A un año del brote de hantavirus en Epuyén: la historia del paciente cero y la lucha de todo un pueblo para reponerse

La contingencia epidemiológica concentró la atención nacional durante el verano pasado. Hubo 34 casos confirmados y 11 personas perdieron la vida. Cronología de una cadena de contagios que se inició en una fiesta de cumpleaños

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El próximo martes 3 de diciembre se cumplirá un año de la primera víctima fatal a consecuencia del brote de hantavirus en la localidad chubutense de Epuyén. En total, hubo 11 personas fallecidas, 34 casos confirmados y 159 pacientes que debieron ser aislados. La cadena de contagios se inició en una fiesta de cumpleaños a la cual asistieron unos cien invitados, entre ellos el llamado paciente cero.

Victor Díaz tiene 69 años y está jubilado. Vive en las afueras del pueblo, en una chacra donde cría ovejas y gallinas, y donde pasea con su caballo. Aunque por estos días está en lo de su hija, Isabel, debido a un incendio en su casa en julio pasado. La investigación que llevaron a cabo un grupo de epidemiólogos, médicos generalistas, trabajadores sociales y psicólogos del ministerio de Salud de Chubut y el Instituto Malbrán lo señala como el primero de los afectados.

En compañía de su hija, Víctor fue el sábado 3 de noviembre del año pasado a la celebración que se organizó en el salón Peumayén, cerca de la costa del lago. Fue a pesar de dolores de cabeza que lo tenían a maltraer.

Víctor Díaz y su hija Isabel
Víctor Díaz y su hija Isabel

El hantavirus se transmite por el contacto con la orina, saliva y excretas del ratón colilargo. Víctor había estado en una zona camino al paraje El Coihue donde se recolectan hongos silvestres. Es allí donde pudo haber contraído la enfermedad, aunque él no lo sabe con certeza. De lo que dice estar seguro es que no fue en su casa, donde había puesto trampas: “En la casa de mi papá y en su campo no se encontró ni una rata”, asegura Isabel en diálogo telefónico con Infobae.

El virus también puede transmitirse de persona a persona, por contacto estrecho con enfermos en el período inicial del cuadro febril (primeras 48 a 72 horas). Esa etapa, sin saberlo, era la que transitaba Víctor al momento de asistir al cumpleaños en el que se encontró con familiares, amigos y vecinos.

Según la reconstrucción del caso, el jubilado estuvo a un metro o menos de distancia durante al menos 30 minutos con cinco afectados por hantavirus que también habían estado en la fiesta. Con algunos incluso compartió la mesa. El virus se propagó entre los allegados.

La entrada al Salón Peumayén donde se hizo la fiesta de 15 (Franco Fernández)
La entrada al Salón Peumayén donde se hizo la fiesta de 15 (Franco Fernández)

Horas después del cumpleaños, ya en la madrugada del domingo, los malestares de Víctor se agudizaron. Sentía escalofríos y dolores musculares, síntomas compatibles con los de la enfermedad, que van desde fiebre, dolores de cabeza, náuseas, vómitos, dolor abdominal y diarrea, hasta dificultad respiratoria en etapas avanzadas.

Fue a la guardia, pero “no lo atendieron porque era domingo, ni siquiera le tomaron la fiebre y lo mandaron para casa con una dieta blanca”, recuerda Isabel. Los dolores se intensificaron y regresó al centro médico. Le hicieron estudios y le dieron turno para que vuelva el jueves siguiente. Pero su estado se agravó y debió ser internado por gastroenteritis un día antes.

A las siguientes 48 horas, uno de los médicos le dijo a la hija que su padre tenía cáncer de pulmón con metástasis en el hígado. “Nunca sospecharon de que era un hanta. Quedaron desconcertados por el cuadro”.

Víctor fue trasladado al hospital de Esquel. Estuvo cinco días en terapia intensiva. Luego lo pasaron a sala intermedia y después a sala común. El 14 de noviembre, el diagnóstico se esclareció: desde el Instituto Malbrán confirmaron que era el primer caso de síndrome cardiopulmonar por hantavirus.

Los habitantes debieron utilizar barbijo durante la mayor parte del día (Télam)
Los habitantes debieron utilizar barbijo durante la mayor parte del día (Télam)

Una vez que a Víctor le dieron el alta y ya de regreso en Epuyén, su hija Isabel empezó a experimentar síntomas similares. “Fui tratada por los riñones, para el médico de acá (en el hospital de Epuyén) era una infección urinaria”. A la mañana siguiente perdió el conocimiento y su mamá, Celia, la llevó de nuevo a la guardia. Días más tarde supo que también había contraído hantavirus. “Me hicieron estudios otra vez, mi pulmón derecho estaba todo tomado; yo me cansaba de nada, hasta para comer”.

Antes de fines de noviembre se sumaron otros tres casos. Esto encendió la alarma de las autoridades: un informe del Ministerio de Salud de la Nación indicó que en los últimos 10 años se habían registrado solo cinco casos en Epuyén.

La primera víctima fue una adolescente de 14 años, amiga de la cumpleañera. Murió el 3 de diciembre. Desde entonces y hasta el 19 de enero fallecieron dos hombres (de 61 y 80 años), un adolescente de 16, y cinco mujeres de entre y 38 años. También Celia, la madre de Isabel, quien tenía 64 años. Las últimas víctimas fatales fueron una joven de 26 años y su madre, de 49.

