Ricardo Bialous es el nombre de una avenida en Caviahue, un pueblo patagónico del occidente argentino, a la sombra de la Cordillera de Los Andes, sobre la falda del volcán Copahue. La denominación de la arteria es un homenaje al hombre que pobló un valle angosto y escarpado a 1.600 metros sobre el nivel del mar. Se asentó allí porque los olores, los colores y los fríos le recordaban su infancia y su inocencia de Varsovia, donde nació el primer sábado de abril de 1914. Hijo de Stanisław y Marcjana, el menor de trece hermanos, Ricardo se llamaba en verdad Ryszard Mieczysław.
En Argentina fue un respetado arquitecto que impulsó el progreso de una provincia. En Polonia fue un prohombre. Llegó al país el 9 de julio de 1948 en el H.M.T. Empire Trooper que había partido de Southampton tres semanas antes. Cargaba consigo una renguera tímida, un hormigueo eterno, nervios apagados en sus piernas, un testículo menos, cinco heridas de guerra, catorce libras esterlinas en el bolsillo, las medias rotas y una bolsa con tierra de Varsovia.
En verdad, él siempre había fantaseado con vivir en Brasil. La escritora Ana Wajszczuk contó en el libro Chicos de Varsovia una reseña de sus sueños truncos: “Ryszard Bialous era rubio como un trigal. De rasgos angulosos y marcados, tenía los ojos azules, la risa fácil y los dientes blanquísimos. O tal vez parecen tan blancos en las fotos por el contraste con su piel, siempre bronceada por el esquí y el aire libre. Tan bronceada que sus amigos le decían ‘El Negro’. Pero con la guerra, esas ideas de viaje y aventura terminaron”. Brasil no fue el destino: el cambio de libras esterlinas era más conveniente en Argentina, donde además las condiciones de inmigración eran más benevolentes.
Ingresaba al país, entonces, un héroe de guerra en busca de paz. Recién el 31 de julio de 2019 el ejército polaco le rindió merecidos y demorados honores. Días antes habían trasladado sus cenizas desde Neuquén hacia Varsovia, escoltadas por las Fuerzas Especiales de Defensa polacas.
Mariusz Błaszczak, Ministro de Defensa de Polonia, firmó el primer texto de un álbum institucional de 352 páginas en memoria a su vida y su obra. Presentaba al “capitán Ryszard Bialous ‘Jerzy’, comandante del legendario Batallón del Ejército Nacional ‘Zoska’, que después del final de la Segunda Guerra Mundial no se le permitió vivir y trabajar en un país libre, y tuvo que irse a la lejana Argentina”.
El menor de los Bialous se había criado amontonado en un hogar humilde en el barrio de Praga, al otro lado del río Wisla. A los diez años se había involucrado en el movimiento scout, donde fue convirtiéndose en instructor y maestro de exploración mientras cursaba el bachillerato en la escuela secundaria. Egresó en 1932: había forjado una conducta regida por principios y valores. Sin embargo, no había experimentado una inclinación militar. “Lo suyo era la construcción, dijo alguna vez, no la destrucción”, precisó la escritora Wajszczuk. Continuó sus estudios en la Facultad de Matemáticas de la Universidad de Varsovia antes de ingresar a la Facultad de Arquitectura de la Universidad Tecnológica de esa ciudad. Se graduó antes del primero de septiembre de 1939, el día de la invasión nazi a Polonia, el hito que desencadenó en la Segunda Guerra Mundial.
El arquitecto se convirtió en soldado. Había cumplido un año de servicio militar en una escuela de subtenientes de la localidad de Modlin. Cuando lo finalizó, el 20 de septiembre de 1938, no le concedieron la baja: la incipiente hostilidad nazi y la situación política internacional habían cocinado un caldo de guerra.
