El abrazo de Perón y Balbín: la historia secreta de la reconciliación y la carta del general que amigó a los antiguos adversarios

Juan Domingo Perón y Ricardo Balbín vivieron enfrentados. Solo la gravedad argentina los unió para sacar al país del pozo en el que se encontraba. Cómo dejaron atrás las viejas pasiones, el nacimiento de La Hora del Pueblo y una carta que originó el acercamiento de los dirigentes políticos el 19 de noviembre de 1972 en Gaspar Campos

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El encuentro de Juan Domingo Perón y Ricardo Balbín quienes habían estado enfrentados casi toda la vida
El encuentro de Juan Domingo Perón y Ricardo Balbín quienes habían estado enfrentados casi toda la vida

En septiembre de 1970, el presidente de facto Roberto M. Levingston entró en zona de crisis con el teniente general Alejandro Agustín Lanusse y sus compañeros de la Junta Militar. Mientras, en reserva, Jorge Daniel Paladino -delegado del general Juan Domingo Perón- mantuvo una larga conversación con Ricardo Balbín, el titular de la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP).

Días después, Paladino conversó con Perón en Madrid y le transmitió las angustias del jefe radical: así nació la primera comunicación entre Perón y Balbín, luego de muchos años de peleas, discusiones, y enormes diferencias. Dejaron todo de lado. Balbín sus días de cárcel bajo el peronismo. Perón su derrocamiento y largo exilio.

Con la carta que había enviado el general se terminaban los intermediarios radicales que iban a Madrid con mensajes y medraban con la relación. Fue Paladino el que terminó con ese juego.

En esas mismas horas, el 29 de septiembre, Levingston –que seguía sin darse cuenta que el poder residía en la Junta de Comandantes- pronunció un discurso que dio por tierra con todo lo que se había sostenido para terminar con el onganiato. Habló por Cadena Nacional señalando que “la disolución de los partidos políticos, concretada por la Revolución Argentina es para este gobierno una decisión irreversible”.

Al mismo tiempo aclaró que hablaba de “diálogo intenso y fluido con los hombres más representativos”, aunque como corrientes de opinión. Se citó a la Casa Rosada a ex presidentes: Arturo Illia no fue; Perón estaba en Madrid y Juan Carlos Onganía se negó. Los únicos fueron Arturo Frondizi, el interino José María Guido y visitó en su casa al anciano general Edelmiro J. Farrell.

Juan Domingo Perón con Jorge Daniel Paladino en Madrid
Juan Domingo Perón con Jorge Daniel Paladino en Madrid

Con ese contexto, el 25 de septiembre de 1970, Perón le escribió a Balbín. Encabeza la misiva con un “Estimado compatriota” y era natural: no eran amigos todavía. Faltaban muchas cosas para que el jefe radical pronunciara el conocido: “Este viejo adversario despide a un amigo”.

Luego lo notifica que está al tanto de su conversación con el delegado: “El señor Secretario General del Movimiento Nacional Justicialista, Don Jorge Daniel Paladino, me ha enterado de la conversación que ha mantenido con Usted y de las ideas por Usted sustentadas con referencia a la situación que vive el país y deseo manifestarle que las comparto totalmente.”

“Tanto la Unión Cívica Radical del Pueblo como el Movimiento Nacional Justicialista son fuerzas Populares en acción política. Sus ideologías y doctrinas son similares y debían haber actuado solidariamente en sus comunes objetivos. Nosotros, los dirigentes somos probablemente los culpables de que no haya sido así. No cometamos el error de hacer persistir un desencuentro injustificado”.

“Tanto Usted como yo ‘estamos amortizados’, casi ‘desencarnados’. Ello nos da la oportunidad de servir a la Patria en los momentos actuales, ofreciendo una comprensión que nos haga fuertes para enfrentar, precisamente la arbitrariedad de los que esgrimen la fuerza como única razón de su contumacia".

Encabezamiento de la primera carta de Perón a Ricardo Balbín
Encabezamiento de la primera carta de Perón a Ricardo Balbín

“Como hemos sido víctimas ya de los intentos de disociación por la descomposición de algunos de nuestros dirigentes, tentados por la dictadura militar en diálogos no confesables, no queremos que Ustedes lleguen a pensar lo mismo de nosotros. Tenemos vinculaciones con radicales del Pueblo pero, tratándose de llegar a acuerdos solidarios entre nuestras fuerzas, no hemos de recurrir sino a las autoridades naturales del partido, personificadas en Usted”.

