Rüdiger “Rudi” Dornbusch (8 de junio de 1942 - 25 de julio de 2002) fue un economista alemán que desarrollo gran parte de vida profesional en los Estados Unidos. Finalizados sus estudios secundarios se licenció en Ciencias Políticas en Ginebra y más tarde se mudó a los Estados Unidos, donde obtuvo el doctorado en Economía de la Universidad de Chicago en la que ejercería como profesor asociado de Economía Internacional. En 1975 se mudó al Massachussets Institute of Tecnology (MIT), donde fue nombrado profesor asociado en el Departamento de Economía.
Para los que lo conocieron bien, Rudi era un gran polemista y un profundo conocedor de historia económica. En sus años de profesor mantuvo profundas amistades con colegas latinoamericanos, entre estos varios argentinos. Quizá fue en sus conversaciones con ellos que en 1991, junto con el chileno Sebastián Edwards, escribió La macroeconomía del populismo en América Latina. También trabajó sobre la relación entre la deuda externa y la inestabilidad en la Argentina con Juan Carlos de Pablo y una historia de la política económica de la Argentina con el ex canciller Guido Di Tella.
Es decir, no fue un mero observador de la realidad argentina. Como buen analista supo expresar que “las crisis tardan más en llegar de lo que puedas imaginar, pero cuando ocurren, suceden más rápido de lo que puedes imaginar”.
En junio de 2000, durante el llamado gobierno de La Alianza, la ministra de Desarrollo Social, Graciela Fernández Meijide, manejaba un informe de su cartera que revelaba que un 37% de la población urbana de la Argentina era pobre. En otras palabras, unos 12 millones de personas que vivían en ciudades de más de 5.000 habitantes no accedían a la canasta básica de bienes y servicios.
En octubre de ese año el gobierno de Fernando de la Rúa llevaba tan solo 10 meses en el poder y, contrariando a Rudi, la crisis se avecinó raudamente y comenzó a golpear las puertas del despacho presidencial. De la Rúa realizó un cambio de gabinete sin consultar a su vicepresidente y aliado Carlos Chacho Álvarez y el “shock de confianza” que intentó imponer duró lo que un suspiro.
Días más tarde, tras un intento de realizar una suerte de “17 de octubre” –que terminó en un fiasco- Chacho Álvarez renunciaba en medio de serias denuncias contra el primer mandatario mientras afloraban la recesión económica y el descontento social. Tan palpable era la molestia que surgía de la calle que el presidente tuvo que aclarar que “no hay situaciones de crisis y no hay situaciones que debiliten al Gobierno”.
Como si no faltaran problemas el ex presidente Raúl Alfonsín, mandamás del radicalismo en el poder, criticaba denodadamente la Ley de Convertibilidad, mientras el ex ministro de Economía Domingo Cavallo declaraba el 11 de octubre de 2000 que “el Presidente de la Nación se ha quedado sin apoyatura política”, apoyaba a Álvarez y observaba “una situación de desgobierno” en el país. Cinco meses más tarde (20 de marzo de 2001) entraba al gabinete como titular de la cartera económica.
El domingo 14 de octubre de 2001 se realizaron las elecciones legislativas de medio término mientras se profundizaba la crisis económica. En esta ocasión, el Justicialismo se hizo con el control de la Cámara de Senadores y Diputados y hubo un alto porcentaje de votos en blanco (23,97 %) y abstenciones (24 %). Faltaban semanas para que surgiera a la superficie la crisis final de diciembre de 2001, cuando se produce un masivo cacerolazo y la Plaza de Mayo se convierte en un campo de batalla que arroja 9 muertos en manos de las fuerzas policiales y Domingo Cavallo renuncia.
El 20, el radicalismo abandona a De la Rúa, quien al día siguiente renuncia y asume como presidente provisional el senador misionero Ramón Puerta. Luego, el Partido Justicialista propone como presidente interino al gobernador de San Luis, Adolfo Rodríguez Saá y se convoca a elecciones presidenciales para el 3 de marzo. El 23 de diciembre jura Rodríguez Saá como presidente y en su mensaje al país anuncia la suspensión en los pagos de la deuda externa y crea una nueva moneda (el argentino) que circulará de manera paralela con el peso y el dólar. El nuevo mandatario no logra satisfacer las expectativas, vuelven los desmanes callejeros, y renuncia. Tras un interinato de horas de parte del presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Camaño, el 1 de enero de 2002, el senador Eduardo Alberto Duhalde, es elegido por aclamación para terminar el mandato de De la Rúa.