El soldado se convirtió en jefe de pelotón. “Ryszard es convocado para armar un plan de acción que abarque las diferentes etapas del movimiento scout, de los novatos a los instructores -narró Wajszczuk en su libro-. Y hace de enlace entre esa estructura y la resistencia. Con su grado de subteniente de reserva del ejército y el de instructor mayor en los scouts, queda a la cabeza, como jefe scout supeditado al ejército. Así se forma, con trescientos miembros -en su mayoría estudiantes universitarios-, el GS Jerzy, la organización de sabotaje con el nombre que Ryszard adopta como propio”.
Ricardo Bialous -antes de convertirse en el capitán Jerzy- entró a la guerra con la defensa de un puente en Radzymin, un barrio periférico de la capital polaca. El 19 de septiembre de 1939, en lucha por mantener la ciudad, una esquirla de ametralladora le atravesó los muslos y le arrancó un testículo. Fue trasladado de urgencia a un hospital militar emplazado en la biblioteca de la Universidad de Varsovia.
Los médicos ordenaron cortarle la pierna con la herida más grave. Él, con la autoridad de un capitán pero sin serlo, se negó aún. El resto de su vida llevaría una ligera renguera, un hormigueo constante y soportaría sensaciones de insensibilidad en la zona afectada.
La ciudad estaba sitiada, los territorios usurpados y las naciones invasoras se habían repartido la ocupación -mientras las fuerzas polacas intentaban contener el avance alemán, la Unión Soviética penetraban sin oposición por el este: habían pactado un nuevo reparto de Polonia-. Las autoridades desplazadas encontraron asilo en Gran Bretaña; el ejército, diezmado, se reorganizó detrás de las fronteras. Civiles y grupos militarizados se mezclaron entre los enemigos: estaban dispuestos a resistir.
El 26 de septiembre de 1939 el hospital donde Bialous se recuperaba de sus heridas fue bombardeado e incendiado. Huyó, convaleciente, entre los escombros. Primero se refugió en el domicilio particular de sus suegros -desde el 3 de agosto estaba casado con Krystyna Blonska-. Los nazis intensificaron las búsquedas de oficiales heridos: en noviembre, se camufló entre la basura de un camión para escapar hacia la ciudad Milanowek, una localidad en las afueras de Varsovia donde completó su convalecencia en una casa quinta.
Lo visitaron compañeros de armas con una misión: convocarlo a la resistencia. Minusválido y sin gimnasia de escritura, asumió la tarea de redactar un instructivo de guerrilla urbana. En muletas, recorrió el trazado ferroviario que desembocaba en la Varsovia ocupada para estudiar puntos y modos de sublevación. Los grupos sublevados ejercían la defensa de la ciudad en acciones de sabotaje. Bialous calculaba la cantidad de explosivos necesarios para asaltar un tren y marcaba con una cruz los sitios para colocar una mina o volar una línea.
Instruyó a hombres en el uso y manejo de explosivos y posteriormente en la fabricación de minas y circuitos eléctricos que incluían prácticas de destrucciones de trenes, coordinó la recuperación de armas escondidas por soldados antes de la capitulación, condujo el operativo “acción N” que consistía en escribir, imprimir y distribuir publicaciones de desinformación como si hubieran sido escritas por alemanes. Sus alias eran “Taran” y “Zygmunt”.
Para el definitivo seudónimo “Jerzy” pasaron los años y la guerra. Egresó de sus tareas como conductor de un grupo de inteligencia: el 3 de mayo de 1943 fue ascendido a teniente para conformar una unidad de choque. Nació así el grupo especial Jerzy, que el primero de noviembre de ese año concibió al batallón Zoska, un grupo de oficiales de élite de formación scout, cuyo nombre rinde tributo a Tadeusz Zawadzki, segundo de Ryszard, muerto en un ataque a un puesto ferroviario usurpado por alemanes.
