Voy en un taxi con Matías Arbotto, mi compañero en Infobae. Es viernes, es una tarde calurosa y en Plaza de Mayo nos esperan familiares de 7 mujeres asesinadas en femicidios. Mientras planificamos el video que vamos a hacer abro mi cuaderno y leo en voz alta. No sólo anoté los nombres de las mujeres y qué relación tenían con sus asesinos sino cómo fueron asesinadas. Enumero, y en el silencio de Matías siento el espanto: 1) quemada viva, 2) degollada, apuñalada y prendida fuego para ocultar el cuerpo, 3) baleada, 4) torturada, violada en manada y ahorcada, 5) asesinada a piñas y patadas, 6) rematada a golpes en la cabeza con un nivel de albañilería, 7) asesinada a palazos, cortada con una pala y estrangulada.
Le digo que lo peor es que nos acostumbramos. Que en lo que va de este año -según el Observatorio “Ahora que sí nos ven”- hubo al menos 264 nuevos femicidios pero que el número así, suelto, ya parece no decir nada. Los dos miramos hacia afuera, cada uno por su ventanilla. Estamos en un semáforo, parados al lado de un micro escolar. Miro el micro naranja y cuento cuántas personas entran. “Es como si ahora pasaran, en caravana, seis micros escolares como éste llenos de cadáveres de mujeres”, digo. La comparación me espanta también a mí.
Atravesados por el femicidio
Se nota, apenas los vemos acercarse a la pirámide de Mayo, el trabajo que hizo el paso del tiempo. Seis de los familiares -todos parte del grupo “Atravesados por el femicidio”- conversan: juntos pudieron volver sonreír. Algunos incluso viajaron desde Rosario para esta nota, porque uno de los motores que los ayuda a mantenerse en pie es la lucha para que ninguna otra familia tenga que vivir lo que ellos vivieron.
Seis de los familiares sonríen y conversan pero Soledad Morel, no. Es docente y se queda en silencio, un poco alejada, mirando a un punto fijo entre la Casa Rosada y el cielo, y entre todos se turnan para acercarse, apoyarle una mano en la espalda y apuntalarla para que no caiga.
Una de las diferencias entre ellos y Soledad es el tiempo: su hija, Emilce, fue asesinada hace menos de tres meses. El ex novio -compañero del mismo colegio- le había hackeado la cuenta de Instagram y había descubierto que se iba a encontrar con otro joven. La sorprendió en la calle, la golpeó, la cortó con una pala y la estranguló. Emilce tenía 15 años.
La otra diferencia es que Soledad no está sola frente al femicidio como sí estuvo el resto. Es que otra de las motivaciones de los familiares para estar unidos es poder contener emocionalmente a las nuevas familias: estar pendientes en el momento y en “el después”, cuando el cuerpo se impregna de otras formas de dolor: furia, por las denuncias subestimadas por la Justicia; culpa, por las señales de alerta que los familiares no supieron ver; desesperación, cuando la Justicia se convierte en un pantano.
“A veces llegamos cuando el cuerpo está todavía en el piso. Estamos con ellos cuando la están velando”, dice Hugo Capacio, papá de Dayana, apuñalada, degollada y prendida fuego por su novio. En 2017, exactamente el día en el que se cumplían 5 años del femicidio de su hija, Hugo recibió un audio desde la cárcel en el que el femicida le contaba cómo la había matado. Sufrió un infarto, tuvo que someterse a dos cirugías de corazón y perdió su trabajo. Ahora se está capacitando para ser perito en femicidios.
A pesar de lo que les pasó le siguen poniendo el cuerpo, porque saben que el drama no empieza ni termina con la muerte de la persona que amaban: sigue con las enfermedades producto del estrés postraumático que atacan a los que quedan, con los suicidios o intentos, con la depresión de los hijos huérfanos. Sigue aún cuando pueden volver a sonreír, por eso usan la palabra que usan: atravesados por un femicidio.
