Con sus 21 años a cuestas, José Arnoldo Barrero viajó a Madrid en la última quincena de febrero de 1971, para entrevistarse con Juan Domingo Perón por pedido del presidente de facto Roberto Marcelo Levingston.
A pesar de su corta edad ya participaba en algunas reuniones políticas a la que asistían un capellán de la Fuerza Aérea y algunos nacionalistas cercanos al peronismo. El viaje se terminó de concretar en el estudio del dirigente justicialista doctor Edgar Sá en la avenida Córdoba y el contacto con la residencia en Puerta de Hierro en Madrid era José Miguel Vanni, amigo de José López Rega.
Luego de adelantar un temario, el enviado viajó a España con su custodio Eneas René Passaroto. En Madrid Mario Rotundo, un asistente de Perón, los ubicó en el Hotel Majestic.
Eran los días en que la situación interna argentina era “un tembladeral” y los jefes militares sostenían que Levingston “está llevando a la institución a un callejón sin salida” y Ricardo Balbín ya había recibido la primera carta de Perón, mientras Arturo Frondizi sostenía en privado que iba a ser el “apóstol de la violencia”.
Barrero relata: “Yo estaba casado con Esther Andrés, una sobrina de Levingston, y una noche me invitan a una cena a la residencia de Olivos. Hasta ese momento yo había visto socialmente al general una o dos veces. Cuando vamos hacia Olivos mi mujer me dice que me iban a ofrecer algo. Después de la cena, Levingston, el general Manuel Ángel Ceretti (el consuegro del Presidente y jefe del Cuerpo V) y yo vamos a una salita de fumar dentro de la residencia. ‘¿En qué le puedo ser útil?’, me preguntó Levingston y yo le respondí que no necesitaba nada y que le agradecía. Cuando Ester se enteró lo que le había respondido me quiso matar. Pero a las 48 horas recibo una citación, voy y entonces me dicen si quería trabajar en la Casa de Gobierno. En una oportunidad me convocan y me dicen que el general Perón quería volver al país y no sabían por qué. Me piden si podía viajar a Madrid, sin representación oficial, sólo debía hablar con él y averiguar. Nada más. Voy a la empresa de viajes Rotamund, en la avenida Roque Sáenz Peña, recuerdo que me acompañaron Vanni y Carlitos Villone. Viajamos el gordo Vanni, yo y mi custodio Pasarotto".
-¿Viaja así nomás? ¿Sin directivas?
-Me dicen que averigüe cuáles eran las intenciones del General para volver al país. Repito: sin representación oficial. Llego a Madrid y en la calle José Antonio 31 me recibe José López Rega quien me insistía con la misma pregunta: “¿Para qué quiere ver al General?”. Y yo le contesto que lo que tenía que decirle al General se lo debía decir yo. Yo no llevaba ninguna propuesta, lo único que debía preguntar era para qué quería volver al país y en qué condiciones.
-Y lo recibió...
-Sí, me recibe Perón en la Quinta 17 de Octubre y no voy a olvidar nunca que en el pequeño hall de entrada se había descascarado el cielorraso. Y me señala: “Dicen que tengo mucha plata y no puedo pagar este arreglo”. Nos sentamos y me dice que “vamos a grabar la charla” y yo respondo que ningún problema, que estoy de acuerdo mientras me den una copia. Tras algunas palabras le dije que yo nunca había sido peronista, siempre había estado en la vereda de enfrente.
-¿Qué le respondió Perón?
- Perón me dijo: “Nadie que se sentó en ese sillón me dijo lo que usted me acaba de decir, joven, yo le puedo garantizar que nos volveremos a ver. Yo esto lo valoro mucho. Levingston es una gran persona pero tiene los tiempos acotados”. Estuvimos conversando cerca de 4 horas.
Barrero no lo dice pero Mario Rotundo completa el relato porque estaba al lado del lugar de la reunión y sostiene que el enviado llevó un documento que tenía que leer. Entre otras cosas se le garantizaba al ex presidente volver por “la puerta grande” y la “devolución de sus bienes”. “Perón me dijo: ‘Yo quiero morir en la Argentina’”, aseguró Barrero.
-¿Usted le dio un mensaje de Levingston?
