La historia de “Los Pitufos”: los presos que usaban las cañerías de la cárcel de Caseros para robar, buscar droga y matar

A través de los caños subían y bajaban a los pabellones de las torres de 22 pisos que funcionaron de 1979 a 2000. Quiénes eran y cómo actuaban en el recuerdo de internos y penitenciarios. El testimonio de un preso que “pitufeaba”

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Los dos torres de la demolida cárcel de Caseros
Los dos torres de la demolida cárcel de Caseros

La desaparecida cárcel de Caseros fue una de las más emblemáticas del país. Testigo de motines y mucha violencia, alojó a los delincuentes más reputados de las décadas del 80 y 90. Desde los integrantes de la banda de Luis “el gordo” Valor, los boqueteros del ex Banco de Crédito Argentino, integrantes del “Clan Puccio”. Hasta famosos como Guillermo Coppola. Pero Caseros también tuvo otros detenidos, presos sin nombre pero con identidad en la historia del ambiente carcelario: los pitufos. Eran quienes a través de los caños internos de la prisión se trasladaban por los pabellones sin ser vistos por los guardicarceles para robar, visitar compañeros, llevar droga y hasta matar.

Con el testimonio de penitenciarios y presos, Infobae reconstruyó la historia de “Los Pitufos de la cárcel de Caseros”, una unidad que cerró hace 21 años.

En 1898, durante la presidencia de José Evaristo Uriburu, se inauguró la “Casa de Corrección de Menores Varones”. Fue en un predio de 13.572 metros cuadrados ubicado en la avenida Caseros y las calles Pichincha, Pasco y 15 de noviembre que el Estado nacional le compró a la familia Navarro Viola. La necesidad de construir una cárcel para alojar menores era porque ya no había lugar para ellos en la Penitenciaría Nacional y en el departamento de Policía.

En esa época no solo iban a la cárcel los menores que cometían delitos, sino también los que eran abandonados por sus familias. En “La historia que debemos mantener”, un documento sobre Caseros que elaboró el Servicio Penitenciario Federal (SPF) en 2004 cuenta que la Casa de Corrección alojó a menores de 10 años. También que fue la primera cárcel del país en la que se permitieron las visitas intimas, como se conoce a la posibilidad que los internos tengan sexo con quien los visite. Fue en la década del 1940 y solo estaba permitido para los que demostraban que estaban casados.

A lo largo de su historia tuvo distintos nombres hasta que en 1967 tuvo el definitivo “Unidad 16”, que alojó hasta su cierre en 2001 a jóvenes adultos de 18 a 21 años e integrantes de las fuerzas de seguridad. Después se la conoció como “la vieja cárcel de Caseros”, cuando tuvo que comenzar a compartir el predio con dos torres.

Lo que queda de la unidad 16, la viaje cárcel de Caseros
Lo que queda de la unidad 16, la viaje cárcel de Caseros

El 23 de abril de 1979, la dictadura militar de Jorge Videla, inauguró la “Unidad 1 – cárcel de Encausados de la Capital Federal”. La nueva Caseros. Eran dos torres de 22 pisos cada una que fueron presentadas como una penitenciaría de avanzada para la época pero que los años demostrarían que sería un rotundo fracaso, un modelo que nunca más se construyó y cuyas deficiencias edilicias le darían vida a “Los Pitufos”.

La unidad 1 tenía cerca de 2000 celdas individuales y 140 buzones de castigo. Contaba con 14 ascensores, un cine auditorio, un hospital, aulas, gimnasios, talleres de trabajo y una parroquia. Entre los primeros internos que alojó había presos políticos que durante la dictadura estaban a disposición del Poder Ejecutivo Nacional y que llegaron desde otras cárceles. Reinaba, acorde a la época, un régimen dictatorial: 23 horas de encierro en las celdas de 2 metros por 3 donde no llegaba el sol más que por su reflejo en algunos momentos del día.