“Separados podríamos ser instrumentos, juntos y solidariamente unidos, no habrá fuerza política en el país que pueda con nosotros y, ya que los demás no parecen inclinados a dar soluciones, busquémoslas entre nosotros, ya que ello sería una solución para la Patria y para el Pueblo Argentino. Es nuestro deber de argentinos y, frente a ello, nada puede ser superior a la grandeza que debemos poner en juego para cumplirlo”.

“El compañero Paladino podrá ampliarle mis pensamientos al respecto. Le ruego que, con mis saludos de compatriota, quiera aceptar mis mejores deseos”.

Días más tarde, en un largo informe que Paladino le hizo a Perón, el 13 de octubre de 1970, dirá que se volvió a reunir con Balbín y Enrique Vanoli y “hablamos de abrir el diálogo con todos los partidos, con una estrategia común. Después le di su carta, mi General, cuando él me preguntó por Ud. Quedó impresionado como un chico. La leyó y releyó ahí mismo y después se la pasó a Vanoli. Movía la cabeza mientras leía y varias veces dijo en voz baja, hablando más con él que conmigo: ‘Claro, esto pudo ser así, claro, esto es muy cierto…Si publico esta carta ahora -me dijo después- hay gente de mi partido que me va a hacer trizas. Le voy a contestar a Perón, le voy a contestar y después veremos'”.

“Así quedamos. En cuanto a la táctica a seguir, vamos a poner 2 o 3 hombres de cada parte, de la más absoluta confianza, para elaborar un plan conjunto. Mientras tanto, trataremos de meter a todos en la bolsa para buscar y concretar las coincidencias contra el gobierno. De común acuerdo se va a trabajar con mucho tacto para que el gobierno interfiera lo menos posible (…) Para completar esto, Balbín impuso tu tesis aperturista en una reunión del comité nacional de la UCRP con los 23 presidentes de distrito".

Al final, sarcásticamente, Paladino se permitió comentar: “Por lo visto, mi General, así como Ud. lo fabricó una vez a Balbín, ahora ha vuelto a refabricarlo”.

El 19 de noviembre de 1972, en la residencia de Gaspar Campos, Perón y Bablín se dieron el histórico abrazo
El 19 de noviembre de 1972, en la residencia de Gaspar Campos, Perón y Bablín se dieron el histórico abrazo

Días más tarde los periodistas le preguntaron a Paladino sobre sus contactos con los radicales y “hablamos de dialogar con todas las corrientes políticas representativas”, le explicó a Perón en la misma carta. “Entonces me preguntaron si había algo especial con el frondizismo. Me acordé de su frase, mi General, y le dije: ‘No, porque nosotros pondremos los votos y Frondizi la República…’. Frigerio vino corriendo a verme el día siguiente. Quiso plantear que si habíamos cambiado la línea lo menos que podríamos hacer era avisarle”. Y le respondió, amablemente, que “el movimiento nunca había cambiado su línea. Preguntó por Perón y le aseguré que nuestro Líder mantenía su distinción de siempre para con él, Rogelio Frigerio. Entonces se exhaltó un poquito y afirmó que Perón se equivocaba, porque Frigerio y Frondizi son la misma cosa, tanto en lo político como en lo económico. El asunto de nuestro diálogo con los radicales, evidentemente, los saca de quicio. No lo aguantan, sencillamente.

En el mismo contacto con la prensa tuvo que referirse a la cuestión de los restos de Evita y se lo explicó a Perón: “He confirmado en fuentes insospechables que el señor Levingston está resuelto a mandarse el gran negocio electoral del siglo con el cadáver de Evita. Que acertamos en nuestras previsiones lo revela el discurso de Levingston en Jujuy. Allí dijo que había adquirido el compromiso de traer los restos de Eva Perón al país, y que lo haría si no surgía alguna imposibilidad material. Es decir, se creyó obligado a cubrirse”.