“Hasta que estalla el Levantamiento -escribió Wajszczuk-, el batallón Zoska se especializa en acciones de sabotaje. Vuelan puentes, tranvías militares y vías en el anillo ferroviario que rodea a Varsovia, asaltan depósitos del ferrocarril para conseguir cloruro de potasio y fabricar granadas caseras, liberan presos de una cárcel y de un hospital, pinchan megáfonos para interferir con consignas patrióticas las proclamas alemanas, roban cien millones de złotys del Banco Central, producen clandestinamente pistolas ametralladoras y almacenes donde guardarlas”.
Zoska se involucró en el Levantamiento de Varsovia tras unirse a la agrupación “Broda 53”, una unidad de casi mil hombres. Bialous ejerció como segundo jefe hasta la muerte del mayor Jan Kajus Andrzejewski, luego asumió el cargo de comandante de la brigada subversiva “Broda 53”.
En los 63 días del Levantamiento de Varsovia, el batallón Zoska penetró en el casco antiguo de la ciudad. El factor sorpresa le permitió establecer un perímetro. Vestían uniformes robados para atravesar zonas hostiles, financiaban la lucha armada con robos a camiones blindados, libraban ataques aleatorios y coordinados. La épica perdió vigor cuando Adolf Hitler ordenó arrasar la ciudad para engendrar un efecto disuasorio a cada foco de insurrección civil.
Las brigadas rebeldes de la insurrección fueron apagándose ante la ofensiva de la artillería nazi. El 31 de agosto de 1944 lo que quedaba del batallón Zoska emprendió la retirada.
El capitán Jerzy recibió dos disparos de ametralladoras en la pierna izquierda y varias esquirlas en el torso. Algunos insurgentes pudieron escapar por túneles del sistema de cloacas, muchos fueron acribillados a mansalva para las tropas nazis. La reacción al levantamiento originó un saldo de 250 mil muertos. Hubo pocos sobrevivientes que fueron deportados a campos de concentración en las afueras de Varsovia: el arquitecto Ryszard Bialous fue uno de ellos.
El Tercer Reich cayó ocho meses después, en mayo de 1945. Lo liberaron del Stalag XB de Sandbostel, en el noroeste de Alemania, un campo para soldados rasos después de haber experimentado las atrocidades del régimen nazi en tres centros de detención. En Chicos de Varsovia, la autora describió: “Sobrevivió a los traslados a pie por la nieve, al hambre, a la búsqueda de los captores de oficiales de alto rango como él entre los prisioneros y a la incertidumbre por su familia”.
Su familia residía en Milanowek, en la casa quinta donde se curó de su primera herida de guerra. Habían adoptado a su primera hija, Tereska. Allí nació Jan Ryszard, o argentinizado Juan Ricardo. Krystyna se había incorporado al grupo especial Jerzy como mensajera y como instructora de arma corta, con el seudónimo de “Anna” o “Zofia”. Toda la familia de su esposa había participado de la resistencia. Alguien delató a su cuñado, que era químico y fabricaba explosivos. La Gestapo asaltó la residencia: lo descubrió, lo torturó y lo aniquiló. A sus padres los encerraron en una prisión de Pawiak, en Varsovia, antes de fusilarlos. A la hermana la deportaron al campo de concentración de Auschwitz.
Krystyna se salvó sencillamente porque ese día no estaba en la casa. No había actuando durante el Levantamiento de Varsovia porque estaba embarazada de su tercer hijo y porque Tereska tenía tres años y Jan Ryszard dos. En abril de 1945, antes de ser liberado del campo de detención de Sandbostel, a Ryszard le enviaron una carta a través de un amigo. Dos palabras: “Nowo narodzone”. La traducción, “recién nacido”. Sin saber si era mujer o varón, se enteró que había sido padre nuevamente. Lo motorizaba volver a encontrarse con su familia.
No volvió a Milanowek. Había sido rescatado por una unidad de soldados británicos. Se creía, por entonces, que era inminente una guerra contra la Unión Soviética. Se presentó como voluntario con un grupo de compañeros de armas y se incorporó, tras aprobar un curso de instrucción, en la primera brigada paracaidista autónoma polaca dependiente del comando inglés. Este cuerpo ayudó a la recuperación de prisioneros y soldados del ejército polaco: Bialous recibió tres veces la Cruz al Valor y la orden Virtuti Militari de grado cinco, la más alta entre las condecoraciones de guerra polacas.