-Sí, le dije que siguiéramos en contacto, que Levingston lo que quería era que si volvía facilitariamos las cosas para que retornara. Que el que tenía que decidir era él y luego hablamos de cosas triviales. Recuerdo que hacia el final, Perón me preguntó: “¿Cuándo vuelve a Madrid?”. Le dije que en marzo. Me respondió :"Ojalá pueda".
La conversación entre Perón y el enviado de Levingston siguió así:
Le dije que en marzo. Me respondió :"Ojalá pueda".
Perón: ¿Cuánto tiempo lleva Levingston en el poder?
Barrero: Casi ocho meses.
Perón: Va a cumplir un período de gestación.
Tras la entrevista López Rega quedó en llevarle la cinta y se iban a encontrar en el bar Nebraska. Cuando llegó, acompañado de Mario Rotundo. Barrero preguntó: “¿Y qué pasó con esa cinta?”.
“López Rega me dijo, textuales palabras, con la voz gangosa: ‘Salió apócrifa, así que por consiguiente no le puedo dar la cinta”, recuerda Barrero.
El enviado de Levingston le dijo al secretario de Perón que necesitaba llevar un comprobante del encuentro y López Rega le dio su tarjeta personal.
La cinta con la voz “apócrifa” no se la llevó Barrero. La trajo a Buenos Aires, Américo Ott, un piloto de Aerolíneas Argentinas, cuyo departamento quedaba sobre la avenida Santa Fe, frente al Jardín Botánico. La cinta no la recibió Roberto Marcelo Levingston… la estaba esperando Alejandro Agustín Lanusse.
Esta intriga es escasamente conocida. El general Lanusse en su libro Mi testimonio algo deja entrever cuando escribió, sobre los problemas que tenía Perón: “Nadie cree eso y, menos que nadie, mi predecesor, el general Levingston, que se ofreció personalmente para solucionar ese problema”.
Mientras el enviado de Levingston entraba en la Quinta 17 de Octubre, en Buenos Aires Jorge Daniel Paladino era invitado por el contralmirante Hermes Quijada, a su domicilio particular para dialogar. Así lo cuenta en una carta enviada a Madrid el 12 de febrero de 1971 a menos de un mes del derrocamiento de Levingston. “Hablamos de lo que ocurre y puede ocurrir en el país tal como están las cosas”. Quijada comenzó defendiendo a Levingston, como sondeando al delegado de Perón “y terminó preguntando cuál podía ser la salida. Fue una discusión bastante franca, dentro de la franqueza que cabe en estos casos”.
Lo cierto fue que finalmente, al “tocar todos los temas sin protocolo” el jefe naval hizo una radiografía del pensamiento de las fuerzas militares en ese momento: “1) La única arma jugada institucionalmente con Levingston es Aeronautica; 2) Marina no quiere separarse de Ejército ni adoptar actitudes solitarias; 3) Con respecto a Levingston, ‘las dos están de vuelta’ aunque no querrían precipitar ‘otro cambio de general-presidente’; 4) Hay creciente consenso en las dos armas que con Levingston, sobre todo por la forma personalísima con que encara la salida política prometida por la Junta, las fuerzas armadas no van a ninguna parte”.
El martes 2 de marzo de 1971, el teniente general Alejandro Agustín Lanusse asumió la presidencia de la Junta de Comandantes en Jefe, e inmediatamente comenzó a pulsar la opinión de los mandos superiores del Ejército sobre el estado del país. “La sociedad está cansada”, opinó por escrito Alcides López Aufranc, el jefe del Cuerpo III.
El 6 de marzo, Jorge Daniel Paladino volvió a encontrarse con el almirante Pedro Gnavi (ya lo había hecho cuando el secuestro de Pedro Eugenio Aramburu) y se lo informa a Perón en su “Carta 5” del 7 de marzo de 1971: “Después de los habituales sondeos, Gnavi afirmó que la posición de la Marina era la salida política y que ellos estaban tratando de acortar los plazos a tres años. Además, y esto lo dijo rotundamente, la Armada no quiere que nadie use o se aproveche del peronismo. Se harán las elecciones como corresponde y si gana el peronismo, se le da el gobierno y se acabó este problema”.
