El martes 24 de julio de 1973 entreveía tiempos violentos y se avecinaban tiempos más violentos todavía. Héctor J. Cámpora, el presidente que había asumido el 25 de mayo de ese año, ya no estaba, lo habían echado.
Juan Domingo Perón, el líder del peronismo, había llegado el 20 de junio para terminar con el gobierno de “putos y aventureros” tal como le dijo al periodista Armando Puente en su residencia madrileña de Puerta de Hierro, el 12 de junio de 1973 (testimonio grabado en mi archivo) y se preparaba para aceptar su candidatura presidencial a las elecciones de septiembre de 1973.
De manera interina ejercía la primera magistratura Raúl Lastiri, el titular de la Cámara de Diputados y yerno del cada día más influyente José López Rega, Ministro de Bienestar Social y secretario privado de Perón. Precisamente, unos días antes, el sábado 21 de julio el jefe del peronismo había recibido a una delegación de la Regional I de la Juventud Peronista que dependía ideológicamente de la organización Montoneros. Mientras conversaban en el living de la residencia presidencial, afuera esperaban el resultado alrededor de 80.000 manifestantes que se habían prestado a “presionar” al General para “romper el cerco” que supuestamente había levantado Daniel (López Rega). Ante tamaña presencia la única respuesta del Jefe del Movimiento fue designar a López Rega como “mediador” entre Perón y la JP.
Los diarios del 24 anuncian la partida de la ARA Libertad desde la Dársena Norte y el tiempo acompañó la ceremonia. Lastiri debía asistir a la partida pero el Edecán Naval Pedro Pirincho Fernández Sanjurjo leyó la orden de partida mientras escuchaba atentamente el almirante Carlos Eduardo Álvarez, comandante en Jefe de la Armada.
El Buque Escuela de la Armada Argentina realizaba su noveno viaje de instrucción llevando a su bordo a los guardiamarinas de la Promoción 102 del Cuerpo de Combate y otros del Cuerpo de Servicios Profesionales. Los diarios reportan que además viajan como invitados cadetes de las marinas de Bolivia, Brasil y Paraguay. El periplo se extendería, entre otros puertos, a La Habana, Kingston (Jamaica), Nueva York, Hamburgo y terminando en Tolón, Francia, el 13 de noviembre. Tras estos detalles los periódicos no dicen quiénes son los oficiales superiores que comandan el buque Escuela. Ninguno los conocía en ese momento. Eran los capitanes de Navío Raúl Suárez del Cerro y Rubén Jacinto Chamorro.
Nadie de los presentes podía saber que mientras el Buque Escuela se encontraría en Jamaica, entre el 23 y 28 de agosto, en Estocolmo (Suecia), se produciría el asalto al Kreditbanken que produciría el denominado “síndrome de Estocolmo” –del que ya hablaremos- y aún más, los presentes ignoraban que el 16 de septiembre de 1973, con el aval de la “ortodoxia” peronista, el contralmirante Emilio Eduardo Massera reemplazaría a Álvarez.
Raúl Suarez del Cerro, quien era un tanto dicharachero pero sabía escuchar cuando era conveniente, llegó a ser gobernador de Tierra del Fuego en los tiempos de la Guerra de las Malvinas. Contrariamente, Chamorro era considerado un “tipo gris”, mediocre, de esos que “no llaman la atención” pero se caracterizaba por seducir a las mujeres en cada uno de los puertos que tocaron. En poco tiempo más llegaría a ser el jefe de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA).
En pleno viaje los tiempos políticos soplaron sobre la superficie de la ARA Libertad. Un joven guardiamarina comenzó a expresarse sobre la situación con un lenguaje “singular” y criticaba a la dirigente del peronismo ortodoxo (había sido comunista) Norma Kennedy con un léxico filo-montonero. Como quien no quiere la cosa, Suarez del Cerro, advertido de la extraña conducta, lo incluyó en una lista de invitados a almorzar a su camarote y luego de escucharlo lo sumergió en un mar de sospechas que solo se despejo cuando el joven oficial naval fue bajado del buque en Canadá y puesto en un avión con rumbo a Buenos Aires.