Así se mantuvo hasta el regreso de la democracia, en diciembre de 1983. Pero comenzaron los reclamos de los presos. Pedían mejores condiciones de detención sin torturas ni golpes, con más recreación y tiempo de esparcimiento y menos sanciones. Eso derivó en un motín que cambió la cárcel. Ocurrió en abril de 1984 y duró varios días. Los presos tomaron la unidad y lograron algunos cambios. Uno de ellos fue que las celdas estuvieran abiertas. “Con ese motín se quebró la disciplina, Los presos rompieron paredes, distintas instalaciones, los ascensores dejaron de funcionar o tenían que tener mantenimiento muy seguido. Se dieron cuenta que las paredes eran de ladrillo hueco. Los huecos se pataban pero los volvían a romper”, le cuenta a Infobae Carlos, quien prefiere mantener su apellido en reserva. Carlos es un penitenciario retirado que pasó por distintos cargos altos en Caseros.“Era ladrillo hueco porque a nadie se le iba a ocurrir romper una pared. Pero con la democracia la cárcel empezó a experimentar hechos de violencia y el motín fue la visibilización de la opresión del preso y se relajo el sistema”, analiza Cristian, que también pidió mantener en reserva su apellido porque sigue en actividad en el Servicio Penitenciario.

La destrucción de la cárcel después del motín quedó registrada en fotos que un penitenciario sacó y que hoy tiene el fiscal de instrucción Daniel Pablovsky. “En los años 80 era abogado e iba a Caseros a ver clientes. Un agente me regaló esas fotos que todavía guardo. El sistema carcelario es fundamental para la Justicia. Pero a la política no le interesa. Las cárceles son depósitos de gente. Pasaba antes y pasa ahora”, reflexiona Pablovsky.

Caseros después del motín de 1984
Caseros después del motín de 1984

Cada torre tenía 22 pisos. Los pabellones estaban del tercero al 18. Los tres primeros pisos eran para las autoridades de la cárcel y los últimos para lo que hoy se pueden llamar “amenities” en cualquier torre de lujo. En los pisos en los que estaban los pabellones había dos sectores de celdas. Uno daba al interior, el sector A, y el otro a la calle, el B. En el medio de esos sectores pasaba toda la cañería de la unidad, agua, cloacas. Y las cañerías daban a las paredes de las celdas. Ese iba a ser el hábitat de los pitufos.

Los pitufos

“El nombre se lo puso un viejo agente penitenciario”, cuentan Carlos y Cristian. “Y les decían los pitufos porque el sector de los caños era como las cavernas en las que vivían los dibujitos”, recuerda Carlos.

El dibujante belga Pierre Culliford, más conocido como Peyo, creó en 1958 la historieta “La flauta de los seis pitufos”. Eran una suerte de duendes azules que vivían en una aldea con su líder Papá Pitufo y luchaban contra el brujo Gargamel. En la década del 80 se convirtieron en dibujo animado y se hicieron populares en Argentina. Lo siguen siendo hoy.

En la jerga carcelaria “pitufear” es el preso que va de un pabellón a otro sin tener autorización. Y siempre haciendo boquetes o saltando muros.

El agujero en una de las celdas
El agujero en una de las celdas

Con las paredes endebles y destruidas, Caseros se convirtió en un laberinto. El pitufeo comenzó a mediados de los 80, después del motín. “Yo creo que les decían los pitufos porque eran presos chiquitos, otra forma no tenes para salir por los huecos y andar por las cañerías”, dice Juan, preso en Caseros en la última etapa de la cárcel, de 1998 a 2000. Juan fue uno de los últimos internos en ser traslado, cuando cerró, a otra unidad. “Por suerte a mi no me tocaron nunca”, dice con alivio sobre los pitufos. “Por suerte”, repite.

Germán y Juan se conocieron en Caseros. Estuvieron en el piso 3, para muchos un piso “VIP”, y en el 4. Eran los pisos más tranquilos porque era para presos de buena conducta. El 5 y 6 era para los primarios (los que habían cometido su primer delito) y a medida que se subía en pisos se encontraban pabellones con detenidos más peligrosos-a partir del 8-, hasta llevar a los últimos donde estaban las grandes bandas. En los más altos eran donde más pitufos había.