Pero su deseo más ferviente y genuino era reencontrarse con su familia, que seguía oculta en las afueras de Varsovia, por entonces dominada por las fuerzas comunistas soviéticas.
A principios de 1946, activó un plan para ingresar de incógnito a la ciudad y rescatar a Krystyna, Tereska, Jan y Zofia. Lo hizo con un núcleo críptico de oficiales polacos. “El capitán Jerzy y sus amigos habían conseguido junto a la Cruz Roja y el ejército polaco entrar al país con las identidades cambiadas y un cargamento de treinta camiones con alimentos, ropa y remedios, como si fueran un grupo de ayuda a los damnificados por la guerra. El plan era sacar en esos camiones, una vez vacíos, a cerca de trescientos familiares repartidos en diversos puntos de Polonia que habían estado de acuerdo con abandonar el país clandestinamente”, escribió Wajszczuk.
Jan aún recuerda ese viaje, que duró tres días y unió Varsovia con el sur de Alemania por Checoslovaquia. “Tanto me acuerdo que lo tuve que escribir. Cuando viajamos desde donde vivíamos en Varsovia, cruzamos el río Vístula. Su lecho estaba lleno de pelotas negras brillantes. Yo le pregunté a mi mamá qué eran esas cosas. ‘Son las bombas que están sacando de la ciudad y la dejan momentáneamente ahí’, me contó. No podíamos hablar ni correr la lona. Pasábamos por puestos de vigilancia. Se suponía que los camiones debían volver vacíos. Sentíamos mucho miedo”. Rememora el olor del vómito de aquellos que no soportaban el traqueteo, la atmósfera de encierro, el silencio, el susto, la madera mojada de los asientos después de bañarse en algún arroyo. Años después se enteró que a los más chicos les habían dado pastillas para dormir.
Jan también recuerda el día del bombardeo nazi a Varsovia: “Era una tarde a la noche medio nublada. Empecé a escuchar unos estruendos y dije ‘va a haber tormenta’. ‘No, son las bombas que están estallando sobre Varsovia’, me respondió mi mamá”.
Pero su anécdota más representativa, que ilustra con drama y comedia el prólogo del Levantamiento, se la contó su padre: “Él se despertó un día mientras estábamos en plena lucha clandestina y me vio jugando con algo. Se dio cuenta, de golpe, que yo había agarrado una granada de su mesita de luz y le estaba sacando el seguro. Saltó de la cama, agarró la granada, la tiró por la ventana y me empujó a un rincón. La granada estalló afuera. Al rato nos tuvimos que ir de ahí porque el estallido había alertado a los alemanes”.
Jan Ryszard es conocido ahora como Juan Ricardo: tiene hoy 78 años y vive en la ciudad de Neuquén. Llegó al país con siete años. Su padre consideraba que los anglosajones habían traicionado a Polonia. Tenían propuestas para instalarse en Inglaterra, en Estados Unidos, en Canadá y en Australia. Eligió Argentina.
A fines de la década del cuarenta, casi 150 sobrevivientes polacos recalaron en el país. “Vino con un grupo de amigos, familias y solteros. Al principio nos instalamos en San Isidro pero como el clima cálido le hacía mal a mi madre...”, contó su hijo en diálogo con Infobae.
Ricardo leyó un aviso en un diario que buscaba a una familia para administrar una estancia en el valle de Quillén, en Neuquén, bajo el perfil del volcán Lanín. Por telegrama le avisó a su esposa que emprendiera viaje hacia el sur: las condiciones laborales prometidas eran falsas, pero la escenografía le inspiraba patria. El paisaje era similar al de las montañas del sur de Polonia.
