José tenía 17 años, vivía en Mar del Plata y era el único hijo de un matrimonio de inmigrantes italianos. Las ramas del árbol genealógico se extendían entonces a lo largo de casi 12.000 kilómetros: tenía una abuela en Roma, a la que había visto una sola vez en su vida, y unos tíos y primos en un pueblo minúsculo, a los que no conocía. Era adolescente José y futbolero hasta los huesos: venía de vivir la euforia de ver a Argentina ganar el Mundial 86 cuando su abuela, desde Roma, le ofreció regalarle el pasaje para reencontrarse y ver el de Italia 90.
“Yo siempre había sido muy futbolero. Mi papá había sido director técnico de un club, mi tío había jugado en primera. Pero fijate una cosa: la mitad de mi familia era de Boca, la otra mitad, de River, pero yo era de San Lorenzo, el único. Así me sentí siempre, un sapo de otro pozo. Por alguna razón, nunca terminaba de encajar”, cuenta a Infobae José Di Vito, 47 años, electricista.
Hubo un primo -José se enteró de esto mucho tiempo después- que amagó con develar el secreto en la infancia marplatense: “Mi papá, que había sido militar en Italia cuando era joven, no dijo nada. Cuando se enteró del rumor, solo puso un revólver sobre la mesa”, sigue José. Fueron años de incertidumbre y silencio hasta que José viajó al Mundial. “Un’estate italiana”, el tema musical de Italia 90 que a los argentinos todavía nos eriza la piel en masa, se convirtió en la banda de sonido del secreto que envolvía su vida.
Fue a varios partidos y todavía sonríe cuando recuerda cómo en Nápoli le invitaron la cena solo por ser argentino. Estuvo en Roma y después viajó a Petacciato, un pueblo de poco más de 3.000 habitantes, donde había nacido su papá. “Mi abuela materna, en Roma, se cuidó de cada palabra que dijo pero en el pueblo cometieron un error: empezaron a hablar entre ellos en su dialecto creyendo que yo no los entendía. Bueno, se equivocaron”.
Cuchicheando, un familiar le dijo a otro: “Este es el chico que compró Antonio, pagó mucha plata para que les dieran un bebé”. "Así me enteré de que mis padres no eran ni siquiera mis padres adoptivos, eran mis apropiadores”. Dice José que no pudo decir nada, preguntar más nada, pero volvió furioso a Mar del Plata. Sus padres lo negaron a muerte pero José buscó su partida de nacimiento y encontró un dato extraño: ¿por qué decía que había nacido en Capital Federal si siempre habían vivido en Mar del Plata?
Así transcurrieron los siguientes 14 años: él, que pedía a gritos que le dijeran la verdad, ellos que le juraban que había estado en la panza de su mamá pero las fotos del embarazo se habían perdido en una mudanza. Murieron en 2004, con seis meses de diferencia: ella de leucemia, él de un cáncer de próstata que se extendió por el cuerpo. Con ellos quedó sepultada la verdad completa.
Fue una tía, recién cuando los padres murieron, quien le confirmó que la historia era cierta y agregó más detalles: “Me dijo que ella iba a ser la encargada de retirarme de la clínica pero no pudo ir porque tuvo un accidente de tránsito. Me contó que mis padres habían vendido la casa que tenían en Villa Ballester y que, con parte de esa plata, habían pagado por mí en efectivo. No les dieron un bebé rápido, tuvieron que esperar dos años porque querían que fuera varón y blanco. Tuvieron que esperar a que les consiguieran el pedido que cumpliera con sus requisitos, como cuando comprás un perro”.
Fue un primo -el mismo que le contó la escena del revólver- quien fue a retirar al bebé a una casa en San Martín. “Mis viejos ya estaban construyendo la casa en Mar del Plata, el plan era criarme lejos, donde nadie sospechara si aparecían con un bebé de un día para el otro”. La casa a la que fueron a retirarlo era la de un matrimonio amigo de la familia, que también “había esperado bastante tiempo porque necesitaban un bebé pelirrojo, porque la señora de la casa era pelirroja”.
El después del secreto
José tardó años en darse cuenta de que era uno de “los otros hijos apropiados”, es decir, los bebés que fueron vendidos y no tienen nada que ver con la última dictadura militar. Hay cientos de historias como la de él por todo el país, por eso existen varios grupos de hijos que buscan sus orígenes, unidos según una partera en común o una zona.
