—El enamorado de lo que está haciendo no mide el esfuerzo ni el riesgo. Le parece bello que una cosa se haga y siente el orgullo y el privilegio de ser quien lo hace. Cuando se conjugan esas dos cosas, esas dos sensaciones están juntas en uno y no hay fuerza terrena que te pare. Así es como me gusta hacer todo.
— ¿Pero uno puede enamorarse de una idea, de un proyecto, de una travesía en balsa por el océano?
— Eso se construye.
—¿Cómo? ¿Le pasó cuando pensó en la Exploración Atlantis?
— Sí, pero también con cualquier exploración o con lo que hagas, con el periodismo, con lo que sea: dirigiendo de la forma más bella que puedas a cada instante para llevar adelante lo tuyo. Hermosear objetivos y hermosear estrategias, procedimientos, estilos, modos de hacerlo. Hermosearlo, y hermosearlo y hermosearlo. No voy a decir patológicamente pero sí con intensidad. Con intensidad de modo que digas “no puedo imaginar nada mejor, esto es bellísimo, qué suerte que se haga y que lo estoy haciendo yo”.
Alfredo Barragán habla con los ojos, que son de un color celeste muy particular, como helado de crema del cielo, casi transparentes. Hace 35 años se propuso una epopeya que es recordada hasta hoy: recorrer en balsa los 6 mil kilómetros que separan Tenerife, en España, con La Guaira, en las costas de Venezuela acompañado por cuatro amigos. Su proyecto ambicioso y a la vez muy personal se terminó llamando Expedición Atlantis e impactó al mundo por la osadía y las condiciones en que se llevaría a cabo: sin motor, sin timón, confiando en los estudios que habían realizado sobre vientos y corrientes.
¿Tenía un motivo específico para semejante hazaña? Para alguien con el espíritu de Barragán esa parece ser una pregunta secundaria. “Teniendo viva la intención de hacer siempre lo más bello estoy seguro que me puedo equivocar mucho menos que sin tenerla”, asegura.
En principio, su impulso era el de satisfacer una curiosidad, una intriga que apareció de la manera más azarosa a comienzos de la década del ‘80.
“Aparece información en alguna revista de cosas interesantes, de cosas muy interesantes, —le dice a Infobae y sonríe— era sobre las cabezas colosales olmecas, unas esculturas de 20 toneladas y de casi 3 metros de altura hechas por la cultura olmeca, que tuvo su esplendor en México hace 3.500 años. O sea, 3 mil años antes de Colón. Son 15 cabezas que representan a 15 hombres distintos. Ahí afirmaban que estos hombres representados habrían venido en almadías, que son balsas, y que eran de raza negra. Y lo sostenían los más encumbrados antropólogos, como Beatriz de la Fuente. Entonces yo me pregunto, en aquella peluquería donde estaba leyendo esto mientras esperaba: ¿la raza negra era exclusiva de África y aparece en América 3.000 años antes que Colón? ¿Entonces el africano de raza negra estuvo en América antes que Colón? Así me entró a dar vueltas la idea.
—¿Y siguió investigando?
— Iba pasando el tiempo y de pronto caía otra nota, y de pronto caía otra nota sobre embarcaciones de la antigüedad. Yo ya navegaba para ese entonces y leía mucho sobre historia de la navegación. Vi que había un tipo de balsas hechas con un número impar de troncos de madera muy liviana, unidos con cuerdas vegetales, que navegaban tanto en Australia como en la costa occidental de América, como en África. Caramba, digo, estas balsas se parecen a la Kon-tiki, una balsa que en 1947 cruzó el Océano Pacífico, liderada por el noruego Thor Heyerdahl demostrando que los americanos pudieron haber llevado su influencia a la Polinesia.
— Todo empezaba a cerrar.
— Voy a ver en qué época estaban estas balsas en la historia de la navegación en la costa noroeste de África, 1500 años antes de Cristo. ¡Caray, la misma época! Y ya me explotó en la cabeza, necesitaba investigar que había entre medio. Pero esto fue un proceso de meses y años, yo no estaba dedicado a eso.
Miembro de una familia de clase media con cuatro hijos que crecieron en la localidad bonaerense de Dolores, Barragán estudió abogacía y, después de recibirse en la Universidad de Mar del Plata, volvió a su ciudad natal a trabajar en el estudio de su padre, también abogado.
—¿Cómo conjugaba entonces la vida aventurera con su trabajo como abogado?
—En la abogacía de pueblo que yo hice, civil y comercial, fui una especie de mediador de amigos, porque todas las partes eran conocidos y amigos. Me sentí muy feliz solucionando problemas de gente amiga. Pero siempre tuve una pata en el estudio y una pata en la naturaleza. Y la vida me llevó a donde yo soñé toda la vida, me llevó a la naturaleza, a las montañas, a los ríos, en cinco continentes. Dicen que cuando era chico me preguntaban qué vas a ser cuando seas grande y yo decía: “Un señor de barba que fuma en pipa y cruza el mar” (risas). Tenía la foto de algún pirata, algo de (Emilio) Salgari o de (Julio) Verne. Y nunca fui otra cosa. La vida me llevó a cruzar el mar en balsa, en velero, en kayak. La gente se quedó con Atlantis, pero hemos cruzado el Mar de las Antillas en kayak, sin ningún apoyo externo. De Venezuela a Puerto Rico, una expedición que se llamó “Mar de las Antillas en kayak ’99”.
