Todos los años, cuando promedia octubre y empieza noviembre, miles de argentinos le agradecen en secreto al paisajista francés Carlos Thays, uno de los principales responsables de que en la ciudad de Buenos Aires haya más de 14 mil jacarandás, un árbol que florece en esta época y tiñe de lila buena parte del territorio porteño.
Originalmente hallado en el norte argentino, pero también en Uruguay y Paraguay, las flores de este árbol miden entre tres y cinco centímetros y suelen terminar en el piso, lo que adorna las veredas porteñas, que parecen cubiertas por una alfombra lila.
Thays los eligió apara decorar el paisaje porteño no solo por su belleza, sino también porque son lo suficientemente robustos como para soportar el clima citadino. Además, a diferencia de otras especies, su raíces no suelen destruir veredas y eso facilita su uso.
En 2015, la Legislatura de la ciudad de Buenos Aires designó al jacarandá como “árbol distintivo”. En los fundamentos del proyecto de ley que fue aprobado por amplia mayoría, se explicaba que al igual que otras grandes capitales del mundo, Buenos Aires posee un abundante y frondoso arbolado que constituye un valioso patrimonio. Y si bien la ciudad no tiene especies autóctonas, existen varias que son parte de la geografía urbana y de nuestra historia; entre ellas se destacan el jacarandá, el lapacho y la tipa como las especies mejor desarrolladas.
“El jacarandá se destaca por su belleza en las diferentes floraciones que presenta durante el año engalanando calles y espacios verdes con su paleta de celestes azulados y liláceos. Se incorporó al paisaje porteño hacia fines del siglo XIX, en el arbolado de calles y plazas formando parte de alineaciones en las avenidas San Juan y Callao, en Plaza de Mayo, Plaza Italia, Plaza Seeber, El Rosedal, en la Avenida Belgrano, entre otras”, se destacó en un comunicado en 2015, cuando la Legislatura lo denominó “árbol distintivo”.