Fue el primer debate televisivo de la historia argentina. Parecía, entonces, que otra democracia iba a ser posible. Dos posturas enfrentadas, mostrándole a la gente un diálogo público, una discusión. La posibilidad del disenso. El tema era sensible: el acuerdo por el Canal de Beagle. Un tema que seis años antes había puesto al país al borde de la guerra. “Me estoy probando los pantaloncitos para bañarme en el Pacífico”, había declarado Luciano Benjamín Menéndez (también se le atribuye otra frase peor: “El brindis de fin de año lo hacemos en el Palacio de La Moneda y después iremos a mear el champagne en el Pacífico”).
Resolver el tema del Beagle fue una de las prioridades diplomáticas del gobierno de Raúl Alfonsín. Dante Caputo, el canciller, reveló tiempo después: “Luego de la primera semana de gobierno, Alfonsín me llamó a la Casa Rosada y me dijo: ‘Esto hay que resolverlo en el más corto plazo. Así que métale con esta cuestión’”.
El tema no era sencillo. Existían demasiados obstáculos. El conflicto era casi centenario, del otro lado estaba el inflexible Augusto Pinochet, la Guerra de Malvinas todavía estaba caliente, el tema de la soberanía era sensible y a todo eso había que sumarle errores diplomáticos de consecutivos gobiernos argentinos y laudos arbitrales negativos para el país.
Sin embargo, Caputo y su equipo hicieron un buen diagnostico de la situación. Sabían que debían resignar mucho porque había situaciones que no tenían punto atrás. Sin embargo, podían sacar algún partido de eso y tratar de equiparar la situación, o al menos de que se sufrieron los menores daños posibles. Sabían que era un proceso diplomático que distaba de ser ideal pero que debían aprovechar el momento histórico para eliminar la incertidumbre.
Con el decreto 2.272 de julio de 1984, Alfonsín determinó que hubiera una consulta popular para la aprobación de tratado de límites con Chile en la zona del Canal de Beagle de acuerdo al resultado de la propuesta de la mediación papal.
El peronismo no veía con buenos ojos este acuerdo. Aunque lo que más le molestaba era la popularidad de Alfonsín. Y sus referentes veían en este tema un resquicio en el que ingresar. Hablaban de entrega, de soberanía y hasta de traición. Traición a la patria. Esta acusación fue determinante para todo lo que siguió. Vicente Saadi, senador por Catamarca y jefe de la bancada opositora, acusó a Dante Caputo de traidor a la Patria. Éste le contestó que lo invitaba a debatir argumentos frente a toda la población. Inesperadamente Saadi aceptó. En ese momento sólo parecía una bravuconada mutua que no terminaría en nada. Pero Bernardo Neudstadt, principal periodista político de la televisión desde hacía años, aprovechó la ocasión. Organizó el debate de inmediato.
El debate se realizó diez días antes de la Consulta Popular. Ese fue un mecanismo ideado por Alfonsín con ingenio. Quería tener el apoyo de la población para luego, en tiempos de popularidad más baja -que inevitablemente sobrevendrían- no ser acusado de entreguista. Las tres islas del Beagle quedarían para Chile, pero Argentina lograba reconocimiento de una gran zona de Mar y se mantenía el principio del Atlántico para nuestro país y el Pacífico para Chile. La consulta no era vinculante pero un triunfo masivo de alguna de las dos posturas sería imposible de desconocer. Se votaba “Sí” o “No”. Sólo dos boletas cortas que indicaban la postura de cada uno frente al Tratado de Paz y Amistad a firmar con Chile. El Presidente se comprometió a respetar el resultado.
En los días previos, las encuestas mostraban que el “Sí”, la postura oficial, estaba en la delantera pero la ventaja no era demasiado amplia. Y, el dato que más inquietaba era que habría un enorme porcentaje de abstención, ya sea a través del voto en blanco o directamente por no concurrir a las urnas. El peronismo, principal partido opositor, en su gran mayoría impulsaba la abstención, o directamente el voto en contra. Aunque algunos de sus dirigentes, en especial gobernadores como Carlos Menem, estaban a favor de aprobar la propuesta.
La noche del jueves 15 de noviembre de 1984 fue la elegida para el debate. Lo emitió Canal 13 pero cualquier emisora del país podía tomarlo sin costo. Así lo hizo también Canal 7. Dos de los cuatro canales de aire de Capital y Gran Buenos Aires lo televisaron. Duró algo menos de dos horas y tuvo un rating enorme.
