Todo empezó en la cabeza del pequeño Eduardo Giusiano en su Resistencia natal, provincia de Chaco. Se veía a sí mismo alrededor del mundo. Como si fuera Salgari o Julio Verne, se imaginaba visitando las pirámides de Egipto, el desierto del Sahara, la Gran Muralla en China o alguna isla perdida del Pacífico. Era un sueño ambicioso en un mundo donde la televisión todavía dejaba mucho librado a la imaginación.
Eduardo creció, se convirtió en ingeniero y, durante un tiempo, postergó ese sueño. No sabía en ese entonces que todo lo que no muere muta. Conoció a Alejandra y se enamoró. Se casaron en 1991. Antes, claro, hablaron de sus sueños. El de ella no era pasarse la vida viajando sino formar una familia con cuatro hijos. Es imposible decir quién contagió a quién, pero esta es la historia de la concreción de esos dos sueños.
La primera parte podríamos ubicarla en 1995, con Eduardo y Alejandro viajando y Sofía, la primera hija del matrimonio, en la panza. Nació en 1996 y un año después hicieron un primer viaje secreto a Palestina. “Lo armamos en secreto para evitar las detracciones familiares”, cuenta hoy Eduardo. De ese primer viaje es esta foto, en la que está la pequeña Sofía en brazos de un oficial palestino.
En 1998 nace la segunda hija e integrante del equipo: Sabrina. Un año después, 1999, emprenden otra gran travesía hacia China. “Hoy cuesta imaginar lo que es un mundo sin internet pero nosotros fuimos con todos los pañales y la leche que íbamos a necesitar porque no sabíamos que nos íbamos a encontrar en una China que estaba despertando al mundo”, cuenta.
En el 2000 viajan a la Cuba de Fidel Castro. Vuelven con Matteo en la panza. Luego llegaron “los años del Brasil”, como el propio Eduardo lo define: “con la economía caída, era todo lo que podíamos hacer”, explica. Pensó entonces que su sueño de la familia viajera había llegado a su fin. Sin embargo, en el 2005 nace el último integrante: Tomás. “Con su llegada en vez de pensar: ahora sí ya no viajamos, pasó lo contrario. Fue algo místico. Ahí se terminó de cerrar el sueño de Alejandra, con los 4 hijos. Y un año después arrancamos viaje hacia Egipto”, cuenta.
Hasta acá bien podría parecer la historia de una familia común que viaja. Nada más alejado. La primera diferencia que hace Eduardo es entre turista y viajero. Para él, turista es el que pasa y ve; viajero el que se involucra en la cultura, aunque sea en pocos días. Eso es lo que intentan hacer en cada viaje. Pero esa no es la única particularidad. Esto empezó como un sueño pero desde el momento en que fueron 6 se convirtió en un proyecto. Y ese proyecto inauguró en el año 2008 con un largo viaje a la India.
“Ese año se generaron dos situaciones en nuestra historia de vida. Primero hubo una evolución técnica: cómo resolver nuestras limitaciones de recursos: tiempo y dinero. Entonces se profesionaliza de alguna manera el diseño de Familia Viajera en cuanto a equipamiento y demás. Pero hubo también una evolución espiritual. A partir de India ya no eran viajes sino que nos empezamos a preguntar: ¿para qué lo hacemos?”. ¿Conocer el mundo necesita un para qué? Dicen los que buscan que debe haber siempre una razón detrás de la razón.
En el 2010 viajan a Laos, Camboya, Vietnam, Tailandia y cristalizan el para qué. Empezaron a viajar siempre con chupetines y globos, dos elementos livianos que todo chico que se cruzaran iba a poder disfrutar. El chupetín como dulce, el globo como el juguete más liviano pero también más efectivo que puede recibir un chico.
Al mismo tiempo, comenzaron a contar sus viajes en internet. Primero, en un blog, luego en las redes. Finalmente, en un libro: Guardianes de sueños. Memorias de Familia Viajera (se puede comprar online en la web del libro: guardianesdesueños.com) . En él, Eduardo escribe crónicas y pensamientos increíbles de una vida increíble. Este cronista tuvo la oportunidad de leer algunos capítulos. Uno de ellos pinta a Eduardo de manera bastante gráfica: un día un cura lo invita a visitarlo en Siria en pleno apogeo de la guerra contra el ISIS. Eduardo se saca un pasaje desde Chaco a Buenos Aires y va directo al consulado de Siria para tramitar una visa. De algún modo místico, se la otorgan y a los pocos días vuela al Líbano para después entrar en remís a Siria.
Es uno de los viajes que hizo sin su familia, un homenaje acaso a ese niño que no sabía cuánto más grande iba a ser su sueño.
Volvamos a la trama familiar. Después del sudeste asiático vinieron África, Medio Oriente, Sudamérica... “Comienzo a ver que los chicos crecen y acelero el proyecto: pongo todos los ojos de la economía familiar en poder hacer esta experiencia. Surge entonces el proyecto de África en el 2011/2012: Etiopía, Kenia y Tanzania”. En el 2013 emprendieron viaje al mundo árabe. Primero Jordania, después Emiratos Árabes y Omán. También, Israel. De yapa, y en el mismo viaje, Sri Lanka.
