Era 1971 y por Las Parejas, un pueblo rural de la provincia de Santa Fe, pasaba un solo tren diario. Lo sabían todos: era difícil verlo venir entre los pajonales tupidos con punta de plumero pero el tren pasaba, minutos más minutos menos, a las 2 de la tarde. Eran casi las 3 cuando el papá de Claudia subió a su rastrojero con su esposa y sus dos hijas camino a Las Rosas, un pueblo vecino. Lo que no sabía cuando salió del camino de tierra y dobló para entrar a la ruta es que el tren todavía no había pasado.
Caía la tarde de aquel 21 de abril cuando sonó el teléfono en la casa en la que vivía Eglis, en Palermo. Un amigo de la familia que vivía allá les avisaba, con la voz entrecortada por la desesperación, que había ocurrido un accidente. El tren había salido con retraso, había aparecido de repente entre los pajonales y había arrollado al rastrojero en el que viajaban su tío, su tía y sus dos primas.
Menos Claudia, la más chiquita, todos habían muerto en el acto, pero de eso se enteraron varias horas y casi 400 kilómetros después, cuando llegaron al pueblo y se encontraron con los tres ataúdes. Claudia, que en ese entonces tenía 4 años y medio, estaba grave y sola en el Hospital de Niños Víctor J. Vilela, en Rosario.
De primas a hermanas
Eglis Giovanelli es conocida en el ambiente del periodismo porque fue la primera periodista deportiva de la Argentina, cuando todavía parecía un mundo impenetrable para las mujeres. Además, fue la primera dirigente deportiva recibida en River. Cubrió mundiales, trabajó en medios locales e internacionales y a principios de noviembre fue reconocida por su trayectoria en el Senado, junto a otros históricos colegas, como Enrique Macaya Márquez, Julio Ricardo y Ernesto Cherquis Bialo. Sin embargo, pocos conocen esta parte de su vida íntima: la historia dentro de la historia.
Eglis Giovanelli tenía 20 años ese jueves en que llegó a Rosario y encontró a su pequeña prima en coma. “No abría los ojos, no se movía, nada. Había quedado en posición fetal. Era la única sobreviviente del accidente pero había sufrido una lesión cerebral grave”, cuenta ella a Infobae, que ya cumplió 70.
La nena estuvo 60 días en coma. “Hasta que nos pidieron autorización para desconectarla, nos dijeron que ya no había posibilidades de nada”, sigue Eglis. Claudia, que ya es una mujer de 52 años y sabe por los relatos familiares qué pasó después, sonríe a su lado con picardía.
La familia no autorizó a que la desconectaran y el gesto que ahora Claudia hace es el mismo que hizo el día en que se despertó, cuando todavía tenía las manos cerradas como pimpollos: la nena quería lavarse los dientes.
No muy lejos en el tiempo había quedado el dolor sólido de los tres velatorios cuando a Claudia le dieron el alta. “Pasaron casi 50 años de ese día y creo que nunca me voy a olvidar lo que me dijo el médico cuando nos entregó a Claudia. ‘Se llevan un cacho de carne con ojos’”, sigue Eglis. “No dijo ‘no sé qué van a hacer con esta nena’, la expresión fue ‘no sé qué van a hacer con esto’”.
Habían vuelto al campo, a la casa repentinamente vacía de la familia borrada, cuando la pequeña sobreviviente sufrió una crisis de angustia. La mamá de Eglis -que ya tenía 4 hijos cuando se mató su hermano- escuchó las palabras de su sobrina: “¿Sabés qué le dijo? Le dijo ‘mamá’. Fue ella la que decidió con quién iba a armar su nueva familia”.
La madre reunió a todos sus hijos biológicos y les dijo: “Bueno, a partir de ahora tienen una nueva hermana”. Como en el campo sólo quedaban dos tíos solteros, la mujer decidió traerla a Buenos Aires y pedir a la Justicia su adopción legal, para poder criarla como a una hija más.