Su objetivo, también, es tratar de evitar nuevos casos, por eso se ponen a disposición de mujeres que estén atravesando violencia de género para ayudarlas a salir del laberinto. Eso hace Mercedes Zambrano, enfermera y hermana de Adriana. En 2008, la ex pareja de su hermana le partió el cráneo con un nivel de albañilería con punta de rombo y dejó a la hija de ambos junto al cuerpo. Sólo fue condenado a 5 años de prisión (cumplió la mitad) y volvió a atacar a una nueva pareja cuando quedó en libertad (“le fracturó las dos muñecas”, cuenta Mercedes).
Mercedes recibe llamados de día, de noche, de madrugada, de mujeres a las que ella les dijo “llamame a la hora que sea” y que no la llaman para hablar del clima sino para decirle “me va a matar”. Miriam, otra de las hermanas de la joven asesinada en Jujuy, dice a Infobae: “Por eso estamos juntos, porque el Estado nos abandonó”.
Los familiares se paran al sol, alzan las fotos de las mujeres a las que amaban, y despliegan una bandera particular. Está hecha con cuadrados violetas tejidos y cada uno de ellos bordó ahí el nombre de una de ellas. Hay una que ocupa más espacio, porque fue asesinada junto a sus hijos. Y hay 13 cuadrados que están vacíos en la bandera: según las estadísticas, van a estar llenos en sólo dos semanas.
Críticas al gobierno que se va y la exigencia al que comienza
De fondo, está la Casa Rosada y no es una casualidad. Se está yendo un gobierno “que dijo muchas mentiras”, sigue Hugo Capacio. Se refiere, especialmente, al anuncio del ministerio de Seguridad de que los femicidios bajaron un 12%, un dato con el que no coincide ningún otro registro. “Lo tomamos como una burla”, agrega.
Son críticos con las políticas de género de la gestión que termina pero tampoco quieren firmarle un cheque en blanco al gobierno que comienza: quieren que los escuchen, trabajar en conjunto. No es la forma que encontró de resignificar el dolor un grupito reducido: “Atravesados” arrancó hace menos de 2 años con familiares de 6 mujeres asesinadas; hoy hay familiares de 68.
“¿Quién más que alguien que vivió en carne propia la pérdida de un ser querido para poder ayudar?”, pregunta Fernanda Albornoz, hermana de Florencia, asesinada a tiros por su ex pareja, policía, en 2010. Según los registros del grupo, no sólo hay más femicidios: son cada vez con más saña.
Algunos creen que la situación económica aportó su cuota. Gustavo Melmann, padre de Natalia, torturada, violada y asesinada por policías en Miramar, tiene su opinión: “El ‘Ni Una Menos’ es un hecho histórico en la Argentina, donde se impulsó a las mujeres a denunciar. Pero estas denuncias, al no tener respuesta o acompañamiento, muchas veces las conducen a la muerte. Es lo mismo que mandes a un trapecista a que cruce un precipicio pero no le ponés red”.
Marcela Morera -mamá de Julieta, asesinada a patadas por el novio en 2015 mientras cursaba un embarazo de 2 meses- agrega: “Las mujeres estamos interpelando cada vez más. Nos estamos rebelando hacia ese machismo. Y esto parece hacer recrudecer el odio”, dice. “Son disciplinadores", suma Gustavo Melmann: "Saliste a hablar, te pago con un cadáver”.
El compromiso de la sociedad entera
Está claro que los femicidios tienen que ver con cuestiones culturales arraigadas y que, por lo tanto, abordarlos como un clásico delito vinculado a la inseguridad, es absurdo. Solo hace falta un dato para entenderlo. Según el último registro de femicidios de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en 7 de cada 10 casos los asesinos son parejas, ex pareja o familiares. Entonces, ¿para qué sirve tener más policías en las esquinas si el femicida está en casa?
Dicen, por experiencia, que hace falta que la justicia actúe más rápido y que se termine de implementar la Ley Micaela, para que los operadores se formen con perspectiva de género. “Es necesario que se capaciten todos ya, a nosotros en la justicia nos dijeron que Vanesa murió por amor”, agrega Eva Domínguez, cuñada de Vanesa Celma, a quien en 2010 y tras una discusión con su pareja, la sacaron de su casa prendida fuego. Estaba embarazada de 8 meses. Le hicieron una cesárea de urgencia, salvaron al bebé pero ella murió.