Las imágenes exhiben una escena fechada, de otra época. Una televisión más pobre, sin tanto énfasis en el espectáculo. Un estudio desnudo, un atril alto para Neustadt, dos escritorios largos y feos, más pertinentes para oficinistas que para oponentes televisivos. Detrás, tres grandes pizarrones blancos sobre atriles y algún mapa dado vuelta que sería blandido en la discusión. Sobre la mesa, los papeles de cada uno, un vaso de agua del ancho de una cacerola y un cenicero para Caputo. La falta de costumbre y el ritmo televisivo moroso de la época hicieron que el moderador leyera las reglas del debate a su inicio. Punto por punto. No dio nada por sentado. Esta operación consumió cinco minutos. Sin embargo, se ve a un Neustadt dueño de la situación: suelto, locuaz, dinámico, teatral. Le promete a Saadi ser imparcial: “Le agradezco que aceptase que yo fuera el moderador sabiendo mi postura. Yo debo pagarle y lo voy a hacer: seré neutral”, dice.
El primer turno fue para el senador catamarqueño que abogaba por el “No”. Acomodó sus papeles y comenzó a leer. Nunca levantó la vista ni miró a cámara. El contenido era una mezcla de arenga nacionalista con epítetos contra el canciller. Afirmó que se trataba de la peor derrota diplomática argentina en lo que iba del siglo, que el Tratado era una verdadera acta de rendición.
Cada tanto, el director le dedicaba un plano a Caputo que tomaba algún apunte, fumaba y escuchaba con cara de póker: no se permitía ni una emoción. La voz de Saadi era particular: como si saliera de una vieja grabación de radio. Entre furcios y dudas, se le quebraba y aquello que quería transmitir indignación se convertía en una letanía. El senador a pesar de leer es moroso, con una dicción compleja y tono adormecedor. El ritmo es insólito, carece de lógica; subraya las palabras en lugares inesperados.
Saadi se excedió en su tiempo de exposición. Sería una constante. Ni una vez respetó esa regla. Cuando le tocó el turno al canciller de abundante pelo canoso, particular bigote y voz de ultratumba (lo que lo hacía fácilmente imitable: Mario Sapag aprovechó ese costado y una cierta ingenuidad pública) su exposición fue lo opuesto. Habló siempre a cámara, se dirigía al público y fue contestando los agravios e imputaciones de Saadi. Recuerda el tema que los llevó hasta ahí: “El Senador Saadi va a tener que demostrarnos esta noche por qué aquí hay traición. Es una palabra bien grave, seria, profunda que debe mostrarse no con adjetivos sino con razonamientos”. Luego desmenuzó los errores históricos en que había incurrido el catamarqueño.
Su alocución fue breve y contundente; Caputo fue increíblemente articulado en su exposición. Hay erudición y soltura. Comenzó con una bella maldad: “Hemos escuchado la lectura que hizo el senador Saadi de su posición”. Una curiosidad: cada vez que se refiere al presidente de facto chileno pronuncia Pinoshé.
En el segundo bloque llegaría lo mejor. Allí debían intercambiarse preguntas y respuestas de no más de tres minutos de duración. De nuevo empezó Saadi. Leyó algo que no era ni una pregunta ni una respuesta. Caputo aprovechó su tiempo y le preguntó a Saadi en qué parte del Tratado decía algo que había afirmado el catamarqueño. Allí comenzó un segmento surrealista. Saadi se sorprendió al recibir la pregunta pese a que era lo pautado. Le pidió al otro que la repitiera. De inmediato volvió a tomar sus papeles y luego de acusar a Caputo de no haber respondido su pregunta -que no había existido- se puso a leer otra cosa. Al llegar al final de una página no encontraba la que seguía. Lo siguiente fue un gag perfecto: el senador con un manojo de papeles apretado contra su pecho rebuscando en el escritorio durante unos cuantos segundos hasta dar con la hoja que le permitía seguir. Al terminar fue el turno de Caputo que con elegancia remarcó que Saadi no había respondido (el Senador en esos momentos en que era refutado miraba con ojos entre sorprendidos y ausentes como si no estuvieran hablando de él). Apenas el Canciller comenzó a contestar lo preguntado, el catamarqueño empezó a los gritos. Se quejaba con indignación que no le estaba respondiendo. Caputo giró y miró a Neustadt, el moderador. “Perdón pero había unas normas”, dijo. La indignación mucho más que por haber sido interrumpido era porque su rival no respetaba las reglas de juego consensuadas.