“Al tercero y cuarto no llegaban porque había una suerte de reja en el sector de las cañerías que se lo impedían”, recuerda Germán, preso de mayo de 1996 a enero de 1999, que logró estar en los pisos más tranquilos por la relación que su familia tenía con un importante dirigente de la UCR. Pero cuenta lo que otros presos decían de los pitufos: “Se mandaban desde los pisos de arriba por las cañerías y entraban a las celdas por los inodoros que eran de loza y fáciles de sacar o por los huecos que había en las paredes. Entraban con lanzas o facas para robar. Si vos estabas en tu celda tenías que pelearte o si no querías te tenías que ir. Iban muy empastillados (drogados)”.

Juan trabajó y estudió en la escuela que había en Caseros. “Estaba en los pisos de arriba y desde el aula veías que los tipos se descolgaba por las paredes del muro que también estaba agujereada. Eran como hombres araña y andaban con lanzas”, recuerda.

El sector de las cañerías de la cárcel de Caseros
El sector de las cañerías de la cárcel de Caseros
El sector de las cañerías de la cárcel de Caseros
El sector de las cañerías de la cárcel de Caseros

“Bajaban de los pisos de arriba y se te aparecían en las celdas. Se hacía guardia con una lanza o facas por si venían. Si te quedabas dormido algún compañero hacía guardia porque sino te robaban o te pinchaban. No lo podías creer pero aparecían”, describe Juan la escena. Las facas son cuchillos que los presos hacen en las cárceles con lo que encuentran. Facas, lanzas, cualquier elemento cortante es común en todas las cárceles pero en Caseros sobreabundaban.

¿Cómo hace una persona para andar por las cañerías de un edificio de 22 pisos? “Cuando salían de las celdas bajaban solos o con sábanas y frazadas que las usaban para sujetarse. Pero los caños estaban entrecruzados por lo que tenían de donde agarrarse”, describe Carlos. “Tenían el mapa de la cárcel en la cabeza, se la conocían de memoria. Sabían a qué celda iban. Si los estaban esperando eran bienvenidos, sino era para pelea”, agrega el penitenciario Cristian.

La zona en la que actuaban los pitufos era más que peligrosa. No había luz, ni medidas de seguridad ni protecciones. El ancho de ese sector era 80 centimetros a un metro. “En el medio tenían un rial grueso para caminar. Si extendías los brazos claramente te podías agarrar de la pared”, describe Cristian.

“Era muy común que se caigan y para nosotros se hacía ingobernable. Por ejemplo, cuando había que hacer el conteo de presos por ahí faltaba uno en el pabellón. Y estaba pitufeando en las cañerías", cuenta Carlos. En esos casos los penitenciarios podían acceder a ese sector a través de las puertas que estaban en los costados de los pabellones. Desde ahí se entraba para hacer arreglos de los caños.

“Pero no solo para eso”, cuenta Mariano Boccazzi, quien estuvo preso en los pabellones del piso 15 durante cuatro meses en 1993. “Cuando los penitenciarios lo querían cortar se metían y empezaban a los tiros porque lo justificaban como un intento de fuga. En las cárceles siempre hay una doble gobernabilidad, nada pasa sin el consentimiento del servicio”, señala.

El pitufeo era multipropósito. No solo robar. También llevar e ir a buscar droga o cualquier otra cosa. Ir a visitar a otro preso amigo para charlar o tomar mate. O para matar a alguien de una banda rival por un ajuste de cuentas. “Se pitufeaba todos los días pero un día clave era el de las visitas porque los familiares llevaban cosas que los pitufos se encargaban de distribuir. A Caseros entraba alcohol, droga, elementos para hacer armas o cualquier cosa”, dice Cristian.