Como boutade durante el periplo algunos viajeros recuerdan que cuando llegaban a La Habana, el 2 de septiembre, escuchaban a la radio cubana convocar a la población a saludar a la fragata de la Argentina “tercer país libre de América” (Perú, Chile y Argentina). La consigna duró poco: el martes 11 de septiembre de 1973 las Fuerzas Armadas derrocaban al presidente chileno Salvador Allende Gossens.
La recepción cubana se realizó con entusiasmo, era la primera vez que un buque de la Armada navegaba por esas aguas desde los tiempos en que, tras la Crisis de los Misiles, la Marina Argentina se plegó al cerco (cuarentena) contra el castro-comunismo en 1962. Los guardiamarinas pudieron caminar por las viejas calles de La Habana colonial pero no visitaron la Academia Naval cubana por un problema de “contagio”. Como dato recordable el comandante Raúl Castro realizó una larga visita a la fragata, almorzó, y navego hasta el límite territorial marítimo. Su estadía termino cuando subió a una torpedera cubana para volver a La Habana.
Tras varios meses de navegación y luego de abandonar el puerto francés de Tolón, la fragata terminó su viaje de instrucción y los guardiamarinas recibieron sus sables de oficial durante una ceremonia que presidió Juan Domingo Perón en el Teatro Colón. El presidente de la Nación se mostraba visiblemente molesto porque en esas horas un importante comando del PRT-ERP había atacado la guarnición militar de Azul (19 de enero de 1974).
El 1º de julio de 1974 falleció el teniente general Perón, asumió su esposa María Estela Martínez y la situación política, económica y social argentina se descompuso totalmente, abriendo las puertas a un nuevo golpe castrense que llevó a Jorge Rafael Videla a la Casa Rosada. Junto con el jefe del Ejército también accedieron al poder Emilio Eduardo Massera y el brigadier general Orlando Agosti, comenzando oficialmente lo que dio en llamarse la lucha contra la subversión.
Como se conoce, a la Armada le cupo la responsabilidad de enfrentar a la organización Montoneros, especialmente en el área de la Capital Federal y la Zona Norte bonaerense. El centro principal desde donde se dirigía esa lucha fue la ESMA cuyo director era el contralmirante Rubén Jacinto Chamorro. El grupo principal que sobrellevo esa tarea fue el Grupo de Tareas 3.3.2, que insólitamente se manejaba independientemente de la estructura de inteligencia naval. Todos los que participaron en esa guerra clandestina tenían nombres de guerra. Por ejemplos, Massera era Cero o Negro y Chamarro era conocido como Delfín o Máximo.
Desde sus inicios, el cuartel naval se convirtió en el paraíso de la perversidad y la “Avenida de la Felicidad” (el área de torturas) una vía de tránsito ineludible. Esto y mucho más son datos mundialmente conocidos. Lo escasamente sabido es lo siguiente: con el tiempo, muchos de los prisioneros más destacados integraron una suerte de staff de asesoramiento al Grupo de Tareas dada su formación y capacidad.
En julio de 1983 tuve que viajar a México para realizar una tarea que me solicitó una vieja amiga. Antes de partir, un dirigente radical me preguntó si me interesaba conversar con el doctor Esteban Righi y contesté, como corresponde, que sí. De esta forma conocí a quien había sido el ministro del Interior del presidente Héctor J. Cámpora y le hice un reportaje que se publicó en la revista Humor. Pero no es a ese encuentro con el Bebe Righi al que me quiero referir.