El martes 13 de octubre de 1970, el Ministro del Interior, Eduardo Mac Loughlin, abandonó el gabinete de Levingston. “Creo que con esto comienza una crisis que puede desembocar en cualquier cosa”, opina Paladino, porque “Mac Loughlin representa la posición de la Junta de Comandantes en cuanto a la salida política prometida el 8 de junio. Levingston está directamente en la vieja trampa de quedarse él y preparar lo que prepararon todos, el sueño de robarle el peronismo a Perón. En este sentido no nos conviene la ida de Mac Loughlin. Pero esto es un tembladeral y tiene relación directa con la situación militar…”.

Con el paso de los días y las semanas, tras Mac Loughlin (sucedido después de varios días por el brigadier (RE) Arturo Cordón Aguirre), abandonaron el gobierno Carlos Moyano Llerena, Ministro de Economía y Trabajo –reemplazado por Aldo Ferrer-; Francisco Manrique en Bienestar Social dejó la cartera en manos del mendocino Amadeo Frúgoli (más tarde ministro de los generales Viola y Galtieri); general Juan Enrique Guglialmeli, Secretario del Consejo Nacional de Desarrollo y el brigadier Ezequiel Martínez, Secretario de la Junta de Comandantes.

 Párrafos del informe de Paladino a Juan Perón
Párrafos del informe de Paladino a Juan Perón

“El paro del 9 fue muy bueno, el de ayer 22 fue mejor todavía -le informó Paladino a Perón el 23 de octubre de 1970-, con mayor espíritu combativo de la gente a pesar de que las fuerzas de seguridad ocuparon prácticamente la ciudad. Cercaron Buenos Aires para no dejar venir a los trabajadores y desde 3 horas antes cercaron también la CGT donde se iba a hacer el acto prohibido en el Luna Park. La dictadura está volcando todo su poder para separar a Rucci del resto, haciendo jugar a los participacionistas y expulsados de las 62”.

Hemos acordado con los radicales pasar a otra etapa de acción a partir de la semana próxima. Más presión sobre el gobierno por un lado, y apertura franca de diálogo y coincidencias con las restantes fuerzas políticas. Ellos sostienen que es el momento de golpear más fuerte y, por lo que veo, estamos de acuerdo. Estuvimos con Vanoli trazando los puntos básicos de la ofensiva que, como le digo, lanzaremos la semana próxima. Coincidentemente, acepté una invitación para mantener una reunión con Horacio Thedy y Manuel Rawson Paz. Hablamos y nos pusimos de acuerdo en que ellos inicien una acción paralela. Le dije a Thedy (a quien no conocía hasta ese momento), que el tenía excelente recepción en medios no peronistas, y debía constituirse en el eje de la apertura con esos sectores. Thedy aceptó enseguida y ahí mismo elaboró un slogan, El Pueblo al Poder, con el que piensa presionar reuniendo firmas de figuras espectables. Sin exagerar las cosas, me parece un paso más en la misma dirección”.

No era una incorporación cualquiera la de Thedy. Era un demócrata progresista que había integrado la Junta Consultiva Nacional durante la Revolución Libertadora. También formó parte la delegación de su partido en la Convención Constituyente de 1957 e integró la fórmula con Luciano Molinas en la elección presidencial de 1958, y en 1963 integró la fórmula presidencial con Pedro Eugenio Aramburu.

“El manager va a ser Rawson Paz –dice el Delegado– a quien no le falta más que el escudito para ser uno de los nuestros. Me doy cuenta, mi General, que la contra-ofensiva de la dictadura cuando todo esto tome cuerpo, va a ser acusarnos de formar una Unión Democrática. Y que algunos de los nuestros van a entrar en el mismo juego. Pero cada día resulta más claro que, mientras no se produzcan otros hechos, esta táctica es la única para cambiar la relación de fuerzas en la Argentina. Por otra parte, una cosa es indiscutible entre tirios y troyanos: El Peronismo tiene el liderazgo en todo este proceso. Y esto es un hecho nuevo, altera todo el panorama en profundidad.

“Así se explica la repercusión nula que ha tenido el alegato anti-Perón de Lanusse ante los mandos (…) Lanusse y su grupo se va al 55 para rehacer sus fuerzas. Pero se van ellos solos. No han conseguido ningún apoyo, ni civil ni militar, fuera del grupo propio. Y esta es una evidencia que me anima a seguir adelante”.

