Tenía 16 años cuando encontró el nombre que la define. Llamó a su familia y les preguntó cómo la bautizarían. Su padre le dijo Catalina. Su tía, Clara. Ella estuvo de acuerdo, pero escuchó mal: en su cabeza su tía había dicho Lara. Así se anotó: Lara Catalina Acosta. Desde entonces, comenzó la mejor parte de su vida.
Hoy tiene 21 años y una relación de complicidad absoluta con su madre, pero en aquel entonces su mamá todavía no la había entendido del todo, aunque la acompañaba en cada paso. “Estaba como bloqueada. Me preguntaba qué había pasado con mi hijo, pensaba que de algún modo había muerto una persona y nacido otra, pero después entendí que era siempre la misma persona”, cuenta ahora Verónica, sentada al lado de su hija en un banco de plaza.
La aceptación no es condición que siempre viene dada. Para Verónica, requirió de varias sesiones de terapia, pero desde el primer momento sabía que sin importar qué hiciera falta, ella no iba a abandonar a su hija.
“Yo empecé a hacer terapia para poder entender y poder colaborar a pesar de mis sentimientos contradictorios. Yo sentía que a mí me estaba pasando, y a mí no me estaba pasando nada, le estaba pasando a mi hija. Y gracias a una gran psicóloga… hicimos un ejercicio durante mucho tiempo donde me explicó que Lara siempre fue una mariposa que primero fue una oruga que estaba en transformación y en transición para lograr su objetivo que era ser mariposa. Y estuvimos trabajando durante mucho tiempo para ver que siempre fue la misma persona, nada más que le faltaba desarrollarse y ser quien realmente era, quien era ella”, cuenta.
Para Lara -conocida ¡muy conocida! como Kiara- el tránsito fue difícil. Hoy es una influencer que usa su historia para inspirar a muchos chicos y chicas a aceptarse. Tiene más de 240 mil seguidores en Instagram (@kiaraacostaok), muchos la reconocen por su participación en el reality Despedida de solteros (conducido por Marley en Telefe), y transmite siempre un mensaje de aceptación.
No llegó hasta ahí de la noche a la mañana. Tuvo que atravesar una infancia marcada por el bullying y una adolescencia con intentos de suicidio e internación para finalmente aceptarse.
“Todo empieza desde chica”, cuenta. “Siempre me sentí un poco inadaptada a mis pares, a la sociedad, y en el colegio me decían todo el tiempo que estaba mal lo que estaba haciendo, en el sentido de mis ademanes, mi forma de ser, mi forma de hablar y actuar, y por vincularme solamente con las chicas. Porque era hombre y tenía que vincularme con los hombres, tenía que jugar al fútbol, tenía que hablar más masculino, tenía que comportarme de otra manera según las estructuras del colegio al que iba en ese momento, y al cual fui toda mi primaria…”, agrega.
La peor etapa pasó entre los quince y los dieciséis, en plena adolescencia. “Me estaba descubriendo, yo era chica, y tenía gente alrededor que todo el tiempo me decía que yo estaba mal, que tenía un problema y que tenía que cambiar. Entonces constantemente a mí misma yo me decía eso también. Con el pasar de los años fui creciendo y todo ese ambiente de rechazo, de mala onda, hizo que me fuera sintiendo peor hasta el punto de a los 16 años querer quitarme la vida, no querer vivir más…”, cuenta.
Un día su madre le descubrió cortes en los brazos y fue suficiente. Decidieron internarla por seguridad. Los médicos la querían medicar, pero ella decía que no estaba enferma. Estuvo un mes en la clínica, hasta que algo sanó.
Su tía fue una de las personas claves en su vida. Peluquera de profesión, fue la primera que le permitió a Kiara vestirse de mujer y llevar peluca. Ella era una adolescente, pero estaba claro lo que sentía. Esa tarde la tía llamó a Verónica y le dijo: “Está vestida de mujer y me dice que se siente bien así”. Fue el primer paso. A partir de entonces, todavía sin cambiar de género, comenzó a mostrarse al mundo de manera más auténtica.
En una ocasión estaba en un bar en Santa Teresita con su familia y preguntó por el baño. El mozo le indicó el de mujeres. Se sintió inmensamente feliz. Aún no había hecho su transición (esas palabras usa ella), pero ya sabía cómo deseaba ser percibida. La felicidad, para Kiara, era como mujer. Y quería buscar la felicidad.
Finalmente tomó su decisión e inició el camino. Hizo los trámites en el registro civil acompañada de su madre. Al poco tiempo, aún con 16 años, comenzó el tratamiento hormonal. A los 17 sus padres le regalaron la operación de pechos. Todo lo que vino después fue tiempo de dicha.
“Yo estaba muerta en vida estaba hasta hacer mi transición. Los ocho o nueve meses previos a decir ‘soy mujer y voy a cambiar mi género, mi vida’, fueron los peores. Pero después cambió todo. Siento que mi vida empezó a los 16 años. Básicamente empecé a vivir a partir de esa edad”, dice.
Su madre la escucha atenta. Viven juntas en su casa de toda la vida en Flores. Tienen una relación de mucha confianza. Kiara le cuenta sobre los chicos que la invitan a salir, a quienes les responde, a quienes no. Hasta le muestra sus matchs en Tinder y qué chicos le gustan. Verónica siempre le pregunta si ellos saben o no saben, pero a Kiara no le gusta tener que explicarlo de antemano, como si fuera un estigma. Tuvo dos novios hasta el momento. En ambos casos, cuando llegó el momento de charlarlo se encontró con que ellos ya sabían.
“Yo si tuviera que elegir entre haber nacido biológicamente mujer y ahora, así, siendo una persona trans… no elegiría haber nacido biológicamente mujer. Todo lo que me sucedió en mi vida, y también esto, formó mi personalidad, mi pensamiento, mis ideales… y la verdad es que estoy contenta con eso. Siento orgullo justamente de todo el proceso que sucedió. A pesar de que haya sido malo en algunas cosas y hay sufrido, me parece que me dejó mucho… Muchas enseñanzas, mucha resiliencia. Nada de lo que pasé fue en vano. A pesar de todo lo malo, siempre hay un final feliz”.
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