Cuando ya llevaba algunos días en el Sheraton, frente a la Columna del Ángel, tocaron a la puerta de mi habitación. La abrí y una persona mayor me dijo que deseaba conversar conmigo. Se presentó como Gregorio Goyo Levenson. La verdad, no tenía ni idea de quién era. Ni sé qué razón lo llevó a conversar conmigo, ni nunca supe quién le había dicho que me viera, porque él fue muy prudente. Así pude conocer al ex tesorero del diario montonero Noticias, marido de Elsa Lola Rabinovich (desaparecida en enero de 1977) y el padre de Bernardo, militante montonero (desaparecido a fines de 1976) y de Miguel Alejo, uno de los fundadores de las FAR, entrenado militarmente en Cuba, que intervino en la toma del pueblo bonaerense de Garín y murió de un paro cardíaco el 20 de diciembre de 1970.
Lo cierto es que así nació un reportaje que no fue para Humor sino para un semanario que descuartizó la nota, quitándole la historia de la nuera de Levenson, la Negra Marta Bazán, un “cuadro militar” ex FAR y montonero como su esposo Bernardo, que terminó en la ESMA emparejada con el almirante Chamorro.
Después lo invité a comer, seguimos conversando y pude conocer de manera completa su historia y la historia de su familia. El 13 de enero de 1984, en Nueva York, tuvo la amabilidad de dejarme su libro El País Que Yo Viví, escrito en 1983, con sus correcciones al margen e impreso de una forma muy rudimentaria, con una carta y su foto. Goyo después vino a Buenos Aires y murió el 19 de mayo de 2004.
Según me contó, Levenson su nuera Marta Bazán cayó en una cita “envenenada” el 20 de octubre de 1976. Al ver que caía en manos de una “patota” naval ingirió una pastilla de cianuro pero tras unas convulsiones le pusieron un antídoto, lavaron el estómago y desapareció tras las rejas de la ESMA. Ella era, como me dijo su suegro, un “buen cuadro militar”, lo que se conoce en ese ambiente “una come bulones”.
Entre octubre y diciembre de “cuadro” guerrillero, tras un corto “tratamiento ideológico”, pasó a convertirse en una colaboradora de los grupos navales. Ya no sería Marta Bazán si no “la Sargento Coca”. Con su “avidez de poder” pasó a integrar el mini-staff y poco después era la pareja de “Delfín” o “Máximo”. Según dicen, a veces, en público, afectuosamente, Chamorro la trataba de “Ma”.
En diciembre de 1976, Marta Bazán llamó a Lola por teléfono para hablar con su hijo Alejito y, ante la sorpresa, los abuelos abandonaron la casa en la que vivían. Marta Bazán volvió a insistir y un grupo intentó detener a Lola en la Plaza de Flores pero, tras un gran alboroto, logró zafar momentáneamente. Esa noche el mismo grupo violento llegó hasta su departamento y se la llevó junto con Alejito. El abuelo Goyo se salvó porque por cuestiones de seguridad vivía en otro lado y luego abandonó la Argentina el 20 de mayo de 1977, cumpliendo una orden del Cabezón Norberto Habegger.
Según supo más tarde Gregorio Levenson, la Sargento Coca fue la que organizó el secuestro de su hijo y la abuela Lola. Nada hizo por sobrellevar los últimos meses de vida de su suegra. Es más, en una oportunidad dijo “que se lo tenía merecido porque había sido una activa colaboradora de los Montos”. Lola –también de las FAR—fue “trasladada” en agosto de 1977.
Según varios testigos dentro de la ESMA, la “Sargento Coca” y “Máximo” (Chamorro) fueron envueltos por un apasionado romance. No fue el único pero sí el más importante. El “síndrome de Estocolmo”, aquél que ata apasionadamente a una cautiva con su carcelero, sacó pasaporte argentino.
Nada era gratuito dentro de la ESMA. Era un “toma y daca”, colaboración e información por vida. La entrega sexual del cuerpo por vida. De patriotismo poco y nada. El contralmirante Chamorro, como bien lo retrata el escritor Abel Posse, terminó alcanzando “ese punto en que la amoralidad anárquica se transforma en locura y en búsqueda de suicidio con apariencias de coraje… había pasado de la neurosis del poder a la del dinero”.