“Lo primero que tenemos que hacer es pedir la adopción legal para que Claudia tenga las mismas posibilidades que ustedes”, les dijo. Dos meses después, y cuando la única forma de movilizar a Claudia era a upa, salió la adopción.
“Para nosotros era nuestra muñequita”, recuerda Eglis, y le da la mano a su hermana. “Teníamos que vestirla y alzarla, porque todavía no podía estar ni parada ni sentada. La verdad, creo que mi mamá nos enseñó mucho a todos, porque hay gente que todavía esconde a los chicos con discapacidad. Creo que mucha gente todavía piensa en la adopción y piensa en un recién nacido para que sea una especie de hoja en blanco, sin traumas. Yo creo que hay que ser un poco más generosos, también estaba el derecho de esa nena a tener una familia”.
La vida después de la tragedia
La primera cirugía fue una distensión de los dos tendones de aquiles para lograr que la nena estirara las piernas. Para la segunda operación, los contactos de Eglis como periodista deportiva la ayudaron a quedar en manos de un médico inesperado.
Eglis estaba cubriendo la previa del Mundial 78 cuando aprovechó su rol para contactar a Adolfo “Chacho” Fort, el médico de la Selección de César Luis Menotti. El médico recomendó hacerle otra cirugía -un cruce de los ligamentos de la rodilla- para que recuperara la fuerza y pudiera volver a pararse. Tenía razón, porque después de esa operación Claudia volvió a caminar.
La lesión cerebral le provocó una discapacidad motriz, por eso Claudia, que todavía camina lentamente, llegó hoy a Infobae tomada del brazo de su hermana. Dice que su lema es “para adelante”, y que por eso no se hundió cuando tomó conciencia de los obstáculos con los que iba a convivir.
“Me da bronca cuando me ven caminar con ella y me dicen ‘ay qué bueno, ¡cómo la ayudás!, ¡cómo te bancás esta situación! Como si ella fuera una carga. ¿Qué carga? Es mi hermana”, lamenta Eglis, y dice que para ella “una carga” es otra cosa: por ejemplo, tener que lidiar con quienes estacionan en las rampas por las que ellas tienen que subir y bajar.
Las hermanas, con su historia de amor y supervivencia, forman parte de la Red Argentina por la adopción. Lo que muestran es que la adopción de chicos con discapacidad también es un camino para formar una familia.
Es que Claudia -con el apoyo de la familia que la adoptó- fue a una escuela de arte, aprendió cerámica, vitreaux. Estudió folclore, danza clásica, canto, natación y fue ella quien decoró la casa en la que viven juntas con lo que aprendió en sus clases de arte. Eglis enumera todo lo que pudo hacer su hermana y vuelve a poner sobre la mesa aquel intento de sentencia, lo del “cacho de carne con ojos”.
“Contale de Mar del Plata”, le pide Eglis antes de despedirse, y le pasa el mando. Y es Claudia quien cuenta qué pasó el año pasado, cuando la invitaron a la playa. “Al principio dije que no, ¿a dónde voy a ir con mi problema del pie, si me entierro en la arena?”, recuerda. Sucede que, con los años, el pie derecho se dobló demasiado hacia adentro, por lo que pronto tendrá que someterse a una nueva operación para poder volver a caminar con más independencia.
Igual fue y se rió con incredulidad cuando fueron a buscarla al auto y le preguntaron: “¿Alguna vez hiciste surf?”. Un rato después, estaba de panza, sobre una tabla y con los ojos cerrados: el aire húmedo de mar en la cara, el cuerpo inestable pero estable, la perspectiva de ver las sombrillas con silencio y distancia.
—¿Y qué sentiste cuando entraste al mar?
Claudia mira al techo y busca una respuesta. Después, se le llenan los ojos de lágrimas y contesta:
—Me sentí libre.
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