Los viajes siguieron y siguen. En el medio Eduardo dio una charla TED, sacó el ya mencionado libro, y siguió trabajando en lo suyo. Cada vez que cuenta su historia, la pregunta se repite: ¿cómo se financian? La respuesta es siempre la misma: es una cuestión de prioridades. Eduardo trabaja en una empresa, no es un terrateniente ni tiene sponsors que paguen cada travesía. “No hay secretos. Somos una familia común con ingresos comunes. Lo que tenemos es foco en este proyecto de vida. Dejamos de hacer muchas cosas para alcanzar nuestras metas. Es una sumatoria de pequeñas cosas: yo no cambio el auto seguido, lo cambio cuando no da más. Vivimos en una casa chiquita, no gastamos en ropa ni salimos los fines de semana largos... Por eso, no hay secretos, es una cuestión de foco”.
En el 2019 volvieron a viajar al África y si bien gran parte del recorrido fue complicado, sobre el final viajaron a Madagascar y conocieron al padre Pedro Pablo Opeka, un cura argentino del que se habla cada año como un posible premio nobel.
Existe entre los viajeros y viajeras cierta camaradería, un código de solidaridad que provoca ganas de compartir con el otro todo lo vivido. Eduardo honra ese código en cada conversación. En parte, si puede hacer esto con su familia es porque se cruzó en el camino con un montó de gente que lo ayudó. Es igual de generoso con los otros. Ya conoció 79 países y sueña con llegar a los 100 antes de los 60 años (hoy tiene 54). El promedio familiar es de 60 países cada uno. En miras a este verano, están planeando un nuevo viaje a Myanmar y Filipinas, con fecha de partida a fines de diciembre.
Los chicos crecen. Eduardo no sabe cuál será el último proyecto de la familia pero mientras, por si acaso, sigue buscando nuevos destinos. Quienes quieran seguirlos: su Instagram es @6gfamiliaviajera. Acá, a modo de recorrido por el mundo, cada uno de los integrantes de la familia elige un destino preferido.
“Guatemala es un lugar al cual elegiría volver para volver a vivir la experiencia en Cobán. Es un recuerdo bastante único pero a su vez confuso o de alguna manera difuso, por lo tanto, me gustaría esclarecer lo vivido”.
Matteo (18 años)
“Es una pregunta difícil la de “¿Qué país fue el que más te gustó?”. Hay destinos que te desafían, que te maravillan, que te paralizan, que te golpean el pecho. Gustó o no gustó no es suficiente. Si hablamos de impacto, en la forma que sea, tengo que elegir India. Es un país que me impactó en todos los sentidos: colores, aromas, música, creencias, tradiciones, historias, estilos de vida. Tuve la suerte de visitarlo en una etapa en la que todavía absorbía como esponja, y tanto absorbí que hasta el día de hoy sigo aprendiendo de ese viaje. Aprendí sobre la amistad, la belleza de la diversidad, la importancia de la sencillez y de vivir un momento a la vez. Me gustaría volver siendo la persona que soy hoy, conocer el sur, recordar todo lo que sentí y ver qué más tengo por aprender”.
Sofía (23)
“Me guardo en el baúl de los recuerdos...la mirada de Sofía y el panda en el zoo de China...la cara de Matteo chiquito subido a un camello y escribiendo en árabe su nombre en Egipto...las risas de Sabrina imitando a Elmo de Plaza Sésamo en Marruecos...la expresión de asombro de Tomás cuando el orangután le pasó la mano para despedirse en Borneo....y la cara de felicidad de Eduardo cada vez que hace el click el cinturón del avión....me guardo el día completo en Madagascar conociendo Akamasoa ...y el amanecer de todos juntos en el Ganges....me guardo los colores de la India...y su gente...el atardecer en las dunas de arena de Omán...el viaje en el tiempo que fue Etiopía...la maravilla de Machu Picchu ....y el bochinche musical de las calles de Roma...y la simpleza de la gente en muchos lugares...que vive feliz con lo que es y con lo que tiene...mucho para seguir aprendiendo y por que seguir viajando juntos!”
Alejandra (51)
“En realidad el tema de ''qué me gustó más o nos gustó’ es difícil de contestar porque cuando uno viaja con la mente y el corazón abierto, la belleza no es solo material sino también espiritual. No es solo la naturaleza o la arquitectura, es, por sobre todo, la experiencia con la gente. Eso que nos hace maravillosamente diferentes”.
Eduardo (54 años)
“Si hay un lugar un lugar que me súper llegó y me gustaría volver es la India. Yo era muy chiquita, tenía 10 años cuando fuimos, pero creo que a cualquier edad a uno le toca. Si bien está asociado a la pobreza yo creo que es un país de una riqueza impresionante sobre todo en lo que es su gente. Con lo que tienen viven felices y lo poco que tienen te lo ofrecen. Que las vacas tengan mucha más importancia que las personas era muy curioso. Y algo muy lindo fue conocer el Taj Mahal, y también poder tocar elefantes. Pero sobre todo me quedo con la gente y su felicidad contagiosa”.
Sabrina (21)
“Me gustó nuestro viaje al Pacifico Sur... En particular poder visitar las tribus en Vanuatu y mi primera experiencia en una motorhome en Nueva Zelanda. Me gustaría volver porque con el tiempo que tuvimos nos alcanzo para recorrer la isla del norte y estaría muy bueno poder hacer lo mismo pero en la del sur”.
Tomás (14 años)
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