Piden que se amplíe la “Ley de Patrocinio” que prevé abogadas gratuitas para que las mujeres que todavía están a tiempo no queden en el pantano (se puso en marcha pero hoy sólo cuenta con 24 profesionales). Y que los trámites para acceder a la Ley Brisa -un monto para que los familiares puedan mantener a los hijos que quedan huérfanos- no sean tan engorrosos y “no nos sometan a todo ese manoseo”, agrega Fernanda, cuya familia quedó al cuidado de una nena de 3 años.
Y que hay que insistir con la prevención como política pública. “Ir a las escuelas, a los trabajos a donde nos llamen y contarles desde nuestra experiencia cómo funciona el círculo de la violencia”, explica Marcela Morera. “El violento, antes del cachetazo, necesita tener tu dominio psicológico. Hay muchas señales que uno, lamentablemente, aprendió tarde”, agrega Capacio. Por eso ahora quieren mostrarle esas señales a los demás.
Señales de alerta
“No se despegaba del celular”, “había dejado de ver a las amigas y a la familia”, “ya no se arreglaba”, “dejaba que él le revisara el teléfono”, “se juntaba con sus amigas y él se aparecía”, enumeran entre todos.
Es que los familiares van a dar charlas a las escuelas pero por su cuenta, cuando alguien los invita: pagan de su bolsillo los traslados y hasta las fotocopias que sacan. Lo que quieren es que el Estado los incluya -"no sólo para la foto y el aniversario, sino con independencia de poder marcar lo que está bien y lo que está mal", advierte Morera- para que sus charlas sean una pata más de la Educación Sexual Integral.
Hablan de charlas en las que no sólo participen niños, niñas y adolescentes sino también docentes, madres y padres. “Sí, porque la violencia es una conducta aprendida, y se empieza por casa”, dice Hugo.
“Hay signos de alarma que casi siempre se repiten”, dice Fernanda Albornoz. “A mi hermana la apartaba de los amigos, le molestaba que estuviera en familia. La dejaba encerrada, le revisaba el celular, si veía algo raro se lo rompía y después le regalaba otro”. Dicen, todos, que presten atención a cómo decae la autoestima de una mujer atrapada en la violencia “Mi hija había cambiado su forma de vestirse, ya no se arreglaba”, agrega Morera. “Miren eso y mírenles la mirada. Mi hija había perdido el brillo de los ojos”, cierra, y hace silencio para frenar el llanto.
A Emilce, la hija de Soledad, asesinada este 29 de agosto “él la hacía responsable de su sufrimiento, entonces ella no lo dejaba porque le daba lástima”, cuenta su mamá. Pide que presten atención al control y la vigilancia: dice que el novio de su hija quiso ir con ellas al ginecólogo, que se apareció en una pijamada de chicas, que en el colegio iba a la ventana del aula de Emilce en horario de clases y se quedaba tirándole besos, que le hackeaba el Instagram y respondía por ella.
Saben que una cultura no se cambia de un día para el otro, que el cambio es a largo plazo. “Yo creo que me voy a ir de este mundo sin ver el final de la violencia”, piensa Hugo. “Igual quiero dejar mi grano de arena, para que los que vengan atrás no tengan que pasar por esto”, se despide.
“Yo no creo que sea ni a corto ni a largo plazo, creo que es paso a paso”, dice el papá de Natalia Melmann. Este verano se cumplirán 19 años del femicidio de su hija, por eso le dice: “Yo sí vi cambios, con el tiempo se ven los cambios”. Es luchando que se sienten cerca de las mujeres que amaban y perdieron, por eso todos sonríen cuando Gustavo termina de hablar y pasa lo que pasa: un pájaro despliega las alas en el aire caluroso, sobrevuela despacio y se le posa sobre el hombro.
Fotos: Nicolás Stulberg
Video: Matías Arbotto
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