Un gol a la igualité

La flamante Embajadora de Francia en Argentina, Claudia Scherer-Effosse jugó un partido de fútbol con las chicas de “La Nuestra, fútbol feminista”, en la cancha de la Villa 31. El objetivo fue promover la igualdad de género a través del deporte en un programa de solidaridad que traspasó la diplomacia clásica y compartió, cuerpo a cuerpo, los logros en los avances de los derechos de las mujeres.

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La cancha es una isla de igualdad entre la desigualdad de Retiro, como un oasis de luz verde que da tregua a los abismos que separan la opulencia de los pasillos de ladrillos y chapas. Entre los contrastes del barrio en donde los ómnibus traen y llevan gente desde la Capital a las provincias, los tribunales exhiben poder y expedientes y la injusticia se asienta entre pasillos que enredan de obstáculos para llegar al mismo lugar que los que vienen de otro lado, el fútbol fue el motor para pelear por mayor igualdad de género en un partido compartido por mujeres que, desde orígenes muy diversos, pelean por un futuro sin discriminación.

El sábado 19 de octubre se jugó un partido entre cinco equipos de la villa 31 y uno de la Embajada de Francia. La igualdad –emblema de la Revolución francesa– se parece bastante a una cancha de fútbol: dos equipos, una pelota, el sol y los cuerpos en disputa tras una pelota que parece arrancar las ganas de correr, de acariciarla o de mirarla desde afuera.

La libertad también se siente entre las chicas que copan la cancha en el horario premium de los sábados a la mañana. Hace casi una década, en el 2010, la cancha no era tan grande, arremolinaba polvo y las chicas se tenían que ganar el lugar para jugar defendiendo el espacio de los varones que las querían sacar a piedrazos.

Argentina es un país mundialmente reconocido por su talento futbolero. Sin embargo, todavía hay mucha desigualdad de género en el deporte. Por eso, desde la Embajada de Francia se promueve que las mujeres puedan jugar, divertirse y juntarse. (Gastón Taylor)
Argentina es un país mundialmente reconocido por su talento futbolero. Sin embargo, todavía hay mucha desigualdad de género en el deporte. Por eso, desde la Embajada de Francia se promueve que las mujeres puedan jugar, divertirse y juntarse. (Gastón Taylor)

En ese momento eran pocas y se cuidaban a los bebés en brazos, por turnos y con muñequitos al costado de la tierra, para poder jugar tragando polvo y la culpa de no estar limpiando sino corriendo y parando la pelota con el pecho. Pero ya saltaban para atajar y festejaban con aplausos los golazos. La libertad es un viento que nunca vuelve atrás.

Ahora el fútbol femenino es profesional y dio un salto en la masividad con una potencia increíble –se cuenta, se trasmite, se paga, se exhibe en publicidades y se ve en el Mundial- pero empezó de abajo y en la pelea de pioneras que, desde la Villa 31, instalaron el derecho al juego y el juego como una forma de prevenir la violencia de género y asentar el derecho a ser más que madres o a divertirse además de tener que cuidar a los hijos y los padres, a cobrar por ser deportistas y al trabajo en equipo como una forma de pararse ante la vida fuera del individualismo y la soledad.

Claudia Scherer-Effosse es la primera mujer en ocupar el cargo de Embajadora de Francia en Argentina. Ella compartió un partido de futbol femenino en la Villa 31 y fue al arco. (Gastón Taylor)
Claudia Scherer-Effosse es la primera mujer en ocupar el cargo de Embajadora de Francia en Argentina. Ella compartió un partido de futbol femenino en la Villa 31 y fue al arco. (Gastón Taylor)

La entrenadora de “La Nuestra Fútbol Feminista” es Mónica Santino. En 1974 ella tenía 9 años y vivía en San Isidro, entre La Cava y los barrios residenciales, y sentía el ruido de la pelota que picaba como una sirena que la llamaba. Fue jugadora, periodista deportiva y –todavía es– entrenadora.

