La creación del Centro Piloto de París estuvo estudiada por Eduardo Emilio “el Negro” Massera como una partida de ajedrez.
Había sido nombrado por el mismísimo Juan Perón a fines de 1973 al frente de la Armada Argentina y su relación con el temible José “el Brujo” López Rega no era una cuestión de simpatía personal. Ambos ya tenían relación con Licio Gelli, “el hombre de las mil caras”, un italiano que reportó en las filas de la inteligencia del dictador Benito Mussolini y que, tras el fin de la segunda guerra, se instaló en la Argentina hasta 1960 y luego regresó a Italia donde consolidó un poder en las sombras en la Logia Propaganda Due (P2), que tuvo tentáculos suficientes como para tener vínculos con el Vaticano y con la CIA.
Massera, no bien llegó a la Junta Militar, arregló con Jorge Rafael Videla que el ministerio de Relaciones Exteriores quedaba en la órbita de la Marina de Guerra. Así, “el Negro” Massera, en mayo de 1977, puso al frente del Palacio San Martín al vicealmirante Oscar Montes, quien hasta entonces era el jefe del Grupo de Tareas 3.3.2, asentado en la ESMA.
Montes dejaba en manos de Rubén “El Delfín” Chamorro y Jorge “el Tigre” Acosta el campo de exterminio de la Armada, donde ya se habían consumado miles de torturas, asesinatos y vuelos de la muerte, para pasar al mundo de la diplomacia. Inquietante paso: de las salas de torturas y los asesinatos, al mundillo exclusivo de la diplomacia, caracterizada por los copetines y los negocios.
Operaciones de prensa
Una de las primeras instrucciones de Massera a Montes, a dos meses de asumir, fue crear un departamento de prensa destinado a establecer las tareas que debía cumplir el personal diplomático en el exterior.
Según se supo por los documentos desclasificados en Cancillería en 2014, tenían que “transmitir informaciones favorables” y contrarrestar la actividad de los exiliados que denunciaban las desapariciones. También debían “contactar periodistas” en los diferentes países para influir en la difusión a favor de la dictadura.
Un dato nada desdeñable: el área de Prensa de Cancillería recibía hasta entonces la magra cifra de 20 mil dólares mientras que con la asunción de Montes ese 1977 recibió 832 mil dólares. Ese dinero no solo era para, eventualmente, “seducir periodistas”, sino para apoyar a otros marinos que reportaron en la ESMA con Montes y que viajaban con identidad fraguada. Los documentos falsos se confeccionaban en las mismas mazmorras de la ESMA, tal como declaró el sobreviviente de ese centro clandestino, Víctor Basterra. Por si faltaban datos para confirmar que Massera seguía en relación estrecha con Licio Gelli, Basterra declaró en la megacausa ESMA haber confeccionado cuatro documentos con nombres diferentes y fotos del jefe de la P2.
En busca del apoyo francés
Algunos de los corresponsales de agencias y periódicos de países “amigos” de la Argentina eran quienes denunciaban los crímenes y daban espacio en sus artículos a las Madres de Plaza de Mayo. Tal era el caso de Jean Pierre Bousquet, que había sido enviado a Buenos Aires por la Agencia France Presse en 1975, un año antes del golpe de Estado comandado por Videla y Massera. Años después, Bousquet escribió Las locas de Plaza de Mayo y también contó que había un acuerdo reservado entre los corresponsales de las principales agencias: la norteamericana Associated Press, la española EFE, la italiana ANSA y la británica Reuters. El acuerdo era simplemente intercambiar información, pero para la dictadura resultaba corrosivo, porque las fuentes eran los familiares de las víctimas de desaparición forzada.
Francia tenía por entonces a Valery Giscard D’Estaing al frente del Eliseo, era un presidente conservador, mientras que en los Estados Unidos gobernaba James Carter, enemigo frontal de las dictaduras del Cono Sur latinoamericano.
Los militares argentinos pretendían de Francia no solo mejorar sus relaciones comerciales y comprar armamento sino que también esperaban un apoyo para romper el aislamiento internacional debido a la violación de los derechos humanos.