“El país estaba acéfalo. Era la anarquía”, estimó Duhalde años más tarde.
En todos estos meses Rudi Dornbusch no dejó de observar el desarrollo de la crisis argentina y, como consejero de bancos de inversión, propone junto con su colega chileno Ricardo Caballero una sorprendente salida que titulo: “Argentina, un plan de rescate que funciones”.
Su trabajo comienza con una contundente definición: “La verdad es que la Argentina está quebrada. Está quebrada económica, política y socialmente. Las instituciones no funcionan, el gobierno no es respetable, su cohesión social ha colapsado”.
Estima que un programa de reconstrucción debe ser diseñado sobre determinadas e innegociables pautas. “El reconocimiento que será el esfuerzo de una década, no de unos pocos años” porque “el sistema productivo argentino, su crédito y sus instituciones han sido destruidos. Tanto su capital político como moral deberán reconstruirse y eso llevará mucho tiempo”.
Sorprendentemente estima que “el sistema político está sobrepasado y debe ceder transitoriamente su soberanía en el manejo de los asuntos financieros. La seguridad financiera es la clave desde donde debe crearse la estabilidad para empezar a pensar acerca de una sana finanzas públicas, el ahorro e inversión”.
Luego pone una condición: “El resto del mundo debe proveer ayuda financiera a la Argentina. Empero, ésta debe efectivizarse sólo cuando Argentina acepte una reforma radical y el control y la supervisión extranjera del gasto, la emisión y de la administración de impuestos. Cualquier crédito externo debe ser encarado como puente que una la brecha entre las necesidades fiscales inmediatas y el inicio de un ciclo, en uno o dos años, en el cual las reformas radicales creen finanzas sustentables”.
“Argentina deberá reconocer humildemente que sin una masiva ayuda e intervención externa no podrá salir del desastre. ¿Qué clase de ayuda externa? Se deberá ir un poco más lejos del financiamiento. En el corazón de la crisis argentina hay un problema de falta de confianza como sociedad y en el futuro de la economía. Ningún grupo desea ceder a otro el poder para resolver los reclamos y arreglar el país. Alguien debe empuñar el poder con fuerza. Una dictadura no es probable ni deseable. Pero mientras todos piensen -a menudo con acierto- que todos son egoístas y corruptos, ningún pacto social podrá alcanzarse. Sin dicho pacto social la destrucción del capital social y económico proseguirá día a día. Hay más resultados espantosos en el horizonte. Argentina debe abandonar buena parte del control soberano de su sistema monetario”.
A lo largo de su trabajo Dornbusch no ahorra calificativos: “Actualmente, la Argentina está quebrada y adormecida… canibalizada por disputas”.
Como estudioso del pasado europeo, Rudi propone para la Argentina la misma receta que se utilizó para sanear a Austria tras la Primera Guerra Mundial. En agosto de 1922, a través de un acuerdo vinculante, la Liga de las Naciones reordenó el sistema financiero austríaco. La tarea, sostiene el organismo multinacional, será “difícil y dolorosa” y un “Comisionado General” (extranjero) debería asegurar el cumplimiento de las reformas.
“Y eso funcionó! Y esto es lo que Argentina debería hacer a cambio de nuevos préstamos. Los Comisionados deberían provenir de pequeños países distantes y desinteresados (Finlandia, los Países Bajos, Irlanda, por ejemplos) donde la gente entendió que las instituciones económicas salvaguardan la estabilidad y son las bases de la prosperidad”, puntualizó el economista alemán y luego avanza un tanto más: “Específicamente, un consejo de banqueros centrales experimentados debería tomar el control de la política monetaria argentina. Esta solución aportaría mucha de la reputación y credibilidad de la convertibilidad sin cargar con los costos de adoptar una política monetaria hecha a la medida de otro país, esto es de la dolarización. Los nuevos pesos no deberían ser impresos en suelo argentino. Otro agente extranjero es necesario para verificar el desempeño fiscal y firmar los cheques de la nación a las provincias. Gran parte del problema fiscal tiene que ver con el federalismo fiscal, con el diseño y la aplicación de un pacto fiscal que lleve a compartir responsabilidades y recursos de una forma financieramente sostenible.”