Santino es la gran pionera en trabajar, desde el 2003, en Villa Martelli, en el Centro de la Mujer de Vicente López, con el fútbol como una herramienta para empoderar a las adolescentes y darles aire, piernas y motivación para levantar cabeza y correr por sus propios objetivos.

Además patea la pelota (y todos los tableros) en la Villa 31 desde el 6 de noviembre del 2007. “Sin nosotras nunca más”, recalca Mónica desde su lugar de guía y anfitriona. Ella juega de local en la cancha, atiende periodistas, disfruta del choripán que espera el tercer tiempo y hace de puente para que el juego no quede escondido ni excluido en la división invisible de la Villa 31.

"La nuestra futbol feminista" es el equipo de futbol de la Villa 31. Desde el 2007 que Mónica Santino alienta a las chicas a jugar, divertirse, entrenar y empoderarse contra la violencia de género. (Gastón Taylor)
"La nuestra futbol feminista" es el equipo de futbol de la Villa 31. Desde el 2007 que Mónica Santino alienta a las chicas a jugar, divertirse, entrenar y empoderarse contra la violencia de género. (Gastón Taylor)

Con ella llega la Embajadora de Francia Claudia Scherer – Effosse y el equipo femenino de la sede diplomática que se preparó especialmente para jugar con las chicas de la Villa 31. El encuentro se dio en el marco del programa “Diplomacia Solidaria”, a cargo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia. Pero el entusiasmo no es un gesto, sino un rito genuino de energía mutua que se extiende después del partido y deja picando las ganas de entrenar a largo plazo.

La inusual visita diplomática no tiene protocolo sino una igualdad que echa a correr la posibilidad de comprender la fraternidad real en la cancha. La Embajadora había estado en la Argentina hace siete años (del 2008 al 2012) en el cargo de Consejera Ministra, pero regresó hace dos meses para ocupar el lugar más alto en la representación diplomática en Argentina.

Ella destaca que una de las grandes diferencias –en menos de una década– es el crecimiento de la movilización femenina. Y después de hablar se va a correr junto a sus compañeras de equipo con unas ganas que transmiten inspiración y alegría como forma de liderazgo. Scherer – Effosse es la primera mujer en ocupar el lugar de Embajadora de Francia en Argentina. Y su presencia, en zapatillas, corriendo la pelota y atajando en el arco de la cancha de la Villa 31 marcan la diferencia.

Uno de los promotores del encuentro es Vincent Billerey, Consejero de Asuntos Sociales de la Embajada de Francia, que improvisa el puesto de entrenador y concilia con la tarea de hacer upa a su hija el aliento a las jugadoras. El apunta: “Cuando uno piensa en Argentina, piensa en fútbol, pero no en fútbol femenino”. Y diferencia: “Es raro que en un país donde el fútbol es tan importante haya tanta desigualdad en el ámbito deportivo”.

"El fútbol es todo", resalta Constanza Rojas. Ella aprendió a jugar en equipo, disfrutar, pelear por sus derechos y salir de situaciones de violencia a través del deporte con perspectiva de género. 
(Gastón Taylor)
"El fútbol es todo", resalta Constanza Rojas. Ella aprendió a jugar en equipo, disfrutar, pelear por sus derechos y salir de situaciones de violencia a través del deporte con perspectiva de género. (Gastón Taylor)

Billerey promueve el partido, pero se queda afuera de la cancha. Igual que él otros varones sacan fotos, aplauden, dan indicaciones, alcanzan el agua, pero –por esta vez– no son los protagonistas. Por momentos se rinden a la tentación y terminan pasando la pelota en el entretiempo. Pero saben que hoy no les toca tener la camiseta, ni los botines puestos.

