Bruno sube al Esperanza exultante. Tiene puesto un traje de neoprene que se saca rápido y se abraza con sus dos compañeros de aventura: Fernando y Agostina. Los recibe el resto del equipo de Greenpeace y la tripulación del barco a puro aplauso. Minutos antes fue la tensión, el miedo. Ahora, la algarabía.
La escena sucede poco después de que los activistas se colgaran del Meridian, un barco pesquero de Corea del Sur que se pasa el año entero buscando merluza negra en la zona del Agujero Azul, tan solo seis millas afuera de la zona económica exclusiva del mar argentino.
Ayer Infobae contó la maniobra y la imagen recorrió el mundo: Bruno Castro y Agostina Bosch colgados del buque de 54 metros de eslora con una bandera que dice: “sobrepesca = crimen ambiental”.
Eso en lenguaje Greenpeace se llama “hacer una acción” y es algo así como el clímax de cada campaña que emprenden. ¿El objetivo? Visibilizar problemáticas desatendidas. En este caso, el reclamo es para que en marzo la ONU sancione un tratado para el cuidado de los océanos.
Pero ahora el momento de la acción pasó -al menos por un rato- y vemos la intimidad posterior. El descargo, el abrazo, la satisfacción de la misión cumplida. “¿Antes de subir? Sentís un montón de cosas. Por un lado sentís que tenés lo necesario para subir, por otro lado tenés un miedo terrible a no lograrlo. Sentís la presión de que lo tenés que hacer, no hay mucho margen. Llega un momento en que pasó a estar todo en tus manos… Y las sensaciones te golpean cuando vas llegando, viendo a la gente, viendo las líneas de pesca, ver parte de algunos bichos dentro del barco… Es fuerte”, cuenta Bruno.
Bruno es Bruno Castro, tiene 27 años y es marplatense. El mismo día de la acción Bruno tomó un dramamine porque se sentía mal. No dijo nada, simplemente se tomó una pastilla y se ordenó a su cuerpo recuperarse. No es poco lo que arriesgó al venir al medio del océano: el 29 de noviembre, pocos días después del regreso, Bruno contraerá matrimonio con Sigrid.
“Fue una situación un poco complicada la verdad pero si te dan la posibilidad de actuar por algo en lo que crees y decís que no… es raro”, cuenta. Su principal miedo no era a tener un accidente sino a quedar presos por algún motivo. Claro, la cárcel es el antecedente que viene primero a la cabeza cuando se habla de acciones radicales de Greenpeace. Por fortuna, no fue el caso. Y vale aclarar: toda posible acusación recae sobre todos los tripulantes del Esperanza, así que ni Infobae estaba a salvo en este caso.
Para Agostina también iba a ser su primera oportunidad de ser la responsable del mensaje. A sus 25 años, ya lleva casi 10 de activismo, pero recién ahora iba a actuar de manera directa. “Sentía mucha adrenalina, nervios. Estaba con esta presión de que depende de uno, pero ese choque de adrenalina te da siempre lo que te falta, así que está bueno. Pero no tuve miedo a que nos pase algo. Puede pasar pero yo me siento segura. Primero porque estamos super entrenados y porque la organización pone todo a disposición para que estemos lo más seguros posibles. Para nosotros era la primera vez pero para los que nos acompañaban no”, cuenta un rato después de la acción, ya bañada y con menos revoluciones en el cuerpo.
La primera acción de Agostina junto a Greenpeace fue en el año 2012. En grupo, se metieron al Congreso de la Nación para reclamar por la Ley de Pilas. “Mis padres ya están acostumbrados y entienden la lucha. No tienen toda la información: saben que me subí a un barco y el resto se lo imaginan, así que cuando les digo que me voy a un acción lo único que me dicen es suerte”.
Fernando es cordobés y cumplió 34 años arriba del Esperanza, un día antes de la misión. De sorpresa, sus compañeros aparecieron después de la cena con una torta y sopló las velitas. Es el único de los tres que también trabaja en Greenpeace. Fue voluntario durante ocho años pero ahora es parte de la institución. Su rol fue asistir a Bruno y Agostina desde el gomón que los llevó hasta el barco y ayudarlos a enganchar la escalera. Luego, con ellos de regreso en el bote, fue uno de los que pintó el barco surcoreano con la palabra “saqueadores” y “looters” (saqueadores en inglés).