No había horarios para andar por las cañerías pero la noche era el momento de más movimiento. “Caseros era como la avenida Corrientes, no dormía nunca”, dice con humor Cristian. “Muchos pitufos iban a otro pabellón a tomar pajarito. Volvían borrachos por las cañerías”, cuenta Boccazzi. Pajarito es una bebida alcohólica carcelaria que se hace con fruta, levadura y agua de arroz.

¿Quiénes eran pitufos? Cualquier preso podía ser uno, no era un banda con un jefe, más allá que cada grupo de internos (“ranchada”, como dice en la jerga carcerlaria) podía tener el suyo. Pero tanto penitenciarios como internos coinciden que eran los presos “cachivaches”, los más violentos. “Ningún ladrón de ley tiene necesidad de pitufear”, señala Boccazzi.

Uno de los pabellones de la cárcel con las puertas de las celdas a la derecha
Uno de los pabellones de la cárcel con las puertas de las celdas a la derecha

Una de las pocas personas que habló públicamente de los pitufos fue Guillermo Coppola. El manager de Diego Maradona estuvo 37 día preso en la cárcel de Caseros, entre fines de 1996 y mediados de enero de 1997, en la llamada “causa del jarrón”, en la que fue acusado de liderar una red de narcotráfico y que luego se supo que fue una causa armada.

Cuando se cumplieron 20 años de su paso por Caseros, Coppola contó parte de su experiencia a la revista Gente y habló de los pitufos: “Recuerdo que el jefe de la Unidad me dio la bienvenida y me ofreció un palo gigante, como de béisbol. ‘¿Esto para qué es?’, consulté inocente. Me aclararon que de los pisos superiores se deslizaban por los caños unos lacras a los que llamaban Los Pitufos. Eran chiquitos, muchos tuberculosos, enfermos. Bajaban con jeringas que decían que estaban infectadas, para hacer daño y robar. Eran tan pequeños que se metían por aberturas significantes. ‘Usted se turna de noche con sus compañero, y cuando asoman...¡pin! Le da con el palo. Va a tener tiempo, porque demoran un momento en meterse’, me indicó el jefe. De inmediato me surgió la duda: ‘¿Y si le pego y lo mato?’. Se encogió de hombros y largó: ‘Nadie se va a enterar’".

Coppola estuvo 37 días preso en Caseros (Natalia Bohdan)
Coppola estuvo 37 días preso en Caseros (Natalia Bohdan)

“Lo de las jeringas con sangre es mito”, rebate Germán pero Juan dice que es cierto. Los penitenciarios dudan. “Puedo haber pasado”, dice Carlos. Y cuenta el contexto: “A mediados de los 80 apareció el sida en las cárceles. Había mucho desconocimiento del tema y por eso a los internos con esa infección se los ponía juntos en un pabellón, aislados del resto. Había presos que amenazan con contarse con una gilette y salpicar la sangre. Una vez, un preso se cortó, y por el desconocimiento de cómo actuar para reducirlo nos tiramos encima con un colchón”.

“Yo pitufeé”

Rubén Alberto de la Torre fue uno de los ladrones del robo más recordado de la historia criminal del país: el de la sucursal Acasusso del Banco Río. El 13 de de enero de 2006 entraron, tomaron rehenes, robaron las cajas de seguridad y se fueron por un boquete mientras la policía rodeada el banco y creía que adentro estaban los asaltantes.

“Yo pitufeé”, le dice de la Torre a Infobae. “Beto”, como todos los conocen, estuvo dos veces en Caseros. La primera en 1980 durante la dictadura militar. Y la segunda en 1986. En ambas oportunidades en el sector psiquiatría del tercer piso donde se examinaba a los presos para luego darle el destino final. Los dos veces estuvo dos meses.

“Pitufié dos o tres veces para ir a comer o tomar mate con otros presos amigos, nada más”, cuenta.

Alberto de la Torre en el juicio por el robo del siglo
Alberto de la Torre en el juicio por el robo del siglo

-¿Cómo era?

