El edificio de la antigua Unidad 16 sobre avenida Caseros, terminado en 1877 e inaugurado en 1898 como Casa de Corrección de Menores Varones, hoy es un gigante dormido en el medio del barrio de Parque Patricios. Afuera, las paredes descascaradas, los hierros oxidados, la vegetación ganándole lugar a la construcción y cuatro torretas románicas, revelan una arquitectura de otros tiempos. Adentro, los pabellones vacíos desde hace años, las galerías gastadas, un “te extraño” tallado con furia en una puerta de madera cerca de la sala de visitas, hacen pensar en las vidas de los que la habitaron.
Hace casi 20 años que el portón principal de la ex Cárcel de Caseros, sobre calle Pichincha, se cerró y solo volvió a abrirse para la televisión. El Marginal usó el edificio como set de filmación durante tres temporadas entre 2016 y este 2019. Lo habían hecho antes Tumberos en 2002 y el corto Pabellón 86 en 2007. De todas quedan pistas. Sin embargo son otras marcas, más difíciles de encontrar, limadas por los años o escondidas por sus autores, las que cuentan la verdadera historia del penal.
“La mayor prisión es el miedo a lo que opinen los giles", se lee escrito en uno de los patios internos de la planta baja. “Qué ganas de ver el sol”, dejó alguien con fibrón en un muro. “Yo no robo, yo no engaño, fumo porro y meto caño”, se jacta una voz anónima en el primer piso. Cientos de nombres en distintos tamaños. Páginas de revistas viejas pegadas, con fotos de modelos, de autos, de relojes. Es imposible no detenerse con la mirada en los detalles, no buscar, no convertirse en un arqueólogo carcelario.
Lo que queda de la vieja cárcel -hoy en poder del gobierno porteño-, en febrero próximo entrará en obra. Se espera que para 2022 ahí funcionen el nuevo Ministerio de Economía y Finanzas porteño y la AGIP. Con un total de 4.700 puestos de trabajo, será el edificio estatal más grande de la ciudad de Buenos Aires. “Se conservará el anillo exterior, las cuatro torretas de las esquinas y la chimenea de ladrillo que se ve desde el patio central”, le explica a Infobae la arquitecta Sonia Terreno, directora general de Infraestructura Gubernamental de la Subsecretaría de Obras, una de las responsables del proyecto.
“En el anillo interior se construirá un prisma de siete pisos con un patio”, sigue. De la ex cárcel de Caseros, en tres meses quedará apenas la cáscara. Del interior solo la chimenea, una estructura de ladrillo a la vista que era parte del taller de carpintería y que está donde antiguamente funcionó la lavandería del penal, según se desprende de una fotografía de 1926 a la que tuvo acceso Infobae sacada del archivo del Ministerio de Obras Públicas. Desde abajo se la puede seguir con la mirada hasta chocar con un techo de chapa desvencijado, caído en su mayoría. La parte que permanece oculta, al otro lado del tinglado, la de la boca, la que no se ve, esconde también las pistas de un viejo ritual.
Cuando unos meses atrás Terreno junto a su equipo, entre ellos el arquitecto Alberto Yavico, supervisor del Área Técnica, y Marcela Doval, coordinadora adjunta de la Unidad Ejecutora de la obra, llegaron hasta el edificio para determinar las patologías de los revoques y las distintas piezas para un diagnóstico inicial, no esperaban encontrarse con lo que se encontraron. En lo más alto de la vieja chimenea naranja había decenas de nombres escritos y tallados sobre los ladrillos. Pero ¿quiénes eran? Y sobre todo, ¿cómo llegaron hasta ahí?
“Benites, hijo”, “Cardozo”, “Frías”, “MSF, 1949”, “Carabajal, 1951” y “Rivero” son algunas de las inscripciones que los arquitectos encontraron grabadas en lo más alto de la chimenea de los talleres de oficios. El detalle no surgió en ninguno de los estudios que se habían realizado, ni figuraba en los archivos o los libros sobre la cárcel, no apareció tampoco en los informes de los noticieros o los documentales, el secreto permaneció oculto en lo alto durante todos estos años.
