El auge de la New Age y el interés por el hinduismo y el budismo han llevado a una renovada difusión de la creencia en la transfiguración de las almas. Se trata de la idea de que al morir el ser humano, el alma abandona el cuerpo para migrar, para reencarnar en otro cuerpo, que puede incluso no ser humano, dependiendo de la vida que se haya llevado. Así, de reencarnación en reencarnación, el alma se va purificando.
Esta creencia es casi tan vieja como la humanidad, pero predomina en las religiones orientales, como el hinduismo, el budismo y el taoísmo. Su difusión en Occidente, donde nunca fue mayoritaria, tuvo un primer impulso en la Edad Moderna, y conoce un nuevo auge en estos tiempos, al punto que incluso muchos cristianos afirman creer en ella.
Se producen fenómenos que podríamos llamar de sincretismo, típicos de la sociedad de pensamiento líquido y relativista que no ve contradicción, por ejemplo entre cristianismo y budismo.
Es por eso que medios y voceros de iglesias cristianas, en especial católicos, se esmeran en resaltar sus incompatibilidades con la enseñanza evangélica y en explicar las diferencias entre ambas doctrinas; si se las confunde es por la falta de una formación cristiana rigurosa.
Sondeos de opinión relativamente recientes muestran que un elevado porcentaje de católicos cree en la transmigración de las almas. Por ejemplo, un estudio de la Fundación Santa María -citado por el sitio de información Aleteia- señalaba que el 26,9% de los jóvenes españoles decía creer en la reencarnación.
Una encuesta publicada por el Pew Research Center en 2018 indicaba que un 29 por ciento de cristianos en los Estados Unidos acepta la reencarnación como algo cierto. En el caso de los católicos, el porcentaje llegaba al 36; una cifra muy elevada.
“Reencarnación y resurrección son dos visiones alternativas del fin de la persona humana, pero también de cómo se concibe al ser humano, su historia y al mismo Dios”, afirmaba monseñor Francisco Conesa Ferrer, obispo de Menorca (España), en una conferencia dictada a fines de 2017 -reseñada en el mismo artículo de Aleteia-, cuyo título era “¿Reencarnación o resurrección?”
En ella, Conesa Ferrer explicaba que esa creencia se originó en el siglo VII antes de Cristo en la India y que luego se extendió a la Grecia clásica. En la Edad Moderna, de la mano de la Ilustración y el romanticismo alemán, se difundió por Occidente.
Ahora vive un nuevo renacer, impulsado por el interés hacia todo lo oriental, lo hindú, el budismo. Más en general, por doctrinas que se adaptan mejor al individualismo reinante. De acuerdo a monseñor Conesa Ferrer, la difusión de la doctrina de la reencarnación se da “sobre todo gracias a la teosofía, el espiritismo, el gnosticismo moderno y la Nueva Era (New Age)”.
Roberto Bosca, investigador del tema, definía a la New Age -en una entrevista con Infobae- como un “autismo espiritual”, en el sentido de que, a diferencia del cristianismo que conlleva un fuerte mandato de amor y servicio al prójimo, éstas son corrientes centradas en una búsqueda espiritual interior e individual. Como se verá, la reencarnación se adapta mejor a estas concepciones que el cristianismo.
“Una de las características de esta corriente -decía Roberto Bosca, autor del libro New Age, la utopía religiosa de fin de siglo-, es el subjetivismo”. El éxito de la New Age, explicaba, que se ha constituido en “la espiritualidad del hombre light”, radica en que “recoge la sensibilidad que está en la mentalidad del hombre y la mujer contemporáneos, la expresa religiosamente, por eso encaja tan bien”.
En su conferencia, el Obispo de Menorca identificaba en su conferencia al menos dos causas que impulsan la difusión actual de la idea de la reencarnación: “La fascinación por lo oriental y exótico que se da en occidente”, unida al “silenciamiento de la enseñanza cristiana sobre el más allá”, por lo que “muchos cristianos piensan (en ello) de un modo muy vago”.
El Obispo de Menorca también explicó que, en la cosmovisión oriental, el mal se explica desde una perspectiva individual: “Todo depende del desarrollo mecánico e inercial del karma y de las reencarnaciones”, de forma que “cada uno es responsable del mal que padece en cuanto la malicia de sus acciones en existencias pasadas gravita sobre él en su vida actual”. Una explicación que puede resultar atractiva o más sencilla de aprehender. Pero que también lleva al fatalismo y a la resignación: lo que le sucede a cada persona en el mundo -bueno o malo- está predeterminado por lo que fue su vida pasada. O sus vidas pasadas.
En declaraciones realizadas al autor del libro Bono on Bono, el músico irlandés, líder de la banda U2, explicaba la diferencia entre el cristianismo y las demás religiones, diciendo: “Estoy sinceramente convencido de que (con la llegada de Jesús) hemos salido del reino del karma para entrar en el de la gracia”.
“En el centro de todas las religiones está la idea del karma -explicaba Bono-. Ya sabes, todo lo que haces te vuelve a ti; ojo por ojo, diente por diente, o en física –en las leyes físicas– cada acción encuentra otra igual u opuesta. Entonces llega esta idea llamada gracia que acaba con todo esto”. Y agregaba: "Me refugio en la Gracia y acepto que Jesús tomó mis pecados sobre la cruz”.
La idea de reencarnación también satisface la demanda humana de justicia, decía Conesa Ferrer en su conferencia, ya que la doctrina de la reencarnación “permite al alma realizar su purificación progresiva por sus solas fuerzas y esfuerzos con tal que se ajuste con minuciosidad a su nueva condición en un cuerpo distinto al de la vida anterior y a sus obligaciones específicas de su nueva existencia humana, animal o vegetal”.
