la bandera”.
“Me hace feliz verlos”, graficó, en diálogo con Infobae. En los días previos, la directora asistió a los ensayos del acto donde pudo percibir la relación que los une: “Es fantástico y realmente hermoso que se hayan construido valores así en nuestra sociedad”.
Es, sin embargo, Rossana Aguirre, la vicedirectora de la escuela y la responsable de la secundaria para jóvenes y adultos, quien entabló mayor vínculo con la familia de estudiantes. “No faltaron en todo el año. Vinieron con lluvia, con tormenta. Son muy aplicados los tres. Realmente no tenemos más que alabanzas para decir de ellos. Es una familia ejemplar, personas excelentes, con muy buenos valores. Que los tres tengan promedios arriba de ocho es muy loable”.
En el curso de la noche hay 23 alumnos. Cursan una modalidad de secundario acelerado que reduce en tres años, los cinco tradicionales. “Cuando nos pusimos a sumar las notas, nos sorprendió el resultado. Sabíamos que eran buenos alumnos, pero no eran los únicos”, reflexionó la vicedirectora, quien identificó durante la premiación la emoción y el orgullo común de una familia que atravesó momentos difíciles.
Juan Pablo terminó la escuela primaria en el colegio del Hospital Infantil Dr. Ricardo Gutiérrez. Su familia vivió un año entero en la Ciudad de Buenos Aires para acompañar su tratamiento oncológico. Se sometió decenas de sesiones de quimioterapia y tres intervenciones quirúrgicas. La génesis de su enfermedad fue un golpe en su rodilla derecha mientras estaba jugando al fútbol: tenía, por entonces, once años. Le dijeron que era un esguince y le indicaron el uso de una rodillera.
La molestia perduraba: el golpe había descubierto una afección compleja. Le hicieron una biopsia por punción para develar el origen del dolor. El diagnóstico fue osteosarcoma, el tipo de cáncer de hueso más frecuente. Los médicos le informaron que corría riesgos de perder las piernas. Atravesó el proceso de quimioterapia con angustia: rechazó la primera prótesis, tuvo una infección feroz y dos cirugías posteriores. Volvió a instalarse en Posadas. Empezó la secundaria en la tecnicatura diurna de la EPET 36° hasta que una recaída lo obligó a presentarse de nuevo en el Hospital Gutiérrez.
Su vida hoy es normal. Se realiza controles periódicos en traumatología y cumple con los ejercicios de kinesiología. Presenta una discrepancia en sus piernas por lo que debe usar un zapato especial. Volvió al colegio. Tiene 18 años y cursa segundo año en la modalidad EPJA. Cobró vigor su decisión de retomar los estudios gracias el impulso y el estímulo de sus padres, sus compañeros de aula.
Pabla no recuerda qué edad tenía cuando dejó los estudios. “En esa época, vivía en Corrientes y tenía que trabajar. Lo hacía en la oficina con un contador, dejé el colegio y nunca más volví”, relató con naturalidad.
Juan Manuel terminó séptimo grado en una escuela nocturna. La secundaria no la había empezado. Vivía en Buenos Aires y a los doce años ya estaba trabajando. Se enamoraron cuando Pabla visitaba a sus familiares porteños, vecinos de Juan Manuel. Desde hace quince años viven en la capital de Misiones con Juan Pablo y sus dos hermanos: Agustín, de 21 años, que estudia Recursos Humanos, y Franco, de 19, que asiste a una escuela de teatro.
A Juan Pablo le gusta la medicina. “Yo diría que sí, que mucho tiene que ver todo lo que le pasó”, contestó su madre. Sueña con ser médico, vestir un ambo y profesionalizarse en oftalmología. Antes deberá recibirse de Bachiller en Ciencias Sociales y Humanidades en un curso acelerado. “Mirá por todas las que pasaste, mirá ahora cómo te recompensa la vida”, le transmitió Pabla, quien también aspira a seguir estudiando una vez que culmine su formación secundaria.
Los alumnos viven a diez cuadras del colegio. Van y vienen juntos en el taxi que maneja el padre y que sirve de sostén para la economía familiar. En el curso, los padres se sientan juntos, pero Juan Pablo suele cambiar de compañero de banco. “Volver a clases después de treinta, cuarenta años de dejar el colegio es difícil. Pero no es imposible, se puede. Tuvimos mucha ayuda del colegio, de los vecinos y fundamentalmente de mi hijo”, dijo su madre. A veces, cuando están cenando, Juan Pablo les explica lo que sus padres no comprendieron en clase. Es la historia del joven abanderado y sus madres, escoltas, siempre detrás suyo, como una metáfora de sus vidas.
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