En su casa dentro de la unidad habitaba con Coca y sus subordinados lo sabían: Rubén Chamorro ejecutaba con saciedad y eficiencia lo que Cero le pedía o exigía. Lo mismo era la muerte de un jefe guerrillero o la de un embajador de la dictadura; un alto funcionario de la Presidencia de la Nación o el marido de una de sus pretendientes. También los abusos sexuales y los robos a las víctimas formaban parte de la cotidianidad.
Y, en el medio de todo este clima de locura, se desplazaba Coca -la preferida del jefe- con su voz chillona, temible, integrante del mini-staff. Tenía sus ventajas “el pertenecer”: viajó a Francia para observar la efectividad del Centro Piloto de París en el que la mayoría de sus funcionarios no hablaban francés. Llegó a entrevistarse hasta con el mismo Tomás Toto Anchorena, el embajador argentino en Francia, que despreciaba a la delegación naval. En otra oportunidad volvió a París, acompañando al Negro Massera para “marcar” gente. Todo esto está dicho en los juicios de la ESMA.
Cualquier periodista medianamente avispado sabía que en la oficina de Prensa y Difusión del Palacio San Martín trabajaba Coca con algunas compañeras realizando análisis de prensa, bajo el conocimiento y amparo del capitán de Fragata Roberto Pérez Froio. El refinamiento de un diplomático detectaba rápidamente el “origen” de “Coca” y su gente. En 1979 ya no va a la Cancillería porque será vista en las oficinas del Ministerio de Bienestar Social que presidía el almirante Bardi.
Un año antes viajó a Paso de los Libres, Corrientes, para “marcar subversivos”. Con el paso del tiempo, los integrantes del mini-staff podían salir de la ESMA; disponían de dinero; tenían un menú especial, distinto al del resto de los detenidos, lo mismo que un decoroso toilette. Otras a veces salían a bailar con sus captores, por ejemplo a Mau-Mau y, como exquisitez, alguna que otra fue a una cancha de fútbol con su carcelero. Estas tareas sociales eran menos pesadas que salir a “lanchear” -marcar gente por la calle- en compañía de una patota. Lo que pocos dicen es que estas actividades sociales se cumplían en condiciones de esclavitud, por obligación.
Hasta aquí es la mirada de algunos protagonistas que participaron como víctimas o testigos en el juicio de la ESMA. Hay, sin embargo, otra versión que derrumba todo lo anterior. Esa versión sostiene que entre Coca y Chamorro “no había amor” y que “ella sufría esa situación”, en virtud de su “indefensión y secuestro”. También rechazan que Marta Bazán durmiera en la casa del jefe naval, lo hacía junto con el staff.
El final de esta historia llegó cuando Delfín o Máximo dejó la jefatura de la ESMA y fue sacado del país con el nombramiento de Agregado Naval en Sudáfrica, un país condenado por su política de apartheid pero en el que la Argentina tenía como Ministro Encargado de Negocios, a un marino retirado que pasó al Servicio Exterior cuando el navío que comandaba embistió contra el muelle. Muchos dicen que viajó acompañado por Coca, Marta Bazán. Otros sostendrán hasta hoy que “no hay ninguna constancia” de que viajara a Ciudad del Cabo. Es más, aseguran que luego de dejar la ESMA Marta Bazán entró de lleno en el tema orientalista y se dedicó a cultivar la espiritualidad luego de viajar a la India.
Cuando el gobierno militar terminó el contralmirante Chamorro fue trasladado a Buenos Aires para ser enjuiciado. Falleció el 2 de junio de 1986. Su compañera –si es que viajó- nunca volvió oficialmente y dicen que falleció en Sudáfrica, aunque pocos lo creen. La vida de la Sargento Coca es un enigma y el campo de la Inteligencia en el que se movió tiene sus propios enigmas, “leyendas” de vidas que no existen, verdades a medias.
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