El relato del “Colorado” Paladino es coincidente con el acta de una reunión de almirantes realizada en esos días en las que los jefes navales formulan severas críticas a la gestión de Levingston, especialmente del almirante Gnavi (“la situación del país es caótica”). Al margen, otros integrantes de la Armada sostenían: “Se debe buscar una salida rápida” (almirante González Llanos); “Insisten en la mala conducción oficial” (almirantes Berisso y Acuña); “La Fuerza Aérea se está pronunciando contra Levingston. Los brigadieres ya no responden al brigadier Carlos Alberto Rey" (almirante Pereyra Muñoz); “El Presidente comete muchos errores. Hay que tratar de volverlo al juego convenido exigiéndole un plan político” (almirante Francos).
El 12 de marzo de 1971, tras el “Viborazo” en Córdoba, armado contra el interventor José Camilo Uriburu, comenzó a derrumbarse el gobierno de Roberto Marcelo Levingston y semanas más tarde asumiría la Presidencia de la Nación Alejandro Agustín Lanusse. Las Fuerzas Armadas comenzaron a planear entonces una decorosa retirada del poder. De ahí en más se fueron sucediendo una serie de hechos que llevaron al aislamiento absoluto de Levingston y el 23 de marzo, a las dos y diez de la madrugada, presentó su renuncia.
En las horas previas se realizó una extensa reunión de la Junta Militar con el Presidente de facto en la que no faltaron recriminaciones y reclamos y en un momento Levingston ordena la detención de Lanusse. La cumbre comenzó a las 17.30 del 22 de marzo y la sesión fue grabada dando origen a un documento de 62 páginas.
Entre las cuestiones debatidas se destacan a través del largo relato algunas actitudes y dichos del general Lanusse que fueron mal interpretadas por el mandatario; la conducta del coronel Haroldo Pomar, jefe de la Escuela Lemos; los motivos de la renuncia de Francisco Manrique al cargo de Ministro de Bienestar Social y principalmente la intervención del Tercer Cuerpo durante los graves incidentes en Córdoba.
Algunos de los términos contenidos en el documento nunca revelado establecen: Tras una larga discusión, en la página 49, Levingston le dijo a Lanusse: “Bueno, mi general, yo le pido en esta encrucijada, usted vea y haga un acto de renunciamiento por la responsabilidad que tiene con respecto a lo que ocurrió en la Guarnición Córdoba, y yo le propongo que, dado el tiempo que lleva en el Comando en Jefe del Ejército, deje el Comando en Jefe del Ejército […] Yo le pido en uso de mis atribuciones como Presidente que usted me conteste se está dispuesto… si usted puede hacer el sacrificio de dejar el Comando en Jefe del Ejército”.
Cinco páginas más adelante se observa que entran otros jefes militares a la reunión -entre ellos el general Jorge Cáceres Monié que había sido convocado en la emergencia- mientras otros asistentes intentan retirarse, y se relata: “Se mantienen por favor los señores un momento”. Mientras el general Mourglier intenta apagar el grabador y Lanusse opina: “No tiene por qué apagarlo”.
Entonces Levingston dice: Tomen asiento, señor general Cáceres Monié, lo he llamado para que usted se haga cargo del Comando en Jefe del Ejército. He dispuesto que el señor general Lanusse deje el cargo de Comandante en Jefe del Ejército, por haberse hecho responsable de los hechos ocurridos en Córdoba.
Lanusse: De la conducta del III Cuerpo en Córdoba.
Levingston: De la conducta, de la actuación de las tropas del III Cuerpo en Córdoba, que contradicen la orden que oportunamente impartiera para la actuación de las unidades de las Fuerzas Armadas. Así que proceda a trasladarse al edificio del Comando en Jefe del Ejército y comunique al Ejército esta resolución.
Cáceres Monié: ¿Nada más señor?
Levingston: Nada más. Como consecuencia de razones de antigüedad le dice al señor general Herrera que me venga a ver acá.
Como era de prever el general Jorge “Corchito” Cáceres Monié volvió al Edificio Libertador con la seria decisión de hacerse cargo y reponer en el mando al teniente general Alejandro Agustín Lanusse. El Ejército respaldo su decisión y el coronel Daniel García, jefe de Granaderos, jugó un papel decisivo en esa madrugada del 23 de marzo de 1971.
La Junta de Comandantes reasumió el poder y Lanusse llegaría al despacho presidencial de la Casa Rosada el viernes 26 de marzo.