—¿Nunca pensó “esto no puedo hacerlo”?
—Me pasa que siempre hay algo que me tienta y que digo: “¡Qué lindo sería”. Me enamoro de la idea de hacerlo y, enamorado de lo que estoy intentando, soy poderoso. Si no me ocurre eso, prefiero no abordarlo. Tengo un espíritu deportivo y me siento mejor cuando pongo ese esfuerzo al servicio de algo. En el ’78 en el Aconcagua hicimos transfusión de glóbulos rojos concentrados para mejorar la capacidad de oxígeno y la capacidad de trabajo en la altura. Una prueba inédita para su época, una cosa que llamó la atención a esfera mundial en ámbitos científicos, médicos, de especialistas en atrofia de altura. Y logramos la primera transmisión de radio desde la cumbre del Aconcagua en el mundo a través de José María Muñoz de Radio Rivadavia acá. También cruzamos la Cordillera en globo en el 93. De Chile a Argentina volando en un canasto de mimbre a 8500 metros de altura a 110 kilómetros por hora con 30 grados bajo cero y con pleno dominio de la situación. Sobre la cumbre, sobre la vertical misma del Tupungato. Emulando y homenajeando a Bradley y Zuloaga, dos pilotos argentinos que en 1916 habían hecho algo similar.
LOS PREPARATIVOS
“Quiero cruzar el Atlántico en una balsa”, lanzó Barragán un día de 1980. Estaba rodeado de sus amigos, un grupo de deportistas amateurs de entre 30 y 40 años, que se autodenominaba Centro de Actividades Deportivas, Exploración e Investigación (CADEI) y con quienes para entonces ya había navegado a remo el Río Colorado y había conquistado la cima del Aconcagua.
“Los reuní y les dije: ‘Quiero que de éste grupo salga la tripulación’. En ese momento éramos siete. ‘La idea es ésta’, digo y expongo lo que está ahí, la teoría. Hubo uno que me interrumpió a los tres minutos para decir: ‘Yo voy’. Era Jorge El Vasco Iriberri. Los demás dijeron: ‘Bueno, esto merece estudio, qué plazo tiene’. Y así empezó un proceso de cuatro años en el cual me fui metiendo cada vez más a tal punto que a los dos años me di cuenta de que mientras siguiera con un pie en el estudio jurídico y un pie en el proyecto no me iba a largar más", detalla el explorador.
Después de dejar el trabajo diario de abogado, Barragán emprendió distintos viajes para hacer investigaciones: “Subí las dos patas arriba del proyecto y recién así, con esa dedicación y una entrega absoluta en términos físicos, intelectuales y económicos, logré sacarlo adelante. Tuvimos que viajar a México, a Canarias, viajar para ver todo el sistema de corrientes y vientos en la zona. También empecé a llamar por radio, de radioaficionado, a lugares como Perú y Ecuador buscando quién supiera algo de madera balsa. Aquello era el internet de entonces. Ni siquiera la telefonía estaba tan avanzada. Finalmente fuimos a Ecuador, de donde sacamos el material para la balsa”.
El grupo quedó conformado por el propio Barragán, por el fiel Iriberri y por Horacio Giaccaglia, Daniel Sánchez Magariños y Félix Chango Arrieta. Los números para la epopeya eran impactantes: la balsa llevaría 60 bidones de agua, 27 barriles de comida, un botiquín médico y numerosos rollos de material cinematográfico para filmar el viaje, que quedaría inmortalizado en una película que finalmente llegó a los cines en 1988 y se convirtió en un gran éxito.
— ¿Cuándo fue el momento en que dijeron “bueno, salimos”?
— Construimos la balsa entre noviembre del ‘83 y marzo del ‘84, con todo el cambio del gobierno militar a la democracia de Alfonsín. Tuvimos que ratificar los apoyos que me había dado el gobierno militar y que entendieran los nuevos dirigentes de la democracia que lo nuestro no era criticable por ningún motivo porque yo le había pedido a quienes eran autoridades en ese momento y ahora les pedía a ellos y la balsa era totalmente independiente de cualquier ideología. Terminaron entendiéndolo y ratificando el apoyo, pero no fue fácil, hubo que dar muchas explicaciones.
La embarcación fue llevada desde Argentina hasta Canarias en un barco de la extinta Línea Marítima Argentina (LMA): “La llevaba en un viaje que tenía previsto para aquella zona, sobre una tapa de bodega”, recuerda Barragán.