Tren hasta Zapala, final del riel. Después 150 kilómetros por camino de montaña hasta la estancia en Quillén. Montó un aserradero dedicado a la explotación de madera: “No había agua corriente, no había electricidad, no había ni un médico cerca, solo había una proveeduría, barriles de vino, cosas para monturas, cajones de azúcar y harinas, boliches bien de campo. Pero a él le gustó el paisaje, los lagos, los ríos, los bosques, la tranquilidad. En el emprendimiento se vinieron también otros polacos. Pero parte de ese grupo estuvo muy poco tiempo porque las condiciones eran durísimas. Cuando nevaba en mayo, recién podíamos salir en agosto. Eran tres meses que tenías que juntar comida para sobrevivir”.
En Quillén, Ryszard, el héroe de la resistencia polaca, era multidisciplinario: peón, patrón, explorador, médico, esquiador, urbanista, ingeniero. “Mi viejo tuvo que hacer caminos, instaló un turbina eléctrica, hizo un tendido eléctrico. Como el agua en verano escasea, se compró un grupo eléctrico para proveer una red electricidad más constante. Empezaron a llegar obreros, se fundó una escuela, se hizo una pista de aviación. Cuando llegamos no había ni policías, solo un grupo de gendarmería. A través de una radio podíamos contactarnos con la policía de Neuquén. Se pedían que trajeran en avioneta frutas, huevos, hasta remedios. Era el único vínculo que teníamos con la civilización”.
Juan rememora los encuentros de los polacos en su casa en Quillén. “Eran bastante pintorescos. Parecían una guerrilla: todavía usaban la ropa de fajina del ejército, las bombachas caqui, las boinas negras”, relató.
“Todos los viernes se juntaban en mi casa y leían un libro de literatura (Pan Tadeusz, el poema de Adam Mickiewicz), como si fuese el Martín Fierro de ellos. Leían un capítulo, cantaban canciones y se contaban anécdotas. La mayoría eran polacos que no habían estado en la ocupación, eran segundo cuerpos de ejército. Mi padre era uno de los pocos que había resistido la ocupación alemana, por eso era uno de los que más hablaba”.
La guerra había interrumpido la vocación de su padre: construir. En Zapala edificó una casa para que sus hijos pudieran completar los estudios secundarios. Su proactividad lo involucró en la dinámica social de la zona. En 1962, es elegido concejal en Zapala, pero se canceló su asunción por el golpe de Estado que destituyó al presidente Arturo Frondizi.
Un médico amigo lo invitó a conocer Copahue, una localidad termal ubicada a 180 kilómetros de Zapala. Quedó fascinado con la naturaleza de un valle virgen próximo, el de Caviahue, a once kilómetros de allí. Las autoridades le encomendaron el desarrollo urbanístico de un proyecto de villa turística.
El capitán Jerzy fue el arquitecto que fundó un pueblo en el occidente patagónico que hoy tiene más de mil habitantes. Estimuló el progreso de Neuquén, integró el primer equipo del Consejo de Planificación y Acción para el Desarrollo (COPADE) de la provincia en 1963, fue secretario del organismo de planificación y desarrollo más antiguo del país, director de la Cámara de Turismo y Recursos Naturales, de Hidrología y Electricidad, de las termas provinciales, explorador de la civilización indígena, estudioso de la cultura ancestral, viajero, coleccionista, pionero, creador del Departamento de Balneología de la Universidad de Cuyo, promotor deportivo, fundador del primer club argentino de biatlón (deporte olímpico de invierno que conjuga esquí de fondo y tiro de carabina), la organización “Solidaridad Olimpia” y el club de esquí “Rotary Club”.
Murió en 1992, una semana antes de cumplir 78 años. Una calle de la ciudad lleva su nombre argentinizado. Su cuerpo fue sepultado en un cementerio municipal. Alguna vez pidió que enterraran su corazón junto a sus compañeros de armas. Hoy, 75 años después del Levantamiento de Varsovia, sus restos descansan en su patria natal. Su legado vive en Neuquén, a la vera de la Cordillera de Los Andes.
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