-Uhh, peligroso. El sector de caños era oscuro, no se veía nada, feo. A veces te cruzabas con otra persona. Iban encapuchados o con gorras. Había peleas ahí mismo a facazos. O desde los pabellones se llamaban entre presos y entonces subían o bajaban para ir a pelear. Era tierra de nadie y había pibes que estaban toda la noche. Algunos se caían y se estrellaban contra el piso. Hubo varios muertos.

De la Torre recuerda dos Caseros. La de la dictadura de 1980, con un régimen militarizado, y la de 1986 después del motín. Tenía 19 y 25 años. “Quedó rota y las celdas tenían huecos desde donde se entraba al pulmón. Inclusive había celdas abandonadas que se usaban para eso", cuenta y agrega que en el sector de las cañerías del cuarto piso había una reja que dificultaba el pitufeo pero que no lo impedía.

También de la Torre menciona que estaban los caza pitufos: “El servicio empezaba a los escopetazos o te sacaban fotos para después hacerte una causa. Si los pitufos existen es porque al servicio le sirve y hace la vista gorda. Si algo no le sirve al servicio, en una cárcel no pasa”.

Los registros de los pitufos

Las torres de Caseros fueron demolidas entre 2003 y 2007 y después de tanto años son muy pocos los registros que quedaron de la unidad en general y en particular del sector de las cañerías. Uno de ellos es el documental Caseros en la cárcel de Julio Raffo de 2005. Se trata del testimonio de presos políticos que durante la dictadura estuvieron en esa prisión y cuentan cómo fueron sus días.

Allí se ve el sector de cañerías y Hugo Colaone cuenta para qué lo usaban. “En la celda había una rejilla y con lo que denominábamos ´las palomas´ pasábamos mensajes al compañero de debajo de otro pabellón. Cuando nos sacaron de acá nos dimos cuenta de que los que estaban a cargo pasaban por ese pasillo y los interceptaban. Los agarraban, los leían y los volvían a poner”, rememora Colaone en el documental y también cuenta que un medio de comunicación era el inodoro: “Le sacábamos el agua y podíamos comunicarnos con el de abajo o con el de arriba”.

Colaone habla desde una celda de la cárcel donde se puede ver un agujero y atrás uno de los caños. “Recuerdo los agujeros en las paredes de las celdas y en algunas también estaban arrancados los inodoros y los caños. Caseros también tenía agujeros en los muros que daban a la calle. A la noche era un ritual que se junten familiares y amigos que hablaban con los presos que se asomaban por esos agujeros. Se iban hablando por turno porque era un griterío. Inclusive los vecinos se quejaban”, le cuenta a Infobae Raffo, director del documental.

Raffo también recuerda el sector de las cañerías: “Nosotros lo vimos muy bien. Fuimos a la terraza y había un sector abierto desde donde se veía todo el sistema de cañería hacia abajo. Me impresionó porque se podía subir y bajar perfectamente. Era como entrar a un sótano. Muy estrecho, con un ancho de no más de un metro, lleno de caños y por esos espacios se podía subir y bajar perfectamente. Lo sentí sucio, polvoriento”.

El agujero en una celda con uno de los caños detrás
El agujero en una celda con uno de los caños detrás

Otro registro quedó del motín con intento de fuga de 1996. Un canal de televisión mostró uno de los pabellones del piso 11 donde se ve un boquete en el muro que da a la calle y otro en una celda. “Vemos las celdas donde se encontraban los reclusos que hacían boquetes para trasladarse a otros pisos”, cuenta la periodista con las imágenes desgastadas pero que muestran las marcas de los pitufos.

En esas imágenes también se ven los agujeros en los muros de la cárcel. Son los sector de los radiadores de la calefacción desde donde los presos reclamaban o hablaban con sus familiares. “En los motines eso también servía como amenaza de tirar un penitenciario”, cuenta Boccazzi.