La Embajada
No bien dieron el golpe, Videla y Massera ofrecieron a Manuel de Anchorena que asumiera la embajada argentina en París. El hombre –diplomático de carrera y de familia nacionalista patricia- estaba hasta entonces al frente de la sede argentina en Londres y aceptó gustoso trasladarse al imponente edificio estilo Belle Époque de la calle Cimarrosa número 6 de París. Anchorena fue notificado de la creación del Centro Piloto y, cuando empezaba el año 1978, se encontró con quienes encararían esa tarea de persuasión: el oficial naval Enrique “Cobra” Yon y otros miembros del Grupo de Tareas 3.3.2 como Jorge “el Puma” Perrén y Adolfo Donda Tigel.
Frente a Anchorena, el argumento central de los marinos era que debían ayudar a la prensa del Mundial 78 y neutralizar las propuestas de boicot de los miles de exiliados, apoyados por los partidos socialistas europeos, varios de ellos en el poder.
En el caso de Francia, todavía faltaban tres años para que el socialista Francois Mitterrand ganara las elecciones, de modo que los conservadores y liberales franceses estaban bien asentados en el poder. Anchorena estaba más perfilado hacia Videla que con Massera pero no sabía, por ejemplo, que “Cobra” Yon, un mes antes de llegar a París, había sido parte del grupo de tareas que secuestró a las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet en diciembre de 1977.
Otro que participó de esos secuestros y estuvo brevemente destinado en París fue Alfredo “el Ángel rubio” Astiz, quien se infiltró entre los exiliados y hasta llegó a ir a algunas reuniones de ellos. Sin embargo, despertó sospechas en el mundillo de los expatriados y hasta algunos afirmaron haberlo identificado, por lo cual, la Armada lo trasladó a la Embajada argentina en Pretoria, Sudáfrica.
Para hacer tareas de espionaje y operar con los periodistas, los marinos se instalaron en un anexo de la embajada y, vaya paradoja, en la Casa de la Cultura, ubicada en la avenida Henri Martin 83, cerca de la sede diplomática.
Un caso concreto
Carlos Gabetta se había exiliado en París y, dado que ejercía el periodismo desde su Rosario natal desde hacía muchos años, apenas pudo manejarse con el francés consiguió trabajar en el Servicio para América latina de France Presse, lo cual sucedió a fines de 1979. Le tocó horario de madrugada. A la vez, formaba parte de los activistas contra la dictadura. Habló con Infobae y contó que el jefe de ese servicio era Alberto Carbone, un periodista que llevaba muchos años en Francia y que para nada simpatizaba con las ideas de los exiliados.
“Cuando recibíamos algún cable que fuera incómodo para la dictadura, Carbone decía directamente ‘a la poubelle’ (tacho de basura). Es decir, cuando un corresponsal enviaba información incómoda para la dictadura, el Servicio para América latina no lo incluía entre los cables a los medios abonados, cosa que no sucedía con los servicios de otras regiones.
Hacia fines de 1979, una misión de la Internacional Socialista (IS) logró autorización para visitar Chile, Uruguay, Argentina y Paraguay, cuatro países bajo dictaduras militares. Tras ese viaje, los líderes de la IS se reunían en París, en el Hotel Meridien, donde por supuesto había infinidad de periodistas. Durante la madrugada, Gabetta recibió un llamado: era Jean Christophe Mitterrand, hijo del líder Francois Mitterrand. A su vez, Jean Christophe era parte de France Presse, como miembro del servicio diplomático de la agencia. “Me preguntó: ‘¿Qué pasa que no hay ningún periodista acreditado del Servicio para América latina en el Meridien?’".
Gabetta explica que en ese hotel se esperaba el informe de Nicole Bourdillat, quien debía dar los detalles y conclusiones sobre violación de los derechos humanos en esos países, particularmente la situación de los desaparecidos en la Argentina.
