Alberto Kohan, Secretario General de la Presidencia, fue despertado a las 3:30 horas, con la noticia de la rebelión carapintada. La noticia no lo sorprendió: “Algo ya sabíamos, teníamos información que ese grupo algo estaba planeando”, contó a Infobae.
Subió a su auto y se dirigió a la residencia de Olivos, donde descansaba el presidente Carlos Saúl Menem.
Le comunicó que sectores rebeldes del Ejército habían tomado el Edificio Libertador, que era la sede del Estado Mayor del Ejército; el Regimiento de Infantería 1 Patricios, la fábrica de Tanques Medianos y dependencias del Batallón de Intendencia 601 de El Palomar.
“Los generales nos habían soltado la mano”
Uno de los integrantes del movimiento carapintada es el actual ex mayor Hugo Reinaldo Abete, quien habló en exclusiva con Infobae. “Quisimos evitar el proceso de desarmar y desnaturalizar a las fuerzas armadas, algo que hoy se ve claramente en Argentina como en algunos países de América Latina. En ese entonces, se pretendió meter presos a los militares que durante la lucha contra el terrorismo habían defendido un estilo de vida nacional y cristiano”.
Abete explicó que en las fuerzas armadas “ya no había respeto entre los camaradas. En una organización verticalista como la nuestra, se discutían las órdenes y el personal subalterno sentía que los generales les habían soltado la mano y no se sentían defendidos por lo que habían hecho contra la guerrilla. Ese fue el caldo de cultivo del que nacería el movimiento carapintada”.
El de 1990 sería el cuarto alzamiento contra el orden constitucional desde el retorno de la democracia en 1983. El primero había sido entre el 16 y el 20 de abril de 1987; al año siguiente habría dos, uno entre el 15 y 19 de enero y otro entre el 1 y el 5 de diciembre.
El reclamo no variaba: percibían que estaban transitando un proceso de indefensión nacional. “Sentimos que durante el gobierno de Raúl Alfonsín hubo un proceso de venganza y revancha”.
¿No existía otra forma de reclamo?, preguntó Infobae. “Presentamos escritos, enviamos cartas, nos reunimos con funcionarios y políticos. Queríamos que se terminase con esa política que destruía a las fuerzas armadas. Pero el año finalizaba y no teníamos respuesta. Era algo que lo veníamos planificando desde comienzos de 1990”.
La operación en marcha
“La fecha fue elegida por dos motivos: no se la podía planificar para fin de diciembre, que era la época de los cambios de destino; además, lo que tomamos como una motivación más fue la anunciada visita del presidente de Estados Unidos George Bush padre para el día 5”.
En las primeras horas del 3, se desencadenó el movimiento. El referente natural era el coronel Mohamed Alí Seineldín, a quien consideraban un líder e ideólogo y que estaba detenido en San Martín de los Andes. Un grupo de sublevados tenía la orden, una vez estallado el alzamiento, de liberarlo, algo que nunca llegó a ocurrir.
Cuando aún no había amanecido, el teniente coronel Hernán Pita, segundo jefe de Patricios, caía acribillado por seis proyectiles. A su lado, con un disparo en el rostro, yacía el mayor Federico Pedernera, jefe de operaciones de esa unidad. También moriría en Patricios el cabo primero Rolando Daniel Morales.
La represión había sido ordenada por el jefe del Ejército, general Martín Félix Bonnet.
En ese momento, Abete comprendió que todo estaba perdido. Lo que no querían era un enfrentamiento armado, que era lo que estaba ocurriendo. En la oscuridad de la madrugada, oficiales y suboficiales del mismo regimiento se disparaban, en las sombras, casi sin poder distinguirse. Abete culpó a francotiradores de las fuerzas leales como los responsables de haber iniciado el fuego.
Lo que Abete ignoraba es que ya, en el trayecto entre Olivos y la Casa de Gobierno, desde el auto que manejaba el intendente de la residencia presidencial, el presidente Menem había dado la indicación precisa de sofocar el movimiento rebelde. No admitiría negociaciones.
“O se rinden o bombardeamos las unidades”, recordó Kohan.
“De no ocurrir las muertes –que lamentamos profundamente- Palermo hubiera desbordado de militares de todas las armas. Cuando tomamos conciencia de la muerte de Pita y Pedernera, supimos que todo estaba perdido”.
Pero hubo otras muertes, como los 5 pasajeros del colectivo de la línea 60 que fue chocado por un tanque, en Boulogne, donde además 20 personas resultaron heridas.
Además, habían disparado contra los periodistas Fernando Carnota, de Radio Mitre, y Jorge Grecco, de la revista Somos. Ambos se encontraban dentro del móvil de la radio cercano al edificio Libertador cuando proyectiles ingresaron por la luneta. Grecco, herido en el hombro y en el brazo, pudo salir del auto; el que se llevó la peor parte fue Carnota, ya que un proyectil lo tuvo al borde de la muerte al impactarle casi en la nuca.
Rendición incondicional
Una vez que el primer mandatario se instaló en su despacho en Casa Rosada, firmó el decreto de Estado de Sitio. No consideró necesario convocar a los partidos políticos.
“Lo que decidió Menem fue la actitud propia de un conductor, del que gobierna”, dijo Kohan.
El Secretario General se dirigió entonces a la sede del Estado Mayor del Ejército, acompañado por un suboficial de la Policía Federal. Ingresó por un portón del costado y lo que percibió fueron ánimos muy alterados. Solo pudo hablar con el sargento Guillermo Verdes, al que le llamó la atención su cara embadurnada. “Les comuniqué que la única salida era rendirse, que no se iba a negociar. Más tarde, supe que ese suboficial había muerto de un disparo en la cabeza”.
¿Por qué se continuó con la rebelión casi hasta la noche cuando vieron que todo estaba perdido con las muertes de Pita y Pedernera? “Porque el movimiento tuvo varios focos; si se hubiera querido, con los tanques de la fábrica TAMSE, hubiésemos podido resistir, pero eludimos el combate”, destacó Abete.
Habría más muertos. El coronel Jorge Romero Mundani, veterano de Malvinas que se había sublevado en la fábrica de tanques, se suicidó en Mercedes. De la Prefectura cayeron Ayudante de 1ra Mieres y Ayudante de 3ra Acosta, en Entre Ríos, el soldado Javier Humberto Gomez y en Palermo el soldado Greco.
Visita de Bush
Ese mediodía, mientras Carlos Menem almorzaba solo, Kohan tenía otras preocupaciones. Estaba en contacto con el equipo del presidente George Bush, en ese momento en Brasil.
“A pesar de los recelos del servicio secreto de la Casa Blanca, el mandatario no quiso suspender la visita, un gesto que fue muy valorado”, recordó el ex funcionario.
Desde la visita de Dwight Eisenhower en 1960 durante el gobierno de Arturo Frondizi que un presidente de ese país no venía a la Argentina.
Fueron casi 20 horas de enfrentamientos, que culminaron cuando los rebeldes se rindieron incondicionalmente.
A la distancia, ya alejado del Ejército, Abete recuerda este alzamiento contra el orden constitucional como “un enfrentamiento entre hermanos” e interpreta que lo que describe como el proceso de destrucción de las fuerzas armadas puede verse claramente no solo hoy en Argentina sino en varios países de América Latina. “Entonces quisimos evitar lo que hoy el continente está padeciendo”.
Para Kohan el balance es más simple: “A partir de 1990 no hubo más golpes militares en la Argentina”.
Dos visiones distintas de un mismo hecho por demás doloroso para los argentinos.
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