Para él la acción no terminó ahí: al día siguiente encontramos una línea de pesca del barco y fue el encargado de pintarlas con el mismo mensaje. Este tipo de pesqueros deja boyas con un gps y una línea llena de anzuelos que puede ir cientos de metros hacia el fondo del mar; la dejan ahí y la buscan días después para levantarla y sacar enormes cantidades de peces.
“¿Qué sentía cuando veía a los chicos ahí colgados? Fuerza. Tengo plena confianza en el equipo que está ahí arriba, siempre. Cada uno sabe qué va a hacer y cómo lo va a hacer, y con qué herramientas va a trabajar. Cada uno está seguro también del riesgo al que se expone. Yo sé que si algo sale mal, el mismo equipo va a tratar de resolverlo para que salga bien, o te va a salvar. Somos un bloque”, dice Fernando.
“Obviamente que uno piensa en los riesgos, siempre está la opción de que te golpee alguien o pase algo. Pero es parte de lo que ponés en la balanza, a lo que estás dispuesto. Y siempre pesa más la causa, lo que hay que hacer y decir, que el riesgo que implica”, agrega Bruno.
-Si pudieran extender un mensaje más allá de la bandera que sostuvieron, ¿qué dirían? ¿Qué los mueve a hacer esto?
Agostina: Se trata de mostrarle a la gente lo que pasa, porque de verdad no se sabe. Y nosotros hasta que no estuvimos acá no lo vimos. Podemos confiar y tener mucha información pero recién lo vimos ayer. La idea es que esa información le llegue a la mayor cantidad de gente posible porque si no lo ves no lo sentís, y si no lo sentís te pasa por al lado como si nada. Siempre es más fácil ignorar lo que está pasando para no hacerse cargo.
Bruno: Creo que cada uno debería darse cuenta del poder que tiene. Muchas veces la gente se sienta a esperar que alguien resuelva las cosas o simplemente cree que son imposibles de resolver y no vale la pena gastar energía en eso. Y a mí lo que me enseñó el activismo es que no hay causas imposibles si hay una convicción real y un movimiento real para lograrlas. Si yo intento hacer la acción que hicimos hoy solo, no lo voy a hacer. Pero siendo un equipo sí. Esa me parece que es la idea, buscar el lugar en el que sentís que estás sumando a una causa que te moviliza. Hay que darse cuenta nomás de que cada uno tiene el poder de ser parte de eso y cambiar el mundo.
-¿Le podrían explicar cómo piensan a alguien que no los conoce y suele ver las operaciones de Greenpeace como si fueran hechas por locos radicales?
Fernando: Es que esa persona que piensa eso tiene que saber que nosotros somos iguales a ellos, somos personas comunes. Le diría también que hay mucha gente que puede transitar libremente por su vida y gozar libertades gracias a muchos otros radicales que han peleado por los derechos de todos y todas. Generalmente hay un par que deciden pelear y otros que prefieren esperar a que lleguen los derechos.
Agostina: Me parece también que está cambiando la idea de que los que luchan son radicales. Estamos en un momento de la historia en que les jóvenes estamos cada vez más activos en un montón de luchas sociales en Argentina y en Latinoamérica. Creo que ya no somos bichos raros.
-¿Cuál es la diferencia entre la acción contra el barco y la acción contra los pescadores? Porque en este caso los tripulantes del Meridian aceptaron amablemente la protesta.
Fernando: Es que nosotros hacemos nada contra esas personas. Para ellos es un trabajo y muchas veces son víctimas de un sistema. No estaban trabajando en condiciones muy buenas. Nosotros en el Esperanza estamos súper cómodos, pero esos tripulantes pasan mucho tiempo ahí en otras condiciones de trabajo. Entonces, la protesta no es contra las personas, es contra la pesca ilegal que es todo un sistema. Y este barco que vimos es símbolo de eso. Hay miles de otros barcos más. Las personas son personas y por eso nosotros decidimos protestar con acciones pacíficas no violentas.
-Si pudieran cambiar algo ya, ¿qué sería?
Bruno: Que cada uno tome conciencia del peso de los propios actos, eso creo que ya es mucho.
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