Como un velcro, los muslos se despegan de los asientos de colectivo y Dios encendió el secador de pelo: es diciembre de 1990 en Buenos Aires y la temperatura no baja de los 34 grados.
En Casa Rosada ya están listos los atriles para la conferencia de prensa más esperada por Carlos Menem. Treinta años después de la visita de Eisenhower en tiempos de Frondizi, un presidente de Estados Unidos visita a su par argentino.
Ni malo, ni regular, ni bueno, ni excelente; el inglés de Menem era atrevido. Por eso se sorprendió:
— Menem no sabía que yo sabía algo de inglés. La secretaria de (George) Bush le preguntó si quería tomar algo. Bush le dijo ‘a coffee‘. Me acerqué y le pregunté: ‘Only coffee or milk coffee?’, café o café con leche. Menem me miró como diciendo ‘¡Qué bárbaro!’. Yo nunca había hablado así con otra persona y que te toque con un presidente y que te entienda, me emocionó.
Carlos Gómez tiene 81 años. Durante 48 fue mozo en la Casa Rosada. Cuando ingresó, en 1971, el presidente era Alejandro Lanusse y cuando se jubiló, hace 5 meses, Mauricio Macri. En el medio atendió a Perón, Isabel Perón, Videla, Viola, Galtieri, Bignone, Alfonsín, Menem, De la Rúa, Néstor Kirchner y Cristina Fernández.
Hasta que un chofer de la línea 107 le consiguió el trabajo en Casa Rosada, Carlos era mozo de autos. Bandera verde, el restaurante que tenía su papá, estaba en Pampa al 800, donde iban las parejas con los coches. "Se estacionaban, te hacían luces y yo me arrimaba. Nosotros fuimos los inventores de la bandeja que se colgaba del lado de la mujer, del acompañante. La poníamos con un gancho, agarrada a la ventanilla y ahí poníamos todo: un sandwichito de lomo, una cerveza, gaseosa, lo que sea”.
Los coches de la 107 terminaban el recorrido donde estaba el restaurante. Invitado por los muchachos y anotado como mecánico, Carlos jugaba campeonatos de fútbol de colectiveros. Cuando una disposición municipal prohibió el estacionamiento en la zona, el negocio familiar se vino a pique. Uno de los choferes tenía contactos en Casa de Gobierno y lo recomendó.
Al mes de haber ingresado, conoció a Lanusse.
— Mozo: me va a traer un bife con ensalada–, dijo Lanusse.
— Sí, cómo no, mi General–, respondió Gómez.
Tomó el pedido y fue directo al segundo piso, donde estaba el cocinero, que le dijo que regresara en cinco minutos que lo tendría listo. Mientras esperaba, el timbre del cuarto de los mozos volvió a sonar. Era de presidencia. Gómez, desorientado, fue hasta el despacho.
— ¿Y mozo? ¿Qué pasa con la comida? –, preguntó Lanusse.
— Qué jabón tenía–, recuerda Gómez–. Como sabía que al tipo le gustaba el bife bien cocido, le dije: ‘Mi General, a usted le gusta el bife un poquito cocido, va a tardar’. Me fui y cuando llegué a la cocina el timbre volvió a sonar. Pero en ese ínterin le llevé el plato.
— ¿Te estresaban esas situaciones?
— Bastante, porque no conocía el ambiente y no sabía qué repercusión podía tener en esos momentos.
— ¿Es cierto que dormiste en Casa Rosada?
— Sí, en la época de la guerra de Malvinas. Estuve como una semana. Habían armado una especie de central de informaciones en la sala presidencial.
— ¿Te pedían que estuvieras a toda hora?
— Sí. Galtieri pedía comida a las 3 de la mañana.
— ¿Qué pedía?
— Casi siempre pizza con cerveza o gaseosa, una cosa rápida.
El 27 de octubre de 2010, el ex presidente Néstor Kirchner murió de un infarto en El Calafate. El velatorio, que se realizó en Casa Rosada, duró tres días. Los canales de televisión transmitían en vivo. La presidenta Cristina Fernández, con sus hijos Máximo y Florencia a cada lado, permanecía junto al féretro mientras miles de personas desfilaban para darle el último adiós. Vestidos con camisa blanca, chalecos grises y moño negro, cinco hombres de entre 35 y 70 años se pararon frente al cajón. Uno de ellos rompió en llanto. Nueve años después, ahora, lo nombra y vuelve a llorar.
— Me sorprendió mucho su muerte. Fue de esas cosas que uno piensa que no pueden pasar. Pero así es la vida ¿viste? Néstor era de los presidentes más habladores. Hablábamos de fútbol. Recuerdo que un día charlaba con su equipo sobre el viático que le habían conseguido a Bernao, un wing derecho de Independiente que andaba muy mal económicamente. Me animé y le dije: “Sabe Presidente, hay otro jugador que se lo debe reconocer: René Houseman". Y dijo: “Que le den el viatico a él también”. Es una cosa linda que me quedó grabada.
— ¿Fue de los presidentes más afectuosos junto con Menem?
— Alfonsín también. Otro tipo muy macanudo fue el General Bignone.
— ¿Sí?