Tras el primero ambiental, los contagios fueron de persona a persona (Télam)
Tras el primero ambiental, los contagios fueron de persona a persona (Télam)

Al día de hoy, Isabel cuestiona la labor sanitaria en las etapas iniciales: “Era todo muy liviano, nadie decía que era contagioso. Salud fue la principal causa de que haya pasado lo que pasó porque no se tomaron precauciones desde un principio. Se hubiesen evitado un montón de problemas", cuestiona. Y agrega: "Para mí, mi mamá se contagió en el velatorio a cajón abierto de Aldo Valle, de ahí salió un brote terrible que afectó a los hijos de él”.

Aldo Valle era empleado municipal y fue la segunda víctima. Murió el 11 de diciembre. En las semanas siguientes fallecieron sus hijas Loreley (30) y Jéssica (32). De ese mismo grupo familiar también perdió la vida un joven de 16 años, hijo de la pareja de Valle.

Sebastián Valle es hijo de Aldo y también sobreviviente. En enero compartió una publicación en la que adhería las palabras de una vecinas: “Vivimos la angustia de la pérdida, la incertidumbre por la desinformación, el pánico a la muerte que acechaba en el consciente colectivo, la soledad sin quererla y la estigmatización sin provocarla”, se lee en un fragmento del mensaje titulado “Epuyén está de pie”.

Sebastián Valle tiene 28 años y es uno de los sobrevivientes
Sebastián Valle tiene 28 años y es uno de los sobrevivientes

El joven, que tiene 28 años y trabaja como enfermero en Esquel, sostiene convencido ese optimismo: “Como siempre, Epuyén con sus vecinos siguen de pie”, dice a este medio. Aunque manifiesta una preocupación: “Se trata de prevenir pero lamentablemente con escasos recursos, por falta de apoyo provincial y nacional. Seguimos bastante parecidos al año pasado, solo vi cartelería por parte de las trabajadoras comunitarias. Si vuelve a pasar, no sé si estamos mejor preparados. Yo me recibí de enfermero y veo la realidad desde ambos puntos. Ojalá no vuelva a suceder”.

Como parte de las medidas estratégicas de protección, el Ministerio de Salud de la provincia de Chubut implementó el aislamiento respiratorio selectivo durante el período de incubación, que dura 45 días. Empezó el 28 de diciembre y quedaron en esa condición 16 personas en El Bolsón, 56 en Epuyén, y el resto en Maitén, Trevelín, Esquel, Río Pico, Trelew, Corcovado, Tecka y Cholila. También suspendió temporalmente los velorios y eventos en espacios cerrados.

El 21 de febrero desde la cartera sanitaria difundieron el último parte diario y comunicaron que ya no había pacientes internados. El 24 de marzo, en tanto, los últimos 23 pacientes cumplieron la etapa de cuarentena y el brote se dio por terminado. A cada uno que pasó por esta situación el gobierno provincial los benefició con un subsidio para compensar todo el tiempo que estuvieron sin poder trabajar.

Después del brote

Desde que se desencadenó la contingencia epidemiológica, la atención de los medios nacionales se concentró en la localidad chubutense. En Epuyén viven unas 4.000 personas y la seguidilla de casos positivos alteró por completo la vida del pueblo. Muchos de sus pobladores transitaron el período con miedo. Los barbijos y el enjuagado sistemático de las manos con alcohol en gel se volvieron una costumbre entre la gente.

Como dijo Valle, algunos se sintieron estigmatizados, discriminados. “No tenemos la culpa de haber estado enfermos y no la pasamos nada bien. Acá en el pueblo no tanto, pero en lugares como en El Hoyo y El Bolsón, a 25 y 40 kilómetros, donde una va a comprar, decías que eras de Epuyén y no te atendían. Incluso tengo una amiga que nunca tuvo síntomas ni fue aislada y que por ser de acá la hicieron retirar de un casino. Hasta esas cosas pasaron”, cuenta Isabel.

Los pobladores cuentan que los estigmatizaron (Télam)
Los pobladores cuentan que los estigmatizaron (Télam)

18 de los sobrevivientes (que al haber tenido la infección, no se pueden volver a contagiar) donaron su sangre para la investigación científica desarrollada en el Instituto Malbrán. El objetivo es trabajar en un suero que podría servir como tratamiento contra la enfermedad, que hasta el momento no existe. Víctor e Isabel fueron dos de ellos: “Quedamos en que nos iban a volver a tomar otras muestras. Estamos dispuestos a seguir colaborando”, manifiesta ella.

El último verano había dado una postal atípica: con los campings, hosterías, lagos y otros atractivos del lugar desolados, algo muy negativo para la pequeña comunidad, ya que el principal motor de ingresos es el turismo. En esta temporada veraniega que inicia, los vecinos aseguran que se percibe un escenario contrario y hay presencia de visitantes. Al margen de los encantos naturales, una apuesta local para atraer turistas es el encuentro de artesanos (del 17 al 19 de enero).

La realidad actual en Epuyén es opuesta. Las heridas permanecen abiertas, pero con el paso del tiempo, los habitantes buscaron la manera de dejar atrás la imagen del pueblo atravesado por la tragedia, la incredulidad y el desconsuelo. “Estamos tratando de hacer una vida normal. Hay personas que la pasaron muy mal y quedaron con secuelas. Mi papá estuvo cuatro y cinco meses para volver a ser el mismo. Esperamos que todo vuelva a la normalidad”, finaliza Isabel.

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