Constanza Rojas también se queda al costado de la cancha. Ella es una de las jugadoras de “La nuestra fútbol feminista” y trabaja en una cooperativa. “El fútbol es todo”, dice y sonríe, en una plenitud de derechos que incluye el deseo y el goce de jugar y saber que jugar y disfrutar es también una conquista. Y una forma de salir de la exclusión del trabajo, del estudio, de la diversión y de la ciudadanía.

La cancha no da tregua y, desde el costadito, un improvisado DT francés grita:

-¡Al ataque por favor! Los muchachos se desesperan porque las locales avanzan y a las visitantes les cuesta llegar al arco. Pero las indicaciones exasperadas de los que no quieren perder se diluyen entre los llantos de una de las hijas que acompañan a la comitiva y que terminan arrulladas al ritmo de la cumbia. “Nos amamos hasta que arde”, dice el hit que sale de los pasillos enraizados en las construcciones de la Villa 31. El papá es el que la levanta a upa porque la mamá tiene que jugar. Y se mete adentro de la cancha.

“Llevamos los botines en la revolución”, dice una de las remeras de las pibas que dirige Mónica Santino y que van tras la pelota naranja. “Me paro en la cancha como en la vida”, proclama otra de las camisetas con los botines fluo en el pecho. La música trae palmas en un barrio sin silencio y desde el balcón un perro persigue la pelota como si pudiera saltar a la cancha a hacer suyo el partido.

El simil césped se vuelve un territorio nuevo, una democracia de orígenes que solo buscan girar hasta llegar al arco. Y la diversidad de cabezas es como un diccionario de multiplicidades que despeinan la expulsión. Hay jugadoras con el pelo rubio, rulos, atado, corto, pelirrojas, fino, grueso, melenitas, rodetes, canas, garzón o rapado. No hay una única forma y esa es la forma de jugar sin uniformes aunque con las pecheras monocromáticas para señalizar que hay equipo.

La pelota naranja rueda por la cancha y los mundos de la villa y de la diplomacia corren juntos por mayor igualdad de género. (Gastón Taylor)
La pelota naranja rueda por la cancha y los mundos de la villa y de la diplomacia corren juntos por mayor igualdad de género. (Gastón Taylor)

La Embajadora sale de la cancha con las manos en la cintura. Toma agua. Comenta el partido compenetrada con la táctica. Apenas comienza el recreo y vuelve, con ansias, a entrenar con su equipo. Casi como si no quisiera desconcentrarse. En el segundo tiempo toma la posición de arquera y patea para llegar al otro lado, ella que viene del otro lado del mundo, de los mundos distintos, de Europa y de la alta diplomacia. Ella ataja y patea para jugar con las pibas del barrio que todavía sufre los estigmas de la palabra villera. A carne viva se vive y se juega.

Una chica se da cuenta, recién cuando sale de la cancha, que tiene sangre en las rodillas, hace carne con el fútbol compartido y renace con el sol de frente. Todas para todas. Y para dejarlo todo. El fútbol parece tener un imán. Y nadie presta resistencia. Los muchachos se convidan facturas con pastelera y las gradas de cemento son la tribuna desde donde se miran cruzar las patadas de piernas tatuadas con serpientes o de piel lisa.

La pelota va al caño y la Embajadora suspira. No por mucho tiempo. Hay un tiro directo. Y le hacen un gol. “Teníamos miedo y teníamos razón”, analiza el juego con acierto y diplomacia. Reconoce la superioridad de sus contrincantes a las que les puso el cuerpo, el intercambio y el agradecimiento.

El partido termina y hay choque de manos y de mejillas con besos en lenguas distintas que descansaron del lenguaje para entenderse con sus corporalidades. Milagros García tiene 17 años. Juega desde el 2016. Y dice que el fútbol es su manera de olvidarse de los problemas.

Jugar es un milagro.

Y encontrarse en un mundo fragmentado también.

Por eso el partido de la igualdad, la diversidad y la fraternidad no se termina.

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