La sucesión de reencarnaciones permite que el alma no se juegue “su destino eterno en una sola baza o existencia”, proponiendo futuras oportunidades de felicidad, “sin purgatorio ni infierno”, explica el obispo.
Está claro que la creencia en la reencarnación le permite al ser humano eludir la inexorabilidad de la muerte. O al menos pensar que puede hacerlo.
Lógicamente, el obispo de Menorca defendía en aquella conferencia la superioridad de la doctrina cristiana: la creencia en la resurrección de los muertos, que “no nace de la reflexión humana ni de la constatación empírica, sino del acontecimiento único de la glorificación de Jesucristo tras su pasión y muerte”.
La convicción cristiana sobre la resurrección deriva del anuncio de la resurrección de Cristo. Esta doctrina se encuentra resumida en el Catecismo de la Iglesia Católica, bajo el título “Creemos en la resurrección de la carne”, en los párrafos n° 988 al 1001.
El numeral 989 señala: “Creemos firmemente, y así lo esperamos, que del mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que vive para siempre, igualmente los justos después de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que Él los resucitará en el último día. Como la suya, nuestra resurrección será obra de la Santísima Trinidad”.
El punto 990 aclara que “el término ‘carne’ designa al hombre en su condición de debilidad y de mortalidad. La ‘resurrección de la carne’ significa que, después de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que también nuestros ‘cuerpos mortales’ volverán a tener vida”.
En palabras de monseñor Conesa Ferrer, “no se trata de la inmortalidad del alma, de la que hablaba ya el mundo griego: La resurrección (anunciada por Cristo) es de la persona entera y esto significa que es también de su cuerpo, porque lo corporal es parte fundamental de la persona”.
Pero el cuerpo humano se descompone luego de la muerte. ¿Cómo podría resucitar? El modelo -aclaraba el Obispo- es el de Cristo resucitado. Lo que resucitará junto con el alma “no es un cuerpo físico sino de lo corporal del hombre”. “Para el ser humano la corporalidad supone sobre todo estar en el mundo, mantener comunicaciones con los otros y vivir en la historia” agregó.
El punto 997 del Catecismo lo explica así: “En la muerte, separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús”.
Por ello, agregaba Cones Ferrer, “estamos ante creencias incompatibles: son dos maneras de responder a ese gran misterio que envuelve la vida del hombre, (...) se trata de dos creencias divergentes e incompatibles”.
En declaraciones a la agencia CNA (Catholic News Agency), Joel Barstad, profesor de Teología del Seminario Saint John Vianney en Denver, decía: “Un cristiano es un individuo que quiere ser realmente alguien ahora y luego de la muerte hasta el fin de los tiempos, pero para que eso sea posible, voy a necesitar mi cuerpo resucitado y los demás necesitarán los suyos”.
En el mismo artículo de CNA, el profesor de Teología sistemática de la Universidad Católica de América, Michael Root, explicó que la reencarnación “contradice la imagen de la salvación que tenemos en el Nuevo Testamento, donde nuestra participación en la resurrección de Cristo es efectivamente de lo que se trata la salvación” y “nos da una imagen muy distinta de lo que es el ser humano: un ente incorpóreo que no está relacionado a ningún tiempo específico”.
“El cristianismo toma muy en serio que somos seres con un cuerpo -agregó Root- y, cualquier noción de reencarnación considera que el ser sólo tiene una especie de conexión accidental con cualquier cuerpo específico, porque desde esa perspectiva uno pasa de un cuerpo a otro y a otro y a otro; y ese no tener un cuerpo específico termina en la idea de que uno no sabe quién es”.
Otro rasgo importante, que diferencia a la doctrina evangélica de la reencarnación es que, mientras esta última es una evolución de una alma individualmente considerada, los cristianos esperan también la resurrección de los otros, de sus amigos y seres queridos, “para vivir en un cielo nuevo y una tierra nueva”, agregó Joel Barstad.
<b>Las 9 diferencias</b>
Finalmente, el informe de Aleteia identifica, a partir de la exposición de monseñor Conesa Ferrer, nueve diferencias entre reencarnación y resurrección:
– Una sola muerte, frente a las muchas muertes de la reencarnación.
– Un Dios que ama personalmente al que muere, frente a la disolución del alma en “una realidad impersonal y neutra”.
– “Cada persona es absolutamente única y original” y su cuerpo es parte indispensable de su ser, frente al cuerpo entendido en la reencarnación como mera prisión del alma y como algo secundario.
– La resurrección implica una concepción lineal de la historia, frente a la visión circular del tiempo que propone la transmigración del alma y el continuo renacer bajo otras formas.
– La vida se experimenta ante la voluntad de Dios, frente a una existencia sujeta a una ley cósmica.
– El pecado para la concepción cristiana es la desobediencia a la voluntad de Dios, frente a una concepción de insuficiencia o desequilibrio en el hombre.
– Cada acto del ser humano tiene valor y es irrepetible, en contraste con la idea de que nada es irrevocable y todo es revisable.
– Es posible la esperanza y la lucha por un mundo mejor, frente a un fatalismo que promueve conformarse con lo negativo, que sería consecuencia de culpas de vidas anteriores.
– Existe un Dios personal que quiere salvar al hombre del pecado porque lo ama, frente a una visión del ser humano que lo deja solo, como único responsable de su salvación individual.
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