Tras considerar que deben ser suprimidas la evasión fiscal y la corrupción que cuentan con “la tolerancia gubernamental”, estima que “otro agente extranjero es necesario para verificar el desempeño fiscal y firmar los cheques de la nación a las provincias. Gran parte del problema fiscal tiene que ver con el federalismo fiscal, con el diseño y la aplicación de un pacto fiscal que lleve a compartir responsabilidades y recursos de una forma financieramente sostenible”.
Como era de prever, dentro del paquete de medidas a tomar, también aconseja una reforma laboral para acompasar un avanzado proceso productivo: “La economía argentina se ha venido precipitando; ahora necesita un inmediato incremento de la productividad de la mano de la tan postergada inversión y la erradicación de la corrupción como una manera de vivir. El mecanismo de incentivo en el nuevo sistema tributario debería contribuir a controlar la corrupción a nivel provincial. Los trabajadores deberían convertirse en accionarios de las empresas, participando en la distribución de ganancias. Además de las ventajas de la flexibilidad de dicho sistema, agregaría, un mecanismo adicional de monitoreo de los beneficios y de la evasión fiscal”.
Como si no alcanzara el número de controladores externos, se aconsejan otros más: “Una masiva campaña de privatización de puertos, aduanas, y otras medidas claves para la productividad deberían ser adoptadas. Las medidas de desregulación en los sectores de comercio mayorista y de distribución son esenciales. Otros agentes externos experimentados deberían controlar estos procesos así como también asegurarse que ellos acaben bien para que luego los beneficios puedan ser compartidos por todos los argentinos, presentes y futuros. Comprometiéndose con un plan claro y radical, Argentina ofrecería un nueva apariencia, fresca y alentadora. Un escenario oscuro de corto plazo podría repentinamente tener la chance razonable de un final exitoso. Al mismo tiempo que el comité de conducción monetario se establezca se podría acelerar el paso a un nuevo plan de convertibilidad temporal, digamos a dos pesos por dólar, sólo porque es el próximo número después de el uno a uno”.
“Vale la pena recordar lo que la Liga de las Naciones dijo al comienzo del programa austríaco: “En el mejor de los casos, las condiciones de vida en Austria serán peores el próximo año […] La alternativa no es entre continuar con las condiciones de vida del último año o mejorarlas. Es entre encarar un período de probablemente mayor dureza o colapsar en un caos de extrema pobreza y hambruna para el cuál no hay analogía en el mundo moderno fuera de Rusia. No hay esperanzas para Austria al menos que esté preparada para apoyar una autoridad que deberá encarar reformas que implicarán condiciones más duras que las prevalecientes en la actualidad... Sin dudas, esta es la situación de Argentina hoy; sin dudas, más dinero del FMI sería un dramático error.”
Rudi Dornbusch no fue el único que aportó soluciones extremas en esas horas de oscuridad. Por ejemplo Norman Bailey, un ex-asistente especial del presidente Ronald Reagan para asuntos económicos internacionales y miembro de la National Security Council (NSA), y asesor externo de Duhalde propuso canjear deuda externa por tierra pública. No era un recién llegado para el mandatario argentino, Bailey fue uno de los que le organizó una visita a Washington en agosto de 2001. Fue en esa ocasión que Duhalde en reuniones íntimas adelantó que en poco tiempo más sería primer mandatario. "La gente tiene la sensación de que el Presidente no llega a 2003. No quieren esperar dos años más”, dijo después a un medio argentino.
Con Eduardo Duhalde en la Casa Rosada ninguna de las dos propuestas fueron aceptadas. La revista Newsweek consideró que el nuevo mandatario “no tiene ninguna chance de éxito” y El País de España vaticinó que “la desaparición de Argentina sigue su curso”. Sin embargo la Argentina de ese período pudo reaccionar, salir del agujero negro, entre otras razones, gracias a un decidido manejo político y al alza de los precios de los commodities que producía.
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