Quedaban pocos días y la aventura estaba por empezar: “La balsa estaba casi lista pero faltaban detalles, que terminanos allá en veinte días. El 18 de mayo de 1984 la pusimos en el agua y el 22 de mayo partimos”.
—¿Hubo momentos donde dijo qué hago acá, quién me manda a estar acá?
— No. Y no tenía que pasar eso. Elegí gente que jamás se preguntara “quién me mandó”. No busqué técnicos, busqué románticos capaces de enamorarse de lo que íbamos a hacer. Solo un tipo enamorado jamás se pregunta quién lo mandó. Y lo logramos, porque nadie se lo preguntó durante la travesía ni mucho menos. Ni ha ocurrido en los 35 años posteriores, seguimos enamorados como el primer día.
—¿Qué sintieron cuando tocaron tierra en Venezuela?
— Podría decir que ambigüedad. Más fuerte lo sentían mis compañeros, a tal punto que cuatro o cinco días antes de llegar tuve un planteo, no voy a decir un motín porque no lo fue, pero sí vinieron a verme para plantearme que no querían llegar. ¿Cómo que no quieren llegar? Lo estamos logrando después de cuatro años y 52 días de travesía, hemos superado todo, faltan cuatro días, que no pase nada, llegamos y todo bárbaro. “¿Pero no te das cuenta que se termina?”, me decían. “Alfredo, la balsa está entera, tenemos comida, tenemos agua, llegamos hasta Yucatán”. Pero no, está el mundo esperándonos allí, dijimos que vamos a Venezuela, vamos a La Guaira, y vamos ahí. “Se termina, Alfredo”, me decían. Era como pretender una mujer por mucho tiempo, pedirle un beso durante años y que durante años te dijera que no. Hasta el momento que te dice “ok” y cierra los ojos: en el momento que la balsa besara América, se acabó Atlantis. Y eso lo sintieron ellos más que yo. Y lo sufrieron más que yo. Yo de algún modo seguía enganchado con el tema de tal manera que los compromisos que tenía de todo tipo, periodísticos en ese momento, requerimientos científicos, y la película por hacer y el libro por hacer. Yo tenía motivos para seguir hacia adelante. Pero ellos lo sintieron bastante fuerte.
—En esos momentos finales, cuando estaban llegando a tierra, usted le dice al relator José María Muñoz, que lo entrevistaba por entonces, su famosa frase que quedó como emblema del Atlantis.
—Estábamos entrando al puerto y Muñoz me pregunta: “Capitán Barragán, en este momento de triunfo, una reflexión: ¿Qué tiene para decirnos”. Y yo, de manera absolutamente natural y espontánea, repetí seis o siete veces, llorando, convulso: “Que el hombre sepa que el hombre puede. Que el hombre sepa que el hombre puede”. Y no lo registré. Eso no fue ni elaborado, ni pensado ni sabida la frase. Fue directa del alma a la boca y a la gente. Y quedó instalada como una frase que hoy se utiliza popularmente en el mundo como una idea fuerza, hay gente que se entusiasma con eso, o que se inspira en eso. Y la hemos aceptado como la mejor expresión de Atlantis: lo dijo Atlantis, no nosotros.
35 AÑOS DESPUÉS
Después de tantas hazañas -del Aconcagua a las aguas del Atlántico, del río Colorado a las Antillas suma 29 expediciones- Barragán sigue soñando. Uno de sus anhelos más importantes está vinculado en la actualidad con la balsa que lo llevó 52 días por el Atlántico, que se conserva todavía en un depósito en la localidad de Dolores.
“La balsa está a la espera del proyecto final, que es poder llevar adelante un Museo de la exploración. No es el museo de la balsa, nuestra Fundación CADEI impulsa un museo de la exploración que rescate la historia de los descubrimientos geográficos. No existe en el mundo”, cuenta.
—Después de tantos viajes, tantas misiones que parecían imposibles a priori, en más de una ocasión lo deben haber tratado de loco.
—Eso me acompaña desde muy chiquito. Yo soy "el Loco” Barragán para muchos. Me molestaba a los 12, a los 14, a los 15. Capaz que me molestaba que alguien dijera el loco Barragán este que anda hablando que quiere hacer no sé qué. O cuando dije: “Me voy al Aconcagua”. En Dolores, que es liso como una mesa, hablar del Aconcagua era algo insólito. Pensarían: “Algún curro debe tener” o “querrá salir en el diario”. A nadie se le dio por preguntarse: “¿No será porque le gusta simplemente?”
—¿Y lo siguen considerando loco?
— Hoy ese calificativo de loco es mi título nobiliario más preciado, no me lo toques. Si ser loco es animarme a soñar como loco, dejámelo, no quiero perderlo. Y si ser loco es animarme a intentar los sueños, porque esa es la única diferencia con el resto, me animo a soñar y me animo a intentarlo.
Video: Bruno Rattazzi
Producción y guión: Nicolás Spalek
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