En el nuevo gabinete se destacaban Arturo Mor Roig (Ministro del Interior); Francisco Manrique (que volvía a Bienestar Social); Rubens San Sebastián (que volvía al Ministro de Trabajo); Luis María de Pablo Pardo (que continuaba en Relaciones Exteriores) y Jaime Perriaux (Ministro de Justicia).
Frente a los primeros anuncios del nuevo gobierno, Perón le escribe a Pablo Vicente el 7 de abril: “La situación emergente de la defenestración de Levingston no cambia sino en algunos nombres porque mantiene la orientación anterior. En consecuencia, no podremos tener la menor confianza en lo que pretendan hacer en el futuro. […] Grave error se cometería si, encandilados con las falsas promesas de la dictadura, abandonásemos la lucha revolucionaria empeñada por los grupos activistas de nuestra juventud, como desconfío que pueda estar ocurriendo, como asimismo si nos confiáramos en los cantos de sirena que ensayarán ahora las agrupaciones políticas, en forma de posibilitar insidiosas intenciones”.
Hacia el final de la carta le dice que va a exigir su reconocimiento como jefe del Movimiento para las futuras negociaciones con la dictadura militar.
En principio, Lanusse decide enviar al coronel Francisco Antonio Cornicelli y, luego, al nuevo embajador en Madrid, el brigadier (RE) Jorge Rojas Silveyra. De acuerdo a lo observado en la carta a Vicente, el 13 de abril Paladino llegó a Madrid para realizar consultas. El sábado 17 arribó a la capital española José Ignacio Rucci, acompañado por Juan Minichillo y Lorenzo Miguel. Días más tarde una visita ingresó a la casa del ex presidente de manera inadvertida para el periodismo: El jueves 22 de abril entró el enviado de Lanusse, el coronel Francisco Cornicelli. Fueron tres horas de diálogo, en presencia de Paladino y López Rega, grabadas y más tarde reproducidas en la prensa. Primeramente, el dueño de casa se explayó sobre su pasada obra de gobierno y la actualidad nacional e internacional y luego Cornicelli puso sobre la mesa de diálogo un documento con 10 puntos para discutir.
Eran los primeros temas con los que la Junta Militar iniciaba su intento de negociación con Perón.
El último punto que llevó el enviado de Lanusse -y que fue inicialado por Paladino- decía: “10º) Conjuntamente con el Movimiento Nacional Justicialista seguirá alentando los propósitos de conciliación nacional y de afirmación de una política de recuperación que armonice con los fines del llamado ‘Gran Acuerdo “Nacional’”.
En un momento del diálogo, en la Quinta 17 de Octubre, el enviado de Lanusse sacó el tema de la violencia subversiva que se expandía en la Argentina:
Cornicelli: En este momento hay muchos que masacran vigilantes y asaltan bancos en su nombre.
Perón: Sí, sí y lo seguirán haciendo, cada día habrá más…
Cornicelli: … lo seguirán haciendo hasta tanto usted no defina su posición con respecto a ellos.
Perón: No, no, se equivoca usted, aunque yo les diga que no lo hagan…
Cornicelli: Lo van a hacer, pero no lo van a hacer en nombre de Perón.
Perón: Lo van a seguir haciendo, porque ése es un conflicto que tiene otra raíz que ustedes no conocen.
La respuesta de Perón sorprendió a Cornicelli. Perón le estaba hablando de la Guerra Fría, la Cuba comunista y el entrismo. Conocía bien el problema pero no estaba decidido a actuar. No lo podía hacer. ¿En nombre de quién y en beneficio de quién? Esta tarea la dejaría para más adelante y con el apoyo mayoritario de la sociedad.
En el diálogo con Cornicelli, Perón autorizo a Paladino a que concurriera al encuentro con Arturo Mor Roig, tal como le había comentado a Pablo Vicente unos días antes. La cita con el Ministro del Interior fue el comienzo. Luego, vendría el encuentro con Lanusse.
Como reseñó el periodista Alfredo Semprún, en el ABC de Madrid, los encuentros finalizaron el 23. Luego, Jorge Paladino se recluyó en su hotel, preparó los documentos con las directivas y volvió a encontrarse a solas con Perón, antes de subirse al avión de Aerolíneas Argentinas.
El domingo 25 los muchachos embarcaron a la mañana para Buenos Aires. Rucci, Lorenzo Miguel, Minichillo y Paladino. En Ezeiza, los dirigentes sindicales fueron recibidos por una multitud.
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