Oscar Camps tenía 23 años cuando no pudo salvar una vida. “Me traés un cadáver”, le contestó el médico de la guardia de hospital de Barcelona, cuando llegó con el hombre en brazos y desplomado. “Era un portero de la finca dónde vivía mi novia de entonces. Yo hablaba seguido con este hombre. Hasta que un día llego y lo veo tumbado en el suelo. Pedí ayuda a los gritos, toqué timbres y nadie me contestó. Lo subí al auto, hice cuatro cuadras a toda velocidad y cuando llegué al hospital, el médico me dijo que había sufrido un infarto masivo. ‘Si supieras maniobras de reanimación, podrías haberle salvado la vida’, me dijo. Entonces, unos días después me anoté para estudiar en la Cruz Roja”, cuenta Oscar, fundador de Proactiva Open Arms, la ONG que salva en el mar gente que huye de guerras, persecuciones y hambre.
Nacido en Barcelona, pero criado en Badalona -un pueblo obrero y costero-, el hombre de 56 años está en Buenos Aires por primera vez y por sólo tres días, invitado para dar una charla por la prevención del sida, en el Museo de Arte Moderno. Acaba de almorzar en una parrilla porteña, por recomendación de su amigo Joan Manuel Serrat, con quien se mensajea minutos antes de empezar la charla con Infobae. El cantautor está de gira por Uruguay y lamenta que los separe el Río de la Plata. “Almorcé ojo de bife y flan con dulce de leche”, apunta Oscar y agrega que los alfajores le gustan mucho.
Creció familiarizado con el mar gracias a su abuelo, que era “garante en la playa, cuando no había guardavidas, sino veteranos que nadaban bien” y le enseñó sobre corrientes, navegación y qué hacer ante la picadura de un erizo. Estudió Bellas Artes, pero tuvo que dejar, obligado a hacer el servicio militar. Y, con 24 años, desarrolló su espíritu emprendedor: una compañía de alquiler de autos en Castelldefels. En paralelo, se casó (con aquella novia de la finca dónde pudo haber salvado su primera vida) y tuvo dos hijas, que hoy tienen 30 y 28 años.
“Cuando mejor me iba, me separé. Tenía 32 años. Dejé el negocio, la casa y el barco. Me fui con lo puesto a vivir a una pensión. Y conseguí trabajo en la Cruz Roja, recaudando donaciones. Después me dediqué al socorrismo. Las playas de Barcelona habían quedado bellísimas después de los Juegos Olímpicos. Había que crear una red de salvamento porque hasta ese momento no había nada. Fuimos los pioneros. Hicimos del socorrismo, una profesión”, asegura y cuenta que a fines de 1999 se cansó de la organización y armó su propia compañía: Proactiva, servicios acuáticos. “Este mes cumplimos veinte años. De a poco ganamos licitaciones y captamos el mercado. Llegamos a las Baleares y las Canarias”, relata sobre la empresa que fundó mucho antes de convertirse en un líder humanitario.
“En agosto del 2015, en Tenerife, estaba mirando el ipad con mi hija de 12 años. Entonces vimos una foto de tres niños flotando en la orilla. Traté de pasarla rápido, pero ella me preguntó. Entonces le expliqué. ‘¿Por qué no vas a salvarlos?’, me dijo. Y yo me quedé pensando… A esa altura algo se sabía. Médicos Sin Fronteras había puesto un barco en el Mediterráneo porque la gente cruzando en barcas”, cuenta Oscar.
“Lo primero que hice fue engañar a mi familia”, ríe y relata: “Les propuse ir una semana a un resort en Rodas, sólo porque sería divertido y habría juegos. Pero todas las tardes, salía a correr y le preguntaba a los locales por la llegada de los inmigrantes. Así sondeé el terreno”, cuenta. Y agrega que entonces sí, llegó el último empujón: la foto de Aylan Kurdi, el niño sirio que apareció muerto en las playas de Turquía, que tenía tres años, la misma edad de su cuarto hijo.
Impulsado por su actual pareja, Oscar le escribió a embajadores, organizaciones y líderes contándoles que tenía una empresa con 600 especialistas en salvamento y se ofrecía para ir gratis a cualquier isla de Grecia a salvar gente durante un mes. Tenía dinero para solventarlo. Lo haría ni bien terminara la temporada europea, cuando los equipos de salvamento no tienen más trabajo en las playas. “Nadie me contestó. Ni uno. Me deprimí mucho. Entonces mi mujer me dijo: ‘Andá igual. Y ahí ves qué pueden hacer’”, relata.
Entonces, se reunió con los otros tres pilares de la organización, entre los que está el argentino Nico Migueiz Montán y dos catalanes. Con uno de ellos, Gerard, el 16 de septiembre llegó a Lesbos, la zona más oriental del Mediterráneo y se tiró al mar a rescatar gente. “Era urgente. Se nos mojó el bolso y el teléfono. Rescatamos 14.000 personas en todo el verano. Hasta que en 2016, Europa firmó un acuerdo con Turquía para que cierre la frontera. Entonces los cinco mil que venía cruzando por día, dejaron de pasar. Todavía quedan dos millones y medio de sirios en campos de detención en Turquía”, apunta. Y sigue su relato, mientras el enojo empieza a volverse ira.
“Después empezó a intentar llegar a Europa un flujo de subsaharianos, bengalíes, iraquíes y egipcios. Todos perseguidos. Salían de Libia para Lampedusa, en Italia, o hacia Malta. Barcos grandes que naufragaban y morían todos. Porque ya no tenían que hacer los diez kilómetros que los separan de Grecia, sino 300 para llegar a Italia”, detalla y cuenta que entonces primero le donaron un yate de lujo de 35 metros de largo, que convirtió en barco de salvamento, con quirófano y 500 salvavidas. Y después, recibió otro barco más grande, que sí fue pensado para salvamento, con dos lanchas de rescate de ocho metros. “Salimos siempre con médicos, socorristas, guardavidas y periodistas independientes para transmitir en directo y demostrar que cumplimos con los convenios internacionales. Llevamos rescatadas 60 mil personas, entre el Egeo y el Mediterráneo”, asegura.