Fue a partir de testimonios orales que salió a la luz una supuesta vieja costumbre pertenecía a los presos, según esas voces la rutina consistía en trepar hasta lo alto de la torre del horno de barro y escribir, o tallar, el nombre y la fecha del final de su sentencia. “Ex guardiacárceles, ex presidiarios, son los que han ido acercando información, hasta vecinos del barrio que tenían bares cerca, donde los familiares pasaban mucho tiempo”, relató Terreno. Sin embargo Infobae logró dar con los verdaderos autores: los guardias.
Las fechas en los ladrillos se remontan a la década del 50. El primer indicio de que la historia tambaleaba vino cuando Infobae hablando con presos que caminaron los pasillos de la ex Cárcel de Caseros, pudo confirmar que para los años 90 la costumbre no solo había quedado en el olvido, ni siquiera los propios internos sabían de su existencia. “No recuerdo que se acostumbrara ese tipo de despedida. Ni pasabas por el patio, te llamaban y te ibas directamente, además te liberaban a la medianoche, no había tiempo de hacer nada”, recordó un ex recluso.
C.O., agente del Servicio Penitenciario Federal, entró a trabajar en 1995 a la unidad 16. “La población penal ,los presos, jamás accedieron a la azotea. El único acceso posible era subiendo una escalera en espiral que se encontraba apartada de los pabellones y protegida por rejas y guardias. Para acceder a la misma había que utilizar una llave para abrir la puerta que aseguraba el sector, y esa llave siempre estaba en poder del Jefe de Guardia del penal”, dio por tierra con otros relatos en diálogo con este medio.
Y reveló: “los grafittis y nombres escritos en los ladrillos de la chimenea los realizaron soldados de guardia de todas las épocas, hay incluso de los años 20′ y 30′ hasta de la década del 90. Yo mismo grabé mi nombre alguna noche mientras me encontraba apostado en esos techos, acompañado sólo por los perros guardianes, un cigarrillo y mi escopeta”. “Me conozco el lugar de memoria, podría recorrer todo con los ojos cerrados, desde los subsuelos hasta la terraza”, asegura el penitenciario.
Los graffitis y nombres escritos en los ladrillos de la chimenea los realizaron soldados de guardia de todas las épocas, hay incluso de los años 20′ y 30′ hasta de la década del 90
“A nosotros nos parece que reconstruir un poco el tejido de la memoria refuerza nuestra construcción como sociedad. Somos una sociedad urbana y la ciudad de Buenos Aires ha tenido una transformación, sobre todo en los siglos XIX y XX, y no hemos tenido en cuenta la construcción de la memoria, pero creo que se pueden articular las dos cosas”, explicó la arquitecta, que tras el hallazgo y junto a su equipo decidieron que se conservaría la vieja chimenea. Una parte del pasado que quedará en pie en el corazón del edificio y que servirá de disparador a su historia.
“El diagnóstico inicial es clave para decidir qué conservar”, señaló Terreno y destacó en este punto el asesoramiento de dos mujeres, Silvia Fajre y Betina Kropf, especialistas en conjuntos patrimoniales. “La estrategia para sostener y conservar la chimenea implica operaciones delicadas, como un proceso de limpieza no abrasivo, eliminación de vegetación parasitaria y el relleno de fisuras para consolidar la estructura con ladrillos nuevos. Esto requiere que las mezclas se preparen en laboratorio, para lograr una composición exacta y compatible”, describió.
Para el 2000, a un años del cierre definitivo, quedaban 430 presos alojados en la Unidad 16 o “cárcel vieja”, que albergaba para entonces menores y ex miembros de las fuerzas de seguridad. Todos fueron trasladados poco después a Ezeiza y Marcos Paz. Mientras que los internos con trastornos mentales terminaron en unidades del Borda y el Moyano. Entre los lugares que mejor se mantuvieron estos años, puede que por su particular estructura, está todavía en pie la sala de visitas.
Otros espacios fueron sitiados por los escombros, por la basura y en algunas partes, como el viejo Casino de Oficiales, por montañas de chatarra. Es imposible que no surja la duda acerca de si los rastros que se encuentran son testimonios vivos del pasado o parte de alguna de las varias ficciones que pasaron por ahí. Por eso, detalles inapelables, como nombres, fechas, mensajes en ladrillos en lo alto de una chimenea, se vuelven hallazgos que permiten recuperar pequeñas costumbres, antiguos rituales, justo a tiempo; antes que desaparezcan para siempre.
FOTOS: Lihue Althabe y GCBA
VIDEO: Lihue Althabe
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