Tamara pensó que el mundo se había pausado. Desde Benavídez hasta Chascomús hay 143 kilómetros en línea recta y 170 por vialidad en un viaje superior a las dos horas. “No llegábamos más. Parecía que el hospital estaba en otro país. Fueron las peores horas de mi vida”, describió. Su novio la llamó, le pasó con su hija, la escuchó, la sintió y el mundo volvió a acomodarse. Nahiara está bien: era su primer viaje sola, su primera vez en micro, su primer viaje de egresados. Cuando el micro quedó de costado, estaba durmiendo. Pensó que era un sueño y pidió que la despertaran.
No lo era. Nahiara estaba despierta y ayudando a rescatar a sus compañeros. Después se le personalizó el estupor y se desmayó. Un micro de la empresa Silvicar en el que viajaban 43 chicos de la Escuela N°41 Rosario Vera Peñaloza de Benavídez junto con seis mayores, dos coordinadores y dos choferes ya había volcado en el kilómetro 141 de la Ruta 2, a la altura de Lezama.
El Hospital Municipal de Chascomús amaneció en alerta. Asimiló la notificación de la activación del protocolo de emergencia sanitaria que coordina el Ministerio de Salud de la Provincia y que involucra asistencia psicológica a víctimas, heridos y familiares. Se montó una carpa para hidratar y alimentar a los damnificados con personal de psicología de la Dirección General de Escuela del Distrito. Se administró un plan extraordinario para atender las urgencias y las demandas de los chicos. Se organizaron tres traslados en helicópteros con intervención de Defensa Civil, Policía Federal y Bonaerense, y Bomberos. Los residentes, entre la curiosidad y la incredulidad, registraron con sus teléfonos cómo levantó vuelo el helicóptero y se asustaron con las ráfagas de viento que expulsaban las hélices.
Chascomús era todo un evento. Gente que nunca había visitado la ciudad, estaba ahí, por impulso y por amor, con ganas de irse. Habían dormido poco. Giselle se despidió de su hijo Dylan a las tres y media de la mañana. Lo saludó por la ventanilla y se fue: ella feliz, él extasiado. “No quería dormir, estaba re contento por viajar, me preguntaba ‘mami, ¿me autorizaste para todos los juegos, no?’ Yo primero le decía que no, después le dije que sí. Estaba súper entusiasmado. Era la primera vez que viajaba con sus compañeros en un micro de larga distancia”.
A las 7.20 de la mañana se despertó por las llamadas y los mensajes insistentes. “Fijate el nené”, decía uno. Leyó el grupo de whatsapp que se había creado especialmente para el viaje, prendió la tele y le invadió la desesperación. Intuitiva, fue directo al Hospital de Chascomús. Las noticias decían que habían muerto dos chicas. Sólo se tranquilizó cuando él lo llamó de un teléfono desconocido. Bendijo que él se acordara de su número de celular: “Le pidió el teléfono a una de las enfermeras y llamó para decirme que estaba bien, que solo tenía golpes y raspones en la cara. Me calmé pero quería verlo”. Cuando se vieron, lloraron. Cuando recordó el encuentro, a resguardo de un árbol oportuno de la Avenida Presidente Alfonsín, sentada en una silla blanca con un vaso de plástico en la mano y en diálogo con Infobae, soltó las lágrimas que le habían quedado atragantadas.
“Me contó que venía despierto, que el micro se empezó a tambalear, que sintió como que pisara un pozo, y que cuando se tumbó se agarró de un fierro para quedar colgado. ‘Nunca vi tanta sangre en mi vida’, me dijo. Ayudó a sus compañeros, había muchos nenes colgando en ese momento. Me contó que salió por la ventana del techo y que lo primero que hizo fue insultar al chofer”, relató Giselle. Su hijo solo tiene un golpe en la cara y un dolor en una pierna, pero la noche podrá pasarla en su casa.
Federico tampoco pudo dormir preso del entusiasmo. Habían esperando mucho este momento. Las familias de los alumnos de los cuatro cursos de sexto grado de la escuela pública habían ahorrado para alcanzar los 7.500 pesos que costaba el viaje de egresados. Su mamá, Vanesa, se despertó a las seis y media de la mañana por el llamado de otra mamá. Cuando prendió la televisión y vio el micro volcado, temió lo peor. “Se me vino el mundo abajo”, graficó. A su hijo, el mundo se le dio vuelta: se vio parado sobre el piso y sobre los vidrios de su ventana cuando un compañero se le cayó arriba. Va a quedar en observación en el Hospital: tiene cuello ortopédico por un golpe en la cabeza y una micro fractura en el dedo gordo de la mano derecha. Cree que el micro venía en contramano y no recuerda cómo salió solo sabe que lo rescataron.
De lo único que tiene confirmación es del trauma. Le confesó a su mamá que nunca había visto tanta sangre y que nunca más va a viajar en micro. “Mamá, nunca más quiero viajar en micro”, fue también una de las primeras afirmaciones que Ludmila le indicó a Lorena, “Por lo que vio, por lo que sintió”, explicó su madre. “Iban tres días a un hotel, iban a disfrutar, iban a Mundo Marino. Eran tres días y dos noches. Se suponía que iba a ser un viaje feliz”, contó, sin poder comprender aún lo que había pasado a las seis de la mañana en una curva anunciada de la Ruta 2. Cuando la vieron, su ropa estaba toda manchada de sangre y su aspecto era de desconcierto. Tenía un golpe en la cabeza y la habían dejado en observación. Ella visto en primera persona el hueso expuesto de una amiga y ya sabía que una compañera había muerto. Sus familiares -su mamá, su tía y su hermana- se preocuparon por hacer referencias de las chicas fallecidas, por no atosigarla, por escucharla y responderle sus inquietudes.
Otros chicos, los que tenían golpes leves y raspones, estaban en salas donde podían interactuar más. Se consolaban entre ellos, algunos lloraban, otros superaban el trance y la procesión del shock y hasta podían distraerse. Los profesionales se encargaban de aislarlos de las noticias que se agolpaban afuera del Hospital. Pero los celulares podían acercarle información que ellos, en ese momento, no precisaban.
Jonathan también le contó a su mamá, Miguela, que el micro venía muy rápido y que sintió que derrapó por el asfalto. Él solo tuvo raspones y le creció un chichón en la cabeza. Ayudó a sacar a los chicos de adentro del micro: le confió que algunos estaban atrapados y otros, por semejante trauma, simplemente no querían salir del interior del vehículo. A Claudia, su hermana Adriana, maestra de sexto grado y uno de los adultos que acompañaban a los chicos al viaje de egresados, lo primero que le dijo cuando la vio denota la magnitud del desastre: “Cuando quiso ayudar a sacar a los alumnos, vio a una de las chicas muerta. ‘Y no pude hacer nada, no pude hacer nada’, me decía”. La docente tiene raspones y una fractura de tabique.
A las seis y media de la tarde, cuando ya el sol había dado tregua, en el Hospital de Chascomús quedaron solo cinco chicos en observación por traumatismos en las cabezas. Los que fueron dados de alta evitaron la guardia de los medios. Los psicólogos hablan de la delicadeza del estrés postraumático. Por una puerta trasera se fue Tamara con su hija Nahiara. Mientras viajaba del país Benavidez al país Chascomús, escuchó que dos niñas habían perdido la vida y automáticamente sintió cómo el corazón se le rompía en mil pedazos. Cuando la vio, después de ese viaje interminable, la abrazó y la llenó de besos. Y el mundo volvía a acomodarse un poco. Escenas perdidas de un jueves dramático en el Hospital Municipal de Chascomús.
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