-¿Recordás qué sentiste durante ese primer salvamento, ni bien llegaste a Grecia?
-Mucha sorpresa e indignación. Había sólo civiles, igual que nosotros, ayudando. Mochileros de todas partes de Europa, trabajando como colectiva. Pero ninguna organización formal. No había recursos y la gente se nos moría en los brazos. No teníamos ni oxígeno...
-¿Cómo es la mecánica de salvar a alguien en el mar?
-Estamos navegando a la espera de que alguien nos informe de alguna barca en peligro. Nos llega un mensaje por radio, por algún barco mercante o avión de los que tenemos sobrevolando. Contamos con una pequeña armada humanitaria civil. O porque quienes cruzan desde un gomón, mandan un mensaje al servicio de guardacostas. Algunos llevan teléfono, porque saben que se están jugando la vida. Las organizaciones oficiales reciben la llamada, pero en lugar de avisarnos a nosotros o a algún barco cercano, llaman a las milicias libias para que los busquen.
-Ahora mismo estaban por hacer un salvamento.
-Sí. Tenemos un chat donde está todo (Agarra su celular). Acá hay un mensaje que dice que una de las avionetas vio un gomón a tantas millas, moviéndose al norte. Y otro target, más al sur. Es un aviso que nos llega a nosotros y también a las autoridades. Yo acá les recuerdo (siempre mostrando el chat en el teléfono) cómo hacer bien los cálculos de velocidad para ir a la zona. Me cuentan además que Médicos Sin Fronteras está rescatando a treinta personas. Nosotros siempre estamos listos para intervenir, a la espera de que algún país asuma formalmente la coordinación. Pero nadie hace nada… Entonces, vamos, los rescatamos y nos bloquean. Porque ningún país quiere hacerse cargo de esa gente. Así una y otra vez.
-¿Los bloquean?
-Nos niegan un puerto para desembarcar. Pasamos días y días con las personas a bordo. Los gobiernos incumplen convenios internacionales, mientras les damos de comer, los curamos y los ayudamos a soportar el mareo. Gente que ha sido violada en Libia, dónde son detenidos por grupos armados pagados por Europa para que no salgan. Los meten presos en campos de concentración y vulneran sus derechos. Mientras Europa dice que no sabe nada.
-¿A Europa le conviene seguir con esa actitud? Hay un costo, tarde o temprano…
Sí… De hecho, está empezando a cambiar. Nosotros colaboramos con la caída de Salvini (Matteo, ministro del Interior de Italia) porque mediatizamos una situación ilegal. La opinión pública se está manifestando. Se volvió impopular ignorar lo que pasa en el Mediterráneo. En Open Arms, al igual que en otras organizaciones, somos muy mediáticos. Queremos que se sepa que Europa está vulnerando convenios internacionales. En cinco años, lo que dura una legislatura del Parlamento Europeo, ya murieron 18.000 personas en el mar. ¡Es mucho! Naciones Unidas dice que cada mil muertos anuales se puede considerar conflicto bélico. Si se sabe que estamos hablando del corredor migratorio más mortífero del mundo, ¿porque no hay ninguna operación de salvamento oficial?
-Decime vos.
-Porque creen que la posibilidad de morir en el mar los va a disuadir de venir. Pero no es así… Huyen de persecuciones, guerra y miseria. Desde el paleolítico que las sociedades se mueven. No las ha frenado una cordillera, un mar, ni una glaciación. Además, no es un problema: Europa puede asumir la inmigración. Sólo el catorce por ciento de la migración africana quiere ir a Europa. El resto son desplazamientos internos. No hay una crisis migratoria. Sólo ciudadanos con miedo de que vengan a quitarnos el trabajo. Pero si lo pensás bien, yo soy parte de una generación de siete millones de personas en España. En unos años nos vamos a ir del mercado laboral, ¿quién nos va a sustituir si tenemos la peor tasa de natalidad del mundo?
-Te habrán tentado para la política…
-No me interesa. Soy un empresario con sensibilidad. Los políticos actuales solo piensan en los cuatro años y dejar mierda para el que venga. Y este problema es global. Hay que tratarlo a largo plazo.
-¿Cuánto tiempo pasas en barco?
-Las misiones duran quince días. Me sumo a la mitad, más o menos. Antes a la mayoría, pero ahora me ocupo mucho de comunicar lo que hacemos.
-¿Te angustia ver tanta muerte?
-Es ver morir… Diría que mi problema más grande es mantener la compostura cuando hablo con los responsables de que esto siga así. Mirarle la cara a alguien que ha tomado una decisión que ha costado cientos de vidas. Como cuando Pedro Sánchez (presidente del gobierno español) bloqueó el barco de Open Arms en el puerto de Barcelona. En seis meses murieron 400 personas en el mar. ¡Este señor lo sabía! No puedo confiar en alguien así. Jamás me reuní con él, pero si lo hago se lo diré. ¿Cómo podría creerle algo? Yo estoy en la línea de combate. Los vi morir.
-¿Cuál es tu anhelo?
-Que Europa organice una misión civil o militar -me da igual- que garantice la intervención en aguas internacionales, con protección de derechos. Nada más. Entonces dejaremos de hacer esto. ¡Ya no tendrá sentido! No queremos consolidarnos como organización, sino desaparecer. Que esto se solucione. Volver a casa. Y dedicarme a otro proyecto humanitario.
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