—Además de Casa Rosada, nosotros hacíamos muchos servicios extras: casamientos, cumpleaños. Una changa. Una vez el muchacho que estaba encargado del servicio que íbamos a hacer me pidió que fuera a buscar los smoking de los mozos. Fui hasta su auto y cuando estoy abriendo el baúl, al lado mío, se para un Falcon. “¿Qué será? ¿Policía?”. Por la ventanilla se asoma Bignone y me dice: “¿Qué hace, Gómez?”. “Una changuita”. respondí. “Ah, lo felicito”. Qué bárbaro, que un presidente te diga eso.
— Fuiste mozo de presidentes democráticos y de dictaduras. ¿Te preguntaste en algún momento si estaba bien?
— Yo cumplí mi función. Nunca me preocupé por la política. No me importaba si ganaba, si perdía. Yo iba, cumplía mi horario, siempre firme ahí.
— ¿Jugaste al golf con Menem?
— Sí. Viajé al exterior como valet, me ocupaba de la ropa. En Panamá jugué en una cancha paradisíaca. Menem había ido a homenajear a Mano de Piedra Durán. ¡No sabés lo que era esa cancha! Los primeros que salieron a jugar fueron Menem, el presidente de Panamá, el dueño de la cancha y Alberto Kohan. En el segundo grupo, atrás, íbamos el campeón senior de Panamá, el embajador argentino en Panamá, Constancio Vigil y yo.
— ¿Menem ya sabía que jugabas?
— Sí. Lo supo por Munir, su hermano. Él le contó. Entonces me invitó; había hecho siete hoyos en Olivos. Me citó un jueves a las 8 de la mañana. Hicimos pareja contra el jefe de seguridad y el embajador argentino en Estados Unidos.
— ¿Atendiste a Amira Yoma que fue secretaria de Audiencias?
— Sí. Era muy seria. Cortaba bien el bacalao. Era brava, pero estuvo poco tiempo. Sacó a una chica que era secretaria de Menem. La sacó ella por celos o algo por el estilo. Era una mujer que, por ejemplo, para entrar a su oficina, tenías que tocar un timbre y recién ahí te abrían la puerta.
— ¿El presidente tenía ese sistema?
— No.
— ¿Solo el despacho de Amira lo tenía?
— Sí.
El 20 diciembre de 2001 la represión policial frente a la Casa Rosada terminó con cinco muertos. Era el séptimo día de saqueos y protestas en un país prendido fuego en el que murieron 39 personas. Faltaba muy poco para tener cinco presidentes en tan solo 11 días.
Esa tarde del 20 de diciembre, Fernando de la Rúa dejaba su despacho y tomaba el ascensor hacia el último piso: la terraza de Casa Rosada. El helicóptero despegó a las 19.52.
— Tomó un té. Cuando entré estaba hablando con el secretario privado. Nosotros estábamos en el office de mozos cuando supimos del helicóptero.
— ¿Qué charlaban entre ustedes?
—Nada. Yo seguí trabajando.
—¿Y en tu casa? ¿Tampoco hablabas de la crisis con tu esposa?
— No. Nada. Ni me preocupaba. Solo me preocupaba trabajar bien y servir a la gente que tenía que atender. Me importaba si había fútbol en Excursionistas. A la política nunca le di bolilla.
— En una época se hablaba de los precios del comedor de Casa Rosada: se decía que por 3 pesos se comía cuando en dependencias estatales se comía por 15.
— Sí, se comía por 3 pesos.
— ¿Cómo lograron eso?
— La verdad que no lo entiendo, debería haber algún arreglo con un supermercado o algo. Traían la mercadería más barata. Pero duró poco tiempo.
— ¿Los mozos de Casa Rosada pertenecen a algún gremio?
— No. Estuvimos tratando de ser de Gastronómicos, pero nunca nos pusieron.
— ¿Cómo peleaban los sueldos?
— Con el secretario, con el Jefe de Gabinete; le comentábamos que ganábamos poco. Ellos eran los que te subían o te bajaban el sueldo.
— ¿Los presidentes dan propina?
— El único que dio alguna propina fue Menem, pero no Menem directamente sino por intermedio del secretario privado.
— ¿Qué le gustaba comer a Cámpora?
— A Cámpora no lo atendí yo, lo atendieron otros compañeros.
— ¿Lastiri?
— Lastiri sí. Comía de todo, lo que servía el cocinero él lo comía.
— ¿Perón?
— A Perón le encantaba que le preparara un pomelo cortado al medio. Yo le sacaba todo el hollejo y le ponía un poquito de azúcar. Ése era su desayuno.
— ¿Isabelita?
— Muy poquito, casi nada la atendí.
— ¿Videla?
— Pocas veces porque casi siempre comía en el comando.
— De Galtieri ya hablamos. ¿Bignone?
— Normal.
— ¿Alfonsín?
— A Alfonsín le gustaban mucho las ensaladas. Y las pastas.
— ¿Menem?
— Menem comía de todo. Le gustaba mucho la parrilla y las empanadas árabes.
— ¿De la Rúa?
— De la Rúa casi no comía.
— ¿Cristina Fernández?
— No comía casi nunca.
— ¿Macri?
— A Macri le gusta mucho el pescado, de cualquier forma.
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