Luego, todo siguió igual. Sólo que Saadi tuvo tiempo para dejar dos frases que se meterían de lleno en el habla popular. Para desacreditar lo que decía Caputo, le hablaba encima, le gritaba desde su escritorio (fuera de su tiempo de exposición) que lo que decía el Canciller era “pura cháchara”. En otro momento, para acusarlo de que evadía una respuesta, le dijo que se iba "por las nubes de Úbeda”, expresión que hasta el día de hoy conserva su hermetismo (o su sinsentido).
El debate tuvo un claro ganador. No hubo equivalencias entre los contendientes. Saadi era el pasado. Pero tan pasado que pareció que no había oído nunca hablar del debate Kennedy- Nixon y la influencia de la imagen para el televidente/votante. Más allá de los argumentos de cada uno, los gritos, el tono exasperado, el no respetar las normas, la falta de solidez fueron determinantes para instalar la posición del gobierno en la opinión pública.
Nunca se podrá determinar si este debate fue otro “Cajón de Herminio” (Herminio Iglesias era un exultante propulsor del “No” en el plebiscito y hasta acompañó a Saadi esa noche). Ni siquiera si el Cajón de Herminio fue tal para la elección de gobernador de la provincia de Buenos Aires en 1983. Pero, teniendo en cuenta la enorme repercusión del debate, su éxito de rating y la disparidad entre los expositores no se debe descartar que tuvo una enorme incidencia en el resultado final.
Las encuestas nunca fueron fiables, pero antes del debate daban un panorama incierto. Tanto es así que el presidente Alfonsín se puso la campaña al hombro y aprovechó su arraigo en la gente y su descomunal talento de orador. Cuatro días antes de la votación hizo un acto en la cancha de Vélez Sarsfield para casi 70 mil personas. Alegó por la unidad latinoamericana, recordó Malvinas, dio un discurso ecuménico incluyendo a la oposición (“Este no es un problema partidista. El gobierno no pretende que los que votan por el SÍ estén de acuerdo con otras posturas del gobierno. No buscamos el apoyo del gobierno sino el futuro de los hijos de la Argentina”, aseguró), tuvo sus momentos de “un médico a la derecha” y fijó sus dos grandes obsesiones, los temas que se repiten en todas sus participaciones públicas de entonces: la paz y la democracia.
La votación fue un éxito para el gobierno. Hubo más de un 73% de presentismo pese a no ser obligatoria. El “Sí” arrasó. 81,5% contra 17% y menos de 1.5 % de votos blancos y nulos. En casi todos los distritos la diferencia fue similar con tres notables excepciones. En Catamarca, tierra de Saadi, el “Sí” ganó con un 95 %. En Tierra del Fuego y en Mendoza la victoria de la propuesta afirmativa fue mas ajustada: al menos un tercio de sus habitantes se opusieron.
El peronismo más ortodoxo, que no quería reconocerle una (otra) victoria al radicalismo de Alfonsín, salió a denunciar irregularidades. Nilda Garré mostró que votó en dos lugares diferentes; en cada sobre dejó una consigna aclarando que lo hacía para mostrar el fraude. Algunos pidieron que fuera juzgada porque eso constituía una confesión de delito.
El gobierno se adjudicó un gran triunfo. Sin embargo, todavía faltaba un paso más. El Tratado debía ser aprobado por el Congreso porque la consulta popular era no vinculante. Se sospechaba que ante la contundencia del resultado eso sería un trámite. Pero nadie tenía en cuenta al Senado, en el que la mayoría peronista pretendía hacer valer su poder. El tratamiento, entonces, se postergó varias veces. El gobierno quería estar seguro para no dar un paso en falso y la oposición quería complicarle el camino a Alfonsín.
Cuando ya en marzo de 1985 se procedió a la votación, los senadores de la oposición se pasaron más de un día presentando objeciones. Impugnaron cláusulas y acusaron a alguien del gobierno de presentar mapas adulterados y apócrifos. 48 horas después, el Senado argentino aprobaba el Tratado de Paz y Amistad con Chile que zanjaba una discusión centenaria. La votación se definió sólo por un voto de diferencia.
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