Los socialistas venían bregando con los presidentes de esas dictaduras que los dejaran entrar desde 1978, pero recién lo lograron tras la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de septiembre de ese 1979. “Cuando varios periodistas de la agencia le preguntamos a Carbone por qué no había mandado cubrir ese importante acontecimiento nos contestó que era irrelevante. Ante eso, reclamamos al Sindicato de Prensa que entre sus normas establece que las empresas deben velar por la libertad de prensa y la pluralidad. Así fue que Carbone fue sancionado por ‘falta profesional grave’ y enviado por un tiempo al archivo de France Press”.
Gabetta no tiene constancia de que Carbone fuera parte del entramado del Centro Piloto. Sin embargo, describe cómo conductas como esa iban en línea con los intereses de ese centro de censura y contrainformación.
Elena Holmberg, la mujer que sabía demasiado
La diplomática de carrera, traductora de francés e inglés, hermana de militares y prima hermana de Alejandro Agustín Lanusse, Elena Holmberg fue parte del Centro Piloto. Pero no precisamente para acompañar a los marinos que habían reportado en la ESMA. Holmberg, en todo caso, como varios otros diplomáticos, era adversaria frontal de Massera y sus vínculos eran con los jefes del Ejército.
Tal como relata Andrea Basconi, autora del libro Elena Holmberg – La mujer que sabía demasiado, Holmberg fue llamada a Buenos Aires unos meses antes de que terminara 1978. Fue entonces que contó a su familia y a su amigo Gregorio Dupont que tenía miedo. Sobre todo porque contaba con información que podía ser durísima para las aspiraciones presidenciales de Emilio Massera.
Aunque nunca se pudo establecer fehacientemente, la información más explosiva que la diplomática revelaría se relacionaba con un supuesto encuentro entre Massera y el líder montonero Mario Eduardo Firmenich.
En la causa por la desaparición de Holmberg, dos de sus colegas de la embajada declararon que la diplomática habría dejado saber que tenía una foto de Massera con Firmenich en París, presumiblemente durante un encuentro que ambos habían mantenido en el hotel Intercontinental de la capital francesa.
Por entonces, Massera ya planeaba un futuro político una vez terminada la dictadura y utilizaba a algunos cuadros montoneros secuestrados en la Escuela de Mecánica de la Armada para sus planes. El almirante no descartaba lograr algún tipo de acuerdo con el líder montonero que le sirviera para alcanzar sus fines políticos.
Secuestro y asesinato
El caluroso miércoles 20 de diciembre de 1978 Elena Holmberg salió del Palacio San Martín. Esa misma noche tenía previsto encontrar a dos periodistas franceses a los que, se supone, les brindaría datos claves respecto de la relación entre Massera y Gelli, además del encuentro entre el jefe naval y Mario Firmenich, de la compra de armas al presidente libio Muhamad Kadafy y de las andanzas de los marinos en París. Al menos, eso le había revelado al propio Dupont unos días antes.
Holmberg no llegó a la cita: minutos antes de las nueve de la noche, salía al volante de su auto de una cochera ubicada en la calle Uruguay casi Santa Fe cuando, de un Chevrolet estacionado allí, se bajaron dos hombres que la llevaron en vilo. Dado que había testigos, se hizo la denuncia de inmediato. La familia pensó que se trataba del secuestro de alguna organización guerrillera. Como las relaciones de Elena eran con el Ejército, sus hermanos se reunieron de inmediato con el entonces ministro del Interior Albano Harguindeguy, quien les dijo sin vueltas: “Esto es cosa del h de p del Negro Massera”.
Dos días después, el cuerpo de Holmberg fue encontrado flotando en el Río Luján.
El operativo de eliminación de personas que enfrentaban a Massera y que estaban ligadas a Videla tenía un antecedente importante: en julio de 1977, el embajador en Caracas, Héctor Hidalgo Solá, había viajado a Buenos Aires unos días antes de ser secuestrado. Fue visto con vida en la ESMA.
Las disputas de poder al interior de la dictadura también, a veces, se resolvían con secuestros, desaparición y muerte.
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