“También me vino a ver Marcelo Sánchez Sorondo. Como él desde hace tiempo está en otra apertura propuso que trabajáramos juntos. Hablamos bastante y me dio un panorama de sus contactos. Logré hacerle entender que trabajando públicamente juntos, como él quería, en lugar de sumar íbamos a restar. Y que siendo como eran tan importantes nuestras coincidencias, el mejor modo de sumar era la acción paralela. Se fue a conversar con Balbín y éste le contestó que primero tenía que hablar con Paladino. Es un buen síntoma.”

En los primeros días de noviembre de 1970, la casa de José Luís Cantilo fue el lugar donde se sentaron a comer varios dirigentes radicales con Alejandro Agustín Lanusse.

El departamento estilo francés de “Luisito” -así le decían sus íntimos- quedaba en la calle Gelly y Obes, a escasos metros de la residencia del embajador del Reino Unido de la Gran Bretaña. No era un extraño en el mundo de la política. Su padre tenía un cursus honorum envidiable: había sido uno de los fundadores de la Unión Cívica Radical, gobernador de Buenos Aires y titular de la Cámara de Diputados, y “Luisito” aprendió a su lado las artes del toma y daca de ese mundo.

Por el importante comedor pasó gran parte de la dirigencia de su partido y, cuando fue gobierno en 1963, ejerció la presidencia del Banco Industrial. El universo castrense tampoco le fue desconocido. En 1962, cuando la crisis entre Azules y Colorados, el presidente José María Guido lo nombró Ministro de Defensa, y su primo Alejandro “Cano” Lanusse fue uno de los jefes que triunfaron.

No se puede decir que era un antiperonista fanático, fue un hombre afable, de consensos.

Lanusse entró al living con una chanza: pidió disculpas por no haber llevado una boina blanca, pero poco después se le borró la sonrisa cuando el dueño de casa comenzó a hablar de la situación del país delante de Ricardo Balbín, Juan Carlos Pugliese y Antonio Tróccoli, entre otros.

Cómo habrá sido la cuestión que días más tarde, el lunes 9 de noviembre, “Luisito” volvía a abrir las puertas de su departamento para un encuentro un tanto más acotado: Lanusse, Balbín y el dueño de casa. En esa ocasión, sin dar demasiadas precisiones de las gestiones multipartidarias realizadas, Balbín le adelantó la declaración que cuarenta y ocho horas más tarde daría: La Hora del Pueblo.

Al día siguiente de esa reunión el inicio del tucumanazo confirmaba los peores augurios de análisis de Cantilo. Entre el martes 10 y el sábado 14 la ciudad de Tucumán sufrió grandes convulsiones en sus calles. Noventa de sus cuadras céntricas se convirtieron en campo de graves enfrentamientos entre obreros, estudiantes y fuerzas del orden. Y todo terminó cuando fuerzas conjuntas militares y policiales, a órdenes del coronel Jorge Rafael Videla, impusieron la calma.

Las primeras reuniones conjuntas para la formación de La Hora del Pueblo se realizaron en la granja avícola de Pilar de Johnson Rawson Paz. Luego en el departamento que tenía Benito Llambí, ex embajador peronista y hombre de innumerables contactos políticos (lo que le permitió ser Ministro del Interior de Raúl Lastiri, Juan Domingo Perón e Isabel Perón), en la avenida del Libertador, frente al Rosedal y pegado al Palacio Bosh, la residencia del embajador de los Estados Unidos. A esta cita asistieron Paladino (invitado por el dueño de casa) y Eduardo Belgrano Rawson que trajo a Balbín. Eran los primeros tanteos y Balbín se permitió una ironía, le dijo que urgía una salida política, incluso con un jefe militar como candidato de un acuerdo “porque tengo comunizado el 30 por ciento del partido”. A lo que Paladino respondió: “Nosotros tenemos más”.

El lanzamiento multipartidario se realizó en el departamento del independiente Manuel Johnson Rawson Paz, en Montevideo casi avenida Alvear.

Para la historia, está la foto que muestra a Paladino escuchando la lectura de la declaración realizada por Balbín y Rawson Paz dos sillas a su derecha. Allí estaban, por primera vez en la historia, los más altos dirigentes de la UCRP, Justicialismo, Socialista Argentino, Conservador Popular y el Bloquista para exigirle al gobierno militar el retorno a la normalidad constitucional, la actividad política, un llamado a elecciones sin exclusiones y respeto a las minorías.

Nadie lo decía abiertamente, pero los días de la presidencia de facto de Roberto Marcelo Levingston estaban contados.

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