El grupo al que José pertenece se llama @por_nuestra_identidad. Tienen nombres distintos pero características en común: siempre hay una o varias parteras implicadas, médicos que se creían Dios, partidas de nacimiento apócrifas y un muro a la hora de hacer un ADN. Sucede que existe un banco de datos genéticos en Argentina, pero es el banco de Abuelas de Plaza de Mayo, y es solo para sospechas de nietos de desaparecidos.
“Es muy difícil vivir sin saber quién sos. Es como construir una casa en el barro: no tenés cimientos, nada donde hacer pie, no encontrás tu cara en otra persona. Vas construyendo tu vida sobre una mentira, porque no sabés tu nombre, ni siquiera cuándo es tu cumpleaños”, sigue.
Cotejando datos con recuerdos de parientes y vecinos se dio cuenta de que la fecha de su nacimiento es falsa: cree que nació por lo menos tres meses antes de lo que dice su documento. “Así que mi cumpleaños lo festejo cualquier día entre mayo y agosto. Mi señora hace servicios de lunch y a veces sobran sanguchitos de miga. El año pasado habían sobrado muchos y yo dije ‘bueno, listo, hoy es mi cumpleaños’”, dice José, y se ríe para diluir la tristeza.
No saber, no poder contestar en un consultorio médico a la pregunta “¿antecedentes?” trajo otras consecuencias, todavía más desoladoras. José era padre de seis hijos pero en 2016 perdió a Josefina, que tenía 15 años. “Entró al centro de salud para nebulizarse, porque tenía asma, y tuvo un paro respiratorio ahí mismo, delante de su hermanita de tres años. Yo no sé si se podría haber evitado su muerte pero tal vez, conociendo los antecedentes familiares, podríamos haber tenido una oportunidad”.
Fue Josefina quien lo había ayudado a buscar en las redes sociales a otros hijos que tuvieran en la partida de nacimiento la firma de la misma partera. Fue ella quien le había hecho un collage de fotos con la esperanza de que alguien lo reconociera. “Las parteras se están muriendo con el secreto. La mía, Ofelia Pintos Lemos, ya murió. Hablamos con su hijo, que también es apropiado. Nos dijo que las mujeres parían en su cama”. La clínica donde le dijeron que se hizo el pago no existe más.
“Los familiares que terminaron hablando me contaron una historia de Migré: siempre dicen que nuestras madres biológicas eran mujeres jóvenes y pobres del interior que no podían criar a un bebé. Yo ya no sé si es verdad o es mentira. Lo que sí creo es que mis padres adoptivos, digamos, me quisieron pero me quisieron mal. El hecho de ir a comprar un bebé casi por catálogo...esa es la parte que no me cierra. Si querés dar amor no te importa si es nena o varón, chino o morocho. Me parece que fue un amor contaminado, basado mucho más en el hueco que ellos necesitaban cubrir que en mí. Mucho más centrado en mantener las apariencias -que nadie la señalara a ella por no poder ‘darle un hijo’ o a mi papá o a él por parecer ‘poco hombre’- que en mí”.
El recurso con el que cuentan “los otros apropiados” es hacerse un test llamado “Family tree”: envían a Estados Unidos un kit con un hisopo que primero se frotan en las encías y por las caras internas de las mejillas. Su ADN, entonces, queda en un banco. Lo que sigue es que otra persona que también esté buscando envíe su muestra al mismo lugar y salte la coincidencia.
Por ahora, José cotejó su ADN con el de una mujer que denunció que, en la misma época en la que él nació, le robaron un bebé en el hospital Churruca. Se ilusionaron todos pero dio negativo. Ahora está esperando el matcheo con una mujer que tiene datos tan parecidos a los de él -bajo peso al nacer, la misma época de nacimiento, la misma partera- que creen que podría ser su hermana melliza, fruto de un embarazo múltiple.
“No busco una familia biológica, yo ya tengo una familia hermosa. Lo que busco es la verdad”, se despide José. Una verdad que, como una bandera enrollada en una tribuna, empezó a desplegarse frente a aquel adolescente en aquel mundial, con ese tema atravesado en la garganta, hace ya casi 30 años.
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