Otro documento de Caseros es Tatuajes de la tumba, un libro de fotos que en 2003 editó Victor Hugo Bugge, el fotógrafo de la Presidencia de la Nación. Estuvo 17 días en la unidad vacía, recorriendo y fotografiando sus celdas, pasillos y todos los sectores. “Los guardicárceles me contaron de los pitufos y me decían que andaban por las tuberías y cuando llegaban a una celda rompían la pared en el sector de los focos de luz y metían la mano para llevarse lo que podían. Era como una rapiña”, cuenta Bugge.

“Caseros se hacía ingobernable. El conflicto estaba latente”, cuenta Carlos. “Era una cárcel muy violenta, donde había muchas armas, mucho motín, intentos de fuga. Con eso los pitufos no eran la prioridad”, agrega Cristian.

Los muros de la cárcel agujerados que retrató Bugge en su libro "Tatuajes de la tumba"
Los muros de la cárcel agujerados que retrató Bugge en su libro "Tatuajes de la tumba"

Tanto penitenciarios como internos coinciden que Caseros era la anti cárcel, que solo generaba violencia. Y un ejemplo de eso era que no llegaba el sol. Los patios de recreación estaban dentro de los pisos. El sol llegaba a través del reflejo de los ladrillos de vidrio que estaban en las esquinas de los pabellones o por las ventanas pero que eran en altura y no daban a las celdas. “Cuando me trasladaron a la cárcel de Devoto los presos se daban cuenta si venías de Caseros porque estabas blanco”, dice Juan.

Los pitufos fueron un producto de esa violencia y genuinos de Caseros. Se replicaron en algunas otras cárceles, por ejemplo Olmos o Mercedes, pero no con la habitualidad de la desaparecida unidad. “En Olmos se hacia un torniquete en las rejas y desde ahí te descolgabas para pasar a otro pabellón –cuenta Silvio, quien estuvo detenido en esa prisión–. Se hacía para visitar a compañeros, para ir a drogarse, para pelear con alguien Eran los años 98, 99, 2000 y no existía el monitoreo tecnológico que hay ahora. El pitufeo era una modalidad aceptada por los guardias. `Ah, están pitufeando`, decían cuando los veían pasar de un pabellón u otro. Como mucho avisaban y listo”.

Con los años el término pitufo o pitufear se reconvirtió. En algunos países de Latinoamérica se usa hoy para los delitos económicos y de narcotráfico. Se dice cuando una persona cuando ingresa a un país o a una cuenta bancaria poca cantidad de dinero para que no sea rastreada o reportada como una operación sospechosa.

 Caseros durante su demolición
Caseros durante su demolición

El 9 de agosto de 2000 Carlos Luzuk, el último director de Caseros, le entregó las llaves de la cárcel a Patricia Bullrich, entonces secretaria de Política Criminal del gobierno de Fernando de la Rúa y hoy ministra de Seguridad de la Nación. Y quedó cerrada. “Esta cárcel ya era vieja cuando la inauguraron. Carecía de todas las condiciones de un establecimiento penitenciario moderno. Era un edificio con mucho riesgo para los presos, debido a que los internos podían pasar de piso a piso sin las medidas de seguridad necesarias. Se había transformado en un depósito de locos”, reconoció el último día el entonces titular del SPF, Juan Pedro Develluk.

En 2003 comenzó su demolición que culminó en 2007. Así se perdió todo rastro y registro de los 21 años de una cárcel emblemática que alojó los pitufos, los presos simpáticos por su nombre pero peligrosos y violentos.

El predio sigue frenado en el tiempo en el barrio de Parque Patricios. Todavía queda la estructura de la unidad 16, la vieja Caseros, que se cerró en 2001, un año después que las torres. En el lugar se inauguró hace menos de un mes la nueva sede de la Archivo General de la Nación y se prevé que en febrero comiencen las obras para la construcción del Ministerio de Economía y Finanzas de la ciudad de Buenos Aires y de la Administración Gubernamental de Ingresos Públicos (AGIP).

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